Wednesday, December 05, 2018

KURT VONNEGUT


HARRISON BERGERON
KURT VONNEGUT

En el año 2081 todos los hombres eran al fin iguales. No sólo iguales ante Dios y ante la ley, sino iguales en todos los sentidos. Nadie era más listo que ningún otro; nadie era más hermoso que ningún otro; nadie era más fuerte o más rápido que ningún otro. Toda esta igualdad era debida a las enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes de la Directora General de Impedidos de los Estados Unidos.
Algunas cosas en la vida aún no estaban del todo bien, sin embargo. Abril, por ejemplo, ya no era el mes de la primavera, y esto confundía a la gente. Y en este mismo mes, húmedo y frío, los hombres de la oficina de impedidos se llevaron a Harrison Bergeron, de catorce años, hijo de George y Hazel Bergeron.
Fue una tragedia, realmente, pero George y Hazel no podían pensar mucho en eso. Hazel tenía una inteligencia perfectamente común, y por lo tanto era incapaz de pensar excepto en breves explosiones. Y George, como su inteligencia estaba por encima de lo normal, llevaba en la oreja un pequeño impedimento mental radiotelefónico, y no podía sacárselo nunca, de acuerdo con la ley. El receptor sintonizaba la onda de un transmisor del gobierno que cada veinte segundos, aproximadamente, enviaba algún ruido agudo para que las gentes como George no aprovechasen injustamente su propia inteligencia a expensas de los otros.
George y Hazel miraban la televisión. Había lágrimas en las mejillas de Hazel, pero ella ya no recordaba por qué. En ese momento unas bailarinas terminaban su número.
Una chicharra sonó en la cabeza de George y los pensamientos que tenía en ese instante huyeron como ladrones que oyen una campana de alarma.
- Era bonita esa danza, la que acaba de terminar - dijo Hazel.
- ¿Eh? - dijo George.
- Esa danza, era bonita - dijo Hazel.
- Ajá.
Trató de pensar un poco en las bailarinas. No eran realmente muy buenas, y cualquiera hubiese podido hacer lo mismo. Todas llevaban contrapesos y sacos de perdigones, y máscaras además, para que nadie se sintiese triste viendo un gesto gracioso o una cara bonita. George había empezado a pensar vagamente que quizá las bailarinas no debieran tener ningún impedimento, pero no fue muy lejos en esta dirección, pues la radio transmitió otro ruido anonadador.
George torció la cara, junto con dos de las ocho bailarinas.
Hazel vio la mueca de George, y como ella no tenía radio tuvo que preguntar qué ruido había sido ése.
- Como si golpearan con un martillo en una botella de leche - dijo George.
- Debe ser interesante oír todos esos ruidos - dijo Hazel, con un poco de envidia -. Las cosas que inventan.
- Hum - dijo George.
- Pero si yo fuera Directora General de Impedidos, ¿sabes qué haría? - preguntó Hazel. Hazel en realidad era muy parecida a la Directora de Impedidos, una mujer llamada Diana Moon Glampers-.
Si yo fuese Diana Moon Glampers -dijo Hazel- usaría campanas los domingos. Sólo campanas. Una especie de homenaje a la religión.
- Yo podría pensar, si fuesen sólo campanas - dijo George.
- Bueno, quizá habría que hacerlas sonar realmente fuerte - dijo Hazel - . Creo que yo sería una buena Directora de Impedidos.
- Tan buena como cualquiera - dijo George.
- ¿Quién mejor que yo puede saber lo que es ser normal? - dijo Hazel.
- Nadie - dijo George.
Empezó a pensar oscuramente en Harrison, su hijo anormal, que ahora estaba en la cárcel, pero una salva de veintiún cañonazos le sacudió la cabeza.
- ¡Caramba! - dijo Hazel - . Eso fue realmente ensordecedor, ¿no es cierto?
Había sido tan ensordecedor que George estaba pálido y tembloroso, y las lágrimas le asomaban a los ojos enrojecidos. Dos de las ocho bailarinas habían caído al piso del estudio y se apretaban las sienes.
- De pronto pareces tan cansado - dijo Hazel - . ¿Por qué no te acuestas en el sofá y apoyas tu impedimento de plomo en los almohadones, mi querido? -Hazel hablaba de los veinte kilos de perdigones que George llevaba al cuello, en un saco de tela-. Sí, apoya ese peso. No me importa que no seas igual a mí durante un rato.
George sopesó el saco con las manos.
- No tiene ninguna importancia -dijo -. Ya no lo noto. Es parte de mí mismo.
- Estás tan cansado en este último tiempo, hasta agotado diría yo -continuó Hazel-. Si hubiese algún modo de abrir un agujero en el fondo del saco y sacar unas bolas de plomo... Sólo unas pocas.
