Los
asesinos
Ernest
Hemingway
La puerta del restaurante de Henry se
abrió y entraron dos hombres que se sentaron al mostrador.
-¿Qué van a pedir? -les preguntó George.
-No sé -dijo uno de ellos-. ¿Tú qué
tienes ganas de comer, Al?
-Qué sé yo -respondió Al-, no sé.
Afuera estaba
oscureciendo. Las luces de la calle entraban por la ventana. Los dos hombres
leían el menú. Desde el otro extremo del mostrador, Nick Adams, quien había
estado conversando con George cuando ellos entraron, los observaba.
-Yo voy a pedir
costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas -dijo el primero.
-Todavía no está listo.
-¿Entonces para qué carajo lo pones en
la carta?
-Esa es la cena -le explicó George-.
Puede pedirse a partir de las seis.
George miró el reloj en la pared de
atrás del mostrador.
-Son las cinco.
-El reloj marca las cinco y veinte -dijo
el segundo hombre.
-Adelanta veinte minutos.
-Bah, a la
mierda con el reloj -exclamó el primero-. ¿Qué tienes para comer?
-Puedo
ofrecerles cualquier variedad de sándwiches -dijo George-, jamón con huevos,
tocineta con huevos, hígado y tocineta, o un bisté.
-A mí dame suprema de pollo con arvejas
y salsa blanca y puré de papas.
-Esa es la cena.
-¿Será posible que todo lo que pidamos
sea la cena?
-Puedo ofrecerles jamón con huevos,
tocineta con huevos, hígado…
-Jamón con
huevos -dijo el que se llamaba Al. Vestía un sombrero hongo y un sobretodo
negro abrochado. Su cara era blanca y pequeña, sus labios angostos. Llevaba una
bufanda de seda y guantes.
-Dame tocineta
con huevos -dijo el otro. Era más o menos de la misma talla que Al. Aunque de
cara no se parecían, vestían como gemelos. Ambos llevaban sobretodos demasiado
ajustados para ellos. Estaban sentados, inclinados hacia adelante, con los
codos sobre el mostrador.
-¿Hay algo para tomar? -preguntó Al.
-Gaseosa de
jengibre, cerveza sin alcohol y otras bebidas gaseosas -enumeró George.
-Dije si tienes algo para tomar.
-Sólo lo que nombré.
-Es un pueblo caluroso este, ¿no? -dijo
el otro- ¿Cómo se llama?
-Summit.
-¿Alguna vez lo oíste nombrar? -preguntó
Al a su amigo.
-No -le contestó éste.
-¿Qué hacen acá a la noche? -preguntó
Al.
-Cenan -dijo su amigo-. Vienen acá y
cenan de lo lindo.
-Así es -dijo George.
-¿Así que crees que así es? -Al le
preguntó a George.
-Seguro.
-Así que eres un chico vivo, ¿no?
-Seguro -respondió George.
-Pues no lo eres -dijo el otro
hombrecito-. ¿No es cierto, Al?
-Se quedó mudo -dijo Al. Giró hacia Nick
y le preguntó-: ¿Cómo te llamas?
-Adams.
-Otro chico vivo -dijo Al-. ¿No es vivo,
Max?
-El pueblo está lleno de chicos vivos
-respondió Max.
George puso las
dos bandejas, una de jamón con huevos y la otra de tocineta con huevos, sobre
el mostrador. También trajo dos platos de papas fritas y cerró la portezuela de
la cocina.
-¿Cuál es el suyo? -le preguntó a Al.
-¿No te acuerdas?
-Jamón con huevos.
-Todo un chico
vivo -dijo Max. Se acercó y tomó el jamón con huevos. Ambos comían con los
guantes puestos. George los observaba.
-¿Qué miras? -dijo Max mirando a George.
-Nada.
-Cómo que nada. Me estabas mirando a mí.
-En una de esas lo hacía en broma, Max
-intervino Al.
George se rió.
–Tú no te rías -lo cortó Max-. No tienes
nada de qué reírte, ¿entiendes?
-Está bien -dijo George.
-Así que piensas
que está bien -Max miró a Al-. Piensa que está bien. Esa sí que está buena.
-Ah, piensa -dijo Al. Siguieron
comiendo.
-¿Cómo se llama
el chico vivo ése que está en la punta del mostrador? -le preguntó Al a Max.
-Ey, chico vivo
-llamó Max a Nick-, anda con tu amigo del otro lado del mostrador.
-¿Por? -preguntó Nick.
-Porque sí.
-Mejor pasa del
otro lado, chico vivo -dijo Al. Nick pasó para el otro lado del mostrador.
-¿Qué se proponen? -preguntó George.
-Nada que te importe -respondió Al-.
¿Quién está en la cocina?
-El negro.
-¿El negro? ¿Cómo el negro?
-El negro que cocina.
-Dile que venga.
-¿Qué se proponen?
-Dile que venga.
-¿Dónde se creen que están?
-Sabemos muy
bien dónde estamos -dijo el que se llamaba Max-. ¿Parecemos tontos acaso?
-Por lo que
dices, parecería que sí -le dijo Al-. ¿Qué tienes que ponerte a discutir con
este chico? -y luego a George-: Escucha, dile al negro que venga acá.
-¿Qué le van a hacer?
-Nada. Piensa un poco, chico vivo. ¿Qué
le haríamos a un negro?
George abrió la portezuela de la cocina
y llamó:
-Sam, ven un minutito.
El negro abrió la puerta de la cocina y
salió.
-¿Qué pasa? -preguntó. Los dos hombres
lo miraron desde el mostrador.
-Muy bien, negro -dijo Al-. Quédate ahí.
El negro Sam,
con el delantal puesto, miró a los hombres sentados al mostrador:
-Sí, señor -dijo. Al bajó de su
taburete.
-Voy a la cocina
con el negro y el chico vivo -dijo-. Vuelve a la cocina, negro. Tú también,
chico vivo.
El hombrecito
entró a la cocina después de Nick y Sam, el cocinero. La puerta se cerró detrás
de ellos. El que se llamaba Max se sentó al mostrador frente a George. No lo
miraba a George sino al espejo que había tras el mostrador. Antes de ser un
restaurante, el lugar había sido una taberna.
-Bueno, chico
vivo -dijo Max con la vista en el espejo-. ¿Por qué no dices algo?
-¿De qué se trata todo esto?
-Ey, Al -gritó
Max-. Acá este chico vivo quiere saber de qué se trata todo esto.
-¿Por qué no le cuentas? -se oyó la voz
de Al desde la cocina.
-¿De qué crees que se trata?
-No sé.
-¿Qué piensas?
Mientras hablaba, Max miraba todo el
tiempo al espejo.
-No lo diría.
-Ey, Al, acá el chico vivo dice que no
diría lo que piensa.
-Está bien,
puedo oírte -dijo Al desde la cocina, que con una botella de ketchup mantenía
abierta la ventanilla por la que se pasaban los platos-. Escúchame, chico vivo
-le dijo a George desde la cocina-, aléjate de la barra. Tú, Max, córrete un
poquito a la izquierda -parecía un fotógrafo dando indicaciones para una toma grupal.
-Dime, chico vivo -dijo Max-. ¿Qué
piensas que va a pasar?
George no respondió.
-Yo te voy a
contar -siguió Max-. Vamos a matar a un sueco. ¿Conoces a un sueco grandote que
se llama Ole Andreson?
-Sí.
-Viene a comer todas las noches, ¿no?
-A veces.
-A las seis en punto, ¿no?
-Si viene.
-Ya sabemos, chico vivo -dijo Max-.
Hablemos de otra cosa. ¿Vas al cine?
-De vez en cuando.
-Tendrías que ir más seguido. Para
alguien tan vivo como tú, está bueno ir al cine.
-¿Por qué van a matar a Ole Andreson?
¿Qué les hizo?
-Nunca tuvo la oportunidad de hacernos
algo. Jamás nos vio.
-Y nos va a ver una sola vez -dijo Al
desde la cocina.
-¿Entonces por qué lo van a matar?
-preguntó George.
-Lo hacemos para un amigo. Es un favor,
chico vivo.
-Cállate -dijo Al desde la cocina-.
Hablas demasiado.
-Bueno, tengo que divertir al chico
vivo, ¿no, chico vivo?
-Hablas
demasiado -dijo Al-. El negro y mi chico vivo se divierten solos. Los tengo
atados como una pareja de amigas en el convento.
-¿Tengo que suponer que estuviste en un
convento?
-Uno nunca sabe.
-En un convento judío. Ahí estuviste tú.
George miró el reloj.
-Si viene
alguien, dile que el cocinero salió. Si después de eso se queda, le dices que
cocinas tú. ¿Entiendes, chico vivo?
-Sí -dijo George-. ¿Qué nos harán
después?
-Depende
-respondió Max-. Esa es una de las cosas que uno nunca sabe en el momento.
George miró el
reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de la calle se abrió y entró un
conductor de tranvías.
-Hola, George -saludó-. ¿Me sirves la
cena?
-Sam salió -dijo George-. Volverá en
alrededor de una hora y media.
-Mejor voy a la
otra cuadra -dijo el chofer. George miró el reloj. Eran las seis y veinte.
-Estuviste bien, chico vivo -le dijo
Max-. Eres un verdadero caballero.
-Sabía que le volaría la cabeza -dijo Al
desde la cocina.
-No -dijo Max-,
no es eso. Lo que pasa es que es simpático. Me gusta el chico vivo.
A las siete menos cinco George habló:
-Ya no viene.
Otras dos
personas habían entrado al restaurante. En una oportunidad George fue a la
cocina y preparó un sándwich de jamón con huevos “para llevar”, como había
pedido el cliente. En la cocina vio a Al, con su sombrero hongo hacia atrás,
sentado en un taburete junto a la portezuela con el cañón de un arma recortada
apoyado en un saliente. Nick y el cocinero estaban amarrados espalda con
espalda con sendas toallas en las bocas. George preparó el pedido, lo envolvió
en papel manteca, lo puso en una bolsa y lo entregó. El cliente pagó y salió.
-El chico vivo
puede hacer de todo -dijo Max-. Cocina y hace de todo. Harías de alguna chica
una linda esposa, chico vivo.
-¿Sí? -dijo George- Su amigo, Ole
Andreson, no va a venir.
-Le vamos a dar otros diez minutos -repuso
Max.
Max miró el
espejo y el reloj. Las agujas marcaban las siete en punto, y luego siete y
cinco.
-Vamos, Al -dijo Max-. Mejor nos vamos
de acá. Ya no viene.
-Mejor esperamos otros cinco minutos
-dijo Al desde la cocina.
En ese lapso
entró un hombre, y George le explicó que el cocinero estaba enfermo.
-¿Por qué carajo
no consigues otro cocinero? -lo increpó el hombre- ¿Acaso no es un restaurante
esto? -luego se marchó.
-Vamos, Al -insistió Max.
-¿Qué hacemos con los dos chicos vivos y
el negro?
-No va a haber problemas con ellos.
-¿Estás seguro?
-Sí, ya no tenemos nada que hacer acá.
-No me gusta nada -dijo Al-. Es
imprudente, tú hablas demasiado.
-Uh, qué te pasa
-replicó Max-. Tenemos que entretenernos de alguna manera, ¿no?
-Igual hablas
demasiado -insistió Al. Éste salió de la cocina, la recortada le formaba un
ligero bulto en la cintura, bajo el sobretodo demasiado ajustado que se arregló
con las manos enguantadas.
-Adiós, chico
vivo -le dijo a George-. La verdad es que tuviste suerte.
-Cierto -agregó Max-, deberías apostar
en las carreras, chico vivo.
Los dos hombres
se retiraron. George, a través de la ventana, los vio pasar bajo el farol de la
esquina y cruzar la calle. Con sus sobretodos ajustados y esos sombreros hongos
parecían dos artistas de variedades. George volvió a la cocina y desató a Nick
y al cocinero.
-No quiero que
esto vuelva a pasarme -dijo Sam-. No quiero que vuelva a pasarme.
Nick se incorporó. Nunca antes había
tenido una toalla en la boca.
-¿Qué carajo…? -dijo pretendiendo
seguridad.
-Querían matar a
Ole Andreson -les contó George-. Lo iban a matar de un tiro ni bien entrara a
comer.
-¿A Ole Andreson?
-Sí, a él.
El cocinero se palpó los ángulos de la
boca con los pulgares.
-¿Ya se fueron? -preguntó.
-Sí -respondió George-, ya se fueron.
-No me gusta -dijo el cocinero-. No me
gusta para nada.
-Escucha -George se dirigió a Nick-.
Tendrías que ir a ver a Ole Andreson.
-Está bien.
-Mejor que no
tengas nada que ver con esto -le sugirió Sam, el cocinero-. No te conviene
meterte.
-Si no quieres no vayas -dijo George.
-No vas a ganar
nada involucrándote en esto -siguió el cocinero-. Mantente al margen.
-Voy a ir a verlo -dijo Nick-. ¿Dónde
vive?
El cocinero se alejó.
-Los jóvenes siempre saben qué es lo que
quieren hacer -dijo.
-Vive en la pensión Hirsch -George le
informó a Nick.
-Voy para allá.
Afuera, las
luces de la calle brillaban por entre las ramas de un árbol desnudo de follaje.
Nick caminó por el costado de la calzada y a la altura del siguiente poste de
luz tomó por una calle lateral. La pensión Hirsch se hallaba a tres casas. Nick
subió los escalones y tocó el timbre. Una mujer apareció en la entrada.
-¿Está Ole Andreson?
-¿Quieres verlo?
-Sí, si está.
Nick siguió a la
mujer hasta un descanso de la escalera y luego al final de un pasillo. Ella
llamó a la puerta.
-¿Quién es?
-Alguien que viene a verlo, señor
Andreson -respondió la mujer.
-Soy Nick Adams.
-Pasa.
Nick abrió la
puerta e ingresó al cuarto. Ole Andreson yacía en la cama con la ropa puesta.
Había sido boxeador peso pesado y la cama le quedaba chica. Estaba acostado con
la cabeza sobre dos almohadas. No miró a Nick.
-¿Qué pasa? -preguntó.
-Estaba en el negocio
de Henry -comenzó Nick-, cuando dos tipos entraron y nos ataron a mí y al
cocinero, y dijeron que iban a matarlo.
Sonó tonto decirlo. Ole Andreson no dijo nada.
