Monday, February 11, 2008

EDGAR BORGES








CABINA 12

Edgar Borges



Aquella era la última tarde de ese año que extrañamente no recuerdo, quizá semejante olvido lo provocó una sacudida rebelde que mi memoria dio para tapiar las vivencias de un año difícil en la vida de algunos usuarios del más grande de los siete Centros de Comunicación de la avenida Gates, por lo menos creo que aún no han sido derrumbadas estas estructuras, como sí lo fueron los cafés de la que antiguamente se llamó la avenida Solano, avenida de múltiples transversales que llevaban a los amigos de diferentes generaciones al bulevar donde tomábamos café, jugábamos ajedrez o exorcizábamos poesías, volando sobre la que siempre creímos la última cerveza de la noche para luego de cinco cervezas más salir dando traspiés rumbo a la segunda mitad del bulevar con la firme intención de cazar putas, putas sabias que en un pasado eran reales, tan reales que eran capaces de cazarnos ellas a nosotros a siete pasos de distancia de su lugar de trabajo, que era cuando con ingenua precaución comenzábamos a contar los billetes.

Aquella larga tarde de otro año de universo rojo sin lluvias, de nuevo me encontraba refugiado en uno de esos Centros de Comunicación que de un momento a otro nos sorprendieron con el paso del tiempo y cuando nos dimos cuenta habían sustituido nuestros espacios de cafés, de ajedrez, de poesías y de putas. Aquella otra tarde de sol amargo representaba para mí una nueva imposición de sobrevivencia: me refugiaba en el único lugar capaz de entregarme, a bajo precio, aire acondicionado y un techo donde pasar mis eternos días de impuesta soledad o aceptaba integrar las masas de vagabundos que para entonces ya saturaban las calles de la tierra. Si bien es cierto que a esa clase de locales la mayoría iba en busca de cazar mensajes a través de las computadoras o de las cabinas telefónicas, yo iba arrastrando un problema de falta de costumbre, era algo así como un tonto acto de rebeldía que aún me impedía adaptarme a la ausencia de mis amigos de bulevar e incluso al olor que movía mis instintos cada vez que transitaba sobre un charco de meao de borracho o frente a una arepera que en lugar de carne vendiera grasa popular. Aquella última tarde de ese año olvidado, antes de que respondieran del otro lado, dejé caer la bocina del teléfono y me lancé al suelo.

A mis treinta y cinco años me fui gateando con la sabia agilidad infantil de mis primeros meses de vida, abrí la puerta de vidrio de la Cabina 12, salí de la segunda hilera de cabinas telefónicas, miré hacia el fondo y, cuando estuve seguro de que nadie me veía desde la recepción, crucé el primer camino de transeúntes y me escondí en la primera hilera de computadoras, permaneciendo a la expectativa debajo de la mesa número 7, que estaba ubicada específicamente frente a la Cabina 12, desde ahí podía visualizar la salida o entrada del Centro de Comunicaciones, según el objetivo del cliente. Ningún usuario percibió nada de lo que estaba por ocurrir, y es que ellos parecían tan sumergidos en sus diferentes ocupaciones comunicacionales que resultaba difícil imaginar que uno de esos seres percibiera un mínimo ruido diferente al que producía la sangre congelada que circulaba lenta y fríamente por los cables tanto de las computadoras como de los teléfonos. Yo era sólo un punto en medio de tres largas hileras de máquinas, la primera de computadoras, la segunda de cabinas telefónicas y la tercera de variedad de máquinas de juegos; entre esos tres bosques sostenidos por muebles de madera quedaban dos caminos por donde el público podía transitar de vez en cuando; tanto las hileras de máquinas como los caminos de hombres doblaban al final de un largo pasillo rumbo a la izquierda, creando así una ruta contigua que se devolvía para terminar ante una gran pared próxima a la recepción. La Cabina 12 estaba ubicada exactamente en la esquina de la segunda hilera, siendo esta una curva privilegiada para dominar visualmente gran parte del local. Desde mi refugio observé todos los pasos que siguieron luego de que aquella voz femeninamente aguda vomitara su terrible amenaza:

-¡Quietos todos, esto es un atraco!

Tras la voz se abrieron de un solo golpe las dos puertas de vidrio encargadas de brindar acceso al lugar y entraron dos mujeres y un hombre, cada uno portando un revolver en la mano izquierda; eran tres seres bañados de sudor gelatinoso que abrían la boca buscando cualquier cosa semejante al aire que les permitiera respirar; sólo ellos sabrían si la intención real de aquel atraco había sido el dinero o el oxigeno artificial, miserables los seres de nuestro tiempo que ni a ladrones de aire fresco podrían aspirar. Los dos recepcionistas no tuvieron más remedio que expresar, en fracciones de segundos, alguna señal mucho más viva que la que a lo largo de su tiempo de trabajo le mostraran al público común y corriente. El recepcionista 1 lanzó una exclamación que en su voz resultaba seguramente inédita:
-¡A la orden!-
Mientras que por el rostro del recepcionista 2 desfilaron diversas manifestaciones nerviosas, no hicieron falta palabras.

La mujer de voz aguda apuntó con su revolver hacia la recepción, expulsó una mínima parte del aire tóxico que traía en los pulmones y reafirmó su condición de líder.

- He dicho quietos todos, incluyendo tú, imbécil, deja de sonar tus malditos dientes o te los vuelo ya -dijo la altiva dama refiriéndose al tembloroso recepcionista 2.

La mujer tenía como unos 52 años bien rejuvenecidos en su larga cabellera negra, así como en su cuidada piel morena clara y en su imponente cuerpo que desprendía sensualidad tanto por su contenido como por su postura. Era una hembra que andaba derrochando estrógenos en sus movimientos así como en sus palabras.