- Dos años de prisión y una multa de mil dólares por cada perdigón de menos - dijo George - . No me parece un buen negocio.
- Si pudieras sacar unos pocos cuando llegas del trabajo - dijo Hazel - . Quiero decir que no compites con nadie aquí. No haces nada.
- Si tratara de librarme de este peso - dijo George - otra gente tendría derecho a hacer lo mismo, y muy pronto estaríamos de nuevo en la época del oscurantismo, cuando todos rivalizaban con todos. ¿No te gustaría, no es verdad?
- Me sentiría horrorizada.
- Precisamente - dijo George - . Si la gente no cumpliera las leyes, ¿qué sería de la sociedad?
Si Hazel no hubiese podido responder a esta pregunta, George no hubiera podido ayudarla, pues en ese instante una sirena le traspasó el cerebro.
- Se haría pedazos.
- ¿Qué cosa? - dijo George desconcertado.
- La sociedad - dijo Hazel, insegura - . ¿No hablabas de eso?
- ¿Quién puede saberlo? - dijo George.
Un boletín de noticias interrumpió de pronto el programa de televisión. No se pudo saber muy bien en un principio qué noticia era, pues el anunciador, como todos los anunciadores, tenía un serio impedimento en la lengua. Durante medio minuto, y muy excitado, el hombre trató de decir:
- Señoras y señores...
Al fin se dio por vencido y le pasó el boletín a una bailarina.
- Muy bien - dijo Hazel - . Hizo lo que pudo. Hizo lo que pudo con lo que Dios le dio. Debieran aumentarle el sueldo por haberse esforzado tanto.
- Señoras y señores - dijo la bailarina leyendo el boletín.
Debía ser una muchacha extraordinariamente hermosa, pues la máscara que llevaba era horrible.
Y era fácil advertir también que tenía más fuerza y más gracia que ninguna de las otras bailarinas. El saco de impedimento que le colgaba del cuello era tan grande como el de un hombre de cien kilos.
Y la bailarina tuvo que pedir perdón en seguida por su voz. Era verdaderamente injusto que una mujer usara una voz así: cálida, luminosa, una melodía que no era de este mundo.
- Perdón - dijo la muchacha y empezó a hablar otra vez con una voz absolutamente incompetente-. Harrison Bergeron -graznó-, de catorce años, acaba de escaparse de la cárcel. Se lo acusaba de intentar derribar al gobierno. Es un genio y un atleta, favorecido por el impedimento, y extremadamente peligroso.
Una foto de Harrison tomada por la policía apareció en la pantalla: cabeza abajo, de costado, cabeza abajo otra vez, y derecha al fin. La fotografía mostraba a Harrison de pie sobre un fondo dividido en metros y centímetros. Medía exactamente dos metros diez.
Por lo demás, Harrison parecía un montón de fierros. Nadie había llevado nunca impedimentos más pesados. Había crecido superando todos los impedimentos tan rápidamente que la Dirección de Impedidos no había tenido tiempo de imaginar otros. En vez de un pequeño receptor de radio en la oreja, como impedimento mental, llevaba un par de tremendos auriculares, y además unos anteojos de vidrios gruesos y ondulados. Estos anteojos habían sido concebidos no sólo para que no viera casi nada, sino también para provocarle terribles dolores de cabeza.
Los pesos metálicos le colgaban de todo el cuerpo. Comúnmente había una cierta simetría, una disposición verdaderamente militar en los impedimentos inventados para los individuos demasiado fuertes, pero Harrison parecía un montón de chatarra ambulante. En la carrera de la vida, Harrison arrastraba más de ciento cincuenta kilos.
Y para afearlo, los hombres de los impedimentos lo obligaban a usar continuamente una pelota roja en la nariz, a afeitarse las cejas y a cubrirse los dientes blancos y regulares con pedazos de película negra.
-Si ven a este muchacho -dijo la bailarina- no intenten, repito, no intenten discutir con él.
Se oyó el estruendo de una puerta arrancada de sus goznes.
Del estudio de televisión llegaron gritos y aullidos de consternación. El retrato de Harrison Bergeron saltó una y otra vez en la pantalla como sacudido por un terremoto.
George Bergeron identificó en seguida el origen del sismo. No le fue difícil, pues su propia casa había sido sacudida del mismo modo, muchas veces.
-¡Dios mío! -dijo-. ¡Tiene que ser Harrison!
En ese mismo momento el ruido de un choque de automóviles le barrió la idea de la cabeza.
Cuando George pudo abrir los ojos otra vez, la fotografía de Harrison había desaparecido y Harrison mismo llenaba ahora la pantalla.
