HARRISON
BERGERON
KURT
VONNEGUT
En el año 2081 todos
los hombres eran al fin iguales. No sólo iguales ante Dios y ante la ley, sino
iguales en todos los sentidos. Nadie era más listo que ningún otro; nadie era
más hermoso que ningún otro; nadie era más fuerte o más rápido que ningún otro.
Toda esta igualdad era debida a las enmiendas 211, 212 y 213 de la
Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes de la Directora
General de Impedidos de los Estados Unidos.
Algunas cosas en la
vida aún no estaban del todo bien, sin embargo. Abril, por ejemplo, ya no era
el mes de la primavera, y esto confundía a la gente. Y en este mismo mes,
húmedo y frío, los hombres de la oficina de impedidos se llevaron a Harrison
Bergeron, de catorce años, hijo de George y Hazel Bergeron.
Fue una tragedia,
realmente, pero George y Hazel no podían pensar mucho en eso. Hazel tenía una
inteligencia perfectamente común, y por lo tanto era incapaz de pensar excepto
en breves explosiones. Y George, como su inteligencia estaba por encima de lo
normal, llevaba en la oreja un pequeño impedimento mental radiotelefónico, y no
podía sacárselo nunca, de acuerdo con la ley. El receptor sintonizaba la onda
de un transmisor del gobierno que cada veinte segundos, aproximadamente,
enviaba algún ruido agudo para que las gentes como George no aprovechasen
injustamente su propia inteligencia a expensas de los otros.
George y Hazel miraban
la televisión. Había lágrimas en las mejillas de Hazel, pero ella ya no
recordaba por qué. En ese momento unas bailarinas terminaban su número.
Una chicharra sonó en
la cabeza de George y los pensamientos que tenía en ese instante huyeron como
ladrones que oyen una campana de alarma.
- Era bonita esa danza, la que acaba de terminar -
dijo Hazel.
- ¿Eh? - dijo George.
- Esa danza, era bonita - dijo Hazel.
- Ajá.
Trató de pensar un poco
en las bailarinas. No eran realmente muy buenas, y cualquiera hubiese podido
hacer lo mismo. Todas llevaban contrapesos y sacos de perdigones, y máscaras
además, para que nadie se sintiese triste viendo un gesto gracioso o una cara
bonita. George había empezado a pensar vagamente que quizá las bailarinas no
debieran tener ningún impedimento, pero no fue muy lejos en esta dirección,
pues la radio transmitió otro ruido anonadador.
George torció la cara, junto con dos de las ocho
bailarinas.
Hazel vio la mueca de
George, y como ella no tenía radio tuvo que preguntar qué ruido había sido ése.
- Como si golpearan con un martillo en una botella
de leche - dijo George.
- Debe ser interesante
oír todos esos ruidos - dijo Hazel, con un poco de envidia -. Las cosas que
inventan.
- Hum - dijo George.
- Pero si yo fuera
Directora General de Impedidos, ¿sabes qué haría? - preguntó Hazel. Hazel en
realidad era muy parecida a la Directora de Impedidos, una mujer llamada Diana
Moon Glampers-.
Si yo fuese Diana Moon
Glampers -dijo Hazel- usaría campanas los domingos. Sólo campanas. Una especie
de homenaje a la religión.
- Yo podría pensar, si fuesen sólo campanas - dijo
George.
- Bueno, quizá habría
que hacerlas sonar realmente fuerte - dijo Hazel - . Creo que yo sería una
buena Directora de Impedidos.
- Tan buena como cualquiera - dijo George.
- ¿Quién mejor que yo puede saber lo que es
ser normal? - dijo Hazel.
- Nadie - dijo George.
Empezó a pensar
oscuramente en Harrison, su hijo anormal, que ahora estaba en la cárcel, pero
una salva de veintiún cañonazos le sacudió la cabeza.
- ¡Caramba! - dijo Hazel - . Eso fue realmente
ensordecedor, ¿no es cierto?
Había sido tan
ensordecedor que George estaba pálido y tembloroso, y las lágrimas le asomaban
a los ojos enrojecidos. Dos de las ocho bailarinas habían caído al piso del
estudio y se apretaban las sienes.
- De pronto pareces tan
cansado - dijo Hazel - . ¿Por qué no te acuestas en el sofá y apoyas tu
impedimento de plomo en los almohadones, mi querido? -Hazel hablaba de los
veinte kilos de perdigones que George llevaba al cuello, en un saco de tela-.