-Yo soy María.com y les presento a mis amigos, la señorita Magdalena.com y el joven Jesús.com, mi novio. Los tres hemos venido a solicitar un pequeño crédito que pagaremos en cómodas cuotas -dijo la doña, quizá estando consciente que ante ella era inevitable sentir en su máxima intensidad tanto el miedo como la pasión. Y pasión tuvo que haber sido lo que salió del alma del recepcionista 1 para atreverse a decir:

-Lo siento señores, pero creo que se equivocaron de banco-

Ante semejante insolencia María.com introdujo el cañón del revolver en la boca del individuo, logrando que de inmediato aumentara el temblor del recepcionista 2; Magdalena.com sonreía mostrándole al mundo aires de satisfacción, desde su garganta un tanto reposada brotaban vientos de triunfos personales, en ella se descubría el agrado de alguna victoria reciente que aún le permitía liberar sonrisas amables y extendidas. En Jesús.com se asomaba una soledad activa que antes de caer había logrado activar el botón de alarma dentro de la existencia, soledades ásperas que caminan en dirección contraria a nosotros, revelándonos pistas y claves ocultas que tal vez por ignorancia hemos dejado atrás, soledades inconformes que nos ponen en sobreaviso antes de que nos entreguemos a la derrota definitiva. No así era la situación de los usuarios, quienes, al parecer, aún no se habían dado cuenta de lo que estaba ocurriendo. Me bastó voltear hacia atrás para descubrir en todas las hileras una sobrecarga de soledades pasivas. Era un público asistiendo, sin saberlo, a la arena de un circo virtual, eran los invitados a tomar el chocolate en el velorio y también serían ellos quienes terminarían ocupando, sin sospecharlo, la urna del destierro existencial. En cada hombre, en cada mujer y en cada niño sentado frente a una máquina, la vida circulaba en línea recta, por encima de la tristeza y por debajo de la efusividad. Todos padecían el sutil drama de vivir en desconocimiento de su situación. Ellos habían bajado hasta el nivel donde la crisis dejaba de sentirse, para vivirse y donde la agonía se disfrazaba de paz entregando, a cambio, pequeñas cuotas diarias de falsa comodidad. Y con esa actitud todos asumían el día a día, extasiados frente a sus computadoras o dentro de sus cabinas telefónicas, sin nadie presentir siquiera los hechos que acontecían a pocos pasos, muy cerca de dos puertas de vidrio por donde alguna vez ellos entraron.

En los ojos de María.com latía la amenaza que reafirmaba con su mano izquierda acariciando el gatillo del revolver; pero antes de la pólvora salieron sus palabras igualmente encendidas:

- Oye banquero barato, aquí la única que dice chistes soy yo, y ahora sólo tengo deseos de eliminarte, así que reacciona rápido, recupera las últimas gotas de vida que aún te quedan en lugar de hacer que yo te las exprima.

Luego Jesús.com, dejando atrás el puñal químico que le atravesaba el alma, se acercó al empleado amenazado solicitándole prisa:

-¡Anda rápido que no tenemos toda la tarde!- pero el recepcionista 1 recurrió a una nueva treta.

- Hace apenas una hora los vigilantes se acaban de llevar el dinero al banco.- Ante esta nueva incitación a la demora, María.com movió hacia abajo el cañón del revolver que mantenía dentro de la boca del hombre, logrando golpear su dentadura, hecho que no provocó un grito del afectado pero sí el brote de su sangre que cayó desde la boca, manchando la camisa azul del uniforme, su pantalón negro y la punta de sus zapatos igualmente negros, el sujeto apretó los labios cerrando las puertas a un intenso grito de dolor y de rabia. María.com continuó atacándolo con su verbo hiriente.

-No te la pases de vivo pajarito, ya sabemos que los guardias encargados de llevarse el dinero tuvieron un pequeño accidente... y aún no han podido llegar para trasladar nuestro crédito.

El recepcionista 1 no pudo evitar dejar escapar cierta expresión de angustia, tal vez por sentir que ahora sería más difícil conseguir una tercera historia creíble, reacción que fue percibida por Magdalena.com quien riendo a carcajadas lanzó una ironía propia de su visible satisfacción personal.

-¿Sabes cómo nos enteramos del accidente sufrido por la camioneta de los vigilantes que trasladarían el dinero...? ¿ni te lo imaginas? ¡Nos enteramos gracias al noticiero del mediodía, ja, ja, ja...!

Sin embargo, Jesús.com, al parecer, estaba deseoso de salir lo más pronto posible de esa situación o la misma le causaba poco estímulo para su sentido del humor.

-Yo no sé si vinimos aquí a echar chistes o a cobrar un dinero, pero no podemos pasar aquí toda la tarde- reiteró viendo fijamente hacia el interior del Centro de Comunicaciones sin corresponder miradas con sus compañeras que en cambio sí lo veían con atención.

Quizá por sentirse ignorada fue que María.com reaccionó dirigiendo su tono agresivo hacia su propio novio.

-¿Por qué tanta prisa, Jesús...? ¿Acaso yo no puedo hacer una llamada para saber si la policía encontró a mi hija...? ¿Acaso no tengo ese derecho...?

Sintiéndose arrastrado por el asombro de aquellas palabras, Jesús volteó hacia María llevando en los labios su aclaratoria:

-Tú tienes todos los derechos del mundo, María; pero si no te apuras a donde puede llegar la policía es aquí, y ahí si es verdad que todos vamos a perder nuestros derechos... y además, en cuanto a tu hija, bien sabes que no me como ese cuento de su desaparición, esa se fugó con un tipo - terminó diciendo Jesús.com, logrando aumentar el disgusto de María.

-¡Ay! Pobre niño, este Jesús, él no miente, él no se fuga, y sobre todo él no me engaña con otras mujeres- y en esta última oración, la mirada de María se desvió irónicamente hacia Magdalena.com, ocasionando que ésta y Jesús se vieran con evidente nerviosismo, pero a su vez, en aquella mirada que María le arrojaba a Magdalena había un intenso reproche difícil de imaginar a simple vista en toda su dimensión. No era sencillo suponer si la rabia contenida se debía al hecho de presentirse traicionada por su condición de amiga o por alguna situación inherente a otra mayor gravedad.

María recogió su mirada y caminó hacia el fondo del local al mismo tiempo que dejaba indicaciones a sus compañeros de atraco.