Estaba de pie en medio del estudio, balanceando la cabeza de payaso, y los fierros que le colgaban del enorme cuerpo se sacudían y tintineaban. Tenía aún en la mano el pestillo de la puerta que acababa de arrancar. Las bailarinas, los técnicos, los músicos y los anunciadores habían caído de rodillas ante él, sintiendo que les había llegado la hora y que pronto serían masacrados.
-¡Soy el emperador! -gritó Harrison-. ¿Me oyen todos? ¡Soy el emperador! ¡Todos deben obedecerme en seguida!
Golpeó el piso con el pie y el estudio tembló.
-Aun tullido, encorvado, impedido como ustedes me ven aquí -rugió-, ¡soy el más grande de todos los gobernantes de todos los tiempos! Y ahora miren en lo que puedo convertirme.
Harrison se arrancó las correas que sostenían el metal como si fueran de papel de seda, esas correas garantizadas para sostener dos mil quinientos kilos.
Los pedazos de chatarra que habían sido los impedimentos de Harrison se aplastaron contra el suelo.
Harrison pasó los pulgares bajo la barra que sostenía las guarniciones de la cabeza, y la barra se quebró como una brizna de paja. Aplastó los lentes y los audífonos contra la pared, y se arrancó la nariz de goma descubriendo el rostro de un hombre que hubiera estremecido a Thor, el dios de trueno.
- ¡Ahora elegiré a mi emperatriz! - dijo Harrison mirando el grupo arrodillado a sus pies-. Que la primera mujer que se atreva a levantarse reclame a su esposo y su trono.
Pasó un momento y al fin una bailarina se puso de pie, balanceándose como un sauce.
Harrison sacó el impedimento mental de la oreja de la bailarina y luego los impedimentos físicos con asombrosa delicadeza. En seguida le quitó la máscara.
La bailarina era de una cegadora belleza.
-Bien -dijo Harrison tomándole la mano-. Ahora le mostraremos a la gente lo que significa la palabra «danza». ¡Música!
Los músicos se treparon a sus sillas, y Harrison les quitó también los impedimentos.
-Toquen como mejor puedan -les dijo- y les haré barones y duques y condes.
La música comenzó. Era normal al principio: barata, tonta, falsa. Pero Harrison alzó a dos músicos de sus sillas y los movió en el aire como batutas, mientras cantaba la música. Luego los dejó caer otra vez en los asientos.
La música comenzó de nuevo, mucho mejor que antes.
Harrison y su emperatriz se quedaron un rato escuchando, gravemente, como esperando a que los latidos de sus propios corazones concordaran con la música.
Luego se alzaron en puntas de pie, y Harrison tomó entre sus manazas el talle de la bailarina, haciéndole sentir esa ligereza que pronto sería la ligereza de ella.
Y al fin, en una explosión de alegría y gracia, saltaron en el aire.
No sólo abandonaron entonces las leyes de la Tierra sino también las leyes de la gravedad y las leyes del movimiento.
Giraron, remolinearon, brincaron, cabriolaron, caracolearon y revolotearon.
Saltaron como ciervos en la Luna.
Cada nuevo salto acercaba más a los bailarines al cielo raso, que estaba a diez metros de altura.
Pronto fue evidente que pretendían tocar el cielo raso.
Lo tocaron.
Y luego neutralizando la gravedad con el amor y el deseo se quedaron suspendidos en el aire a unos pocos centímetros por debajo del cielo raso y allí se besaron mucho tiempo.
En ese instante Diana Moon Glampers, la Directora de Impedidos, entró en el estudio con una escopeta de doble cañón. Disparó, dos veces, y el emperador y la emperatriz murieron antes de llegar al suelo.
Diana Moon Glampers cargó otra vez la escopeta. Apuntó a los músicos y les dijo que tenían diez segundos para ponerse otra vez los impedimentos.
En ese mismo momento el tubo del aparato de TV de los Bergeron osciló y se apagó.
Hazel se volvió hacia George para comentarle el desperfecto, pero George había ido a la cocina en busca de una lata de cerveza.
George volvió con la cerveza, deteniéndose un instante cuando una señal de impedimento lo sacudió de pies a cabeza. Luego se sentó otra vez.
-¿Has estado llorando? -le preguntó a Hazel mirando como ella se enjugaba las lágrimas.
-Sí -dijo Hazel.
-¿Por qué? -dijo George.
-Me olvidé. Hubo algo realmente triste en la televisión.
-¿Qué era? -preguntó George.
-No lo sé, tengo la cabeza confundida -dijo Hazel.
-Hay que olvidar las cosas tristes.
- Es lo que hago siempre - dijo Hazel.
- Magnífico - dijo George.
Torció la cara. Un cañón le retumbó en la cabeza.
- Caramba. Parece que esta vez fue un ruido ensordecedor - dijo Hazel.
- Así es realmente, puedes repetir esa verdad.
- Caramba - dijo Hazel - . Parece que esta vez fue un ruido ensordecedor.