-Nos metieron en la
cocina -continuó Nick-. Iban a dispararle apenas entrara a cenar.
Ole Andreson miró a la pared y siguió sin decir
palabra.
-George creyó que lo mejor era que yo viniera y le
contase.
-No hay nada que yo pueda hacer -Ole Andreson dijo
finalmente.
-Le voy a decir cómo eran.
-No quiero saber cómo
eran -dijo Ole Andreson. Volvió a mirar hacia la pared: -Gracias por venir a
avisarme.
-No es nada.
Nick miró al grandote que yacía en la cama.
-¿No quiere que vaya a la policía?
-No -dijo Ole Andreson-. No sería buena idea.
-¿No hay nada que yo pueda hacer?
-No. No hay nada que hacer.
-Tal vez no lo dijeron en serio.
-No. Lo decían en serio.
Ole Andreson volteó hacia la pared.
-Lo que pasa -dijo
hablándole a la pared- es que no me decido a salir. Me quedé todo el día acá.
-¿No podría escapar de la ciudad?
-No -dijo Ole Andreson-. Estoy harto de escapar.
Seguía mirando a la pared.
-Ya no hay nada que hacer.
-¿No tiene ninguna manera de solucionarlo?
-No. Me equivoqué
-seguía hablando monótonamente-. No hay nada que hacer. Dentro de un rato me
voy a decidir a salir.
-Mejor vuelvo adonde George -dijo Nick.
-Chau -dijo Ole Andreson sin mirar hacia Nick-.
Gracias por venir.
Nick se retiró.
Mientras cerraba la puerta vio a Ole Andreson totalmente vestido, tirado en la
cama y mirando a la pared.
-Estuvo todo el día en
su cuarto -le dijo la encargada cuando él bajó las escaleras-. No debe sentirse
bien. Yo le dije: “Señor Andreson, debería salir a caminar en un día otoñal tan
lindo como este”, pero no tenía ganas.
-No quiere salir.
-Qué pena que se sienta
mal -dijo la mujer-. Es un hombre buenísimo. Fue boxeador, ¿sabías?
-Sí, ya sabía.
-Uno no se daría cuenta
salvo por su cara -dijo la mujer. Estaban junto a la puerta principal-. Es tan
amable.
-Bueno, buenas noches, señora Hirsch -saludó Nick.
-Yo no soy la señora
Hirsch -dijo la mujer-. Ella es la dueña. Yo me encargo del lugar. Yo soy la
señora Bell.
-Bueno, buenas noches, señora Bell -dijo Nick.
-Buenas noches -dijo la mujer.
Nick caminó por la
vereda a oscuras hasta la luz de la esquina, y luego por la calle hasta el
restaurante. George estaba adentro, detrás del mostrador.
-¿Viste a Ole?
-Sí -respondió Nick-. Está en su cuarto y no va a
salir.
El cocinero, al oír la voz de Nick, abrió la puerta
desde la cocina.
-No pienso escuchar nada -dijo y volvió a cerrar la
puerta de la cocina.
-¿Le contaste lo que pasó? -preguntó George.
-Sí. Le conté pero él ya sabe de qué se trata.
-¿Qué va a hacer?
-Nada.
-Lo van a matar.
-Supongo que sí.
-Debe haberse metido en algún lío en Chicago.
-Supongo -dijo Nick.
-Es terrible.
-Horrible -dijo Nick.
Se quedaron callados.
George se agachó a buscar un repasador y limpió el mostrador.
-Me pregunto qué habrá hecho -dijo Nick.
-Habrá traicionado a alguien. Por eso los matan.
-Me voy a ir de este pueblo -dijo Nick.
-Sí -dijo George-. Es lo mejor que puedes hacer.
-No soporto pensar que
él espera en su cuarto y sabe lo que le pasará. Es realmente horrible.
-Bueno -dijo George-. Mejor deja de pensar en eso.
UN LUGAR LIMPIO Y BIEN ILUMINADO
Era tarde y todos habían salido del café con excepción de un anciano que estaba sentado a la sombra que hacían las hojas del árbol, iluminado por la luz eléctrica. De día la calle estaba polvorienta, pero por la noche el rocío asentaba el polvo y al viejo le gustaba sentarse allí, tarde, porque aunque era sordo y por la noche reinaba la quietud, él notaba la diferencia. Los dos camareros del café notaban que el anciano estaba un poco ebrio; aunque era un buen cliente sabían que si tomaba demasiado se iría sin pagar, de modo que lo vigilaban.
-La semana pasada trató de suicidarse -dijo uno de ellos.
-¿Por qué?
-Estaba desesperado.
-¿Por qué?
-Por nada.
-¿Cómo sabes que era por nada?
-Porque tiene muchísimo dinero.
Estaban sentados uno al lado del otro en una mesa próxima a la pared, cerca de la puerta del café, y miraban hacia la terraza donde las mesas estaban vacías, excepto la del viejo sentado a la sombra de las hojas, que el viento movía ligeramente. Una muchacha y un soldado pasaron por la calle. La luz del farol brilló sobre el número de cobre que llevaba el hombre en el cuello de la chaqueta. La muchacha iba descubierta y caminaba apresuradamente a su lado.
-Los guardias civiles lo recogerán -dijo uno de los camareros.
-¿Y qué importa si consigue lo que busca?
-Sería mejor que se fuera ahora. Los guardias han pasado hace cinco minutos y volverán.
El viejo sentado a la sombra golpeó su platillo con el vaso. El camarero joven se le acercó.
-¿Qué desea?
El viejo lo miró.
-Otro coñac -dijo.
-Se emborrachará usted -dijo el camarero. El viejo lo miró. El camarero se fue.
-Se quedará toda la noche -dijo a su colega-. Tengo sueño y nunca puedo irme a la cama antes de las tres de la mañana. Debería haberse suicidado la semana pasada.
El camarero tomó la botella de coñac y otro platillo del mostrador que se hallaba en la parte interior del café y se encaminó a la mesa del viejo. Puso el platillo sobre la mesa y llenó la copa de coñac.
-Debía haberse suicidado usted la semana pasada -dijo al viejo sordo. El anciano hizo un movimiento con el dedo.
-Un poco más -murmuró.
El camarero terminó de llenar la copa hasta que el coñac desbordó y se deslizó por el pie de la copa hasta llegar al primer platillo.
-Gracias -dijo el viejo.
El camarero volvió con la botella al interior del café y se sentó nuevamente a la mesa con su colega.
-Ya está borracho -dijo.
-Se emborracha todas las noches.
-¿Por qué quería suicidarse?
-¿Cómo puedo saberlo?
-¿Cómo lo hizo?
-Se colgó de una cuerda.
-¿Quién lo bajó?
-Su sobrina.
-¿Por qué lo hizo?
-Por temor de que se condenara su alma.
-¿Cuánto dinero tiene?
-Muchísimo.
-Debe tener ochenta años.
-Sí, yo también diría que tiene ochenta.
-Me gustaría que se fuera a su casa. Nunca puedo acostarme antes de las tres. ¿Qué hora es ésa para irse a la cama?
-Se queda porque le gusta.
-Él está solo. Yo no. Tengo una mujer que me espera en la cama.
-Él también tuvo una mujer.
-Ahora una mujer no le serviría de nada.
-No puedes asegurarlo. Podría estar mejor si tuviera una mujer.
-Su sobrina lo cuida.
-Lo sé. Dijiste que le había cortado la soga.
-No me gustaría ser tan viejo. Un viejo es una cosa asquerosa.
-No siempre. Este hombre es limpio. Bebe sin derramarse el líquido encima. Aun ahora que está borracho, míralo.
-No quiero mirarlo. Quisiera que se fuera a su casa. No tiene ninguna consideración con los que trabajan.
El viejo miró desde su copa hacia la calle y luego a los camareros.
-Otro coñac -dijo, señalando su copa. Se le acercó el camarero que tenía prisa por irse.
-¡Terminó! -dijo, hablando con esa omisión de la sintaxis que la gente estúpida emplea al hablar con los beodos o los extranjeros-. No más esta noche. Cerramos.
-Otro -dijo el viejo.
-¡No! ¡Terminó! -limpió el borde de la mesa con su servilleta y meneó la cabeza.
El viejo se puso de pie, contó lentamente los platillos, sacó del bolsillo un monedero de cuero y pagó las bebidas, dejando media peseta de propina.
El camarero lo miraba mientras salía a la calle. El viejo caminaba un poco tambaleante, aunque con dignidad.
-¿Por qué no lo dejaste que se quedara a beber? -preguntó el camarero que no tenía prisa. Estaban bajando las puertas metálicas-. Todavía no son las dos y media.
-Quiero irme a casa.
-¿Qué significa una hora?
-Mucho más para mí que para él.
-Una hora no tiene importancia.
-Hablas como un viejo. Bien puede comprar una botella y bebérsela en su casa.
-No es lo mismo.
-No; no lo es -admitió el camarero que tenía esposa-. No quería ser injusto. Sólo tenía prisa.
-¿Y tú? ¿No tienes miedo de llegar a tu casa antes de la hora de costumbre?
-¿Estás tratando de insultarme?
-No, hombre, sólo quería hacerte una broma.
-No -el camarero que tenía prisa se irguió después de haber asegurado la puerta metálica-. Tengo confianza. Soy todo confianza.
-Tienes juventud, confianza y un trabajo -dijo el camarero de más edad-. Lo tienes todo.
-¿Y a ti, qué te falta?
-Todo; menos el trabajo.
-Tienes todo lo que tengo yo.
-No. Nunca he tenido confianza y ya no soy joven.
-Vamos. Deja de decir tonterías y cierra.
-Soy de aquellos a quienes les gusta quedarse hasta tarde en el café -dijo el camarero de más edad-, con todos aquellos que no desean irse a la cama; con todos los que necesitan luz por la noche.
-Yo quiero irme a casa y a la cama.
-Somos muy diferentes -dijo el camarero de más edad. Se estaba vistiendo para irse a su casa-. No es sólo una cuestión de juventud y confianza, aunque esas cosas son muy hermosas. Todas las noches me resisto a cerrar porque puede haber alguien que necesite el café.
-¡Hombre! Hay bodegas abiertas toda la noche.
-Tú no entiendes. Este es un café limpio y agradable. Está bien iluminado. La luz es muy buena y también, ahora, las hojas hacen sombra.
-Buenas noches -dijo el camarero más joven.
-Buenas noches -dijo el otro. Continuó la conversación consigo mismo mientras apagaba las luces. Es la luz por supuesto pero es necesario que el lugar esté limpio y sea agradable. No quieres música. Definitivamente no quieres música. Tampoco puedes estar frente a una barra con dignidad aunque eso sea todo lo que proveemos a estas horas. ¿Qué temía? No era temor, no era miedo. Era una nada que conocía demasiado bien. Era una completa nada y un hombre también era nada. Era sólo eso y todo lo que se necesitaba era luz y una cierta limpieza y orden. Algunos vivieron en eso y nunca lo sintieron pero él sabía que todo eso era nada y pues nada y nada y pues nada. Nada nuestra que estás en nada, nada sea tu nombre nada tu reino nada tu voluntad así en nada como en nada. Danos este nada nuestro pan de cada nada y nada nuestros nada como también nosotros nada a nuestros nada y no nos nada en la nada mas líbranos de nada; pues nada. Ave nada llena de nada, nada está contigo. Sonrió y estaba frente a una barra con una cafetera a presión brillante.
-¿Qué le sirvo?- preguntó el barman.
-Nada.
-Otro loco más -dijo el barman y le dio la espalda.
-Una copita- dijo el camarero.
El barman se la sirvió.
-La luz es bien brillante y agradable pero la barra está opaca -dijo el camarero.
El cantinero lo miró fijamente pero no respondió. Era demasiado tarde para comenzar una conversación.
-¿Quiere otra copita? -preguntó el barman.
-No, gracias -dijo el camarero, y salió. Le disgustaban los bares y las bodegas. Un café limpio, bien iluminado, era algo muy distinto. Ahora, sin pensar más, volvería a su cuarto. Yacería en la cama y, finalmente, con la luz del día, se dormiría. Después de todo, se dijo, probablemente sólo sea insomnio. Muchos deben sufrir de lo mismo.
LOS ASESINOS
La puerta del restaurante de Henry se abrió y entraron dos hombres que se sentaron al
mostrador.
—¿Qué van a pedir? —les preguntó George.
—No sé —dijo uno de ellos—. ¿Vos qué tenés ganas de comer, Al?
—Qué sé yo —respondió Al—, no sé.
Afuera estaba oscureciendo. Las luces de la calle entraban por la ventana. Los dos hombres
leían el menú. Desde el otro extremo del mostrador, Nick Adams, quien había estado
conversando con George cuando ellos entraron, los observaba.
—Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas —dijo el
primero.
—Todavía no está listo.
—¿Entonces por qué carajo lo ponés en la carta?
—Esa es la cena —le explicó George—. Puede pedirse a partir de las seis.
George miró el reloj en la pared de atrás del mostrador.
—Son las cinco.
—El reloj marca las cinco y veinte —dijo el segundo hombre.
—Adelanta veinte minutos.
—Bah, a la mierda con el reloj —exclamó el primero—. ¿Qué tenés para comer?
—Puedo ofrecerles cualquier variedad de sánguches —dijo George—, jamón con huevos,
tocino con huevos, hígado y tocino, o un bife.
—A mí dame suprema de pollo con arvejas y salsa blanca y puré de papas.
—Esa es la cena.
—¿Será posible que todo lo que pidamos sea la cena?
—Puedo ofrecerles jamón con huevos, tocino con huevos, hígado...
2
—Jamón con huevos —dijo el que se llamaba Al. Vestía un sombrero hongo y un sobretodo
negro abrochado. Su cara era blanca y pequeña, sus labios angostos. Llevaba una bufanda de
seda y guantes.
—Dame tocino con huevos —dijo el otro. Era más o menos de la misma talla que Al. Aunque
de cara no se parecían, vestían como gemelos. Ambos llevaban sobretodos demasiado
ajustados para ellos. Estaban sentados, inclinados hacia adelante, con los codos sobre el
mostrador.
—¿Hay algo para tomar? —preguntó Al.
—Gaseosa de jengibre, cerveza sin alcohol, y otras bebidas gaseosas —enumeró George.
—Dije si tenés algo para tomar.
—Sólo lo que nombré.
—Es un pueblo caluroso este, ¿no? —dijo el otro— ¿Cómo se llama?
—Summit.
