Wednesday, February 13, 2019

NAGUIB MAHFUZ


Accidente
Naguib Mahfuz

Hablaba por el teléfono de una tienda con voz bastante alta para hacerse oír a pesar del jaleo de la ruidosa calle de Al-Geis, inclinándose hacia el fondo de la tienda para alejarse lo más posible del bullicio. Acabó con un “espérame, voy en seguida”, colgó, cogió del mostrador una cajetilla de Hollywood y pagó al dependiente los cigarrillos y la llamada. Giró, ya en la acera, para dirigirse a la calzada. Tendría unos sesenta, más o menos. Alto, enjuto. Frente y ojos abombados. Barbilla roma. En la pulimentada superficie de su calva no quedaba más que algunos hilos blancos, iguales a los que le nacían en la barba. Su aspecto evidenciaba despiste, producto quizá de la edad, o de la manera de ser, o ensimismamiento. Aparte de esto gozaba de una vitalidad exuberante: sus ojos brillaban con vivacidad y alegría; encendió un cigarrillo y le dio una profunda chupada, parecía estar más pendiente de lo que iba pensando que de lo que sucedía en la calle. Dio otra media vuelta a la derecha y marchó paralelamente a una fila de camiones aparcados junto a la acera, hasta que encontró un sitio accesible para bajar a la calzada. Sonriéndose sacudió la ceniza del cigarrillo y miró a la acera de enfrente. Estaba ya sobrepasando la parte anterior del último camión cuando sintió el impacto de un coche que se le vino encima a gran velocidad. Uno de los testigos diría después que si se hubiera echado para atrás, a pesar de que el coche venía muy de prisa, aún se habría salvado, pero que, por alguna causa -quizá el susto o un error de cálculo o el Destino- saltó hacia adelante gritando: “¡Santo Dios!”
Desde luego hay accidentes a cada momento.
La víctima dio un grito parecido a un aullido, simultáneo a los gritos de horror de la gente que había en la acera y en la plataforma del tranvía. El hombre aún se levantó y caminó por espacio de unos metros, para caer luego como un saco. El frenazo del Ford produjo un ruido gutural, convulsivo, desgarrado, y el coche resbaló por el suelo aunque las ruedas ya se habían inmovilizado. Mucha gente se precipitó hacia la víctima, como una bandada de palomas, formando una espesa muralla que iba engrosando desordenadamente.
Ni un solo movimiento agitaba el cuerpo; estaba de bruces y nadie se atrevía a tocarlo. Un pie sobre el otro y remangado el pantalón de una pierna delgada y muy peluda; había perdido un zapato. Exhalaba un silencio que contrastaba con la marea de alrededor; parecía ajeno a todo el asunto.
El conductor del Ford apoyaba su espalda en el coche con circunspección y se había puesto a hablar al grupo de curiosos que le miraban:
-La culpa no fue mía, salió de pronto por delante del camión, muy de prisa, sin mirar a la izquierda como debía…
Y como ninguno le hiciera eco siguió perorando:
-No pude evitar el atropello…
Salió del caído un quejido, como un escape de aire. Hizo un movimiento completamente inesperado que duró sólo un segundo y a continuación volvió a quedar exánime
-¡No ha muerto! ¡Vive!…
-A lo mejor se trata de una herida superficial…
-Pero ¡cómo voló por el aire, Dios mío!
-Ya lo creo; ¡que Dios le asista…!
-¿No hay sangre?
-Junto a la boca, ¡mira!
-Sin parar están ocurriendo casos así…
Llegó apresuradamente un policía, abriéndose paso a golpes a través de la muralla humana, gritando a la gente que se alejasen. Se hicieron atrás unos pasos, unos pocos pasos solamente, sin apartar los ojos del caído ni ceder en su tensión mezcla de curiosidad y pena.
Un hombre dijo:
-¿¡Le vamos a dejar que se muera ahí sin hacer nada!?
El policía le contestó preventivo:
-Si el golpe no le ha matado la Brigada de Tráfico se hará cargo de él.
El suceso afectó a aquella banda de la calzada y los coches se veían obligados a rodear la muralla humana, mientras que el tranvía, preso en sus raíles, iba abriéndose paso poco a poco entre dos filas laterales de gente que le increpaban por la molestia; algunos de los viajeros dirigían de paso miradas de interés a la víctima y luego apartaban los ojos del espectáculo con horror.
Llegó la Brigada de Tráfico tras su característica sirena creciente y decreciente. El impulso que traía dejó al coche junto al caído. El Inspector era decidido y enérgico; dio órdenes de que se despejase la multitud. Echó un vistazo al hombre y preguntó al policía:
-¿No han llegado de la Casa de Socorro?
Como la pregunta estaba de más, no hubo respuesta. Preguntó también:
-¿Hay testigos?
Se presentaron un limpiabotas, el conductor del camión y un niño que vendía kebab y que andaba por allí con su bandeja vacía. Repitieron al Inspector lo que había ocurrido a partir de cuándo el desconocido estaba hablando por teléfono.
Llegó una ambulancia y sus ocupantes rodearon al accidentado. El enfermero jefe le examinó cuidadosamente puesto en cuclillas a su lado. Luego se incorporó y fue hacia el Inspector que se le anticipó diciendo:
-¿Cree necesario trasladarlo a la Casa de Socorro?
El otro contestó con voz que sonaba como la sirena de su ambulancia:
-Donde hay que llevarlo es al Hospital Damardash.
El Inspector comprendió lo que quería decir. El de la Casa de Socorro añadió:
-Me parece que la cosa ha sido muy grave.
El hombre yacía en la Sala de Urgencia del Hospital Damardash. Ya se venía encima la noche cerrada. Le estaba examinando el Médico Jefe en persona. Al acabar se volvió a su ayudante:
-Tiene una herida grave en el pulmón izquierdo, el corazón ha sido seriamente afectado.
-¿Operación?
Negó con la cabeza:
-Está muriéndose.
El pronóstico del médico era correcto: el hombre hizo un movimiento parecidísimo a un escalofrío, su pecho se agitó en una cadena de estertores, emitió un suave quejido, y quedó inmóvil. Los dos médicos habían estado observándole. El director se dirigió a su ayudante:
-Acabó…
Llegó el Inspector y el hombre seguía allí tendido con todas sus ropas puestas, excepto el zapato que se le había perdido.
El médico dijo:
-¡¿Cuándo acabarán estos accidentes?!…
El Inspector señaló al muerto:
-Las declaraciones de los testigos no están a su favor.
Se acercó a la cama:
-Espero que encontremos alguna información sobre su persona.
Y puso manos a la obra al tiempo que su ayudante extendía una hoja en una mesa preparándose a tomar nota de los efectos.
El Inspector introdujo con cuidado la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó una cartera vieja, de tamaño mediano; la registró compartimento a compartimento y dictó al ayudante:
-Cuarenta y cinco piastras en billetes. Una receta del doctor Fauzi Sulaymán…
Echó una mirada formularia a la lista de medicinas y vio que más abajo había unas líneas; sus ojos las recorrieron por inercia: “No tomar bebidas alcohólicas, huevos ni grasas: se recomienda prescindir de estimulantes, tales como café, té y chocolate”. El Inspector sonrió para sí, su médico le había hecho las mismas recomendaciones aquel mismo mes. Prosiguió su faena y sus dedos siguieron extrayendo el contenido de la cartera:
-Un breviario de azoras coránicas.
Al no encontrar nada más, comentó preocupado:
-¡No hay carnet de identidad!
Buscó en el bolsillo de fuera y en seguida dijo desilusionado:
-Tres piastras y media en calderilla.
Encontró también una cajita. Levantó la bien encajada tapa y encontró una materia extraña parecida al café molido, la olió un poco y no tardó en estornudar profundamente, volvió la tapa a su sitio y dijo con ojos llorosos todavía:
-Comprobado… rapé.
Siguió el registro:
-Un pañuelo… una cajetilla de cigarrillos Hollywood… un llavero… un reloj de pulsera…
Lo último que le encontró encima fue una hoja de cuaderno doblada, la desplegó y vio que era una carta sin sobre todavía. Tuvo esperanzas de descubrir en ella alguna pista sobre la personalidad del individuo en cuestión. Miró la firma pero sólo decía: “Tu hermano Abdallah”. Subió al encabezamiento, pero la carta estaba dirigida solamente a “Mi querido hermano que Dios guarde”. Se sintió molesto por las dificultades que encontraba y se decidió a seguir: “Mi querido hermano que Dios guarde: hoy se ha realizado 1a mayor ilusión de mi vida”. Hizo una pausa para levantar los ojos a la fecha: 20 de febrero, es decir, hoy mismo. Su mirada fue desde las líneas hasta el pálido rostro que iba tiñéndose de un azul terrible, aquel rostro impenetrable como un enigma, inanimado como una estatua ¡ese era el que acababa de ver cumplida la mayor ilusión de su vida!
El médico preguntó:
-¿Se aclara algo?
Volvió a la realidad y sonrió desdeñosamente, que era su modo de decir que nada:
-“Hoy se ha realizado la mayor ilusión de mi vida”, así empieza la carta.
Volvió a la lectura apartando su mirada de los ojos del médico:
–“Las amargas preocupaciones han abandonado mi pecho, todas se fueron ya gracias a Dios. Amina, Bahiya y Zaynab están en sus casas y este Ali ya tiene un empleo. Cuando recuerdo el pasado sus dificultades fatigas angustia y penuria… doy gracias a Dios Bienhechor nuestra Providencia Evidente.”
Echó otra mirada furtiva al muerto, del que nadie sabía su domicilio, cuyo aislamiento, silencio y resistencia a salir del anonimato producían asombro. “¡Las dificultades, fatigas, angustia y penuria, la gran esperanza, la Providencia Evidente!”
-“Después de pensarlo bien he decidido dejar el trabajo.” (Es un dato) “ya que tengo comprobado que mi salud está muy lejos de mejorar cuando estoy en la ciudad. He echado cuentas y me he encontrado sirviendo al Gobierno por tres guineas, o sea la diferencia entre el sueldo que tenía y la pensión que me queda, así que he decidido pedir la excedencia. Pronto volveré al pueblo y a la agradable tertulia en casa de Abd al-Tawwád, el jefe de Policía. Ahora todo marcha como no podía haber soñado antes”.
Dijo el Inspector mientras doblaba la carta:
-Era funcionario, por lo que se deduce de la carta: pero no hay ningún dato más sobre su persona.
El médico:
-Seguiremos los procedimientos usuales. Lo normal es que la familia aparezca en un plazo de tiempo prudencial y retire el cadáver del Depósito.