Kurt Vonnegut Jr. (Indianápolis, Indiana, Estados Unidos, 11 de noviembre de 1922-Nueva York, Estados Unidos, 11 de abril de 2007) fue un escritor estadounidense, cuyas obras, generalmente adscritas al género de la ciencia ficción, participan también de la sátira y la comedia negra. Es autor de catorce novelas, entre las que destacan Las sirenas de Titán (1959), Matadero cinco (1969) y El desayuno de los campeones (1973). Como ciudadano, toda su vida fue seguidor de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles.​ Era conocido por sus ideas humanistas y fue presidente honorario de la Asociación Humanista Estadounidense.

Comienzos
Kurt Vonnegut pertenecía a la cuarta generación de una familia de inmigrantes alemanes en Indianápolis. Durante su época de estudiante en la Shortridge High School de su localidad natal,​ trabajó en el primer diario publicado por una escuela secundaria, The Daily Echo. Durante un tiempo estudió en la Universidad Butler de Indianápolis, pero abandonó los estudios cuando uno de sus profesores le dijo que sus relatos no eran lo bastante buenos. Entre 1941 y 1942 asistió a clases en la Universidad de Cornell, donde trabajó como ayudante de director editorial y editor asociado para el periódico de los estudiantes, el Cornell Daily Sun. Allí estudió bioquímica. Durante su estancia en Cornell fue miembro de la hermandad Delta Upsilon, tal como lo había sido su padre. Sin embargo, a menudo habló de su trabajo en The Sun como lo único verdaderamente grato de su estancia en Cornell.​ Ingresó en el Instituto de Tecnología Carnegie (hoy Universidad Carnegie Mellon) en 1943. Sólo permaneció allí un breve período, ya que poco después se alistó en el ejército, para tomar parte en la Segunda Guerra Mundial. El 14 de mayo de 1944, Día de la Madre, se suicidó su madre, Edith Lieber Vonnegut.