Sí, apoya ese peso. No me importa que no seas igual a mí durante un rato.
George sopesó el saco con las manos.
- No tiene ninguna
importancia -dijo -. Ya no lo noto. Es parte de mí mismo.
- Estás tan cansado en
este último tiempo, hasta agotado diría yo -continuó Hazel-. Si hubiese algún
modo de abrir un agujero en el fondo del saco y sacar unas bolas de plomo...
Sólo unas pocas.
- Dos años de prisión y
una multa de mil dólares por cada perdigón de menos - dijo George - . No me
parece un buen negocio.
- Si pudieras sacar
unos pocos cuando llegas del trabajo - dijo Hazel - . Quiero decir que no
compites con nadie aquí. No haces nada.
- Si tratara de
librarme de este peso - dijo George - otra gente tendría derecho a hacer lo
mismo, y muy pronto estaríamos de nuevo en la época del oscurantismo, cuando
todos rivalizaban con todos. ¿No te gustaría, no es verdad?
- Me sentiría horrorizada.
- Precisamente - dijo
George - . Si la gente no cumpliera las leyes, ¿qué sería de la sociedad?
Si Hazel no hubiese
podido responder a esta pregunta, George no hubiera podido ayudarla, pues en
ese instante una sirena le traspasó el cerebro.
- Se haría pedazos.
- ¿Qué cosa? - dijo George desconcertado.
- La sociedad - dijo Hazel, insegura - . ¿No
hablabas de eso?
- ¿Quién puede saberlo? - dijo George.
Un boletín de noticias
interrumpió de pronto el programa de televisión. No se pudo saber muy bien en
un principio qué noticia era, pues el anunciador, como todos los anunciadores,
tenía un serio impedimento en la lengua. Durante medio minuto, y muy excitado,
el hombre trató de decir:
- Señoras y señores...
Al fin se dio por vencido y le pasó el boletín a una
bailarina.
- Muy bien - dijo Hazel
- . Hizo lo que pudo. Hizo lo que pudo con lo que Dios le dio. Debieran aumentarle
el sueldo por haberse esforzado tanto.
- Señoras y señores - dijo la bailarina leyendo el
boletín.
Debía ser una muchacha
extraordinariamente hermosa, pues la máscara que llevaba era horrible.
Y era fácil advertir
también que tenía más fuerza y más gracia que ninguna de las otras bailarinas.
El saco de impedimento que le colgaba del cuello era tan grande como el de un
hombre de cien kilos.
Y la bailarina tuvo que
pedir perdón en seguida por su voz. Era verdaderamente injusto que una mujer
usara una voz así: cálida, luminosa, una melodía que no era de este mundo.
- Perdón - dijo la
muchacha y empezó a hablar otra vez con una voz absolutamente incompetente-.
Harrison Bergeron -graznó-, de catorce años, acaba de escaparse de la cárcel.
Se lo acusaba de intentar derribar al gobierno. Es un genio y un atleta,
favorecido por el impedimento, y extremadamente peligroso.
Una foto de Harrison
tomada por la policía apareció en la pantalla: cabeza abajo, de costado, cabeza
abajo otra vez, y derecha al fin. La fotografía mostraba a Harrison de pie
sobre un fondo dividido en metros y centímetros. Medía exactamente dos metros
diez.
Por lo demás, Harrison
parecía un montón de fierros. Nadie había llevado nunca impedimentos más
pesados. Había crecido superando todos los impedimentos tan rápidamente que la
Dirección de Impedidos no había tenido tiempo de imaginar otros. En vez de un
pequeño receptor de radio en la oreja, como impedimento mental, llevaba un par
de tremendos auriculares, y además unos anteojos de vidrios gruesos y
ondulados. Estos anteojos habían sido concebidos no sólo para que no viera casi
nada, sino también para provocarle terribles dolores de cabeza.
Los pesos metálicos le
colgaban de todo el cuerpo. Comúnmente había una cierta simetría, una
disposición verdaderamente militar en los impedimentos inventados para los
individuos demasiado fuertes, pero Harrison parecía un montón de chatarra
ambulante. En la carrera de la vida, Harrison arrastraba más de ciento
cincuenta kilos.