El callejón de los milagros (Midaq Alley en Estados Unidos y Miracle Alley en Australia) es una película mexicana dirigida por Jorge Fons y basada en la novela homónima de Naguib Mahfuz. Realizada en 1995, fue protagonizada por Ernesto Gómez Cruz, Salma Hayek, Bruno Bichir y las primeras actrices Delia Casanova, María Rojo y Margarita Sanz.



Naguib Mahfuz, en árabe نجيب محفوظ Nagīb Maḥfūẓ /næˈɡiːb mɑħˈfuːzˤ/ (El Cairo, Egipto; 11 de diciembre de 1911- El Cairo, Egipto;  30 de agosto de 2006), fue un escritor egipcio. Especialmente conocido por su obra narrativa, le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura de 1988, siendo así el primer escritor en lengua árabe en recibir dicho galardón, y el más reconocido.

Vida y obra

Infancia y juventud
Naguib Mahfuz nació en El Cairo el 11 de diciembre de 1911. Su padre era funcionario y Naguib fue el último de ocho hijos que crecieron en el célebre barrio Al-Gamaliyya, una de las zonas históricas más antiguas de la capital. Siendo un muchacho ya dedicado desde su temprana juventud a las letras, se dejó inspirar en el colegio por la Filosofía y comenzó a escribir artículos en revistas de entonces. Interesado en lenguas extranjeras, sobre todo el inglés, Naguib se propuso la tarea de traducir obras literarias al árabe, de la cual la más conocida fue aquella de James Baikie, El antiguo Egipto en 1932.

Inicios literarios
El joven Naguib se dedicó a componer obras de ficción y publicó algo más de 80 relatos una vez hubo terminado sus estudios medios, en 1934. Heredero del oficio de su padre, estuvo trabajando en el Ministerio de Asuntos Religiosos entre 1939 y 1954. Desde allí su nivel productivo literario no menguaría, sino por el contrario, alcanzaría su esplendor con grandes proyectos. De aquel tiempo quedaron inconclusas obras como La maldición de Ra (1939), Radophis la cortesana (1943) y La batalla de Tebas (1944).
La segunda etapa del escritor la constituye entonces la novelística social y hace además sus primeras incursiones como libretista cinematográfico.

Primeros éxitos
Tan intensa labor tendría sus consecuencias y premios: Entre 1956 y 1957 su obra Trilogía de El Cairo (integrada por las novelas Entre dos Palacios, Palacio del deseo y La Azucarera) se posiciona como una obra exitosa durante una época de grandes cambios sociales y políticos que se dieron en Egipto después del derrocamiento de la monarquía en 1952. El régimen egipcio le publica por entregas en un periódico semioficial la novela que aparecería como libro en Beirut en 1967: Hijos de nuestro barrio. En la actualidad dicha obra está vetada en su país.