—¿Alguna vez lo oíste nombrar? —preguntó Al a su amigo.
—No —le contestó éste.
—¿Qué hacen acá a la noche? —preguntó Al.
—Cenan —dijo su amigo—. Vienen acá y cenan de lo lindo.
—Así es —dijo George.
—¿Así que creés que así es? —Al le preguntó a George.
—Seguro.
—Así que sos un chico vivo, ¿no?
—Seguro —respondió George.
—Pues no lo sos —dijo el otro hombrecito—. ¿No cierto, Al?
—Se quedó mudo —dijo Al. Giró hacia Nick y le preguntó: —¿Cómo te llamás?
—Adams.
—Otro chico vivo —dijo Al—. ¿No, Max, que es vivo?
—El pueblo está lleno de chicos vivos —respondió Max.
George puso las dos bandejas, una de jamón con huevos y la otra de tocino con huevos, sobre
el mostrador. También trajo dos platos de papas fritas y cerró la portezuela de la cocina.
3
—¿Cuál es el suyo? —le preguntó a Al.
—¿No te acordás?
—Jamón con huevos.
—Todo un chico vivo —dijo Max. Se acercó y tomó el jamón con huevos. Ambos comían
con los guantes puestos. George los observaba.
—¿Qué mirás? —dijo Max mirando a George.
—Nada.
—Cómo que nada. Me estabas mirando a mí.
—En una de esas lo hacía en broma, Max —intervino Al.
George se rió.
—Vos no te rías —lo cortó Max—. No tenés nada de qué reírte, ¿entendés?
—Está bien —dijo George.
—Así que pensás que está bien —Max miró a Al—. Piensa que está bien. Esa sí que está
buena.
—Ah, piensa —dijo Al. Siguieron comiendo.
—¿Cómo se llama el chico vivo ése que está en la punta del mostrador? —le preguntó Al a
Max.
—Ey, chico vivo —llamó Max a Nick—, andá con tu amigo del otro lado del mostrador.
—¿Por? —preguntó Nick.
—Porque sí.
—Mejor pasá del otro lado, chico vivo —dijo Al. Nick pasó para el otro lado del mostrador.
—¿Qué se proponen? —preguntó George.
—Nada que te importe —respondió Al—. ¿Quién está en la cocina?
—El negro.
—¿El negro? ¿Cómo el negro?
—El negro que cocina.
—Decile que venga.
—¿Qué se proponen?
4
—Decile que venga.
—¿Dónde se creen que están?
—Sabemos muy bien donde estamos —dijo el que se llamaba Max—. ¿Parecemos tontos
acaso?
—Por lo que decís, parecería que sí —le dijo Al—. ¿Qué tenés que ponerte a discutir con este
chico? —y luego a George— Escuchá, decile al negro que venga acá.
—¿Qué le van a hacer?
—Nada. Pensá un poco, chico vivo. ¿Qué le haríamos a un negro?
George abrió la portezuela de la cocina y llamó: —Sam, vení un minutito.
El negro abrió la puerta de la cocina y salió.
—¿Qué pasa? —preguntó. Los dos hombres lo miraron desde el mostrador.
—Muy bien, negro —dijo Al—. Quedate ahí.
El negro Sam, con el delantal puesto, miró a los hombres sentados al mostrador: —Sí, señor
—dijo. Al bajó de su taburete.
—Voy a la cocina con el negro y el chico vivo —dijo—. Volvé a la cocina, negro. Vos
también, chico vivo.
El hombrecito entró a la cocina después de Nick y Sam, el cocinero. La puerta se cerró detrás
de ellos. El que se llamaba Max se sentó al mostrador frente a George. No lo miraba a George
sino al espejo que había tras el mostrador. Antes de ser un restaurante, lo de Henry había sido
una taberna.
—Bueno, chico vivo —dijo Max con la vista en el espejo—. ¿Por qué no decís algo?
—¿De qué se trata todo esto?
—Ey, Al —gritó Max—. Acá este chico vivo quiere saber de qué se trata todo esto.
—¿Por qué no le contás? —se oyó la voz de Al desde la cocina.
—¿De qué creés que se trata?
—No sé.
—¿Qué pensás?
Mientras hablaba, Max miraba todo el tiempo al espejo.
—No lo diría.
—Ey, Al, acá el chico vivo dice que no diría lo que piensa.
5
—Está bien, puedo oírte —dijo Al desde la cocina, que con una botella de ketchup mantenía
abierta la ventanilla por la que se pasaban los platos—. Escuchame, chico vivo —le dijo a
George desde la cocina—, alejate de la barra. Vos, Max, correte un poquito a la izquierda —
parecía un fotógrafo dando indicaciones para una toma grupal.
—Decime, chico vivo —dijo Max—. ¿Qué pensás que va a pasar?
George no respondió.
—Yo te voy a contar —siguió Max—. Vamos a matar a un sueco. ¿Conocés a un sueco
grandote que se llama Ole Andreson?
—Sí.
—Viene a comer todas las noches, ¿no?
—A veces.
—A las seis en punto, ¿no?
—Si viene.
—Ya sabemos, chico vivo —dijo Max—. Hablemos de otra cosa. ¿Vas al cine?
—De vez en cuando.
—Tendrías que ir más seguido. Para alguien tan vivo como vos, está bueno ir al cine.
—¿Por qué van a matar a Ole Andreson? ¿Qué les hizo?
—Nunca tuvo la oportunidad de hacernos algo. Jamás nos vio.
—Y nos va a ver una sola vez —dijo Al desde la cocina.
—¿Entonces por qué lo van a matar? —preguntó George.
—Lo hacemos para un amigo. Es un favor, chico vivo.
—Callate —dijo Al desde la cocina—. Hablás demasiado.
—Bueno, tengo que divertir al chico vivo, ¿no, chico vivo?
—Hablás demasiado —dijo Al—. El negro y mi chico vivo se divierten solos. Los tengo
atados como una pareja de amigas en el convento.
—¿Tengo que suponer que estuviste en un convento?
—Uno nunca sabe.
—En un convento judío. Ahí estuviste vos.
George miró el reloj.
6
—Si viene alguien, decile que el cocinero salió, si después de eso se queda, le decís que
cocinás vos. ¿Entendés, chico vivo?
—Sí —dijo George—. ¿Qué nos harán después?
—Depende —respondió Max—. Esa es una de las cosas que uno nunca sabe en el momento.
George miró el reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de calle se abrió y entró un conductor
de tranvías.
—Hola, George —saludó—. ¿Me servís la cena?
—Sam salió —dijo George—. Volverá alrededor de una hora y media.
—Mejor voy a la otra cuadra —dijo el chofer. George miró el reloj. Eran las seis y veinte.
—Estuviste bien, chico vivo —le dijo Max—. Sos un verdadero caballero.
—Sabía que le volaría la cabeza —dijo Al desde la cocina.
—No —dijo Max—, no es eso. Lo que pasa es que es simpático. Me gusta el chico vivo.
A las siete menos cinco George habló: —Ya no viene.
Otras dos personas habían entrado al restaurante. En una oportunidad George fue a la cocina y
preparó un sánguche de jamón con huevos "para llevar", como había pedido el cliente. En la
cocina vio a Al, con su sombrero hongo hacia atrás, sentado en un taburete junto a la
portezuela con el cañón de un arma recortada apoyado en un saliente. Nick y el cocinero
estaban amarrados espalda con espalda con sendas toallas en sus bocas. George preparó el
pedido, lo envolvió en papel manteca, lo puso en una bolsa y lo entregó, el cliente pagó y
salió.
—El chico vivo puede hacer de todo —dijo Max—. Cocina y hace de todo. Harías de alguna
chica una linda esposa, chico vivo.
—¿Sí? —dijo George— Su amigo, Ole Andreson, no va a venir.
—Le vamos a dar otros diez minutos —repuso Max.
Max miró el espejo y el reloj. Las agujas marcaban las siete en punto, y luego siete y cinco.
—Vamos, Al —dijo Max—. Mejor nos vamos de acá. Ya no viene.
—Mejor esperamos otros cinco minutos —dijo Al desde la cocina.
En ese lapso entró un hombre, y George le explicó que el cocinero estaba enfermo.
—¿Por qué carajo no conseguís otro cocinero? —lo increpó el hombre— ¿Acaso no es un
restaurante esto? —luego se marchó.
—Vamos, Al —insistió Max.
7
—¿Qué hacemos con los dos chicos vivos y el negro?
—No va a haber problemas con ellos.
—¿Estás seguro?
—Sí, ya no tenemos nada que hacer acá.
—No me gusta nada —dijo Al—. Es imprudente, vos hablás demasiado.
—Uh, qué te pasa —replicó Max—. Tenemos que entretenernos de alguna manera, ¿no?
—Igual hablás demasiado —insistió Al. Este salió de la cocina, la recortada le formaba un
ligero bulto en la cintura, bajo el sobretodo demasiado ajustado que se arregló con sus manos
enguantadas.
—Adios, chico vivo —le dijo a George—. La verdad que tuviste suerte.
—Es cierto —agregó Max—, deberías apostar en las carreras, chico vivo.
Los dos hombres se retiraron. George, a través de la ventana, los vio pasar bajo el farol de la
esquina y cruzar la calle. Con sus sobretodos ajustados y esos sombreros hongos parecían dos
artistas de variedades. George volvió a la cocina y desató a Nick y al cocinero.
—No quiero que esto vuelva a pasarme —dijo Sam—. Ya no quiero que vuelva a pasarme.
Nick se incorporó. Nunca antes había tenido una toalla en su boca.
—¿Qué carajo...? —dijo pretendiendo seguridad.
—Querían matar a Ole Andreson —les contó George—. Lo iban a matar de un tiro ni bien
entrara a comer.
—¿A Ole Andreson?
—Sí, a él.
El cocinero se palpó los ángulos de la boca con los pulgares.
—¿Ya se fueron? —preguntó.
—Sí —respondió George—, ya se fueron.
—No me gusta —dijo el cocinero—. No me gusta para nada.
—Escuchá —George se dirigió a Nick—. Tendrías que ir a ver a Ole Andreson.
—Está bien.
—Mejor que no tengas nada que ver con esto —le sugirió Sam, el cocinero—. No te conviene
meterte.
8
—Si no querés no vayas —dijo George.
—No vas a ganar nada involucrándote en esto —siguió el cocinero—. Mantenete al margen.
—Voy a ir a verlo —dijo Nick—. ¿Dónde vive?
El cocinero se alejó.
—Los jóvenes siempre saben que es lo que quieren hacer —dijo.
—Vive en la pensión Hirsch —George le informó a Nick.
—Voy para allá.
Afuera, las luces de la calle brillaban por entre las ramas de un árbol desnudo de follaje. Nick
caminó por el costado de la calzada y a la altura del siguiente poste de luz tomó por una calle
lateral. La pensión Hirsch se hallaba a tres casas. Nick subió los escalones y tocó el timbre.
Una mujer apareció en la entrada. —¿Está Ole Andreson?
—¿Querés verlo?
—Sí, si está.
Nick siguió a la mujer hasta un descanso de la escalera y luego al final de un pasillo. Ella
llamó a la puerta.
—¿Quién es?
—Alguien que viene a verlo, Sr. Andreson —respondió la mujer.
—Soy Nick Adams.
—Pasá.
Nick abrió la puerta e ingresó al cuarto. Ole Andreson yacía en la cama con la ropa puesta.
Había sido un boxeador peso pesado y la cama le quedaba chica. Estaba acostado con la
cabeza sobre dos almohadas. No miró a Nick.
—¿Qué pasó? —preguntó.
—Estaba en lo de Henry —comenzó Nick—, cuando dos tipos entraron y nos ataron a mí y al
cocinero, y dijeron que iban a matarlo.
Sonó tonto decirlo. Ole Andreson no dijo nada.
—Nos metieron en la cocina —continuó Nick—. Iban a dispararle apenas entrara a cenar.
Ole Andreson miró a la pared y siguió sin decir palabra.
—George creyó que lo mejor era que yo viniera y le contase.
—No hay nada que yo pueda hacer —Ole Andreson dijo finalmente.
9
—Le voy a decir cómo eran.
—No quiero saber cómo eran —dijo Ole Andreson. Volvió a mirar hacia la pared: —Gracias
por venir a avisarme.
—No es nada.
Nick miró al grandote que yacía en la cama.
—¿No quiere que vaya a la policía?
—No —dijo Ole Andreson—. No sería buena idea.
—¿No hay nada que yo pudiera hacer?
—No. No hay nada que hacer.
—Tal vez no lo dijeran en serio.
—No. Lo decían en serio.
Ole Andreson volteó hacia la pared.
—Lo que pasa —dijo hablándole a la pared— es que no me decido a salir. Me quedé todo el
día acá.
—¿No podría escapar de la ciudad?
—No —dijo Ole Andreson—. Estoy harto de escapar.
Seguía mirando a la pared.
—Ya no hay nada que hacer.
—¿No tiene ninguna manera de solucionarlo?
—No. Me equivoqué —seguía hablando monótonamente—. No hay nada que hacer. Dentro
de un rato me voy a decidir a salir.
—Mejor vuelvo a lo de George —dijo Nick.
—Chau —dijo Ole Andreson sin mirar hacia Nick—. Gracias por venir.
Nick se retiró. Mientras cerraba la puerta vio a Ole Andreson totalmente vestido, tirado en la
cama y mirando a la pared.
—Estuvo todo el día en su cuarto —le dijo la encargada cuando él bajó las escaleras—. No
debe sentirse bien. Yo le dije: "Señor Andreson, debería salir a caminar en un día otoñal tan
lindo como este", pero no tenía ganas.
—No quiere salir.
10
—Qué pena que se sienta mal —dijo la mujer—. Es un hombre buenísimo. Fue boxeador,
¿sabías?
—Sí, ya sabía.
—Uno no se daría cuenta salvo por su cara —dijo la mujer. Estaban junto a la puerta
principal—. Es tan amable.
—Bueno, buenas noches, Sra. Hirsch —saludó Nick.
—Yo no soy la Sra. Hirsch —dijo la mujer—. Ella es la dueña. Yo me encargo del lugar. Yo
soy la Sra. Bell.
—Bueno, buenas noches, Sra. Bell —dijo Nick.
—Buenas noches —dijo la mujer.
Nick caminó por la vereda a oscuras hasta la luz de la esquina, y luego por la calle hasta el
restaurante. George estaba adentro, detrás del mostrador.