La Segunda Guerra Mundial y el bombardeo de Dresde
La experiencia de Vonnegut como soldado, y luego como prisionero de guerra, durante la Segunda Guerra Mundial, tuvo una gran influencia en su obra posterior. Formando parte de una avanzadilla de la 106 División de Infantería de los Estados Unidos, durante la batalla de las Ardenas, quedó aislado de su batallón y vagó solitario tras las líneas enemigas durante varios días hasta que fue capturado por tropas alemanas el 14 de diciembre de 1944.6​ Como prisionero de guerra, vivió en primera persona las consecuencias del bombardeo de Dresde, que tuvo lugar entre el 13 y el 15 de febrero de 1945 y que destruyó la mayor parte de la ciudad alemana. Vonnegut fue uno de los siete prisioneros de guerra estadounidenses que logaron sobrevivir en Dresde, en un sótano destinado a empaquetar carne, llamado Matadero Cinco. "Una destrucción completa," recordaría más tarde. "Una matanza inconcebible." Los nazis lo pusieron a trabajar apilando cuerpos para enterrarlos en fosas comunes pero, según explica Vonnegut, "había demasiados cuerpos que enterrar, así que los nazis prefirieron enviar a unos tipos con lanzallamas. Todos esos restos de víctimas civiles fueron reducidos a cenizas."
Esta terrible experiencia constituye la base de su obra más conocida, Matadero Cinco, y aparece como tema recurrente en al menos otros seis libros suyos.
Fue liberado por tropas soviéticas en mayo de 1945. Tras su regreso a los Estados Unidos, fue recompensado con un "Corazón Púrpura" por lo que él denominó "una herida absurda e insignificante".

Carrera literaria
Al término del conflicto, Vonnegut estudió Antropología en la Universidad de Chicago, y trabajó también como reportero policial en el City News Bureau of Chicago. En 1946, la Facultad de Antropología reprobó su tesis, titulada On the Fluctuations between Good and Evil in Simple Tales. Más adelante aceptaron su novela, Cuna de gato, y le concedieron el título. Abandonó Chicago para trabajar en Schenectady, en el estado de Nueva York, en el departamento de relaciones públicas de la empresa General Electric. El autor atribuyó su estilo, libre de adornos, a este trabajo.
En 1950 publicó su primer relato, titulado «Report on the Barnhouse Effect» en la revista Collier's Weekly. A punto de abandonar la escritura, recibió la oferta de un empleo en el taller de escritores de la Universidad de Iowa. Su primera novela, La pianola, de 1952, es una distopía que describe un mundo en el que los humanos han sido sustituidos por máquinas. Más adelante publicó Las sirenas de Titán (1959) y Cuna de gato (1963), que se convirtió en un best-seller.
Durante la década de los 60 publicó cuatro novelas, en las cuales se registra un fuerte cambio formal y conceptual de su obra, hasta publicar Matadero cinco o La cruzada de los inocentes en 1969, una novela semi-autobiográfica que relata sus experiencias como soldado en el bombardeo de Dresde, experimentalmente estructurada alrededor de viajes en el tiempo. Así se constituyó en uno de los críticos más feroces de la sociedad contemporánea, aludiendo a la guerra, la destrucción del medio ambiente y la deshumanización. Expresó estos temas a través de la ciencia ficción, mezclándola con un humor ácido e hilarante. Sus personajes, parte importante del universo narrativo de Vonnegut, salen en distintas novelas.
Matadero cinco es hoy considerada una de las obras más importantes de la literatura estadounidense del siglo XX, que aparece en las listas de la revista Time​ y de la Modern Library.

Continuó experimentando en El desayuno de los campeones (1973), uno de sus mayores best-seller, una novela que contiene muchas ilustraciones bosquejadas, y en la que aparece el autor como deus ex machina. En clave de estilo, El desayuno de campeones es quizá su obra maestra, simplista pero profundo y, a través de altos niveles de humor, cinismo e ironía, particularmente crítico y agudo en su visión del mundo y la cultura norteamericana.
Con el lanzamiento de Timequake en 1997, Vonnegut anunció su retirada del campo de la ficción. Continuó escribiendo para la revista In These Times (En estos tiempos), en la que era editor. Contribuía con ensayos de política estadounidense o con notas de simple observación. En el 2005 se reunieron muchos de sus ensayos en su último libro, también un best-seller, Un hombre sin patria.
Entre sus referentes literarios está desde luego la ciencia ficción estadounidense. De hecho uno de sus personajes recurrentes, Kilgore Trout, escritor aficionado de ciencia-ficción, es un trasunto de todo un clásico del género, Theodore Sturgeon. Otras influencias vienen de H.L. Mencken, Hunter S. Thompson, Louis-Ferdinand Céline y un amigo de Vonnegut, Joseph Heller.