Y para afearlo, los
hombres de los impedimentos lo obligaban a usar continuamente una pelota roja
en la nariz, a afeitarse las cejas y a cubrirse los dientes blancos y regulares
con pedazos de película negra.
-Si ven a este muchacho -dijo la bailarina- no
intenten, repito, no intenten discutir con él.
Se oyó el estruendo de una puerta arrancada de sus
goznes.
Del estudio de
televisión llegaron gritos y aullidos de consternación. El retrato de Harrison
Bergeron saltó una y otra vez en la pantalla como sacudido por un terremoto.
George Bergeron
identificó en seguida el origen del sismo. No le fue difícil, pues su propia
casa había sido sacudida del mismo modo, muchas veces.
-¡Dios mío! -dijo-. ¡Tiene que ser Harrison!
En ese mismo momento el
ruido de un choque de automóviles le barrió la idea de la cabeza.
Cuando George pudo
abrir los ojos otra vez, la fotografía de Harrison había desaparecido y
Harrison mismo llenaba ahora la pantalla.
Estaba de pie en medio
del estudio, balanceando la cabeza de payaso, y los fierros que le colgaban del
enorme cuerpo se sacudían y tintineaban. Tenía aún en la mano el pestillo de la
puerta que acababa de arrancar. Las bailarinas, los técnicos, los músicos y los
anunciadores habían caído de rodillas ante él, sintiendo que les había llegado
la hora y que pronto serían masacrados.
-¡Soy el emperador!
-gritó Harrison-. ¿Me oyen todos? ¡Soy el emperador! ¡Todos deben obedecerme en
seguida!
Golpeó el piso con el pie y el estudio tembló.
-Aun tullido,
encorvado, impedido como ustedes me ven aquí -rugió-, ¡soy el más grande de
todos los gobernantes de todos los tiempos! Y ahora miren en lo que puedo
convertirme.
Harrison se arrancó las
correas que sostenían el metal como si fueran de papel de seda, esas correas
garantizadas para sostener dos mil quinientos kilos.
Los pedazos de chatarra
que habían sido los impedimentos de Harrison se aplastaron contra el suelo.
Harrison pasó los
pulgares bajo la barra que sostenía las guarniciones de la cabeza, y la barra
se quebró como una brizna de paja. Aplastó los lentes y los audífonos contra la
pared, y se arrancó la nariz de goma descubriendo el rostro de un hombre que
hubiera estremecido a Thor, el dios de trueno.
- ¡Ahora elegiré a mi
emperatriz! - dijo Harrison mirando el grupo arrodillado a sus pies-. Que la
primera mujer que se atreva a levantarse reclame a su esposo y su trono.
Pasó un momento y al
fin una bailarina se puso de pie, balanceándose como un sauce.
Harrison sacó el
impedimento mental de la oreja de la bailarina y luego los impedimentos físicos
con asombrosa delicadeza. En seguida le quitó la máscara.
La bailarina era de una cegadora belleza.
-Bien -dijo Harrison
tomándole la mano-. Ahora le mostraremos a la gente lo que significa la palabra
«danza». ¡Música!
Los músicos se treparon
a sus sillas, y Harrison les quitó también los impedimentos.
-Toquen como mejor
puedan -les dijo- y les haré barones y duques y condes.
La música comenzó. Era
normal al principio: barata, tonta, falsa. Pero Harrison alzó a dos músicos de
sus sillas y los movió en el aire como batutas, mientras cantaba la música.
Luego los dejó caer otra vez en los asientos.
La música comenzó de nuevo, mucho mejor que antes.
Harrison y su
emperatriz se quedaron un rato escuchando, gravemente, como esperando a que los
latidos de sus propios corazones concordaran con la música.
Luego se alzaron en
puntas de pie, y Harrison tomó entre sus manazas el talle de la bailarina,
haciéndole sentir esa ligereza que pronto sería la ligereza de ella.
Y al fin, en una explosión de alegría y gracia,
saltaron en el aire.
No sólo abandonaron
entonces las leyes de la Tierra sino también las leyes de la gravedad y las
leyes del movimiento.
Giraron, remolinearon, brincaron, cabriolaron,
caracolearon y revolotearon.
Saltaron como ciervos en la Luna.
Cada nuevo salto
acercaba más a los bailarines al cielo raso, que estaba a diez metros de
altura.
Pronto fue evidente que pretendían tocar el cielo
raso.
Lo tocaron.
