LA
ATRACCIÓN DE LA PROFUNDIDAD
Patrick Süskind
A una
joven de Stuttgart que hacía bellos dibujos le dijo un crítico, sin mala
intención y llevado del deseo de estimularla, con motivo de su primera
exposición: «Su trabajo denota talento y expresividad, pero adolece de falta de
profundidad.»
La
joven se quedó sin saber qué quería decir aquel hombre y pronto olvidó la
observación. Pero dos días después apareció en el periódico una reseña del
crítico en la que se leía: «La joven artista posee mucho talento y sus obras, a
primera vista, causan una grata impresión; pero, por desgracia, denotan poca
profundidad.»
Esto
hizo que la joven empezara a cavilar. Miró sus dibujos y buscó en viejas
carpetas. Examinó los trabajos terminados y los que tenía en curso. Al fin,
cerró los tarros de las pinturas, limpió los pinceles y se fue a pasear.
Aquella noche estaba invitada a
una fiesta. Los asistentes parecían haber aprendido de memoria la dichosa
crítica y todos alababan el talento que reflejaban sus dibujos y la grata
impresión que causaban ya a la primera ojeada. Pero, aguzando el oído, del
murmullo de fondo y de boca de los que estaban de espaldas, la joven oía: «Le
falta profundidad. Eso. Mala no es, pero no tiene profundidad.»
Durante toda la semana, la
joven no dibujó. Estuvo encerrada en su casa, sin hablar con nadie. No tenía en
la cabeza más que un solo pensamiento, que apresaba y engullía todos los demás,
cual pulpo de la profundidad marina: «¿Por qué no tengo profundidad?»
A la semana siguiente, la joven
trató de dibujar, pero no pasó de unos apuntes torpes. A veces, no conseguía
trazar ni una línea. Un día, la mano le temblaba de tal manera que no acertaba
a meter el pincel en el tarro. Entonces se echó a llorar y exclamó: «¡Es
verdad, sí, me falta profundidad!»
A la tercera semana, se dedicó
a mirar libros de arte, a estudiar la obra de otros dibujantes y a visitar
galerías y museos. Leía tratados de arte y hasta entró en una librería y pidió
al librero el libro más profundo que tuviera. El hombre le dio un tomo de un
tal Wittgenstein, del que ella no sacó nada en limpio.
Con
motivo de una exposición que se celebraba en el Museo Municipal bajo el lema
«Quinientos años de dibujo europeo», la joven se inscribió en un seminario
dirigido por su mentor en arte. Mientras contemplaban una lámina de Leonardo da
Vinci, de pronto, ella se adelantó y preguntó: «Disculpe, ¿podría decirme si
este dibujo tiene profundidad?» Él, con una amplia sonrisa, respondió:
«Señorita, si quiere tomarme el pelo, tiene usted que ser más lista.» Toda la
clase se rió, pero ella lloró amargamente al llegar a su casa.
La joven estaba cada vez más
rara. Casi no salía de su estudio y, sin embargo, no era capaz de trabajar.
Tomaba píldoras para no dormir, y no sabía para qué permanecer despierta.
Cuando la vencía el cansancio, se dormía en la silla: no quería ir a la cama,
por miedo a la profundidad del sueño. Empezó a beber. Dejaba la luz encendida
toda la noche. Ya no dibujaba. Cuando un marchante de Berlín la llamó por teléfono
para pedirle láminas, ella le gritó: «¡Déjeme en paz! ¡No tengo profundidad!» A
veces, moldeaba plastilina, pero no hacía figuras concretas; sólo hundía los
dedos en la masa o, a lo sumo, hacía bolitas. Empezó a descuidar el aseo
personal y la limpieza de la casa.
Sus amigos estaban preocupados.
Decían: «Esto es grave, es una crisis. Puede ser personal, artística o
económica. En el primer caso, nada puede hacerse; en el segundo, tiene que
superarla por sí misma; en el tercero, podríamos organizar una colecta, pero
sería violento para ella.» De modo que se limitaban a invitarla a comer o a
reuniones. Ella siempre rehusaba, diciendo que tenía que trabajar. Pero no
trabajaba, y se quedaba en su cuarto, con la mirada extraviada, amasando
plastilina.
Un día, aburrida de sí misma,
aceptó una invitación. Un joven la encontró atractiva y quería acompañarla a su
casa y acostarse con ella. Ella le dijo que no tenía inconveniente, porque el
chico le gustaba, pero que debía prevenirle de que carecía de profundidad. Al
oír esto, el joven desistió.
La muchacha, que tan bellos
dibujos había hecho, se hundía. No salía a la calle ni recibía a sus amistades.