-¡Jesús!, ordena que coloquen el cartelito de cerrado en la puerta de esta porquería, y tú, Magdalena, encárgate de que uno de estos muchachitos te meta el dinero en alguna bolsa o en alguna maleta, algo deben tener ellos que sirva para llevarse los créditos aprobados.

Cuando la figura de la jefa del grupo iba más allá de la mitad del primer camino de transeúntes, el recepcionista 2 se atrevió a gritar una temblorosa sugerencia:
-¡señora, sólo tiene disponible la Cabina 12!
A lo que María inmediatamente respondió sin mirar atrás: -A la hora del juicio final tendré en cuenta su amabilidad- para luego doblar hacia la esquina donde precisamente tuvo que retroceder dos pasos una vez que se dio cuenta de que allí se encontraba ubicada la cabina señalada.

La mujer con nombre de Madre Divina abrió la puerta de vidrio y antes de entrar vio hacia fuera para lanzarles a todos una cínica sonrisa que fue tomada por cada quien de un modo diferente. Lo que para Jesús significó un camino hacia un precipicio anunciado, fue asumido por Magdalena como una clave por descifrar, mientras que el recepcionista 2 atajó en aquella sonrisa una última esperanza de sobrevivencia terrenal. Por su parte, el empleado 1 devolvió con mirada rabiosa la simpatía femenina para iniciar un discreto debate contra su compañero.

-¿Cómo te atreves a doblegarte ante esta vagabunda..? - le dijo en voz baja.

María.com terminó de entrar en la Cabina 12; al frente estaba la mesa del usuario 7, y debajo yo permanecía escondido, al lado de interminables hileras circulares, envenenadas de silencio virtual. Cómo me hubiese gustado sentir la mirada de alguno de los presuntos atracados, no importa que no hubiera reaccionado contra los delincuentes, hasta me hubiera conformado con recibir un insulto por andar de mesa en mesa tropezando piernas ajenas.

Dentro de la Cabina 12, María se encontraba sentada marcando con la mano derecha un número en el teléfono digital colocado encima de una repisa, mientras con la izquierda sostenía el revolver. Su mirada esquiva en todo momento se negó a ver un ancho espejo ubicado al frente: era ella contra ella a puerta cerrada, prefiriendo ver hacia abajo; de acuerdo a sus movimientos de boca pude suponer que le habían atendido la llamada, enseguida la mujer dejó el arma sobre la repisa y cubrió la cara con la mano izquierda abierta como si deseara ocultarse de una mirada enemiga. Hacia la recepción se podían ver movimientos alternos: el recepcionista 2 terminaba de colocar en la puerta un cartel que en letras rojas decía “CERRADO”, su compañero de trabajo demoraba por detrás del mostrador, con un viejo maletín en mano, la misión que le había encomendado Magdalena como era guardar el dinero. Desde el centro de la recepción Jesús veía con ojos de ausencia a Magdalena, en su mirada latía la intención de que la joven interceptara cada uno de sus recuerdos desencantados. Magdalena rompió el vidrio de la memoria ajena con una pregunta:
-¿Qué ocurre Jesús?- pero en lugar de responder, el hombre permaneció enviando pistas de una incomodidad que solamente podría entender él o quizá ella; señales y pregunta fueron desviadas por la figura de María.com que venía de regreso rumbo a ellos, llevando su paso firme y su mirada altiva por encima de los usuarios sin ver a los lados, lados desde donde tampoco la vieron a ella.

Pronto María llegó al centro de la recepción, lugar donde la aguardaban Magdalena y Jesús, ambos expresando el infaltable temor que infundía la hembra con exceso de estrógenos. Los recepcionistas continuaban hundidos en sus respectivos dilemas. María llegó sin ver a nadie y hablándole a todos:

-¡Vamos pues, ya es tarde!- Y fue Magdalena quien se encargó de hacerle ver la realidad.

-Todavía este necio no ha terminado de guardar nuestro dinero? -Ante aquella aclaratoria María.com volteó con la rabia latiendo en la mirada y el cañón del revolver en señal de ataque, apuntando hacia el recepcionista 1.

-¿Todavía continuas empeñado en desperdiciar tus últimas gotas de vida?- preguntó la jefa del grupo. Al mismo tiempo, Jesús caminó hacia el interior del local.

-Un poco de paciencia, voy a hacer una llamada urgente - María desvió la contrariedad hacia su enamorado.

-¿Y ahora a quién vas a llamar tú?
-Voy a hacer una llamada urgente de negocios- respondió apáticamente Jesús mientras María dejó escapar un suspiro con tono a incomoda resignación. Jesús prosiguió su paso en dirección a las cabinas telefónicas.

Me pareció escuchar a María deseándole “suerte” en voz muy baja. En su camino, Jesús iba observando a los usuarios de las computadoras con ansiosa curiosidad en su andar bajó el revolver dando muestras de extraña confianza. Era la confianza de sentirse solo en medio de personas que no daban señales de vida, parecía que todos se habían escapado del mundo real que alguna vez les impusieron y ahora aceptaban la versión acabada de un viejo proyecto de empresa global que, sin permiso de nadie pero con la serenidad de todos, había levantado una muralla virtual entre los humanos y la Madre Tierra. Por lo menos así lo veía Jesús, o quizá yo, pero no ellos, quienes se creían usuarios de un servicio comunicacional con la excelencia necesaria como para conectarlos en un segundo con cualquier remoto lugar del planeta, ubicado muy lejos de su propia existencia.