—¿Viste a Ole?
—Sí —respondió Nick—. Está en su cuarto y no va a salir.
El cocinero, al oír la voz de Nick, abrió la puerta desde la cocina.
—No pienso escuchar nada —dijo y volvió a cerrar la puerta de la cocina.
—¿Le contaste lo que pasó? —preguntó George.
—Sí. Le conté pero él ya sabe de qué se trata.
—¿Qué va a hacer?
—Nada.
—Lo van a matar.
—Supongo que sí.
—Debe haberse metido en algún lío en Chicago.
—Supongo —dijo Nick.
—Es terrible.
—Horrible —dijo Nick.
Se quedaron callados. George se agachó a buscar un repasador y limpió el mostrador.
—Me pregunto qué habrá hecho —dijo Nick.
11
—Habrá traicionado a alguien. Por eso los matan.
—Me voy a ir de este pueblo —dijo Nick.
—Sí —dijo George—. Es lo mejor que podés hacer.
—No soporto pensar en él esperando en su cuarto sabiendo lo que le va a pasar. Es realmente horrible.
—Bueno —dijo George—. Mejor dejá de pensar en eso.
EL MAR CAMBIA
-Está bien -dijo el hombre-. ¿Qué decidiste?
-No -dijo la muchacha-. No puedo.
-¿Querrás decir que no quieres?
-No puedo. Eso es lo que quiero decir.
-No quieres.
-Bueno -dijo ella-. Arregla las cosas como quieras.
-No arreglo las cosas como quiero, pero, ¡por Dios que me gustaría hacerlo!
-Lo hiciste durante mucho tiempo.
Era temprano y no había nadie en el café con excepción del cantinero y los dos jóvenes que se hallaban sentados en una mesa del rincón. Terminaba el verano y los dos estaban tostados por el sol, de modo que parecían fuera de lugar en París. La joven llevaba un vestido escocés de lana; su cutis era de un moreno suave; sus cabellos rubios y cortos crecían dejando al descubierto una hermosa frente. El hombre la miraba.
-¡La voy a matar! -dijo él.
-Por favor, no lo hagas -dijo ella. Tenía bellas manos y el hombre las miraba. Eran delgadas, morenas y muy hermosas.
-Lo voy a hacer. ¡Te juro por Dios que lo voy a hacer!
-No te va a hacer feliz.
-¿No podías haber caído en otra cosa? ¿No te podrías haber metido en un lío de otra naturaleza?
-Parece que no -dijo la joven-. ¿Qué vas a hacer ahora?
-Ya te lo he dicho.
-No; quiero decir, ¿qué vas a hacer, realmente?
-No sé -dijo él-. Ella lo miró y alargó una mano-. ¡Pobre Phil! -dijo.
El hombre le miró las manos, pero no las tocó.
-No, gracias -declaró.
-¿No te hace ningún bien saber que lo lamento?
-No.
-¿Ni decirte cómo?
-Prefiero no saberlo.
-Te quiera mucho.
-Sí; y esto lo prueba.
-Lo siento -dijo ella-; si no lo entiendes ...
-Lo entiendo. Eso es lo malo. Lo entiendo.
-¿Sí? -preguntó ella-. ¿Y eso lo hace peor?
-Es claro -la miró-. Lo entenderé siempre. Todos los días y todas las noches. Especialmente por la noche. Lo entenderé. No tienes necesidad de preocuparte.
-Lo siento...
-Si fuera un hombre...
-No digas eso. No podría ser un hombre. Tú lo sabes. ¿No tienes confianza en mí?
-¡Confiar en ti! Es gracioso. ¡Confiar en ti! Es realmente gracioso.
-Lo lamento. Parece que eso es todo lo que pudiera decir. Pero cuando nos entendemos, no vale la pena pretender que hacemos lo contrario.
-No, supongo que no.
-Volveré, si quieres.
-No; no quiero.
Después no dijeron nada por un largo rato.
-¿No crees que te quiero, no es cierto? -preguntó la joven.
-No hablemos de tonterías.
-Realmente, ¿no crees que te quiero?
-¿Por qué no lo pruebas?
-Haces mal en hablar así. Nunca me pediste que probara nada. No eres cortés.
-Eres una mujer extraña.
-Tú no. Eres un hombre magnífico y me destroza el corazón irme y dejarte...
-Tienes que hacerlo, :por supuesto.
-Sí -dijo ella-. Tengo que hacerlo, y tú lo sabes.
Él no dijo nada. Ella lo miró y extendió la mano nuevamente. El cantinero se hallaba en el extremo opuesto del café. Tenía el rostro blanco y también era blanca su chaqueta. Conocía a los dos y pensaba que formaban una hermosa pareja. Había visto romper a muchas parejas y formarse nuevas parejas, que no eran ya tan hermosas. Pero no estaba pensando en eso, sino en un caballo. Un cuarto de hora más tarde podría enviar a alguien enfrente para saber si el caballo había ganado.
-¿No puedes ser bueno conmigo y dejarme ir? -preguntó la joven.
-¿Qué crees que voy a hacer?
Entraron dos personas y se dirigieron al mostrador.
-Sí, señor -dijo el cantinero y atendió a los clientes.
-¿Puedes perdonarme? ¿Cuándo lo supiste? -preguntó la muchacha.
-No.
-¿No crees que las cosas que tuvimos y que hicimos pueden influir en nuestra comprensión?
-"El vicio es un monstruo de tan horrible semblante -dijo el joven con amargura- que... -no podía recordar las palabras-. No puedo recordar la frase -dijo.
-No digamos vicio. Eso no es muy cortés.
-Perversión -dijo él.
-¡James! -uno de los clientes se dirigió al cantinero-. Estás :muy bien.
-También usted está muy bien, señor -replicó al cantinero.
-¡Viejo James! -dijo el otro cliente-. Estás un poco más gordo.
-Es terrible la manera como uno se pone -contestó el cantinero.
-No dejes de poner el coñac, James -advirtió el primer cliente.
-No. Confíe usted en mí.
Los dos que se hallaban en el bar miraron a los que se encontraban en la mesa y después volvieron a mirar al cantinero. Por la posición en que se encontraban les resultaba más cómodo mirar al encargado del bar.
-Creo que sería mejor que no emplearas palabras como esa -dijo la muchacha-. No hay ninguna necesidad de decirlas.
-¿Cómo quieres que lo llame?
-No tienes necesidad de ponerle nombre.
-Así se llama.
-No -dijo ella-. Estamos hechos de toda clase de cosas. Debieras saberlo. Tú usaste muchas veces esa frase.
-No tienes necesidad de decirlo ahora.
-Lo digo porque así te lo vas a explicar mejor.
-Está bien -dijo él-. ¡Está bien!
-Dices que eso está muy mal. Lo sé; está muy mal. Pero volveré. Te he dicho que volveré. Y volveré en seguida.
-No; no lo harás.
-Volveré.
-No lo harás. A mí, por lo menos.
-Ya lo verás.
-Sí -dijo él-. Eso es lo infernal, que probablemente quieras volver.
-Por supuesto que lo voy a hacer.
-Ándate, entonces.
-¿Lo dices en serio? -no podía creerle, pero su voz sonaba feliz.
-¡Ándate! -dijo el hombre. Su voz le sonaba extraña. Estaba mirándola. Miraba la forma de su boca, la curva de sus mejillas y sus pómulos; sus ojos y la manera cómo crecía el cabello sobre su frente. Luego el borde de las orejas, que se veían bajo el pelo y el cuello.
-¿En serio? ¡Oh! ¡Eres bueno! ¡Eres demasiado bueno conmigo!
-Y cuando vuelvas me lo cuentas todo -su voz le sonaba muy extraña. No la reconocía. Ella lo miró rápidamente. Él se había decidido.
-¿Quieres que me vaya? -preguntó ella con seriedad.
-Sí -dijo él duramente-. En seguida. -Su voz no era la misma. Tenía la boca muy seca-. Ahora -dijo.
Ella se levantó y salió de prisa. No se volvió para mirarlo. Él no era el mismo hombre que antes de decirle que se fuera. Se levantó de la mesa, tomó los dos boletos de consumición y se dirigió al mostrador.
-Soy un hombre distinto, James -dijo al cantinero-. Ves en mí a un hombre completamente distinto
-Sí, señor -dijo James.
-El vicio -dijo el joven tostado- es algo muy extraño, James. -Miró hacia afuera. La vio alejarse por la calle. Al mirarse al espejo vio que realmente era un hombre distinto. Los otros dos que se hallaban acodados en el mostrador del bar se hicieron a un lado para dejarle sitio.
-Tiene usted mucha razón, señor -declaró Jame,.
Los otros dos se separaron un poco más de él, para que se sintiera cómodo. El joven se vio en el espejo que se hallaba detrás del mostrador.
-He dicho que soy un hombre distinto, James -dijo. Y al mirarse al espejo vio que era completamente cierto.
-Tiene usted :muy buen aspecto, señor -dijo James-. Debe haber pasado un verano magnífico.
Película basada en la novela homónima de Ernest Hemingway. En la película aparece Anthony Quinn con 2 de sus hijos Francesco y Valentina. En el caso de Francesco interpreta el papel de Santiago (Anthony Quinn) de joven
Ernest Miller Hemingway
(Oak Park, Illinois, Estados Unidos; 21 de julio de 1899 - Ketchum, Idaho, Estados
Unidos; 2 de julio de 1961) fue un
escritor y periodista estadounidense, uno de los principales novelistas y
cuentistas del siglo XX. Su estilo sobrio de cierta austeridad, tuvo una gran
influencia sobre la ficción del siglo XX, mientras que su vida de aventuras y
su imagen pública dejó huellas en las generaciones posteriores. Hemingway
escribió la mayor parte de su obra entre mediados de la década de 1920 y
mediados de la década de 1950. Ganó el Premio
Pulitzer en 1953 por El viejo y el
mar y al año siguiente el Premio
Nobel de Literatura por su obra completa. Publicó siete novelas, seis
recopilaciones de cuentos y dos ensayos. Póstumamente se publicaron tres
novelas, cuatro libros de cuentos y tres ensayos. Muchos de estos son
considerados clásicos de la literatura de Estados Unidos.
Hemingway se crió en
Oak Park, Illinois. Después de cursar la escuela secundaria, trabajó durante
unos meses como periodista del Kansas City Star, antes de irse al frente
italiano, donde se alistó como conductor de ambulancias durante la Primera
Guerra Mundial y en donde conoció a Henry Serrano Villard, de quien se hizo
amigo. En 1918, fue gravemente herido y regresó a su casa. Sus experiencias de
la guerra sirvieron de base para su novela Adiós
a las armas. En 1921 se casó con Hadley Richardson, la primera de sus
cuatro esposas. La pareja se mudó a París, donde trabajó como corresponsal
extranjero y asimiló la influencia de los escritores y artistas modernistas de
la comunidad de expatriados, la «generación perdida» de la década de 1920. La
primera novela de Hemingway, Fiesta,
fue publicada en 1926.
Tras su divorcio de
Hadley Richardson en 1927, Hemingway se casó con Pauline Pfeiffer. La pareja se
divorció después de que Hemingway regresara de la Guerra Civil Española, donde
había sido periodista, y después de que escribiera ¿Por quién doblan las campanas?
Con su tercera esposa, Martha Gellhorn, se casó en 1940. Se separaron
cuando conoció a Mary Welsh en Londres, durante la Segunda Guerra Mundial.
Estuvo presente en el desembarco de Normandía y la liberación de París.
Poco después de la
publicación de El viejo y el mar en
1952, Hemingway se fue de safari a África, donde estuvo a punto de morir en dos
accidentes aéreos sucesivos que lo dejaron con dolores y problemas de salud
gran parte del resto de su vida. Hemingway tuvo residencia permanente en Cayo
Hueso, Florida, en la década de 1930, y en Cuba, en las décadas de 1940 y 1950.
En 1959 compró una casa en Ketchum, Idaho, donde se suicidó el 2 de julio de
1961 a los 61 años.
Biografía
Primeros años
Ernest Miller Hemingway
nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois, un suburbio de Chicago. Su
padre, Clarence Edmonds Hemingway, era médico y su madre, Grace Hall Hemingway,
era música. Ambos eran educados y muy respetados en la comunidad conservadora
de Oak Park, una comunidad de la que Frank Lloyd Wright, uno de sus residentes,
dijo: «Tantas iglesias para tanta buena gente». Durante algún tiempo tras su
matrimonio, Clarence y Grace Hemingway vivieron con el padre de Grace, Ernest
Hall, que dio nombre a su primer nieto. Más tarde Ernest Hemingway diría que le
desagradaba su nombre, que «asociaba con el héroe ingenuo, incluso absurdo, de
La importancia de llamarse Ernesto, la obra de teatro de Oscar Wilde». La
familia se mudó finalmente a una casa de siete habitaciones en un barrio
respetable con un estudio de música para Grace y un consultorio médico para
Clarence.
Su madre participó en
conciertos en el pueblo. De adulto, Hemingway dijo odiar a su madre, si bien el
biógrafo Michael S. Reynolds señala que Hemingway era un reflejo de su energía
y entusiasmo. Su insistencia en que aprendiera a tocar el violonchelo se convirtió
en «fuente de conflictos», pero más tarde admitió que las clases de música le
fueron útiles para su obra, como se evidencia por la estructura de contrapunto
de la novela Por quién doblan las campanas. La familia tenía una casa de
verano llamada Windemere en Walloon Lake, cerca de Petoskey, Míchigan, donde su
padre le enseñó, siendo un niño de cuatro años, a cazar, pescar y acampar en
los bosques y los lagos del norte de Míchigan. Sus primeras experiencias en la
naturaleza le inculcaron la pasión por la aventura al aire libre y la vida en
zonas remotas o aisladas.
