Sunday, August 26, 2018

JANE AUSTEN


Henry y Eliza
[Cuento - Texto completo.]
Jane Austen



La dedica humildemente a la señorita Cooper su agradecida y humilde servidora (La autora)

Mientras Sir George y Lady Harcourt estaban supervisando el trabajo de sus segadores, recompensando la aplicación de algunos con sonrisas de aprobación, y castigando la holgazanería de otros con una vara, vieron tendida y muy oculta bajo el denso follaje de un almiar a una hermosa niña de no más de tres meses de edad.
Conmovidos por la gracia encantadora del rostro y encantados con las infantiles, aunque enérgicas respuestas que dio a sus numerosas preguntas, decidieron llevársela a casa, y como no tenían hijos propios, educarla con esmero y corriendo con todos los gastos.
Como eran buenas personas, su preocupación primera y principal fue inculcarle un amor por la virtud y un odio por los vicios, lo cual les salió tan bien (la propia Eliza tenía una predisposición natural en ese sentido) que cuando creció, la niña se convirtió en una delicia para todo aquel que la conocía.
Amada por Lady Harcourt, adorada por Sir George y admirada por el mundo entero, vivió en una continua felicidad ininterrumpida hasta que cumplió los dieciocho, momento en el que, al ser descubierta robando un billete de cincuenta libras, fue puesta de patitas en la calle por sus inhumanos benefactores. A alguien que no poseyera un espíritu tan noble y elevado como el de Eliza, esa transición le hubiese supuesto la muerte, pero ella, feliz y consciente de su propia excelencia, se divirtió sentándose bajo un árbol, componiendo y cantando los siguientes versos:
CANCIÓN
“Aunque mil desgracias haya de sufrir
 espero no necesitar jamás a ningún amigo
pues siempre tendré un corazón inocente conmigo
y nunca jamás de la virtud habré de huir”