Jesús volteó hacia su izquierda y se detuvo ante la puerta cerrada de la Cabina 12. Antes de entrar, el hombre miró hacia su derecha, y allí, en frente, en la primera hilera, permanecía sentado ante una computadora un niño que no alcanzaba los doce años de edad. Debajo de su mesa yo me encontraba escondido, cargando mis temores sobre la espalda, para con ellos a cuestas partir a la mesa de al lado y a la siguiente si fuese necesario salvaguardar mis gotas de vida, y también para visualizar el panorama; mientras gateaba, por mis venas se activaron las alarmas del miedo, y por los cables de la máquina del muchacho circuló la orden de eliminar con rayos láser al enemigo del usuario número 7, el dibujo con cara de enano desalmado cayó muerto en la pantalla, muerte brutal que ocasionó un baño de sangre virtual demasiado cercano al rojo natural del cuerpo humano. Baño de sangre que cubrió la pantalla y la memoria de Jesús. En aquel observador no sólo latía la extraña sensación de sentirse testigo de un crimen irreal, sino también, la incomodidad de encontrarse ante la imagen adormecida de un niño que no se estremecía ante la sangre que cubría su juego y aunque el niño le daba la espalda a Jesús, su rostro se veía reflejado sobre la mancha roja que ya terminaba de cubrir todos los espacios de la pantalla. No podía ser fácil sentirse enredado ante los caprichos de un fantasma burlón que sin creatividad confundía la realidad con la ficción, pretendiendo enlodar al hombre con el frío pantano que emanaba de su propia caja mecánica.

Minutos después, Jesús sacudió la cabeza intentando retornar a su realidad, luego dio media vuelta hacia la izquierda, abrió la puerta, entró, la cerró, buscó asiento, negó al espejo, colocó su revolver en la repisa y marcó desesperadamente un número telefónico. El hombre también ocultó la cara con la mano derecha, mientras con la izquierda sostenía la bocina. En ese instante, se me ocurrió una idea, para ello salí debajo de la mesa 10 que era donde, para ese instante, me encontraba y me dirigí un tanto agachado rumbo a la Cabina 13. Ante la puerta de vidrio observé que adentro un hombre estaba de pie con la bocina en mano, la boca cerrada y la mirada extraviada. Su rostro se veía amargado y su cuerpo contraído, él a simple vista parecía estar a punto de estallar desde su propio volcán de angustias. Sin embargo, abrí la puerta con la lentitud exacta que requería la prudencia.

-Disculpe señor, tengo una emergencia y todos los teléfonos se encuentran ocupados, ¿sería posible que me prestara el suyo?- pero el hombre no respondió, y tampoco hablaba con nadie a través del teléfono, simplemente mantenía la bocina en su mano derecha caída.

Entonces miré hacia la Cabina 12 y muy preocupado descubrí que Jesús movía la boca ante la bocina próxima al oído izquierdo, fue en ese momento cuando asumí la drástica decisión de tomar a la fuerza el teléfono del usuario 13, pero no hubo necesidad de arrebatárselo porque el individuo se lo dejó quitar sin decir ni expresar nada, su rostro continuó mostrando la misma amargura y su cuerpo la contracción de antes. Yo seguí avanzando en mi plan, al lado de los volcanes dormidos del usuario 13 que en ningún instante dejó de mirar hacia el mismo punto inexistente que siempre contempló desde que llegué al lugar. Viendo de nuevo a Jesús, apreté los números claves del aparato digital y pude acceder al teléfono de la Cabina 12, logrando escuchar una conversación dispersa entre una mujer y un hombre que para mi sorpresa no era Jesús, parecía que la charla no se efectuaba entre aquellas voces sino que cada una hablaba por separado, como si se hubiesen mezclado dos llamadas, la voz femenina era la de Magdalena y la masculina me era desconocida. A través del vidrio pude descubrir a Jesús con los ojos tensamente abiertos, la bocina en la mano sin mover la boca y viendo hacia el frente cómo preguntándole algún hecho insólito al espejo.

Por medio de la bocina pude escuchar a la mujer hablándole a un Jesús que no respondía palabra alguna, y a la voz de un hombre diciendo:

-Ya Jesús se encuentra en el Centro de Comunicaciones y su asesino se aproxima, la muerte de Jesús.com es inevitable.- Jesús dejó caer la bocina y salió rápidamente de la Cabina 12, dejando el revolver sobre la repisa.

Yo colgué la bocina que me correspondía, miré al usuario 13, descubrí que aún conservaba su posición de antes y preferí no darle las gracias, sólo me detuve aguardando a que Jesús se alejara, pero luego de haber cerrado la puerta se tambaleó en el pasillo, como si estuviera mareado sin tener claro el camino; situación ésta que aproveché para abrir la puerta de la Cabina 13. Jesús dio algunos lentos pasos y se detuvo frente a una computadora para leer el correo electrónico que enviaba una joven mujer, en la pantalla claramente se podía visualizar el mensaje: “Mi amor, esta vez te lo digo en sana paz, no aguanto otra infidelidad”. Jesús cayó arrodillado en el suelo sin que nadie percibiera aquel quiebre de huesos con sonido a derrota, sólo yo busqué acercarme a su existencia para creer ser testigo de un recuerdo que de pronto había asaltado su memoria.

Quizá en una cama conversarían acostados María y Jesús. Ella permanecería desnuda, descansando al lado del hombre, acariciando el pecho del varón, que reposaría boca arriba igualmente desnudo; tal vez la hembra le diría: “No estoy dispuesta a soportar un nuevo engaño Jesús, mi paciencia me acompañó hasta aquí, ya no más”; luego la imagen desaparecería de la mente de Jesús para dejarlo solo frente a la pantalla de la computadora de la joven número 8, pantalla que ahora proyectaba el dibujo de un delgado árabe dinamitando la estatua de la libertad.