Vida privada y fallecimiento
Se casó con Jane Marie Cox, con la que había coincidido en el parvulario, poco después de su regreso a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. El matrimonio se separó en 1970. Aunque no se divorciaron hasta 1979, desde 1970 Vonnegut vivió con la mujer que más tarde se convertiría en su segunda esposa, Jill Krementz.
Vonnegut tuvo tres hijos biológicos con su primera esposa. Además, adoptó a los tres hijos de su hermana Alice cuando ésta murió de cáncer, y a otra niña, Lily. Dos de sus hijos, Mark y Edith Vonnegut, han alcanzado celebridad.
Falleció en 2007, a la edad de 84 años, tras sufrir una caída en su domicilio de Manhattan, Nueva York, que le causó una lesión cerebral irreversible.

Influencias personales
La escritura de Vonnegut fue inspirada por una mezcla ecléctica de fuentes. Cuando era joven, Vonnegut dijo que leía obras de ficción pulp, ciencia ficción, y acción-aventura. También leía los Clásicos, como los de Aristófanes. Este, como Vonnegut, escribió críticas humorísticas de la sociedad contemporánea. La vida de Vonnegut también compartía similitudes con el escritor de "Las Aventuras de Huckleberry Finn", Mark Twain. Ambos compartían una visión pesimista de la humanidad, y una postura escéptica en la religión, y, como Vonnegut lo planteaba, ambos estaban "asociados con el enemigo en una guerra mayor", ya que Twain se alistó brevemente a la causa sureña durante la Guerra Civil, y el nombre alemán de Vonnegut y sus antepasados lo relacionaban con el enemigo de los Estados unidos en ambas guerras mundiales.

Obra
Novelas
La pianola (Player Piano, 1952).
Las sirenas de Titán13​ (The Sirens of Titan, 1959).
Madre Noche (Mother Night, 1961)
Cuna de gato (Cat's Cradle, 1963).
Dios le bendiga, Mr. Rosewater (God Bless You, Mr. Rosewater, o Pearls Before Swine, 1965)
Matadero cinco o La cruzada de los niños (Slaughterhouse-Five, o The Children's Crusade, 1969).
El desayuno de los campeones (Breakfast of Champions, o Goodbye, Blue Monday, 1973)
Payasadas o ¡Nunca más solo! (Slapstick or Lonesome No More) (1976)
Pájaro de celda (Jailbird, 1979)
Buena puntería / El francotirador (Deadeye Dick) (1982)
Galápagos14​ (1985)
Barbazul (Bluebeard, 1987).
Birlibirloque (Hocus Pocus, 1990)
Timequake (1997)

Antologías de relatos
Canario en una casa de gato (Canary in a Cathouse, 1961).
Bienvenido a la casa del mono (Welcome to the Monkey House, 1968).
Bagombo Snuff Box (1999).
Dios le bendiga, Dr. Kevorkian (God Bless You, Dr. Kevorkian, 1999)
Mira al pajarito (Look at the Birdie, 2009).
Mientras los mortales duermen (While Mortals Sleep: Unpublished Short Fiction, 2011).
La cartera del cretino (Sucker's Portfolio, 2012).
Que levante mi mano quien crea en la telequinesis (Malpaso Ediciones, 2014, ISBN 978-84-15996-55-2).
Ensayos
Wampeters, Foma y Granfalloons (Wampeters, Foma and Granfalloons, 1974).
Domingo de Ramos* (Palm Sunday: An Autobiographical Collage, 1981).
Nada está perdido excepto el honor (Nothing is Lost Save Honor, 1984).
Destinos peores que la muerte (Fates Worse than Death, 1991).
Un hombre sin patria (A Man Without a Country, 2005).
Armagedón en retrospectiva* (Armageddon in Retrospect, 2008).
* Con un asterisco, aquellos ensayos que también contienen relatos.

Teatro y guiones
Penélope (Penelope, 1960).
The Very First Christmas Morning (1962).
Fortaleza (Fortitude, 1968).
Feliz cumpleaños, Wanda June (Happy Birthday, Wanda June, 1971).
Réquiem (Requiem, 1987).
Make Up Your Mind (1993).
Miss Tentación (Miss Temptation, 1993).
L'Histoire du Soldat (1993).



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