Desde
1913 hasta 1917, Hemingway asistió a la escuela secundaria Oak Park and River
Forest High School, donde practicó diversos deportes, como boxeo, atletismo,
waterpolo y fútbol americano. Destacó en las clases de inglés y, durante dos
años, actuó en la orquesta de la escuela con su hermana Marcelline. En su
penúltimo año cursó una asignatura de periodismo, impartida por Fannie Biggs,
que se organizaba «como si el aula fuera una oficina de periódico». Los mejores
escritores de la clase presentaban sus artículos al periódico de la escuela,
The Trapeze. Tanto Hemingway como Marcelline presentaron sus textos al Trapeze;
el primer artículo de Hemingway trataba de una actuación local de la Orquesta
Sinfónica de Chicago y fue publicado en enero de 1916. Continuó editando en el
Trapeze y en Tabula (el anuario de la escuela), imitando el lenguaje de los
periodistas deportivos con el seudónimo de Ring Lardner, Jr. —un guiño a Ring
Lardner del Chicago Tribune. Como Mark Twain, Stephen Crane, Theodore Dreiser y
Sinclair Lewis, Hemingway fue periodista antes de convertirse en novelista;
tras salir de la escuela secundaria se fue a trabajar como reportero novato
para el periódico Kansas City Star. Aunque solo trabajó allí durante seis
meses, el libro de estilo del «Star» formó la base para su escritura: «Utilice
frases cortas. Utilice primeros párrafos cortos. Use un lenguaje vigoroso. Sea
positivo, no negativo»
Primera Guerra Mundial
A principios de 1918
Hemingway respondió a una campaña de reclutamiento de la Cruz Roja en Kansas
City y firmó un contrato para convertirse en un conductor de ambulancias en
Italia. Salió de Nueva York en mayo y llegó a París mientras la ciudad estaba
bajo el bombardeo de la artillería alemana. En junio estaba en el frente
italiano. Probablemente fue en esta época cuando conoció a John Dos Passos, con
quien tuvo una relación difícil durante décadas. En su primer día en Milán fue
enviado a la escena de la explosión de una fábrica de municiones donde los
equipos de rescate recuperaron los restos triturados de las obreras. Describió
el incidente en su libro Muerte en la
tarde: «Me acuerdo que, después de haber buscado los cuerpos completos, se
recogieron los pedazos». Unos días más tarde fue estacionado en Fossalta di
Piave.
El 8 de julio fue
malherido por fuego de mortero, cuando acababa de regresar de la cantina para
traer chocolate y cigarrillos para los hombres en el frente. A pesar de sus
heridas, Hemingway logró rescatar un soldado italiano, lo que le valió la Medalla de Plata al Valor Militar del
gobierno italiano. Con sólo dieciocho años, Hemingway comentó sobre los
hechos: «Cuando uno se va a la guerra como joven, tiene una gran ilusión de
inmortalidad. Son las otras personas las que mueren, no te ocurre a ti. ...
Entonces, al estar gravemente herido por primera vez, uno pierde esta ilusión y
sabe que le puede pasar a uno mismo». Sufrió graves heridas de metralla en
ambas piernas, fue sometido a una operación inmediata en un centro de
distribución y pasó cinco días en un hospital de campaña antes de ser
trasladado al hospital de la Cruz Roja en Milán para su recuperación. Pasó seis
meses en el hospital, donde conoció a "Chink" Dorman-Smith con quien
forjó una fuerte amistad, que se prolongó durante décadas, y compartió un
cuarto con el futuro embajador estadounidense y escritor Henry Serrano Villard.
Mientras se recuperaba,
se enamoró, por primera vez, de Agnes von Kurowsky, una enfermera de la Cruz
Roja, siete años mayor que él. Para cuando fue dado de alta del hospital y
regresó a los Estados Unidos, en enero de 1919, Agnes y Hemingway ya habían
decidido casarse en los Estados Unidos pasados unos meses. Sin embargo, en
marzo Agnes le escribió que se había comprometido con un oficial italiano. El
biógrafo Jeffrey Meyers sostiene que Hemingway fue devastado por el rechazo de
Agnes y que en relaciones futuras siguió un patrón de abandonar a una esposa
antes de que ella pudiera hacerlo.
Toronto y Chicago
Hemingway volvió a casa
a principios de 1919 y pasó por un periodo de adaptación. Con apenas veinte
años de edad, la guerra había creado en él una madurez que no concordaba bien
con la necesidad de recuperación y una vida en casa sin trabajo. Como explica
Reynolds, «Hemingway no podía decir a sus padres lo que pensó cuando vio a su
rodilla sangrienta. No podía contar lo asustado que estaba en otro país con
cirujanos que no podían explicarle en inglés si perdería su pierna o no». En septiembre
participó en un viaje de campamento y de pesca con amigos de la secundaria, en
la península superior de Míchigan. Esta experiencia se convirtió en una fuente
de inspiración para su cuento «El río de dos corazones», en el que el personaje
semi-autobiográfico Nick Adams viaja en la naturaleza para encontrar la soledad
tras regresar de la guerra. Un amigo de la familia le ofreció un puesto en
Toronto, y sin nada más que hacer, aceptó. A finales de ese año comenzó a
trabajar como escritor profesional independiente y corresponsal extranjero del
Toronto Star Weekly donde conoció y trabó amistad con su colega periodista y
novelista Morley Callaghan, quien más tarde le presentó a F. Scott Fitzgerald
en París, evento que da lugar al infame combate de boxeo entre Hemingway y el
canadiense. Regresó a Míchigan el mes de junio siguiente, y luego se trasladó
a Chicago en septiembre de 1920 a vivir con amigos, sin dejar de presentar sus
artículos al Toronto Star.
En Chicago, trabajó
como editor asociado de la revista mensual Cooperative Commonwealth, donde
conoció al novelista Sherwood Anderson. Cuando Hadley Richardson, originaria de
St. Louis, llegó a Chicago para visitar a la hermana del compañero de
habitación de Hemingway, se enamoró y más tarde afirmó, «sabía que ella era la
chica con quien iba a casarme». Hadley tenía el cabello rojo, con un «instinto
cariñoso», y era ocho años mayor que Hemingway. A pesar de la diferencia de
edad, Hadley, que había crecido con una madre sobreprotectora, parecía menos
madura de lo normal para una joven de su edad. Bernice Kert, autora de The
Hemingway Women (Las mujeres de Hemingway), afirma que Hadley fue «evocadora»
de Agnes, a pesar de tener un infantilismo inexistente en Agnes. Los dos se escribieron
durante algunos meses, y decidieron casarse y viajar a Europa. Quisieron
visitar Roma, pero Sherwood Anderson les convenció de visitar París, y escribió
cartas de recomendación para la joven pareja. Se casaron el 3 de septiembre de
1921; dos meses después, Hemingway fue contratado como corresponsal en el
extranjero del Toronto Star y la pareja se marchó a París. Sobre el matrimonio
de Hemingway y Hadley, Meyers comenta: «Con Hadley, Hemingway logra todo lo que
había esperado con Agnes: el amor de una hermosa mujer, una renta cómoda, una
vida en Europa».
París
Carlos Baker, el primer
biógrafo de Hemingway, cree que, si bien Anderson sugirió París porque «la tasa
de cambio monetario» convertía la ciudad en un lugar barato para vivir, de mayor
importancia fue que era el lugar donde vivían «las personas más interesantes
del mundo». En París Hemingway conoció a escritores como Gertrude Stein, James
Joyce y Ezra Pound que «podrían ayudar a un joven escritor por los peldaños de
una carrera». El Hemingway de los primeros años de París era un joven «alto,
guapo, musculoso, de hombros anchos, de ojos marrones, de rosadas mejillas, de
mandíbula cuadrada, de voz suave». Él y Hadley vivían en un pequeño edificio
sin ascensor en el 74 rue du Cardinal
Lemoine en el Barrio Latino, y trabajaba en una habitación alquilada en un
edificio cercano. Stein, quien era el bastión del modernismo anglosajón en
París, se convirtió en la mentora de Hemingway; lo presentó a los artistas y
escritores expatriados del barrio Montparnasse, a quienes se refirió como la
«Generación Perdida», un término popularizado por Hemingway con la publicación
de Fiesta. Como un habitual del salón de Stein, Hemingway conoció a pintores
influyentes como Pablo Picasso, Joan Miró y Juan Gris. Con el tiempo se retiró
de la influencia de Stein y su relación se deterioró en una disputa literaria
que se extendió por décadas. El poeta estadounidense Ezra Pound conoció a
Hemingway por casualidad en 1922, en Shakespeare
and Company, la librería de Sylvia Beach. Los dos recorrieron Italia en
1923 y vivían en la misma calle en 1924. Forjaron una gran amistad, y en
Hemingway, Pound reconoció y fomentó un talento joven. Pound presentó a
Hemingway al escritor irlandés James Joyce, con quien Hemingway se embarcó con
frecuencia en «juergas alcohólicas».
Durante sus primeros
veinte meses en París, Hemingway presentó ochenta y ocho artículos al periódico
Toronto Star. Cubrió la guerra greco-turca, donde fue testigo de la quema de
Smyrna y escribió artículos de viaje, tales como «Tuna Fishing in Spain» («La
pesca de atún en España») y «Trout Fishing All Across Europe: Spain Has the
Best, Then Germany» («Pesca de la trucha en toda Europa: España tiene lo mejor,
después Alemania»). Hemingway quedó devastado al enterarse de que Hadley había
perdido una maleta con sus manuscritos en la estación de París-Lyon mientras
viajaba a Ginebra para reunirse con él en diciembre de 1922. El siguiente mes
de septiembre, la pareja regresó a Toronto, donde su hijo John Hadley Nicanor
nació el 10 de octubre de 1923. El primer libro de Hemingway, Tres relatos y
diez poemas, se publicó durante su ausencia. Dos de los relatos que contenía
eran todo lo que quedaba tras la pérdida de la maleta, y el tercero había sido
escrito durante la primavera en Italia. En cuestión de meses se publicó un
segundo volumen, En nuestro tiempo. El pequeño volumen incluía seis viñetas y
una docena de relatos que Hemingway había escrito el verano pasado durante su
primera visita a España, donde descubrió la emoción de la corrida. Echaba de
menos París, consideró Toronto aburrido, y quería volver a la vida de un
escritor, en lugar de vivir la vida de un periodista.
Hemingway, Hadley y su
hijo (apodado Bumby) regresaron a París en enero de 1924 y se instalaron en un
nuevo apartamento en la rue Notre-Dame-des-Champs. Hemingway ayudó a Ford
Madox Ford a editar la revista literaria The Transatlantic Review, en la cual
se publicaron las obras de Ezra Pound, John Dos Passos, baronesa Elsa von
Freytag-Loringhoven, y Gertrude Stein, así como algunos de los primeros relatos
de Hemingway, como «Campamento indio» («Indian Camp»). Cuando En nuestro
tiempo se publicó en 1925, la sobrecubierta llevaba comentarios de Ford.
«Campamento indio» recibió grandes elogios; Ford lo consideró como una
importante primera obra de un escritor joven, y los críticos en los Estados
Unidos elogiaron a Hemingway por revitalizar el género del cuento con su estilo
fresco y el uso de oraciones declarativas. Seis meses antes, Hemingway conoció
a F. Scott Fitzgerald, y ambos desarrollaron una amistad de «admiración y
hostilidad» mutua. Fitzgerald había publicado El gran Gatsby el mismo año: Hemingway lo leyó, le gustó y decidió
que su siguiente trabajo tenía que ser una novela.
En 1923, junto con su
esposa Hadley, Hemingway visitó por primera vez las fiestas de San Fermín en
Pamplona (España), donde quedó fascinado por la corrida de toros. Los Hemingway
regresaron a Pamplona en 1924, donde hicieron amistad con el hotelero Juanito
Quintana, que les presentaría a un buen número de toreros y aficionados, y una
tercera vez en junio de 1925; ese año trajeron un grupo de expatriados
estadounidenses y británicos: el amigo de infancia de Hemingway Bill Smith,
Stewart, Lady Duff Twysden (recientemente divorciada) y su amante Pat Guthrie,
y Harold Loeb. Pocos días después de que terminara el festival, en su
cumpleaños (21 de julio), comenzó a escribir el borrador de Fiesta, terminando ocho semanas después.
Unos meses más tarde, desde diciembre de 1925, los Hemingway pasaron el
invierno en Schruns, Austria, donde Hemingway comenzó una extensa revisión del
manuscrito. Pauline Pfeiffer se unió a ellos en enero y, en contra del consejo
de Hadley, le instó a firmar un contrato con la editorial Scribner. Salió de
Austria para un corto viaje a Nueva York para reunirse con los editores, y a su
regreso, durante una parada en París, comenzó un romance con Pauline, antes de
regresar a Schruns para terminar las revisiones en marzo. El manuscrito llegó a
Nueva York en abril, corrigió la prueba final en París en agosto de 1926, y
Scribner publicó la novela en octubre.
Fiesta
personificó la generación de expatriados de la posguerra, recibió buenas
críticas, y fue «reconocida como la mayor obra de Hemingway». Más tarde
Hemingway escribió a su editor Max Perkins que el «punto del libro» no trataba
tanto de una generación que se pierde, sino de que «la tierra permanece para
siempre»; creía que los personajes de
Fiesta pueden haber sido «golpeados», pero no perdidos.
El matrimonio de
Hemingway y Hadley se deterioró cuando estaba trabajando en Fiesta. En la primavera de 1926 Hadley
se dio cuenta de su relación con Pauline Pfeiffer, que vino con ellos a
Pamplona en julio. A su regreso a París, Hadley pidió una separación, y en
noviembre solicitó formalmente el divorcio. Dividieron sus posesiones, y Hadley
aceptó la oferta de Hemingway de quedarse con las ganancias de Fiesta. La pareja se divorció en enero
de 1927, y Hemingway se casó con Pauline Pfeiffer en mayo del mismo año.
Pauline, quien era de
una rica familia católica de Arkansas, se trasladó a París para trabajar para
la revista Vogue. Hemingway se convirtió al catolicismo antes de su matrimonio.
Tuvieron su luna de miel en Le Grau-du-Roi, donde Hemingway contrajo carbunco y
donde planificó su siguiente recopilación de cuentos titulado Hombres sin mujeres, que fue publicada
en octubre de 1927. A finales del año Pauline, que estaba embarazada, quería
regresar a los Estados Unidos. John Dos Passos recomendó Cayo Hueso en Florida,
y salieron de París en 1928. Esa primavera Hemingway sufrió una lesión grave en
su cuarto de baño en París, cuando tiró un tragaluz encima de su cabeza
pensando que estaba tirando de la cadena de baño. Esto lo dejó con una
prominente cicatriz en la frente que llevaría para el resto de su vida. Al ser
preguntado sobre la cicatriz, se mostró reacio a contestar. Después de su
salida de París, Hemingway «nunca volvió a vivir en una gran ciudad».