Y luego neutralizando
la gravedad con el amor y el deseo se quedaron suspendidos en el aire a unos
pocos centímetros por debajo del cielo raso y allí se besaron mucho tiempo.
En ese instante Diana
Moon Glampers, la Directora de Impedidos, entró en el estudio con una escopeta
de doble cañón. Disparó, dos veces, y el emperador y la emperatriz murieron
antes de llegar al suelo.
Diana Moon Glampers
cargó otra vez la escopeta. Apuntó a los músicos y les dijo que tenían diez
segundos para ponerse otra vez los impedimentos.
En ese mismo momento el
tubo del aparato de TV de los Bergeron osciló y se apagó.
Hazel se volvió hacia George
para comentarle el desperfecto, pero George había ido a la cocina en busca de
una lata de cerveza.
George volvió con la
cerveza, deteniéndose un instante cuando una señal de impedimento lo sacudió de
pies a cabeza. Luego se sentó otra vez.
-¿Has estado llorando?
-le preguntó a Hazel mirando como ella se enjugaba las lágrimas.
-Sí -dijo Hazel.
-¿Por qué? -dijo George.
-Me olvidé. Hubo algo realmente triste en la
televisión.
-¿Qué era? -preguntó George.
-No lo sé, tengo la cabeza confundida -dijo Hazel.
-Hay que olvidar las cosas tristes.
- Es lo que hago siempre - dijo Hazel.
- Magnífico - dijo George.
Torció la cara. Un cañón le retumbó en la cabeza.
- Caramba. Parece que esta vez fue un ruido
ensordecedor - dijo Hazel.
- Así es realmente, puedes repetir esa verdad.
- Caramba - dijo Hazel - . Parece que esta vez fue
un ruido ensordecedor.
Kurt Vonnegut Jr.
(Indianápolis, Indiana, Estados Unidos, 11 de noviembre de 1922-Nueva York, Estados
Unidos, 11 de abril de 2007) fue un escritor estadounidense, cuyas obras,
generalmente adscritas al género de la ciencia ficción, participan también de
la sátira y la comedia negra. Es autor de catorce novelas, entre las que
destacan Las sirenas de Titán (1959),
Matadero cinco (1969) y El desayuno de los campeones (1973).
Como ciudadano, toda su vida fue seguidor de la Unión Estadounidense por las
Libertades Civiles. Era conocido por sus ideas humanistas y fue presidente
honorario de la Asociación Humanista Estadounidense.
Comienzos
Kurt Vonnegut
pertenecía a la cuarta generación de una familia de inmigrantes alemanes en
Indianápolis. Durante su época de estudiante en la Shortridge High School de su localidad natal, trabajó en el primer
diario publicado por una escuela secundaria, The Daily Echo. Durante un tiempo estudió en la Universidad Butler de Indianápolis, pero
abandonó los estudios cuando uno de sus profesores le dijo que sus relatos no
eran lo bastante buenos. Entre 1941 y 1942 asistió a clases en la Universidad de Cornell, donde trabajó
como ayudante de director editorial y editor asociado para el periódico de los
estudiantes, el Cornell Daily Sun.
Allí estudió bioquímica. Durante su estancia en Cornell fue miembro de la
hermandad Delta Upsilon, tal como lo
había sido su padre. Sin embargo, a menudo habló de su trabajo en The Sun como lo único verdaderamente grato
de su estancia en Cornell. Ingresó en el
Instituto de Tecnología Carnegie (hoy Universidad
Carnegie Mellon) en 1943. Sólo permaneció allí un breve período, ya que
poco después se alistó en el ejército, para tomar parte en la Segunda Guerra
Mundial. El 14 de mayo de 1944, Día de la Madre, se suicidó su madre, Edith
Lieber Vonnegut.