Jesús apresuró el paso, empeñado en mirar sólo hacia el frente, en su aparente firmeza había angustia, era la angustia que le hacía blindarse dentro de una mentira. Para Jesús jamás fue sencillo vivir sabiéndose un solitario de la existencia, su soledad ardía dentro de si mismo, devorando sus demonios internos, y aunque esa siempre fue la más difícil de todas las soledades, también fue la más vital, la más necesaria, la más urgente de todas. A medida que Jesús se aproximaba a la recepción, un lejano bullicio se iba intensificando como si pretendiera devorar todos los espacios de afuera hacia adentro; cuando llegó al centro de la sala principal se detuvo al descubrir a través de las dos puertas de vidrio que el origen de las voces alarmadas provenían de la calle. Allí, en la acera apenas dividida por las puertas del local, un grupo de policías se defendía de una banda aun mayor de mendigos que los atacaban con violencia salvaje, recurriendo unos a golpes y otros a palos. Eran los tiempos cuando las estadísticas desaparecieron de las calles porque los ciudadanos dejaron de transitar para consumir media vida desde las computadoras de sus residencias, haciendo y dejando de hacer la rutina a través de Internet. Eran los años cuando los mendigos habían terminado de gobernar todos los espacios urbanos, por ello se producían enfrentamientos con los policías que tenían la difícil misión de custodiar los encargos que solicitaban los clientes virtuales a las grandes empresas mundiales. Eran las décadas de la sobre contaminación ambiental. Habíamos llegado a la vital necesidad de obtener el dinero en elevados montos para poder comprar botellas de aire artificial, máscaras de oxigeno, agua potable o cualquier medicamento que nos ayudara a respirar, quizá por varias de esas razones, tanto comunicacionales como ambientales. Los Centros de Comunicación pasaron a ser los negocios del momento, no cualquier local comercial contaba con teléfonos, computadoras y aire acondicionado como parte de una misma oferta temporal.

De pronto, la voz de María lanzó una advertencia desde el suelo donde se encontraba atrincherada, al lado de Magdalena y de los dos recepcionistas:

-¡Cúbrete Jesús, rápido, apártate de la puerta!

De inmediato Jesús reaccionó lanzándose al suelo en dirección a sus compañeras, pero al mismo tiempo desde afuera accionaron varias armas de fuego en su contra. Minutos más tarde, Jesús se encontraba sentado a un lado del suelo, con una pequeña herida de bala en el hombro izquierdo. María y Magdalena cuidaban al amigo, la primera abría la camisa, mojaba un pedazo de tela en un recipiente con agua caliente que sostenía Magdalena en posición de rodillas y luego pasaba la tela por el hombro de Jesús, intentando detener el brote de sangre. Muy cerca, los recepcionistas se mantenían agachados para protegerse, el número 1 con mayor serenidad y con su misma expresión de enfado hacia los atracadores, y el número 2 temblando con mayor angustia. Ya sin la más mínima firmeza que le permitiera intercambiar alguna mirada de gracia con la jefa del grupo; los usuarios seguían sumergidos en su misión comunicacional. Jesús intentó levantarse; pero sus compañeras lo evitaron.

- Esto no es nada mujeres, es apenas un simple raspón- dijo el hombre.
-Sí, pero un simple raspón fácilmente puede convertirse en un gran agujero- señaló María.
-Y además Jesús, es un peligro que te pares ahora, estos policías pueden seguir disparando, parece que no tienen miramientos- advirtió Magdalena.

Como si aquellas palabras le hubiesen recordado el motivo de la demora, María miró al recepcionista 1.

- Quien no tendrá miramientos con este imbécil seré yo, por su maldita demora guardando el dinero es que estamos aquí todavía- gritó muy cerca del rostro del más atrevido de los dos empleados, al mismo tiempo que extendió la mano derecha hasta él para sujetarlo por la camisa a la altura del pecho y elevarlo hacia ella, mientras movía la mano izquierda para apretar con mayor fuerza el revolver que apuntaba directamente la cabeza del recepcionista. El empleado 2 optó por bajar la mirada intentando ocultar su existencia quién sabe en qué lugar del subterráneo de la estructura.

- No eres digno de trabajar en un Centro de Comunicaciones, tú no te comunicas ni contigo mismo- le dijo María al recepcionista 1, pero para su sorpresa el individuo continuó con su actitud contestataria:
- Quienes no merecen usar semejantes apodos son ustedes.
Sintiéndose sacudida con la respuesta, María miró fijamente los ojos del recepcionista 1.
- Definitivamente que a ti no te duele que te exprima tus últimas gotas de vida, ¿cómo te atreves a ser tan contestón?
-¿Y ustedes?, ¿cómo se atreven a usurpar los nombres de María y Jesús?- repreguntó el empleado 1, logrando que Magdalena interviniera visiblemente ofendida:
-¿Y Magdalena? ¿Ella no importa según la maldita interpretación que le haces a la historia?

Luego de la pregunta, Magdalena se arrastró hacia María y su presa, llevando el revolver en su consecuente mano izquierda. Jesús permanecía sentado contemplando la situación a través de su mirada extraviada, con la mano derecha sobre el hombro herido.

-Lo siento María, pero si tu no matas a este degenerado, lo haré yo- señaló tajantemente Magdalena al mismo tiempo que subió el cañón del revolver, colocó el dedo índice en el gatillo y apuntó hacia la cabeza del recepcionista 1, quien no se inmutó, por el contrario, permaneció viendo con cierta frialdad la cadena de acontecimientos que se dirigían en contra suya. No así el recepcionista 2 que de inmediato cubrió su cara con ambas manos, como si las gotas de vida que estuviesen en peligro fuesen las de él.
María le respondió a su compañera con el filo de su peligrosa serenidad:
-¡Pues, mátalo!- logrando con estas palabras desequilibrar las acciones y los pensamientos de todos los presentes.

De pronto, desde la calle se escuchó la voz ronca de un hombre que hablaba a través de un parlante:
- ¡Salgan con las manos en alto o nosotros entraremos por ustedes!- De inmediato todos voltearon hacia las puertas de vidrio para descubrir que en la avenida sólo se veían diversos policías escudándose detrás de patrullas estacionadas y numerosos mendigos deambulando de un lado a otro por las afueras del local, sin protegerse de un posible intercambio de disparos.

- Les habla el inspector Porras, en nombre de la Policía Federal les advierto que a partir de este momento tienen 15 minutos para abandonar el Centro de Comunicaciones. Mi reloj tiene las 25 de la tarde, lo que significa que si a las 3:00 de este soleado día ustedes no han salido los llenaremos de plomo! ¿Entendido?

Tras las amenazas del inspector Porras, las cosas cambiaron un poco dentro del local, María y Magdalena bajaron sus armas y gatearon hasta Jesús; el recepcionista 1 acercó la boca al oído de su compañero de trabajo y comenzó a murmurar, viendo a cada instante al trío de atracadores con el cuidado de no ser sorprendido. Entre los compañeros de asaltos también sobraron los murmullos.