Consagración
Su mayor éxito literario vendría de Europa: la concesión en 1988 del Premio Nobel de Literatura. Dicho galardón propiciaría su fama mundial y lo elevaría a la consideración de «padre de la prosa árabe». Entre los argumentos para recibir el Nobel destacan el reconocimiento a su trayectoria como poeta, novelista y articulista. La Academia Sueca reconoció la valía de su obra «Trilogía de El Cairo», calificándola como «una demostración del arte árabe, el cual posee validez universal». Es considerado por la crítica el mayor cronista del Egipto moderno.
El galardonado escritor Mahfuz publicó en más de medio siglo 50 novelas, entre las que destacan Historias de nuestro barrio, Palacio del deseo y El ladrón y los perros.

Problemas de salud
La salud del escritor empezó a deteriorarse después de ser atacado en 1994 por unos extremistas islámicos, quienes le infligieron una grave herida en el cuello con arma blanca al considerar su obra como una blasfemia contra la religión musulmana.​ “Naguiz Mafuz fue apuñalado. Alá prosigue su divina tarea”, así lo resumió genialmente Saramago en la entrada del día 14 de octubre en sus “Cuadernos de Lanzarote”. En marzo de 1995, Mohamed Nafi Mustafá y Mohamed Al Mahlaui, presuntos autores materiales del atentado, fueron ahorcados en una cárcel de El Cairo.

Esta agresión le dejó graves secuelas que minaron su salud provocándole daños en la vista y los oídos, así como la parálisis del brazo derecho, lo que le impidió seguir escribiendo con normalidad. A pesar de ello, tras someterse a un largo proceso de fisioterapia, Mahfuz consiguió escribir una serie de relatos muy breves, al estilo de los haikus japoneses, algunos de los cuales han sido publicados en la revista egipcia Misfildunia (La mitad del mundo) bajo el título de "Sueños de convalecencia".
En 1996 fue catalogado por grupos radicales islámicos como «hereje» y sentenciado a muerte. Desde entonces se mantuvo prácticamente recluido en su hogar, con salidas esporádicas y bajo protección policial. No obstante, Mahfuz mantuvo, dentro de sus posibilidades, una vida literaria activa, participando en reuniones en centros literarios de El Cairo y publicando cada jueves una columna en forma de entrevista en el semanario Al-Ahram Weekly en la que solía abordar asuntos de actualidad política y social.

Muerte accidental
El 19 de julio de 2006, a la edad de 94 años, ingresó en un hospital de El Cairo para aplicarle cinco puntos de sutura en la cabeza, después de resultar lesionado al tropezar con una alfombra en su casa. Posteriormente presentó varias complicaciones respiratorias por lo que precisó la asistencia de un respirador artificial. El 23 de agosto fue operado de nuevo durante dos horas y media debido a una úlcera de colon que comenzó a sangrar. Permaneció en el hospital hasta su fallecimiento el 30 de agosto de 2006. Mientras tanto su familia negaba la información emitida por televisión de que se encontrara en Estados Unidos para tratarse de una dolencia anterior.​

Otros premios
El autor fue acreedor del Premio Nobel de literatura en 1988. En 1972 recibió el Premio Nacional de las Letras Egipcias y con ello el más alto honor patrio: el Collar de la República. En 1995 el director mexicano Jorge Fons, llevó al cine su obra El callejón de los milagros, aunque ambientada en México, la cual recibió el Premio Goya. Fue candidato al Premio Príncipe de Asturias en 2000.