Habiéndose divertido unas horas con esta canción y sus propias y agradables reflexiones, se levantó y tomó rumbo a M., un pequeño pueblo comerciante, de donde era su más íntima amiga, quien regentaba El León Rojo.
Inmediatamente fue en busca de esta amiga, a quien, tras haberle contado su pasada desgracia, le comunicó su deseo de entrar en una familia en calidad de humilde acompañante.
La señora Wilson, que era la criatura más amable de la tierra, tan pronto como conoció su deseo, se sentó en el mostrador y escribió la siguiente carta a la duquesa de F., la mujer que más estimaba entre todas.
                                 "A la duquesa de F.
                                   Reciba en su familia, a petición mía, a una joven de carácter excepcional, que es tan buena como para elegir ser su acompañante en lugar de buscar ser sirvienta. Apresúrese y tómela de los brazos de su
                                                                                                                     Sarah Wilson".
La duquesa, por cuya amistad con la señora Wilson habría hecho todo lo imaginable, se sintió rebosante de alegría ante tal oportunidad de hacerle un favor a su amiga y, por ello, tras recibir la carta se puso en marcha inmediatamente en dirección al León Rojo, donde llegó esa misma tarde. La duquesa de F. tenía unos cuarenta y cinco años y medio; sus pasiones eran fuertes, sus amistades firmes, y sus enemistades invencibles. Era viuda y tenía una sola hija, que estaba a punto de casarse con un joven de una fortuna considerable.
Tan pronto como la duquesa contempló a nuestra heroína, le echó los brazos alrededor del cuello y le dijo que se encontraba tan contenta con ella, que estaba decidida a que no se separasen ya nunca. Eliza estaba encantada con tal declaración de amistad y, tras despedirse lo más afectuosamente posible de la señora Wilson, a la mañana siguiente acompañó a la dama a su residencia en Surrey.
Con todas las expresiones posibles de respeto, la duquesa se la presentó a Lady Harriet, quien se puso tan contenta con su aparición que le rogó la considerase como una hermana, lo que Eliza, con la mayor condescendencia, prometió hacer.
Al estar el señor Cecil —el amante de Lady Harriet— a menudo con la familia, estaba también a menudo con Eliza. Un enamoramiento mutuo se produjo y Cecil, que lo había declarado el primero, convenció a Eliza para que accediese a una unión privada, la cual era fácil de llevar a cabo, puesto que al estar el mismo capellán de la duquesa muy enamorado de Eliza, estaban seguros de que haría lo que fuese para hacerles un favor.
Estando una velada la duquesa y Lady Harriet comprometidas para asistir a una reunión, ellos aprovecharon la oportunidad de dicha ausencia y fueron casados por el enamorado capellán.
Cuando volvieron las damas, su asombro fue enorme al encontrar en lugar de Eliza la siguiente nota:
                                                      "Señora:
                                                        Nos hemos casado y marchado.
                                                                                     Henry y Eliza Cecil".
La señora de la casa, tan pronto como leyó la carta, que explicaba suficientemente todo el asunto, cayó en el más violento de los arrebatos y, tras pasar una buena media hora llamándoles las peores cosas que su rabia pudo sugerirle, mandó tras ellos a trescientos hombres armados, con la orden de no regresar sin sus cuerpos, vivos o muertos; con la intención de que, si le fuesen traídos en la primera de las condiciones los mataría con algún tipo de tortura, tras algunos años de reclusión.
Entretanto, Henry y Eliza continuaron su fuga hacia el continente, el cual consideraban más seguro que su tierra natal, pensando en las horribles consecuencias de la venganza de la duquesa, lo que con tanta razón tenían de recelar.
Se quedaron tres años en Francia, durante los cuales fueron padres de dos niños, y al final de este periodo Eliza quedó viuda sin nada para mantenerse a sí misma ni a sus hijos. Desde el momento de su matrimonio habían vivido a razón de 18.000 libras al año, pero al ser el patrimonio del señor Cecil bastante menos de la veinteava parte de dicha cantidad, no habían sido capaces de ahorrar sino una nimiedad, pues habían vivido al límite de sus ingresos.
Siendo Eliza perfectamente consciente de la precariedad de su hacienda, inmediatamente tras la muerte de su marido zarpó rumbo a Inglaterra en un barco de guerra de cincuenta y cinco cañones que habían construido en sus días más prósperos. Pero tan pronto como pisó tierra firme en Dover, con un niño en cada mano, fue capturada por los oficiales de la duquesa y llevada a la acogedora y pequeña Newgate [1] propiedad de la dama, que ésta había hecho construir para la recepción de sus propios prisioneros privados.
En cuanto Eliza entró en el calabozo, el primer pensamiento que le vino a la cabeza fue cómo salir de allí.
Se acercó a la puerta, pero estaba cerrada. Miró a la ventana, pero estaba cruzada con barras de hierro; frustrada en ambas esperanzas, estaba a punto de desesperar de su fuga cuando, afortunadamente, vio en una esquina de su celda una pequeña sierra y una escalera de cuerda. Se puso al instante a trabajar con la sierra, y en pocas semanas había cortado todos los barrotes salvo uno, al cual ató la escalera.
Entonces apareció una dificultad que, durante unos momentos, no supo cómo sortear. Sus hijos eran demasiado pequeños para bajar la escalera por sí mismos, y tampoco le era posible a ella cogerlos en sus brazos mientras lo hacía. Finalmente decidió arrojar toda su ropa, que tenía en gran cantidad y, habiéndoles dado orden estricta de no hacerse daño, tiró a sus hijos tras la ropa. Ella descendió con facilidad por la escalera, al final de la cual tuvo el placer de encontrar a sus hijitos en perfecto estado de salud y profundamente dormidos.
Entonces se vio en la fatal necesidad de vender su guardarropa para la preservación tanto de sus hijos como de sí misma. Con lágrimas en los ojos, se separó de las últimas reliquias de su antiguo esplendor, y con el dinero que obtuvo de ellas compró otras más útiles, algunos juguetes para sus hijos y un reloj de oro para ella.
Pero apenas estuvo provista de todo lo necesario que he mencionado, empezó a sentir bastante hambre y tuvo razones para pensar, a causa de los mordiscos en dos de sus dedos, que sus hijos se hallaban en la misma situación.
Para remediar estas inevitables desgracias, decidió volver a buscar a sus viejos amigos Sir George y Lady Harcourt, de cuya generosidad se había beneficiado tan a menudo y esperaba beneficiarse tan a menudo en el futuro.
Tenía aproximadamente que viajar cuarenta millas antes de llegar a la acogedora mansión, y tras caminar treinta sin parar, se encontró en la entrada de una ciudad, donde en tiempos más felices, solía acompañar a Sir George y a Lady Harcourt a comer platos fríos en alguna de las posadas.
Las reflexiones que le proporcionaron sus aventuras desde la última vez que había participado en estas alegres francachelas ocuparon su mente durante algún tiempo mientras se sentaba en los escalones de la puerta de la casa de un caballero. Tan pronto estas reflexiones se acabaron, se levantó y decidió ocupar su puesto en la misma posada que recordaba con tanto deleite, de cuyos clientes esperaba recibir, mientras iban y venían, una propina caritativa.
Acababa de llegar al patio de la posada antes de que un carruaje saliese de él, cuando, girando en la esquina donde ella estaba colocada, paró para darle al cochero la oportunidad de admirar la belleza del panorama. Entonces Eliza avanzó hacia el carruaje y estuvo a punto de pedir caridad, pero clavando sus ojos en la mujer que estaba dentro, exclamó:
—¡Lady Harcourt!
A lo que la mujer respondió:
—¡Eliza!
—Sí, señora, la desdichada Eliza en persona.
Sir George, que también se encontraba en el carruaje, pero demasiado sorprendido para hablar, se disponía a pedirle a Eliza una explicación sobre la situación en la que se encontraba, cuando Lady Harcourt, en un ataque de alegría, exclamó:
—¡Sir George, Sir George, no es sólo Eliza, nuestra hija adoptiva, sino nuestra verdadera hija!
—¡Nuestra verdadera hija! ¿Qué quiere decir, Lady Harcourt? Sabe que nunca tuvo hijos. Le pido una explicación, se lo suplico.
—Ha de recordar, Sir George, que cuando zarpó a América me dejó embarazada.
—Sí, sí, continúa querida Pollo.
—Cuatro meses después de que os fuerais, me fue entregada esta niña, pero temiendo vuestro justo resentimiento al resultar no ser el chico que deseabais, la llevé a un almiar y la tendí allí. Pocas semanas después volvisteis y, afortunadamente para mí, no hicisteis preguntas sobre el asunto. Satisfecha con el bienestar de mi hija, pronto olvidé que tenía una hija. Tanto fue así que, cuando poco después la encontramos en el mismo almiar en el que la había dejado, ya no me acordaba de que fuese mía más de lo que vos os acordabais, y me atreveré a decir que nada me habría devuelto el suceso a la memoria salvo el escuchar su voz ahora de esta manera, que me parece el perfecto doble de mi propia hija.
—El relato racional y convincente que habéis hecho de todo el asunto —dijo Sir George— no deja lugar a dudas de que es nuestra hija y, como tal, perdono abiertamente el robo del que fue culpable.
Una mutua reconciliación tuvo lugar entonces y Eliza, subiendo al carruaje con sus dos hijos, regresó a esa casa de la que había estado ausente cerca de cuatro años.
En cuanto volvió a disfrutar de su antiguo poder en Harcourt Hall, reunió un ejército con el que demolió por completo el Newgate de la duquesa, acogedor como era, y mediante ese acto se ganó la bendición de miles de personas y los aplausos de su propio corazón.