Cayo Hueso y el Caribe
A finales de la
primavera Hemingway y Pauline viajaron a Kansas City, donde nació su hijo
Patrick el 28 de junio de 1928. Pauline tuvo un parto difícil, que Hemingway
incorporó como ficción en Adiós a las armas. Después del nacimiento de Patrick,
Pauline y Hemingway viajaron a Wyoming, Massachusetts y Nueva York. En el
invierno estaba en Nueva York con Bumby, a punto de abordar un tren a Florida,
cuando recibió un telegrama que le decía que su padre se había suicidado.nota Hemingway se quedó devastado; poco antes había
enviado una carta a su padre diciéndole que no se preocupara por las
dificultades financieras; la carta llegó minutos después del suicidio. Se dio
cuenta de cómo Hadley debe haberse sentido después del suicidio de su propio
padre en 1903, y comentó: «Probablemente voy a ir de la misma manera».
A su regreso a Cayo
Hueso en diciembre, Hemingway trabajó en su novela Adiós a las armas antes de
viajar a Francia en enero. Había terminado en agosto, pero retrasó la revisión.
La serialización en Scribner's Magazine estaba programada para comenzar en
mayo, pero en abril Hemingway todavía estaba trabajando en la parte final que
podría haber vuelto a escribir hasta diecisiete veces. Finalmente la novela se
publicó el 27 de septiembre. El biógrafo James Mellow cree que Adiós a las
armas estableció a Hemingway como un importante escritor norteamericano y que
mostró un nivel de complejidad que no era aparente en Fiesta. En España,
durante el verano de 1929, Hemingway preparó su siguiente trabajo, Muerte en la tarde. Quería escribir un
ensayo integral sobre la corrida de toros, y los toreros, completo con
glosarios y apéndices, porque creía que la corrida era «de gran interés
trágico, por tratarse literalmente de vida o muerte».
Durante la década de
1930 Hemingway pasó los inviernos en Cayo Hueso y los veranos en Wyoming, donde
encontró «el país más hermoso que había visto en el oeste de Estados Unidos»
donde cazaba venados, alces y osos grizzly. Fue acompañado allí por Dos Passos
y en noviembre 1930, después de llevar a Dos Passos a la estación de
ferrocarril en Billings, Hemingway se rompió el brazo en un accidente de coche.
El cirujano trató la fractura espiral compuesta, uniendo el hueso con tendón de
canguro. Fue hospitalizado durante siete semanas, y los nervios de su mano de
escribir necesitaron un año para curar, periodo durante el cual sufrió un
intenso dolor.
Su tercer hijo, Gregory
Hancock Hemingway, nació el siguiente año, el 12 de noviembre de 1931 en Kansas
City. El tío de Pauline compró una casa
con cochera en Cayo Hueso para la pareja, y el segundo piso de la cochera fue
convertido en un estudio de escritura. Su ubicación frente a la calle del faro
facilitó encontrar el camino a su casa tras una larga noche de copas. Mientras
en Cayo Hueso, Hemingway frecuentaba el bar local Sloppy Joe. Invitó a amigos
—incluyendo Waldo Peirce, Dos Passos, y Max Perkins— a acompañarle en viajes
de pesca y en una expedición a las islas Dry Tortugas. Mientras tanto, continuó
viajando a Europa y a Cuba, y aunque escribió acerca de Cayo Hueso en 1933:
«Tenemos una muy buena casa aquí, y todos los niños se encuentran bien», Mellow
cree que «era claramente inquieto».
En 1933, Hemingway y
Pauline fueron de safari a África del Este. El viaje de diez semanas
proporcionó material para Las verdes colinas de África, así como los cuentos
Las nieves del Kilimanjaro y La corta vida feliz de Francis Macomber. La pareja
visitó Mombasa, Nairobi, y Machakos en Kenia, y luego viajaron a Tanganica,
donde cazaron en el Serengeti en torno al lago Manyara, y al oeste y al sureste
del actual Parque nacional de Tarangire. Su guía fue el notable «cazador
blanco» Philip Hope Percival, quien había guiado a Theodore Roosevelt en su
safari en 1909. Durante estos viajes Hemingway contrajo disentería amebiana que
causó un intestino prolapsado, y fue evacuado en avión a Nairobi, una
experiencia reflejada en «Las nieves del Kilimanjaro». Al regreso de Hemingway
en Cayo Hueso a principios de 1934, comenzó a trabajar en Las verdes colinas de
África, que se publicó en 1935 recibiendo críticas mixtas.
Hemingway compró un
barco en 1934, lo llamó Pilar, y comenzó a navegar por el mar Caribe. En 1935
llegó por primera vez a Bimini, donde pasó un tiempo considerable. Durante este
período también trabajó en Tener y no tener, publicado en 1937, mientras se
encontraba en España, y la única novela que escribió durante la década de 1930.
Guerra Civil Española y
Segunda Guerra Mundial
En 1937 Hemingway
acordó trabajar como corresponsal de la Guerra Civil Española para la North
American Newspaper Alliance (NANA), y llegó a España en marzo, junto con el cineasta
holandés Joris Ivens, visitando entre otras ciudades Valencia o Madrid. Ivens,
que estaba filmando Tierra de España,
quiso que Hemingway reemplazara a John Dos Passos como guionista, ya que Dos
Passos había abandonado el proyecto cuando su amigo y traductor José Robles
Pazos fue detenido y muy probablemente asesinado por la NKVD. El incidente
cambió la opinión de Dos Passos sobre los republicanos de izquierda, creando
una brecha entre él y Hemingway, que más tarde difundió el rumor de que Dos
Passos habría dejado España por cobardía.
La periodista y
escritora Martha Gellhorn, a quien Hemingway conoció en Cayo Hueso la Navidad
anterior (1936), se unió a él en España. Como Hadley, Martha era originaria de
St. Louis, y al igual que Pauline había trabajado para la revista Vogue en
París. Sobre Martha, Kert afirma que «nunca se ocupó de él como lo hicieron
otras mujeres». A finales de 1937, cuando estaba en Madrid con Martha,
Hemingway escribió su única obra de teatro, La quinta columna, mientras que la
ciudad estaba siendo bombardeada. Volvió a Cayo Hueso durante unos meses y
luego regresó a España en dos ocasiones en 1938, donde estuvo presente en la
Batalla del Ebro, el último reducto republicano, y se encontraba entre los
últimos periodistas británicos y estadounidenses en cruzar el río para salir de
la batalla.
En la primavera de
1939, Hemingway navegó a Cuba en su barco, para vivir en el Hotel Ambos Mundos en La Habana. Fue la
primera fase de una separación lenta y dolorosa de Pauline, que había comenzado
cuando Hemingway conoció a Martha. Martha pronto se unió a él en Cuba, y
alquilaron Finca Vigía, una finca de
61.000 m² a veinticuatro kilómetros de La Habana. En el verano, Pauline y los
niños dejaron a Hemingway después de que la familia se hubiera reunido durante
una visita a Wyoming. Después de finalizar el divorcio con Pauline, se casó con
Martha el 20 de noviembre de 1940 en Cheyenne, Wyoming.94 Como lo había hecho
después de su divorcio de Hadley, cambió de residencias, moviendo su principal
residencia de verano hacia Ketchum, Idaho, en las afueras de la nueva localidad
de Sun Valley, y su residencia de invierno a Cuba. Hemingway, quien se había
sentido disgustado cuando un amigo de París permitió a sus gatos comer en la
mesa, se enamoró de los gatos en Cuba, manteniendo decenas de ellos en la
finca.
En enero de 1941 Martha
fue enviada a China en una misión para la revista Collier's Weekly. Hemingway
la acompañó y envió sus despachos al diario PM, pero en general no le gustaba
China. Regresaron a Cuba antes de la declaración de guerra de los Estados
Unidos en diciembre, sobre lo cual convenció al gobierno cubano que le ayudara
a reequipar su barco, el Pilar, con la intención de utilizarlo para emboscar a
los submarinos alemanes en las costas de Cuba
De mayo de 1944 a marzo
de 1945 Hemingway estaba en Londres y Europa. Cuando Hemingway llegó por
primera vez en Londres conoció a la corresponsal de la revista Time Mary Welsh,
de quien se enamoró. Martha, quien había sido obligada a cruzar el Atlántico en
un barco cargado de explosivos porque él se había negado a ayudarla a conseguir
un pase de prensa en un avión, llegó a Londres para encontrar a Hemingway
hospitalizado con una contusión por un accidente de coche. Indiferente a su
estado físico, lo acusó de ser un matón, y le dijo que estaba «terminado,
absolutamente terminado». La última vez que vio a Martha fue en marzo de 1945,
cuando se disponía a regresar a Cuba. Mientras tanto, en su tercer encuentro
con Mary Welsh, le pidió que se casara con él.
Hemingway, llevando una
venda grande en la cabeza, estuvo presente durante el desembarco de Normandía,
aunque se mantuvo en una lancha de desembarco porque los militares lo consideraron
una «carga preciosa», aunque el biógrafo Kenneth Lynn sostiene que fabricó
historias de que bajó a tierra durante el desembarco. A finales de julio, se
unió al «22.º Regimiento de Infantería», al mando del Coronel Charles Buck
Lanham, que se dirigía hacia París, y Hemingway se convirtió en el líder de
facto de un pequeño grupo de milicianos de las aldeas en Rambouillet, en las
afueras de París. Sobre las hazañas de Hemingway, el historiador Paul Fussell
comentó: «Hemingway se metió en problemas considerables jugando a capitán de
infantería con un grupo de la resistencia que reunió, porque se supone que un
corresponsal no debe conducir a las tropas, incluso si lo hace bien». Esto iba
contra la Convención de Ginebra, y Hemingway fue formalmente detenido; dijo que
resolvió la cuestión alegando que solo ofreció asesoramiento
Gellhorn lo inspiró a
escribir su novela más famosa, ¿Por quién
doblan las campanas?, que inició en marzo de 1939 y terminó en julio de
1940. Fue publicada en octubre de 1940.97 En acuerdo con su rutina de cambiar
de residencias mientras trabajaba en un manuscrito, escribió ¿Por quién doblan las campanas? en Cuba,
Wyoming y Sun Valley. ¿Por quién doblan
las campanas?, seleccionado por el Book-of-the-Month Club, vendió medio
millón de copias en cuestión de meses, recibió una nominación para el Premio
Pulitzer y, como lo explica Meyers, «restableció triunfalmente la reputación
literaria de Hemingway».
El 25 de agosto de
1944, estuvo durante la liberación de París, aunque a diferencia de lo que dice
la leyenda, Hemingway no fue el primero en entrar en la ciudad, ni tampoco
liberó el Ritz. No obstante, asistió a una reunión organizada por Sylvia
Beach, donde «hizo las paces» con Gertrude Stein. Ese mismo año, estuvo
presente durante los intensos combates de la Batalla del Bosque de Hürtgen. El
17 de diciembre 1944, febril y en mal estado, había conducido a Luxemburgo para
cubrir lo que posteriormente se llamaría la Batalla de las Ardenas. Sin
embargo, tan pronto como llegó, Lanham lo entregó a los médicos, que lo
hospitalizaron con neumonía; al recuperarse, una semana más tarde, la mayor
parte del combate había terminado.
En 1947, Hemingway fue
galardonado con una Estrella de Bronce
por su valentía durante la Segunda Guerra Mundial. Fue reconocido por su valor,
tras encontrarse «bajo fuego en las zonas de combate con el fin de obtener una
imagen precisa de las condiciones» con la mención de que «a través de su
talento de expresión, el señor Hemingway permitió a los lectores obtener una
imagen vívida de las dificultades y los triunfos del soldado de frente y su
organización en el combate».
Cuba y el Premio Nobel
Hemingway dijo que de
1942 a 1945 «estaba fuera del negocio como escritor». En 1946 se casó con Mary,
que tuvo un embarazo ectópico cinco meses más tarde. La familia Hemingway
sufrió una serie de accidentes y problemas de salud en los años posteriores a
la guerra: en un accidente de tráfico en 1945 Ernest se «rompió la rodilla» y
tuvo otra «herida profunda en la frente»; Mary se rompió primero su tobillo
derecho y luego el de la izquierda en accidentes de esquí sucesivos. Un accidente
de tráfico en 1947 dejó a Patrick con una herida en la cabeza y gravemente
enfermo. Hemingway se hundió en una depresión cuando sus amigos literarios
comenzaron a fallecer: en 1939 W. B. Yeats y Ford Madox Ford; en 1940 Scott
Fitzgerald; en 1941 Sherwood Anderson y James Joyce; en 1946 Gertrude Stein; y
al año siguiente, en 1947, Max Perkins, durante mucho tiempo el editor y amigo
de Hemingway de la editorial Scribner. Durante este período, sufría de fuertes
dolores de cabeza, alta presión arterial, problemas de peso, y finalmente de
diabetes —gran parte de lo cual fue el resultado de accidentes anteriores y de
muchos años de consumo excesivo de alcohol—.
No obstante, en enero
de 1946, comenzó a trabajar en El Jardín
del Edén, terminando ochocientas páginas para junio. Durante los años de
la posguerra también comenzó a trabajar en una trilogía, tentativamente
titulada «The Land», «The Sea» y «The Air», (La tierra, El mar y El aire) con
el propósito de unirlas en una novela titulada The Sea Book (El libro del mar). Sin embargo, ambos proyectos se
estancaron, y Mellow observa que la incapacidad de Hemingway de darles
seguimiento era «un síntoma de sus problemas» durante estos años.
En 1948, Hemingway y
Mary viajaron a Europa y permanecieron en Venecia durante varios meses. Allí,
Hemingway se enamoró de Adriana Ivancich, una joven de 19 años de edad. La
historia de este amor platónico inspiró la novela Al otro lado del río y entre los árboles, que escribió en Cuba en
una época de conflictos con Mary; fue publicada en 1950, recibiendo críticas
negativas. Al año siguiente, furioso por la recepción crítica de Al otro lado del río y entre los árboles, escribió
el borrador de El viejo y el mar en
ocho semanas, diciendo que era «lo mejor que puedo escribir durante toda mi
vida». El viejo y el mar, que se
convirtió en una selección del Libro-del-mes, hizo de Hemingway una celebridad
internacional y recibió el Premio
Pulitzer en mayo de 1952, un mes antes de salir para su segundo viaje a
África.