La Segunda Guerra
Mundial y el bombardeo de Dresde
La experiencia de
Vonnegut como soldado, y luego como prisionero de guerra, durante la Segunda
Guerra Mundial, tuvo una gran influencia en su obra posterior. Formando parte
de una avanzadilla de la 106 División de Infantería de los Estados Unidos,
durante la batalla de las Ardenas, quedó aislado de su batallón y vagó
solitario tras las líneas enemigas durante varios días hasta que fue capturado
por tropas alemanas el 14 de diciembre de 1944.6 Como prisionero de guerra,
vivió en primera persona las consecuencias del bombardeo de Dresde, que tuvo
lugar entre el 13 y el 15 de febrero de 1945 y que destruyó la mayor parte de
la ciudad alemana. Vonnegut fue uno de los siete prisioneros de guerra
estadounidenses que logaron sobrevivir en Dresde, en un sótano destinado a
empaquetar carne, llamado Matadero Cinco. "Una destrucción completa,"
recordaría más tarde. "Una matanza inconcebible." Los nazis lo
pusieron a trabajar apilando cuerpos para enterrarlos en fosas comunes pero,
según explica Vonnegut, "había demasiados cuerpos que enterrar, así que
los nazis prefirieron enviar a unos tipos con lanzallamas. Todos esos restos de
víctimas civiles fueron reducidos a cenizas."
Esta terrible
experiencia constituye la base de su obra más conocida, Matadero Cinco, y aparece como tema recurrente en al menos otros
seis libros suyos.
Fue liberado por tropas
soviéticas en mayo de 1945. Tras su regreso a los Estados Unidos, fue
recompensado con un "Corazón Púrpura" por lo que él denominó
"una herida absurda e insignificante".
Carrera literaria
Al término del
conflicto, Vonnegut estudió Antropología en la Universidad de Chicago, y trabajó también como reportero policial
en el City News Bureau of Chicago. En
1946, la Facultad de Antropología reprobó su tesis, titulada On the Fluctuations between Good and Evil in
Simple Tales. Más adelante aceptaron su novela, Cuna de gato, y le concedieron el título. Abandonó Chicago para
trabajar en Schenectady, en el estado de Nueva York, en el departamento de
relaciones públicas de la empresa General Electric. El autor atribuyó su
estilo, libre de adornos, a este trabajo.
En 1950 publicó su
primer relato, titulado «Report on the Barnhouse Effect» en la revista Collier's Weekly. A punto de abandonar
la escritura, recibió la oferta de un empleo en el taller de escritores de la Universidad de Iowa. Su primera novela, La pianola, de 1952, es una distopía que
describe un mundo en el que los humanos han sido sustituidos por máquinas. Más
adelante publicó Las sirenas de Titán
(1959) y Cuna de gato (1963), que se
convirtió en un best-seller.
Durante la década de
los 60 publicó cuatro novelas, en las cuales se registra un fuerte cambio
formal y conceptual de su obra, hasta publicar Matadero cinco o La cruzada
de los inocentes en 1969, una novela semi-autobiográfica que relata sus
experiencias como soldado en el bombardeo de Dresde, experimentalmente
estructurada alrededor de viajes en el tiempo. Así se constituyó en uno de los
críticos más feroces de la sociedad contemporánea, aludiendo a la guerra, la
destrucción del medio ambiente y la deshumanización. Expresó estos temas a
través de la ciencia ficción, mezclándola con un humor ácido e hilarante. Sus
personajes, parte importante del universo narrativo de Vonnegut, salen en
distintas novelas.
Matadero
cinco es hoy considerada una de las obras más importantes
de la literatura estadounidense del siglo XX, que aparece en las listas de la
revista Time y de la Modern Library.
Continuó experimentando
en El desayuno de los campeones (1973), uno de sus mayores best-seller, una
novela que contiene muchas ilustraciones bosquejadas, y en la que aparece el
autor como deus ex machina. En clave de estilo, El desayuno de campeones es
quizá su obra maestra, simplista pero profundo y, a través de altos niveles de
humor, cinismo e ironía, particularmente crítico y agudo en su visión del mundo
y la cultura norteamericana.
Con el lanzamiento de Timequake en 1997, Vonnegut anunció su
retirada del campo de la ficción. Continuó escribiendo para la revista In These Times (En estos tiempos), en la
que era editor. Contribuía con ensayos de política estadounidense o con notas
de simple observación. En el 2005 se reunieron muchos de sus ensayos en su
último libro, también un best-seller, Un
hombre sin patria.
Entre sus referentes
literarios está desde luego la ciencia ficción estadounidense. De hecho uno de
sus personajes recurrentes, Kilgore Trout, escritor aficionado
de ciencia-ficción, es un trasunto de todo un clásico del género, Theodore Sturgeon. Otras influencias
vienen de H.L. Mencken, Hunter S. Thompson, Louis-Ferdinand Céline y un amigo de Vonnegut, Joseph Heller.