-¿Qué haremos María?- preguntó Jesús.
-¡Llenarlos de plomo!- respondió María.
-¿Y tu revolver, Jesús..? ¿Dónde dejaste tu revolver?- interrogó Magdalena revisando las manos del hombre con evidente preocupación. María repitió con su mirada inquisidora las mismas preguntas dirigidas hacia Jesús, quien reaccionó levantándose con la precaución de no ser un objetivo policial.
-Tranquilas, yo sé dónde dejé mí revolver, ya lo busco, no actúen sin mí.

Ante las miradas contrariadas de las mujeres, Jesús retrocedió hasta la pared, en esa posición fue avanzando hacia el interior del Centro de Comunicaciones, con el cuerpo erguido, de una cabina a la otra. Al fondo de la recepción se veían dos empleados impulsando sus glúteos hacia atrás en dirección al mostrador, María.com volteó hacia ellos en señal de alarma, enseguida los recepcionistas paralizaron su incomodo retroceso. La mujer se puso de pie y olvidando las amenazas externas se acercó al recepcionista 1, con la mano derecha lo sujetó por la camisa y lo alzó hasta ella, luego caminó rumbo al centro del local, llevando como escudo al empleado rebelde.

-¡Oiga bien inspector, tenemos dos rehenes en nuestro poder y mucho plomo, demasiado plomo para repartir!- gritó María deteniéndose en medio de las dos puertas de vidrio que daban justo al frente de la calle.

Hacia la esquina derecha se alcanzó a ver asomado al diminuto inspector Porras con el parlante entre las manos. Mientras tanto, Jesús había detenido su paso, de nuevo se encontraba frente a la entrada de la Cabina 12, observando al usuario 7, el niño que ahora jugaba a armar un rompecabezas virtual con la figura de un árabe cargado de explosivos. Jesús permaneció durante varios segundos contemplando el juego del menor con la misma sensación de lejanía que a veces lo asaltaba.

Otra vez intenté ir en busca de su mundo. Un niño similar al que jugaba en la máquina saldría caminando lentamente del interior de un apartamento en dirección a la sala; el muchacho se detendría ante la espalda de un hombre adulto que se encontraría sentado utilizando una computadora, el niño se acercaría tanto que vería el rostro de Jesús reflejado en la pantalla de la computadora. Jesús estaría extraviado, distraído, sumergido en la más severa crisis de inexistencia que hasta ese instante hubiese mostrado, en esa imagen no se vería a Jesús padeciendo su realidad, y es que él no era él, ahora habría abandonado la soledad activa para sumergirse en la línea rutinaria de la soledad pasiva, esa que permitía que la víctima sobreviviera creyendo que vivía, soledad leve y serena capaz de acompañar todos los segundos de una existencia con tal de vaciarla en su esencia, al grado de envolver la amargura con la armonía, la velocidad con la trascendencia, el abismo con el progreso y el desvivir con la evolución.

En la pantalla de la computadora de Jesús se podría leer con claridad un mensaje que tendría de fondo el reflejo del rostro del niño “Papá, necesito hablar contigo, es urgente, la conversación tiene que ser persona a persona, frente a frente, como antes...” De pronto, el padre apretaría una tecla y sustituiría el mensaje por una página erótica saturada de múltiples colores que serían capaces de diluir la imagen del niño. Más allá, hacia la recepción, María continuaba dirigiéndole gritos al inspector Porras, al mismo tiempo que presionaba el cañón del revolver contra la sien del recepcionista 1:

- Inspector Porras, ¿sabe usted algo de matemáticas..? ¿ahh inspector..? ¿Le enseñaron en la policía algo de números, inspector...?

El inspector Porras se acercó a las puertas con parlante en mano, intentando esquivar a cinco mendigos que lo interceptaron con el fin de pedirle algo, seguramente un poco de agua; enseguida varios policías acudieron en su ayuda, logrando que el inspector diera unos pasos hacia delante y colocara el parlante a la altura de su boca:

- ¡No cometa ninguna locura porque igual entraremos..! - pero igual María prosiguió con su discurso cargado de ironías:

-¡Inspector Porras! ¿Acaso sabe usted cuánto es dos menos uno..? ¿ahh inspector..? ¿Sabe usted cuánto es dos menos uno..?.

En todos los rincones del Centro de Comunicaciones se escuchó un disparo, su sonido retumbó lejos y se fue aproximando como si se tratara de una onda expansiva que pretendiera ocupar todos los tiempos y los espacios de nuestras gotas de vidas. El hijo de Jesús caería frente a su cama. De su mano derecha se desprendería un revolver un tanto más rápido que su cuerpo que iría cayendo rumbo al suelo, coqueteando con la muerte definitiva, haciendo los movimientos finales del desvivir. Un poco más atrás, a la puerta de la habitación llegaría Jesús, con la angustia despertando cada músculo de su larga frialdad.

En la cercanía del disparo caía el cuerpo del recepcionista 1, abandonando sus últimas gotas de vida, frente a las puertas de vidrio; para entonces ya María saltaba ágilmente hacia su derecha, buscando protegerse de un posible ataque.

- ¡Magdalena, ve y busca a Jesús, aquí se va a armar tremendo lío..!- gritó mientras terminaba de caer al lado de su compañera de atracos.