En 1953, después de
quince años de ausencia, Hemingway regresa a España, donde las autoridades
franquistas no le molestan y acude de nuevo a los Sanfermines de Pamplona. En
1954, cuando estaba en África, Hemingway casi murió en dos accidentes aéreos
sucesivos que lo dejaron gravemente herido. Como regalo de Navidad a Mary había
contratado un vuelo turístico sobre el Congo belga. En camino a fotografiar las
cascadas Murchison desde el aire, el avión chocó contra un poste de electricidad
abandonado y tuvo que realizar un «aterrizaje de emergencia en la densa
maleza». Las lesiones de Hemingway incluyeron una herida en la cabeza, mientras
que Mary se rompió dos costillas. Al día siguiente, en un intento de llegar a
la asistencia médica en Entebbe, abordaron un segundo avión que explotó durante
el despegue; Hemingway sufrió quemaduras y otra conmoción cerebral, esta vez lo
suficientemente grave como para provocarle una pérdida de fluido cerebral.
Finalmente, llegaron en Entebbe, donde se dieron cuenta de que los periodistas
estaban cubriendo la historia de la muerte de Hemingway. Informó a los
reporteros de su error y pasó las siguientes semanas recuperándose y leyendo
sus obituarios prematuros A pesar de sus heridas, Hemingway acompañó a Patrick
y su esposa en una expedición de pesca prevista en febrero, pero el dolor le
llevó a ser colérico y difícil de tratar. En un incendio forestal fue
nuevamente herido, sufriendo quemaduras de segundo grado en las piernas, el
torso frontal, labios, mano izquierda y en el antebrazo derecho. Meses
después, en Venecia, Mary enumeró las graves lesiones de Hemingway: dos discos
intervertebrales agrietados, una ruptura hepática y renal, una dislocación del
hombro y una fractura del cráneo. Los accidentes podrían haber precipitado el
deterioro físico que iba a seguir. Después de los accidentes de avión,
Hemingway, quien había sido «un alcohólico apenas controlado» durante gran
parte de su vida, bebió más de lo habitual para combatir el dolor de sus
heridas.
En octubre de 1954,
Hemingway recibió el Premio Nobel de
Literatura. Modestamente, dijo a la prensa que Carl Sandburg, Isak Dinesen
y Bernard Berenson merecieron el premio, pero que el dinero sería bienvenido.
Mellow afirma que Hemingway «había codiciado el Premio Nobel», pero cuando lo
ganó, meses después de su accidente de avión y tras la cobertura de la prensa
mundial que siguió, «debía de haber una sospecha persistente en la mente de
Hemingway de que sus obituarios habían desempeñado un papel en la decisión de
la academia». Como aún estaba sufriendo el dolor de los accidentes en África,
decidió no viajar a Estocolmo. En su lugar envió un discurso para ser leído,
en el cual definió la vida del escritor: «Escribir, en su mejor momento, es una
vida solitaria. Organizaciones para escritores palían la soledad del escritor,
pero dudo si mejoran su escritura. Crece en estatura pública como vierte su
soledad y a menudo su trabajo se deteriora. Porque hace su trabajo solo, y si
es un escritor lo suficientemente bueno, debe enfrentar la eternidad, o la
falta de ella, cada día».
Desde finales de 1955 y
hasta principios de 1956 Hemingway estuvo postrado en cama. Se le dijo que
dejara de beber para mitigar los daños en el hígado, consejo que siguió inicialmente
pero luego ignoró. En octubre de 1956 regresó a Europa y conoció al escritor
vasco Pío Baroja, quien estaba gravemente enfermo y falleció semanas después.
Durante el viaje, Hemingway cayó enfermo de nuevo y fue tratado por «alta
presión arterial, enfermedades del hígado y arteriosclerosis».
En noviembre, mientras estaba
en París, se acordó de los baúles que había almacenado en el Hotel Ritz en 1928
y que nunca había recuperado. Los baúles estaban llenos de cuadernos y
escrituras de sus años en París. Cuando regresó a Cuba en 1957, entusiasmado
con el descubrimiento, comenzó a dar forma a la obra recuperada en su
autobiografía París era una fiesta. En 1959 finalizó un período de intensa
actividad: terminó París era una fiesta (programado
para ser lanzado el año siguiente); llevó Al romper el alba a 200.000 palabras;
añadió capítulos a El Jardín del Edén;
y trabajó en Islas en el golfo. Las tres últimas fueron almacenadas en una caja
de depósito en La Habana, mientras se concentraba en los toques finales de París era una fiesta. Reynolds afirma
que fue durante este período que Hemingway se hundió en la depresión, de la que
no pudo recuperarse.
Finca Vigía se volvió
cada vez más un lugar lleno de invitados y turistas, y Hemingway, que empezaba
a sentirse infeliz con la vida allí, estaba considerando trasladarse permanentemente
a Idaho. En 1959 compró una casa con vistas al río Big Wood en las afueras de
Ketchum, y salió de Cuba, a pesar de que aparentemente mantuvo buenas
relaciones con el gobierno de Fidel Castro, comentando al New York Times que
estaba «encantado» con el derrocamiento de Fulgencio Batista a manos de Castro.
Estuvo en Cuba en noviembre de 1959, entre su regreso de Pamplona y su viaje
hacia Idaho, y también para su cumpleaños al año siguiente; sin embargo, ese
mismo año Mary y él decidieron abandonar Cuba, después de enterarse de la
noticia de que Castro quería nacionalizar las propiedades de los
estadounidenses y otros extranjeros en la isla. En julio de 1960, los Hemingway
salieron de Cuba por última vez, dejando obras de arte y manuscritos en la
bóveda de un banco en La Habana. Después de la Invasión de Playa Girón en 1961,
la Finca Vigía, incluyendo la
colección de unos «cuatro a seis mil libros» de Hemingway, fue expropiada por
el gobierno cubano.
Idaho y el suicidio
Hasta finales de la
década de 1950 Hemingway siguió revisando el material que se publicaría como
París era una fiesta. En el verano de 1959 visitó España para preparar una
serie de artículos sobre corridas de toros encargado por Life Magazine,
regresando a Cuba en enero de 1960 para trabajar en el manuscrito. Life sólo
quería 10.000 palabras, pero el manuscrito creció fuera de control. Por primera
vez en su vida era incapaz de organizar sus textos y pidió a A. E. Hotchner que
viajara a Cuba para ayudarle. Hotchner le ayudó a recortar el texto para Life a
40.000 palabras, y la editorial Scribner acordó la versión del libro completo,
titulado El verano peligroso, de casi 130.000 palabras. A Hotchner, Hemingway
le pareció «extraordinariamente indeciso, desorganizado y confuso”, y sufrió
enormemente de una visión deficiente.
El 25 de julio de 1960,
Hemingway y Mary salieron de Cuba por última vez. Luego Hemingway viajó solo a
España para ser fotografiado para el árticulo de Life Magazine. Unos días más tarde
salieron noticias de prensa diciendo que se encontraba gravemente enfermo y a
punto de morir, lo que causó pánico a Mary hasta que recibió un telegrama de
Hemingway diciendo «Informes falsos. En camino Madrid. Amor Papa». Sin
embargo, estaba gravemente enfermo y creía estar al borde de un colapso. Se
sintió solo y se quedó en su cama durante días, retirándose en el silencio,
pese a la publicación de las primeras entregas de El verano peligroso en Life
en septiembre de 1960 y las buenas críticas que cosechó el artículo. En
octubre viajó de España a Nueva York, donde se negó a abandonar el apartamento
de Mary con el pretexto de que estaba siendo vigilado. Ella lo llevó
rápidamente a Idaho, donde George Saviers (un médico de Sun Valley) los encontró
en el ferrocarril.
En este tiempo,
Hemingway estaba preocupado por sus finanzas y por su seguridad. Se
encontraba preocupado por sus impuestos, y dijo que nunca volvería a Cuba para
recuperar los manuscritos que había dejado en la bóveda de un banco. Se volvió
paranoico y pensaba que el FBI estaba activamente monitoreando sus movimientos
en Ketchum. A finales de noviembre Mary estaba desesperada y Saviers sugirió
que Hemingway fuera trasladado a la clínica Mayo, en Minnesota, donde pudo
haber creído que iba a ser tratado por hipertensión. En un intento de
anonimato, fue registrado bajo el apellido de su médico, Saviers. Meyers
escribe que «un aura de secretismo rodea el tratamiento de Hemingway en la
Clínica Mayo», pero confirma que fue tratado con terapia electroconvulsiva
hasta 15 veces en diciembre de 1960, para luego ser «liberado en ruinas» en
enero de 1961. Reynolds obtuvo acceso a los registros de Hemingway en la
Clínica Mayo, los cuales indican que fue tratado por un estado depresivo que
puede haber sido causado por una combinación de medicamentos.
Según A. E. Hotchner,
asociado cercano de Hemingway y escritor de Papa Hemingway y Hemingway y su
Mundo, Hemingway se quejó durante años de que estaba bajo la vigilancia del
FBI. Hotchner y otros amigos del ganador del premio Nobel desestimaron tales
afirmaciones como paranoia. Fue una sorpresa para Hotchner que, en 1980, cuando
el FBI se vio obligado a lanzar algunos de sus archivos de Hemingway (no publicaron
algunos que los delataban como culpables de su muerte), resultara que Hemingway
tenía razón. Hotchner cree que la vigilancia del FBI "contribuyó
sustancialmente a la angustia [de su amigo] y . . . al suicidio", y agregó
que había "juzgado mal lamentablemente" el temor de su amigo hacia la
organización.
De nuevo en Ketchum
tres meses después, en abril de 1961, una mañana en la cocina, Mary «encontró a
Hemingway sosteniendo una escopeta». Llamó a Saviers, quien le dio un sedativo
y lo ingresó en el hospital de Sun Valley; desde allí fue devuelto a la Clínica
Mayo para recibir más terapias por electrochoque. Fue liberado a finales de
junio y llegó a su casa en Ketchum el 30 de junio. Dos días después, en la
madrugada del 2 de julio de 1961, Hemingway se disparó «deliberadamente» con su
escopeta favorita. Abrió la bodega del sótano donde guardaba sus armas, subió
las escaleras hacia el vestíbulo de la entrada principal de su casa, y «empujó
dos balas en la escopeta Boss calibre doce, colocó el extremo del cañón en su
boca, apretó el gatillo y estalló su cerebro». Mary llamó al hospital de Sun
Valley, y el Dr. Scott Earle llegó a la casa «quince minutos» después. A pesar
de su afirmación de que Hemingway «había muerto de una herida autoinfligida en
la cabeza», la historia que se contó a la prensa fue que la muerte había sido
«accidental».Sin embargo, en una entrevista de prensa cinco años después, Mary
Hemingway admitió que su marido se había suicidado.
Durante sus últimos
años, el comportamiento de Hemingway fue similar al de su padre antes de que se
suicidara; su padre puede haber sufrido de una enfermedad genética,
hemocromatosis, en el que la incapacidad de metabolizar el hierro culmina en un
deterioro mental y físico. Los registros médicos disponibles en 1991
confirman que se había diagnosticado la hemocromatosis de Hemingway a
principios de 1961. Su hermana Ursula y su hermano Leicester también se
suicidaron. A las dolencias físicas de Hemingway se sumó el problema de que había
sido un gran bebedor la mayor parte de su vida.
Familiares y amigos de
Hemingway viajaron a Ketchum para el funeral, que fue oficiado por el sacerdote
católico local, quien creía que su muerte había sido accidental. Su hermano
Leicester escribió sobre el funeral (durante el cual un monaguillo se desmayó a
la cabeza del ataúd): «Me parecía que Ernest hubiera aprobado todo».
Estilo
El New York Times
escribió en 1926 sobre la primera novela de Hemingway que «Ninguna cantidad de
análisis puede transmitir la calidad de
Fiesta. Es una narración verdaderamente apasionante, relatada en una prosa
narrativa atlética, dura, magra, que pone en vergüenza al inglés más
literario». Fiesta está escrito en
una prosa escasa, precisa, que hizo la fama de Hemingway, e influyó el estilo
de innumerables novelas baratas de crimen y de ficción.156 En 1954, cuando
Hemingway fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, lo fue por «su
maestría del arte de la narración, que demostró recientemente en El viejo y el mar, y por la influencia
que ha ejercido sobre el estilo contemporáneo”. Paúl Smith escribe que
Hemingway, en sus primeros relatos publicados en en nuestro tiempo, todavía
estaba experimentando con su estilo de escritura; trató de evitar sintaxis
complicada y alrededor del 70% de las sentencias son oraciones simples —una
sintaxis sencilla sin subordinación—.
Louis Henry Gates cree
que el estilo de Hemingway se formó «en reacción a [su] experiencia en la
guerra mundial». Después de la Primera Guerra Mundial, él y otros modernistas
«perdieron la fe en las instituciones centrales de la civilización occidental»,
reaccionaron contra el estilo elaborado de los escritores del siglo xix y
crearon un estilo «en el cual el significado se establece a través del diálogo,
a través de la acción, y los silencios, una ficción en la que nada importante,
o al menos muy poco, se dice de manera explícita».
Desarrollando esta
conexión entre Hemingway y otros escritores modernistas, Irene Gammel cree que
su estilo fue con cuidado cultivado y perfeccionado con la mirada puesta en la
vanguardia de la era. Hambriento por «experimentación de vanguardia» y por la
rebelión contra el «modernismo sobrio» de Ford Madox Ford, Hemingway publicó la
obra de Gertrude Stein y Elsa von Freytag-Loringhoven en la revista the
transatlantic review. Como lo señala Gammel, Hemingway fue «introducido al
estilo experimental de la baronesa en un momento en que estaba podando
activamente la 'grasa' verbal de su propio estilo, así como flexionando sus
músculos de escritor para confrontar el gusto convencional».
Porque comenzó como
escritor de cuento, Baker cree que Hemingway aprendió a «obtener el máximo del
mínimo, cómo podar el lenguaje, cómo multiplicar la intensidad, y cómo decir
nada más que la verdad de una manera que permitió contar más que la verdad».Hemingway
denominó su estilo la teoría del iceberg: los hechos flotan sobre el agua; la
estructura de soporte y el simbolismo operan fuera de vista. El concepto de la
teoría del iceberg, también se conoce como la «teoría de la omisión». Hemingway
creía que el escritor puede describir una cosa (como Nick Adams, pescando en
«El río de dos corazones») mientras que una cosa totalmente diferente esté
ocurriendo por debajo de la superficie (Nick Adams concentrándose en la pesca
en la medida en que no tiene que pensar en otra cosa).