Jane Austen 
(Steventon, Inglaterra,  16 de diciembre de 1775-Winchester, Inglaterra, 18 de julio de 1817)
Fue una destacada novelista británica que vivió durante la época georgiana. La ironía que emplea para dotar de comicidad a sus novelas hace que Jane Austen sea considerada entre los «clásicos» de la novela inglesa, a la vez que su recepción va, incluso en la actualidad, más allá del interés académico, siendo sus obras leídas por un público más amplio.

Nació en la rectoría de Steventon (Hampshire). Su familia pertenecía a la burguesía agraria, contexto del que no salió y en el que sitúa todas sus obras, siempre en torno al matrimonio de su protagonista. La candidez de las obras de Austen, sin embargo, es meramente aparente, si bien puede interpretarse de varias maneras. Los círculos académicos siempre han considerado a Austen como una escritora conservadora, mientras que la crítica feminista más actual apunta que en su obra puede apreciarse una novelización del pensamiento de Mary Wollstonecraft sobre la educación de la mujer.

Ha sido llevada al cine en diferentes ocasiones, algunas veces reproducidas de forma fiel, como el clásico Más fuerte que el orgullo de 1940 dirigido por Robert Z. Leonard y protagonizada por Greer Garson y Laurence Olivier y en otras haciendo adaptaciones a la época actual, como es el caso de Clueless, adaptación libre de Emma. Otras versiones son la de Sentido y sensibilidad, de 1995; Mansfield Park, de 2000, y las de Orgullo y prejuicio en 2004 (dirigida por Gurinder Chadha) y en 2005 (dirigida por Joe Wright). Sin embargo, la versión más fiel y perfecta que hasta ahora se ha hecho del libro de Orgullo y prejuicio es la serie que presentó la BBC protagonizada por Colin Firth y Jennifer Ehle. El interés que la obra de Jane Austen sigue despertando hoy en día muestra la vigencia de su pensamiento y la influencia que ha tenido en la literatura posterior. Su vida también ha sido llevada al cine con la película Becoming Jane (2007).

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