Entonces Magdalena corrió hacia dentro sin medir peligros, atrás dejaba a María sentada en el suelo, muy cerca del recepcionista 2 que la veía con una expresión que caminaba entre los límites de la adulancia y del nerviosismo. Cuando Magdalena llegó hasta la puerta de la Cabina 12, se detuvo al descubrir que adentro, a puerta cerrada, se encontraba Jesús, sentado en la silla con el cuerpo desmayado y los ojos abiertos en dirección a la nada, con la pistola en la mano izquierda igualmente caída, extendida en busca del suelo; Magdalena abrió bruscamente la puerta,

-¿Qué ocurre Jesús..? ¡Vamos, ven conmigo, te necesitamos con urgencia allá afuera..!- dijo alarmada la mujer;
-¡Magdalena..!- la llamó Jesús con la urgencia devorándole el habla.
-Ven, levántate ya y ven, Jesús, no hay más tiempo- volvió a decir la joven.
-¡Magdalena..!- insistió el hombre con la voz entrecortada.
- Jesús, la policía va a entrar y nos llenará de plomo, tenemos que hacer algo ya o no habrá tiempo.
- Magdalena, ¿acaso tu tampoco tienes tiempo de escucharme.
-Ahora no hay tiempo, Jesús.
-¿Tú me amas, Magdalena.
-Sabes bien que sí, Jesús, pero para amarnos necesitamos vivir...y estamos en peligro.
- Antes de llegar aquí yo estaba en peligro, Magdalena.
- Los tres vivimos en constante peligro, Jesús.
-Alguien quiere hacerme daño, Magdalena.

De pronto, sonó un disparo cercano, seguido de otro en señal de respuesta. Las expresiones tanto de Jesús como de Magdalena saltaron ante los dos impactos, luego intercambiaron rápidas miradas de alarma y salieron corriendo de la Cabina 12 rumbo a la recepción. Afuera, María permanecía arrodillada en el suelo mirando hacia la calle, con el cañón del revolver apuntando en dirección a las puertas, un poco más atrás el empleado 2 reanudaba la crisis de temblor corporal, cubriéndose la cara con ambas manos abiertas.
- ¿Qué ocurrió, María..?- preguntó Magdalena apenas llegó a la recepción acompañada de Jesús.
-¡Apártense, rápido, nos están disparando...!, - les advirtió María, logrando que de inmediato sus compañeros se pusieran a resguardo muy cerca de ella.
- El fulano inspector no fue tan valiente como para entrar él y mandó a uno de sus policías, el adulante se creyó más vivo que yo, medio abrió las puertas y disparó, pero yo le respondí rápido, sin perdida de tiempo, como tiene que ser...y creo que me lo volé..- les contó María con el pecho erguido y apretando más aún la culata del revolver.
- ¿Y ahora qué vamos a hacer para salir de aquí, María..?- preguntó Magdalena.
- ¡Hola María..!, - saludó Jesús a María con un débil suspiro de esperanza; pero la jefa del grupo respondió la primera pregunta mas no el saludo, tanto con la mirada como con la palabra.
- ¡Tengo un plan para escapar de aquí..!, ?María.
- ¿Cómo estás..?- preguntó Jesús?
-¡Di pronto cualquier plan porque no hay tiempo!- sugirió Magdalena.
- Oye Magdalena, ve, llama a este número y pide ayuda. Diles donde estoy, ellos sabrán qué hacer. - dijo María señalando con el dedo índice hacia el interior del Centro de Comunicaciones, y sin perder tiempo Magdalena siguió la dirección indicada, corriendo con la prisa y el cuidado que requería la emergencia.

Jesús siguió intentando llamar la atención de María:
- Aún no me has dicho si estás bien - pero la mujer continuó suministrando indicaciones.
-Y tú, Jesús, guarda de una vez el dinero que nunca recogió el mal nacido ese para que nos vayamos de una vez.

María abandonó su posición de rodillas para sentarse en el suelo y bajar el cañón del arma. Enseguida Jesús saltó sobre el mostrador, llevando la sonrisa de quien se conforma con recibir pequeñas cuotas de esperanzas, y sin perder tiempo abrió la caja registradora, tomó el viejo maletín y comenzó a recoger los billetes que el recepcionista 1 jamás guardó. María lo observaba con la malicia aflorando en la mirada y en la sonrisa, mientras el recepcionista 2 separaba un poco los dedos de su cara para ver la situación. Un nuevo bullicio fue surgiendo desde la calle. Jesús prestó poca atención a los posibles problemas que estuvieran ocurriendo afuera, en ese instante sólo le interesaba cultivar la pequeña importancia que le había entregado María al dirigirle la palabra, pero Jesús, siempre apegado a la revisión de su fuego existencial, se atrevió a formularle una pregunta:
- Dime María, ¿todavía me amas..?

La mujer mantuvo su mirada irónica sobre el hombre, sólo que mientras iba hablando aumentaba ese tono herido que a veces brotaba de su voz

-Bien sabes, Jesús, que yo fui quien siempre amó de manera desbordada...de eso no hay dudas, yo siempre partí del máximo y tú del mínimo ¿o no..?
- Eso dices tú, María...a lo mejor desde el suelo se ven distintas las cosas?
- Lo que sí es cierto Jesús, es que de un tiempo a esta parte te has vuelto cursi, meloso, es más, yo diría que hasta empalagoso...tanto es así que según la estupidez que dices, desde el suelo sólo podría ver la vida alguien demasiado humilde como para llamarse María, ¿no crees tu, Jesús..?

- Lo ves, María, ya no te gusta mi forma de ser.

-Bien sabes, Jesús, que tú terminaste de aceptarme por mi dinero, al comienzo sólo querías eso, mi dinero. Puede ser que después te haya gustado algo como mujer, sobre todo como hembra, quizá un poco, pero no lo suficiente como para amarme.
-Me ofendes, María...
-Ya no hay tiempo de ofender ni de sentirse ofendido, Jesús, no hay tiempo...
-¡No hay tiempo, no hay tiempo, no sé por qué pero me parece haber escuchado demasiado últimamente esa frase, no hay tiempo!
-Es la realidad, Jesús, no hay tiempo, en este instante que nos tocó vivir no hay tiempo ni para colocarle un punto y aparte a una de tus malditas poesías, no hay tiempo...

Jesús miró fijamente a María, ya no había en su rostro la más mínima expresión de sonrisa.
-¿No hay tiempo, María..?
-No, no hay tiempo, Jesús, no hay tiempo...