Jackson Benson cree que
Hemingway utilizó detalles autobiográficos como dispositivos para enmarcar la
vida en general, no sólo su propia vida. Por ejemplo, Benson postula que
Hemingway utilizó sus experiencias y las extrajo con escenarios de «qué pasaría
si»: «¿Qué pasaría si estuviera herido de tal manera que no podía dormir por la
noche? ¿Qué pasaría si estuviera herido y enloquecido, qué pasaría si me
mandaron de vuelta al frente?»
La sencillez de la
prosa es engañosa. Zoe Trodd cree que Hemingway elaboró frases esqueléticas en
respuesta a la observación de Henry James de que la Primera Guerra Mundial
había «agotado las palabras». Hemingway ofrece una realidad fotográfica
«multi-focal». Su teoría del iceberg, de la omisión, es la base sobre la que
construye. La sintaxis, que carece de conjunciones subordinantes, crea
sentencias estáticas. El estilo de la «instantánea fotográfica» crea un collage
de imágenes. Muchos tipos de puntuación interna (dos puntos, comas, guiones,
paréntesis) se omiten en favor de oraciones declarativas cortas. Las oraciones
se construyen las unas sobre las otras, como los acontecimientos que se
acumulan para crear un sentido de la totalidad. Existen múltiples filamentos en
una historia; un «texto incorporado» hace puente a un ángulo diferente. También
utiliza otras técnicas cinematográficas como la de «cortar» rápidamente de una
escena a la siguiente; o de «empalmar» de una escena a otra. Omisiones
intencionales permiten al lector a llenar el vacío, como si fuera respondiendo
a las instrucciones del autor, y crean una prosa tridimensional.
Tanto en su literatura
como en sus escritos personales, Hemingway utilizaba la palabra «y» en lugar de
comas. Este uso de polisíndeton puede servir para transmitir la inmediatez. La
oración polisindetónica de Hemingway —o, en obras posteriores, su uso de oraciones
subordinadas— utiliza conjunciones para yuxtaponer visiones e imágenes
sorprendentes. Benson las compara con haikus. Muchos de los seguidores de
Hemingway malinterpretaron su ejemplo y reprobaron toda expresión de emoción;
Saul Bellow satirizó este estilo comentando «¿Tienes emociones? estrangulalas».
Sin embargo, la intención de Hemingway no era de eliminar la emoción, sino de
retratarla en una forma más científica. Hemingway creó que sería fácil, e
inútil, de describir emociones; esculpió collages de imágenes con el fin de
captar «la realidad desnuda, la sucesión de movimientos y sucesos que produce
la emoción, la realidad que pueda ser valedera dentro de un año o de diez o,
con un poco de suerte y la suficiente pureza de expresión, durante mucho
tiempo».Este uso de la imagen como un correlato objetivo es característico de
Ezra Pound, TS Eliot, James Joyce y Proust. Las cartas de Hemingway se
refieren a En busca del tiempo perdido de Proust en varias ocasiones a lo largo
de los años, e indican que leyó el libro al menos dos veces.
Temas
La popularidad de la
obra de Hemingway se basa en gran medida en los temas, que según el académico
Frederic Svoboda son el amor, la guerra, la naturaleza, y la pérdida, todos muy
presentes en su obra. Estos son temas recurrentes de la literatura
estadounidense, y son evidentes en la obra de Hemingway. El crítico literario
Leslie Fiedler observa que en la obra de Hemingway el tema que define como
«tierra sagrada» —el Viejo Oeste— se extiende hasta incluir las montañas en
España, Suiza y África, así como los ríos de Míchigan. El Viejo Oeste recibe un
guiño simbólico con la inclusión del «Hotel Montana» en Fiesta y Por quién
doblan las campanas. Según Stoltzfus y Fiedler, para Hemingway la naturaleza
es un lugar terapéutico, para renacer, y el cazador o pescador tiene un momento
de trascendencia cuando mata a la presa. La naturaleza es donde están los
hombres sin mujeres: los hombres pescan, cazan, y encuentran la redención en la
naturaleza. Aunque Hemingway escribe también sobre deportes, Carlos Baker cree
que el énfasis está más en el atleta que el deporte, mientras que Beegel ve la
esencia de Hemingway como un naturalista americano, tal como se refleja en las
descripciones detalladas que se puede encontrar en «El río de dos corazones».
Fiedler cree que
Hemingway invierta el tema de la literatura estadounidense de la «mujer oscura»
y mala, frente a la «mujer clara» y buena. Brett Ashley, la mujer oscura de
Fiesta, es una diosa; Margot Macomber, la mujer clara de «La corta vida feliz
de Francis Macomber», es una asesina, Robert Scholes reconoce que los primeros
relatos de Hemingway, como «Un cuento muy corto», presentan «favorablemente a
un personaje masculino y desfavorablemente a una mujer». Según Rena Sanderson,
los primeros críticos de Hemingway alabaron su mundo machocéntrico de
actividades masculinas, y su ficción que dividió las mujeres en «castradoras o
esclavas de amor». Las críticas feministas atacaron a Hemingway como «enemigo
público número uno», aunque re-evaluaciones más recientes de su obra «han dado
nueva visibilidad a los personajes femeninos de Hemingway (y sus puntos
fuertes) y han puesto de manifiesto su sensibilidad a las cuestiones de género,
así poniendo en duda la antigua presunción de que sus escritos fueron
unilateralmente masculinos». Nina Baym cree que Brett Ashley y Margot Macomber
«son dos ejemplos destacados de las "mujeres perras" de Hemingway»
El tema de la mujer y
la muerte es evidente en las primeras narrativas como «Campamento indio». El
tema de la muerte impregna la obra de Hemingway. Young cree que el énfasis en
«Campamento indio» no era tanto sobre la mujer que da a luz, o el padre que se
suicida, sino sobre Nick Adams que es testigo de estos eventos como niño, y se
convierte en un «joven gravemente herido y nervioso». En «Campamento indio»
Hemingway establece los eventos que forman al personaje de Adams. Young cree
que «Campamento indio» tiene la «llave maestra» a «los propósitos de su autor
durante los treinta y cinco años de su carrera como escritor».Stoltzfus
considera que la obra de Hemingway es más compleja, con una representación de
la verdad inherente en el existencialismo: si se abraza el «nada», entonces la
redención se realiza en el momento de la muerte. Aquellos que enfrentan la
muerte con dignidad y coraje viven una vida auténtica. Francis Macomber muere
feliz porque las últimas horas de su vida son auténticas; el torero en la
corrida representa el pináculo de una vida vivida con autenticidad. En su
ensayo The Uses of Authenticity: Hemingway and the Literary Field («Los usos de
autenticidad: Hemingway y el campo literario»), Timo Müller escribe que el
éxito de la ficción de Hemingway se debe al hecho de que sus personajes viven
una «vida auténtica», y los «soldados, pescadores, boxeadores y leñadores se
encuentran entre los arquetipos de autenticidad en la literatura moderna».
El tema de la
emasculación es frecuente en la obra de Hemingway, sobre todo en Fiesta. Según
Fiedler, la emasculación es el resultado de una generación de soldados heridos;
y de una generación en la que las mujeres, como Brett, ganaron la emancipación.
Esto también se aplica al personaje secundario, Frances Clyne, la novia de Cohn
al principio del libro. Su personaje apoya el tema no sólo porque la idea fue
presentada al principio de la novela, sino también por el impacto que tenía
sobre Cohn en el comienzo del libro, a pesar de que sólo aparece unas pocas
veces. Baker cree que la obra de Hemingway hace hincapié en lo «natural» frente
al «no natural». En «Alpine Idyll» («Idilio alpino»), la «no naturalidad» del
esquí en la nieve de alta montaña a finales de la primavera se yuxtapone a la
«no naturalidad» del campesino que permitió que el cadáver de su esposa se
quedara demasiado tiempo en el cobertizo durante el invierno. Los esquiadores y
el campesino se retiran a la fuente «natural» en el valle para su redención.
Algunos críticos han
caracterizado la obra de Hemingway como misógina y homofóbica. Susan Beegel
analizó cuatro décadas de críticas sobre Hemingway en su ensayo «Critical
Reception» («Recepción crítica»). Descubrió que «los críticos interesados en la
multiculturalidad», sobre todo en la década de 1980, simplemente ignoraron a
Hemingway, aunque se escribieron algunos «apologéticas». El siguiente análisis
de Fiesta es típico de estas críticas: «Hemingway nunca permite que el lector
se olvide que Cohn es un judío, no un personaje poco atractivo que resulta ser
un judío, sino un personaje que no es atractivo porque es un judío». Durante la
misma década, según Beegel, también se publicaron críticas que investigaron el
«horror de la homosexualidad» y el racismo en la ficción de Hemingway.
Influencia y legado
El legado de Hemingway
a la literatura norteamericana es su estilo: los escritores que vinieron
después lo emularon o lo evitaron.183 Después de que se estableció su
reputación con la publicación de Fiesta, se convirtió en el portavoz de la
generación de la primera post-guerra, habiendo establecido un estilo a seguir.
En 1933 sus libros fueron quemados por los nazi en Berlín, por «ser un
monumento de la decadencia moderna». Sus padres desaprobaron su literatura calificándola
de «suciedad».Reynolds afirma que su legado consiste en que «dejó cuentos y
novelas tan conmovedores que algunos han pasado a formar parte de nuestro
patrimonio cultural». En un discurso de 2004 en la Biblioteca John F. Kennedy,
Russell Banks declaró que, como muchos escritores masculinos de su generación,
fue influenciado por la filosofía literaria, el estilo y la imagen pública de
Hemingway. Müller informa que para el público, Hemingway «tiene el mayor grado
de reconocimiento de los escritores en el mundo entero». En cambio, en 2012 el
novelista John Irving rechazó la mayor parte de la obra de Hemingway «a
excepción de algunos cuentos», diciendo que «el dictamen de
escribir-lo-que-uno-sabe no tiene lugar en la literatura de imaginación».
Irving también se opuso a la «postura de hombre duro-ofensivo—todos esos
hombres recalcitrantes del tipo dice-poco» y contrastó el enfoque de Hemingway
con el de Herman Melville, citando el consejo de este último: "ten cuidado
a quien busca agradar más que atemorizar"».
La influencia es
evidente en los numerosos restaurantes denominados «Hemingway»; y la
proliferación de bares llamados «Harry's» (un guiño al bar en Al otro lado del
río y entre los árboles). Una línea de muebles Hemingway, promovida por su
hijo Jack Hemingway (Bumby), cuenta con piezas tales como una mesita de noche
«Kilimanjaro» y un sofá con cubierta «Catherine». Montblanc ofrece una pluma
estilográfica Hemingway, y se creó una línea de ropa de safari Hemingway.
Mary Hemingway creó la
Fundación Hemingway en 1965, y donó los papeles de su marido a la Biblioteca
John F. Kennedy en 1970. En 1980 un grupo de académicos especializados en
Hemingway se reunieron para evaluar los documentos donados, formando
posteriormente la Sociedad Hemingway que se «compromete a apoyar y fomentar la
beca Hemingway».
Ray Bradbury escribió
The Kilimanjaro Device, en el que se transporta Hemingway a la parte superior
del Monte Kilimanjaro La película Wrestling Ernest Hemingway (1993), sobre la
amistad de dos hombres jubilados en una ciudad costera de Florida, lleva ese
título por uno de los personajes (interpretado por Richard Harris) quien dice
haber luchado con Hemingway en 1930.
Descendientes
Dos de las nietas de
Hemingway, las hermanas Mariel y Margaux Hemingway (hijas de Jack Hemingway),
alcanzaron fama como actrices en los años 1970 y 1980; Margaux fue también una
modelo de moda. El 1 de julio de 1996, con 42 años y casi treinta y cinco años
después de la muerte de Ernest Hemingway, Margaux Hemingway se suicidó en Santa
Mónica (California). Se convirtió en «la quinta persona en suicidarse en
cuatro generaciones de su familia».
Obras
Artículo principal:
Anexo:Bibliografía de Ernest Hemingway
Novelas
Aguas primaverales (The Torrents of Spring, 1926)
Fiesta (The Sun Also Rises, 1926)
Adiós a las armas (A Farewell to Arms, 1929)
Tener y no tener (To Have and Have Not, 1937)
Por quién doblan las campanas (For Whom the Bell
Tolls, 1940)
Al otro lado del río y entre los árboles (Across the
River and into the Trees, 1950)
El viejo y el mar (The Old Man and the Sea, 1952)
Islas en el golfo [o Islas a la deriva] (Islands in
the Stream, 1970)
El jardín del Edén (The Garden of Eden, 1986)
Al romper el alba (True at First Light, 1999)
Relatos
Tres relatos y diez
poemas (Three Stories and Ten Poems, 1923)
En nuestro tiempo (In
Our Time, 1925)
Hombres sin mujeres (Men Without Women, 1927)
El ganador no se lleva
nada (Winner take Nothing, 1933)
La quinta columna y los primeros cuarenta y nueve
relatos (The Fifth Column and the First Forty-Nine Stories, 1938).
Nick Adams (The Nick Adams Stories, 1972)
Otras
Muerte en la tarde
(Death in the Afternoon, 1932)
París era una fiesta (A
Moveable Feast, 1964)
El verano peligroso
(The Dangerous Summer, 1985)
En la cultura popular
Aparte de las
diferentes adaptaciones cinematográficas de sus novelas y relatos, Hemingway ha
sido representado por el actor Clive Owen en el biopic cinematográfico
"Hemingway y Gellhorn" (2012), dirigida por Philip Kaufman En esta
película narra la relación y posterior matrimonio de Hemingway con Martha
Gellhorn, interpretada por Nicole Kidman. El escritor también ha sido
interpretado por Cory Stoll, en el celébre film de Woody Allen, "Midnight
in Paris" (2011).201 En este film el protagonista, un escritor
estadounidense (Owen Wilson), consigue viajar al pasado y se introduce en los
círculos artísticos de París en los años 20, donde entre otros conoce a Ernest
Hemingway. También fue representado por Dominic West en "El editor de
libros" (2016) dirigida Michael Grandage.
En la ficción española,
fue representado en un episodio de "El Ministerio del Tiempo". En
este caso, el actor Félix Arcarazo lo retrataba como un mujeriego y bebedor en
los sanfermines de Pamplona en el episodio 12 de la segunda temporada (2016).
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