Obra
La primera etapa abarca desde el comienzo de la carrera literaria de Mahfuz hasta 1944. Durante esta etapa, el autor publica fundamentalmente novelas históricas ambientadas en el Egipto faraónico, así como artículos filosóficos y literarios.
La segunda fase se extiende desde 1945, con la publicación de la novela Jan al-Jalili (خان الخليلي), hasta 1957. Abandonando el tema histórico, el autor se centra en la realidad contemporánea. Son novelas con nombres de calles y barrios de El Cairo y presentan a los habitantes de la ciudad, desde las clases más populares hasta la pequeña burguesía. La obra más destacada de esta época es El callejón de los milagros (زقق المدق), publicada en 1947.
Son estas novelas las que consagraron a su autor como el mejor novelista árabe. La tercera etapa acabará con la Trilogía de El Cairo integrada por los títulos Entre dos Palacios (بين القصرين), Palacio del deseo (قصر الشوق) y La Azucarera (السكرية), publicados entre 1956 y 1957.
Hijos de nuestro barrio (أولاد حرتنا), aunque fue publicada en 1959, anuncia ya la tercera fase en la producción de Mahfuz. La novela está también ambientada en El Cairo aunque fuera de la «Pentalogía realista» ya que es mucho más espiritual y religiosa.
La tercera fase abarca desde 1961 hasta 1967. Esta etapa se abre con El ladrón y los perros (اللص والكلاب). En esta literatura, la Revolución va perdiendo progresivamente sus metas y los héroes novelescos se convierten en antihéroes solitarios e incomprendidos.
La cuarta etapa es la corriente del absurdo y abarca desde 1968 hasta 1972. en esta etapa sólo escribirá cuentos surrealistas y oníricos. La narración desaparecerá para dar paso al diálogo como medio de comunicación. En esta etapa los personajes expresan el ambiente de pesimismo general que se vive tras la gran derrota árabe de 1967 frente a Israel. Una obra de esta etapa es La taberna del gato negro (خمارة القط الأسود).
Desde 1972 hasta 1998 Naguib Mahfuz entrará en una llamada quinta etapa en la que sus obras serán fruto de la utilización de todas las corrientes literarias que había experimentado hasta el momento.

Obras del autor traducidas al español
La Maldición de Ra (1939) (Keops y la gran pirámide), Trilogía egipcia 1, novela histórica
Rhadopis (1943) (Una cortesana del Antiguo Egipto) Trilogía egipcia 2, novela histórica.
La batalla de Tebas (1944) (Egipto contra los hicsos), Trilogía egipcia 3, novela histórica.
El Cairo Nuevo (1945), novela.
El callejón de los milagros (1947), novela.
El espejismo (1948), novela.
Principio y fin (1949), novela.
Entre dos Palacios (1956), Trilogía de El Cairo 1, novela.
Palacio del deseo (1957), Trilogía de El Cairo 2, novela.
La Azucarera (1957), Trilogía de El Cairo 3, novela.
Hijos de nuestro barrio (1959), novela.
El ladrón y los perros (1961), novela.
Las codornices y el otoño (1962), novela.
La ausencia (1964), novela.
El mendigo (1965), novela corta.
Veladas del Nilo (1966), novela.
La esposa deseada, novela.
Ecos de Egipto. Pasajes de una vida, memorias.
Festejos de boda. novela.
Las noches de las mil y una noches, novela.
Espejos, novela.
Miramar, novela
Jan Aljalili, novela.
Café Karnak, novela corta.
El café de Qushtumar, novela.
Amor bajo la lluvia, novela.
Charlas de mañana y tarde, novela.
El sendero, Martínez Roca, novela.
Voces de otro mundo, cuentos históricos
Tras la celosía, novela.
Diálogos del atardecer, novela
El séptimo cielo, cuentos.
La epopeya de los harafish, novela.
Historias de nuestro barrio (1975), cuentos.
Akhenatón: el rey hereje (1985), novela histórica.
El día en que asesinaron al líder (1985), novela
La taberna del gato negro, cuentos.
Mañana de rosas, cuentos.
Obras no traducidas
Ante el trono (1983), novela
El amor en el pie de las pirámides, cuentos
He visto en mi sueño, cuentos
La organización secreta, cuentos
Satán avisa, cuentos
Bibliografía en español sobre Mahfuz
Nadine Gordimer, "El diálogo al atardecer", prefacio a Ecos de Egipto, Barcelona, Martínez Roca, 1997.
Nuria Nuin y Mª Luisa Prieto, "Introducción" a Espejos, Madrid, Cátedra, 1999, pp.7-120.
Marcelino Villegas La narrativa de Naguib Mahfuz: ensayo de síntesis, Alicante, Universidad de Alicante, 1991. ISBN 84-7908-013-2
Mª Dolores López Enamorado, Análisis de la temporalidad en la Trilogía de Nayib Mahfuz, Sevilla, Alfar-Ixbilia, 1998. ISBN 84-7898-136-5
Mª Dolores López Enamorado, El Egipto contemporáneo de Nayib Mahfuz: la historia en la Trilogía, Sevilla, Alfar-Ixbilia, 1999. ISBN 84-7898-150-0








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