Vida privada y
fallecimiento
Se casó con Jane Marie
Cox, con la que había coincidido en el parvulario, poco después de su regreso a
Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. El matrimonio se separó en 1970.
Aunque no se divorciaron hasta 1979, desde 1970 Vonnegut vivió con la mujer que
más tarde se convertiría en su segunda esposa, Jill Krementz.
Vonnegut tuvo tres
hijos biológicos con su primera esposa. Además, adoptó a los tres hijos de su
hermana Alice cuando ésta murió de cáncer, y a otra niña, Lily. Dos de sus
hijos, Mark y Edith Vonnegut, han alcanzado celebridad.
Falleció en 2007, a la
edad de 84 años, tras sufrir una caída en su domicilio de Manhattan, Nueva York,
que le causó una lesión cerebral irreversible.
Influencias personales
La escritura de
Vonnegut fue inspirada por una mezcla ecléctica de fuentes. Cuando era joven,
Vonnegut dijo que leía obras de ficción pulp, ciencia ficción, y
acción-aventura. También leía los Clásicos, como los de Aristófanes. Este, como
Vonnegut, escribió críticas humorísticas de la sociedad contemporánea. La vida
de Vonnegut también compartía similitudes con el escritor de "Las
Aventuras de Huckleberry Finn", Mark Twain. Ambos compartían una visión
pesimista de la humanidad, y una postura escéptica en la religión, y, como
Vonnegut lo planteaba, ambos estaban "asociados con el enemigo en una
guerra mayor", ya que Twain se alistó brevemente a la causa sureña durante
la Guerra Civil, y el nombre alemán de Vonnegut y sus antepasados lo
relacionaban con el enemigo de los Estados unidos en ambas guerras mundiales.
Obra
Novelas
La pianola (Player
Piano, 1952).
Las sirenas de Titán13
(The Sirens of Titan, 1959).
Madre Noche (Mother Night, 1961)
Cuna de gato (Cat's Cradle, 1963).
Dios le bendiga, Mr. Rosewater (God Bless You, Mr.
Rosewater, o Pearls Before Swine, 1965)
Matadero cinco o La
cruzada de los niños (Slaughterhouse-Five, o The Children's Crusade, 1969).
El desayuno de los
campeones (Breakfast of Champions, o Goodbye, Blue Monday, 1973)
Payasadas o ¡Nunca más
solo! (Slapstick or
Lonesome No More) (1976)
Pájaro de celda
(Jailbird, 1979)
Buena puntería / El
francotirador (Deadeye Dick) (1982)
Galápagos14 (1985)
Barbazul (Bluebeard,
1987).
Birlibirloque (Hocus
Pocus, 1990)
Timequake (1997)
Antologías de relatos
Canario en una casa de
gato (Canary in a Cathouse, 1961).
Bienvenido a la casa del mono (Welcome to the Monkey
House, 1968).
Bagombo Snuff Box (1999).
Dios le bendiga, Dr. Kevorkian (God Bless You, Dr.
Kevorkian, 1999)
Mira al pajarito (Look at the Birdie, 2009).
Mientras los mortales duermen (While Mortals Sleep:
Unpublished Short Fiction, 2011).
La cartera del cretino
(Sucker's Portfolio, 2012).
Que levante mi mano
quien crea en la telequinesis (Malpaso Ediciones, 2014, ISBN
978-84-15996-55-2).
Ensayos
Wampeters, Foma y Granfalloons (Wampeters, Foma and
Granfalloons, 1974).
Domingo de Ramos* (Palm Sunday: An Autobiographical
Collage, 1981).
Nada está perdido excepto el honor (Nothing is Lost
Save Honor, 1984).
Destinos peores que la muerte (Fates Worse than Death,
1991).
Un hombre sin patria (A Man Without a Country, 2005).
Armagedón en
retrospectiva* (Armageddon in Retrospect, 2008).
* Con un asterisco,
aquellos ensayos que también contienen relatos.
Teatro y guiones
Penélope (Penelope,
1960).
The Very First Christmas Morning (1962).
Fortaleza (Fortitude,
1968).
Feliz cumpleaños, Wanda
June (Happy Birthday, Wanda June, 1971).
Réquiem (Requiem, 1987).
Make Up Your Mind (1993).
Miss Tentación (Miss
Temptation, 1993).
L'Histoire du Soldat
(1993).
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