De no moverse, engordó y, del alcohol y las píldoras, envejeció prematuramente.
En su casa anidaba la mugre y su persona olía a rancio.
Heredó treinta mil marcos, de
los que vivió tres años. Durante este tiempo hizo un viaje a Nápoles, no se
sabe con qué motivo. Si alguien le preguntaba, recibía por respuesta un
balbuceo incomprensible.
Cuando se acabó el dinero, ella
rompió todos sus dibujos, subió a la torre de la televisión y saltó desde una
altura de 139 metros. Aquel día soplaba un viento muy fuerte, por lo que su
cuerpo no se estrelló en el asfalto al pie de la torre sino que fue transportado
por encima de un campo de avena hasta el bosque y cayó entre los abetos. De
todos modos, murió en el acto.
La prensa sensacionalista
acogió el caso con agradecimiento. El suicidio en sí, la interesante carrera,
el hecho de que la artista hubiera sido considerada una joven promesa, bonita
por añadidura, eran factores de gran valor periodístico. El estado de la casa
era tan catastrófico que dio tema para pintorescas fotografías: miles de
botellas vacías por todas partes, destrucción, láminas desgarradas, trozos de
plastilina pegados a las paredes, ¡y hasta excrementos en los rincones! Las
redacciones se arriesgaron a sacar incluso un segundo editorial y un reportaje
en tercera página.
En la sección de Cultura, el crítico mencionado al
principio escribió un artículo en el que se lamentaba del triste final de la
joven. «Una y otra vez —escribía—, es para nosotros, los que quedamos, causa de
honda aflicción ver cómo una persona joven y con talento no encuentra la fuerza
necesaria para afianzarse en la escena cultural. Porque para ello hace falta
algo más que el patrocinio del Estado y el mecenazgo privado; lo esencial es,
en el ámbito personal, la dedicación absoluta y, en el entorno artístico, una
actitud estimulante y receptiva. Pero se diría que en esta personalidad ya
desde el principio apuntaba el germen de este trágico final. Porque, ¿acaso no
se observa ya en sus primeros trabajos, pese a su aparente ingenuidad, ese
desgarro estremecedor que se traduce en una esforzada disciplina cromática con
la que expresa su mensaje? ¿No se adivina ya la espiral centrípeta y lacerante
de una rebelión de la criatura contra su propio yo, visceral y manifiestamente
destructivo? ¿No se percibe esa fatídica y hasta diría inexorable atracción de
la profundidad?»
El perfume, historia de un asesino
Patrick Süskind (Ambach, Baviera, Alemania, 26 de marzo de 1949) es un
escritor y guionista de cine alemán.
Biografía
Realizó estudios de Historia medieval y Moderna en la
Universidad de Múnich y en Aix-en-Provence entre 1968-1974. En la década de
1980 trabajó como un guionista televisivo, para Kir Royal y Monaco Franze
entre otros. Su padre fue un escritor francés y su madre fue una vendedora de
cerámica. Su padre, Wilhelm Emanuel Süskind, fue escritor y traductor, trabajó
durante largo tiempo en el periódico alemán Süddeutsche
Zeitung. Su hermano mayor fue Martin E. Süskind.
Su primera obra fue un monólogo teatral titulado El contrabajo, estrenado en Múnich en
1981, que en la temporada 1984/85 ofreció 500 representaciones, convirtiéndose
así en la pieza de teatro de idioma alemán con mayor duración en cartel y es
hoy en día continuamente repuesta en teatros alemanes e internacionales. Pero
su éxito llegó con su novela El Perfume (1985),
la cual lo llevo al éxito y fue traducida a 46 lenguas, entre ellas el latín,
rápidamente convertida en un best-seller con aproximadamente 15 millones de
ejemplares vendidos y convertida en éxito cinematográfico del año 2006 por el
director Tom Tykwer, después de que, tras 15 años de arduas negociaciones,
Constantin Film asumiera los derechos y costes de desarrollo (aproximadamente
unos 10 millones de euros). Otras obras suyas son: La Paloma (1988), La historia
del señor Sommer (1991), Un Combate y
otros relatos (1996).
Süskind rara vez concede entrevistas, no aparece en público
y ha rechazado varios reconocimientos, como los premios de literatura Gutenberg,
Tukan y FAZ. Tampoco acudió al estreno internacional de la versión
cinematográfica de El Perfume en
Múnich. Existen muy pocas fotografías suyas, aunque en la película para
televisión Monaco Franze hace un
pequeño cameo en el noveno episodio. Debido a que rara vez concede entrevistas,
no se sabe mucho de su vida personal.
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