Jesús desvió su atención hacia el interior del maletín, de pronto sonó un celular, el hombre volteó hacia María, era el celular de ella; la mujer lo sacó de un bolsillo de su chaqueta y lo contestó girando su cuerpo hacia atrás sin levantarse del suelo, hablando en voz tan baja que, por muchos intentos que Jesús hizo para escuchar, le fue completamente imposible, sobre todo por el creciente bullicio que desde afuera opacaba aquellos susurros.

El individuo con nombre de mecías dejó a un lado el maletín y caminó rumbo al fondo del local. María apartó de su boca el celular y le preguntó una y otra vez a dónde se dirigía, pero, cuando ya casi su figura escapaba de los ojos de la mujer, fue que el hombre decidió responder:
-¡Haré una breve llamada y seré breve, muy breve, te lo aseguro..!

En vano María intentó saber a quién llamaría, esta vez Jesús se retiró sin responderle; la mujer asumió de nuevo la llamada que tenía en espera. El recepcionista 2 quitó las manos del rostro y fue acercándose lentamente a ella.
En su recorrido Jesús apuró el paso sin mirar a los lados, casi comenzó a trotar cuando escuchó el duro sonido de un teclado, y hasta cerró los ojos apretando los párpados con tal fuerza que parecía intentar cerrarle las puertas a la mismísima visión de la memoria. En esa carrera terminó chocando con Magdalena quien también venía con los ojos cerrados y con el arma apuntando el suelo, los dos quedaron sorprendidos, cada uno ante el otro y entre dos círculos de usuarios, ninguno habló, pero tampoco hizo falta, con miradas hicieron preguntas y respondieron ausencias. Jesús expresó la necesidad de ser escuchado ante un supuesto peligro que lo acechaba y Magdalena reiteró su teoría de la falta de tiempo. Pragmática teoría que le hizo ver la urgente necesidad de sustituir un amor lento por otro más rápido, disposición instantánea de una femeneidad fugaz, dispuesta a disfrutar la apoteosis de otra pasión que por esos días la andaba reviviendo y que no era la de él, ella fue clara con la mirada “Ya esto no es lo mismo, yo sólo era tu amante y María simplemente se hacía la tonta, todos jugamos y nos divertimos, pero mi parte del juego terminó, ahora yo juego otro juego, y no es contigo...”. Entonces Magdalena volteó a un lado y al otro con cierta mirada que inspiraba vértigo, Jesús sintió algo parecido a un fuerte mareo, ninguno supo por qué pero no pudieron permanecer más tiempo en ese lugar. La mujer, aunque entregaba vacíos a cualquiera, también creyó estar ante un precipicio cuando vio los rostros de los usuarios que la rodeaban. Él corrió hacia la Cabina 12 y ella rumbo a la recepción. Magdalena se fue adentrando en el fuerte bullicio que estaba a punto de devorar toda posibilidad sonora del local, sin embargo, hasta ella llegó una conversación que sostenían María y el recepcionista 2, con cautela la joven disminuyó la velocidad de sus pasos, caminando prácticamente en puntillas.
-No puedo evitarlo señora... María; pero, desde que la vi entrar, me excitó su sola presencia, creo que...que... a cualquiera le pasaría... lo mismo...- decía el empleado con un galanteo saturado de miedos

-¿Y por qué no te bajas los pantalones rápido, antes que llegue alguien y me muestras qué clase de monstruo alimentas entre tus piernas..?

Y fue ante esa pregunta de María que de inmediato surgió Magdalena resistiendo la carga de silencio que la azotaba. Desde el suelo, María volteó a ver a la recién llegada, de sus ojos escapó cierto brillo de inseguridad que no era común en su mirada. Las dos mujeres hablaron a través de punzantes miradas; el recepcionista 2 retrocedió arrastrándose por el suelo mientras de nuevo cubría el rostro con las manos. De pronto se escucharon dos voces que desde afuera se impusieron al bullicio, vociferando su propia discusión. Ambas estaban demasiado sumergidas en su desafío visual como para voltear. El recepcionista, al parecer, había decidido ocultarse de manera definitiva dentro de sus miedos.

A la distancia pude ver que un hombre de rostro sereno, vestido con traje negro, tocaba fuertemente las puertas como si nada ocurriera en el lugar, mientras, desde la esquina derecha, el inspector Porras hacía inútiles esfuerzos por convencerlo de que se marchara lo más pronto posible.
-¿Quién diablos es usted...? ¿No se da cuenta de que estamos en un operativo policial..?- preguntaba angustiado el jefe policial.
-¡Tengo que entrar con urgencia..!- respondía el visitante.
-¿Esa urgencia es más importante que su vida..?
-Soy persona de palabra, tengo que cumplir un trabajo dentro de quince minutos y yo respeto los compromisos.
-¡No sea loco, no puede pasar!

Ante ese debate irrumpió la voz de María dirigiéndose al inspector:

-¡Oiga inspector, deje pasar a ese hombre, retírense unos pasos, tanto usted como sus policías. Vamos, deje pasar de inmediato a ese hombre o no respondo de lo que pueda hacer con el único rehén que nos queda!

La puerta comenzó a abrirse, María ya de pie colocó al rehén delante de ella apuntándole la sien con el cañón del revolver. El empleado la veía intentando sostener la sonrisa temblorosa. Magdalena se ubicó estratégicamente muy cerca de las puertas, de perfil a la calle, con su revolver en posición de amenaza contra cualquier sorpresa que surgiera desde afuera.

De pronto, surgió la figura del hombre con traje negro, llevando en la mano derecha un largo estuche marrón oscuro, similar al que se utiliza para guardar un violín; en el rostro y en los pasos tenía la calma de quien sobrevivía acostumbrado a cumplir misiones difíciles; pero cuando fue a cerrar las puertas su confianza se desquebrajó. Un impacto brutal de balas y policías se devolvían contra él, abriéndose camino rumbo al Centro de Comunicaciones. María dejó caer al recepcionista 2 para lanzarse al suelo, Magdalena saltó por encima del mostrador. Detrás de los policías llegaban diversos grupos de mendigos atacando a los uniformados. Pronto la batalla se volvió inclemente, el número de desposeídos opacaba a los gendarmes, en ocasiones la pelea era cinco contra uno, en poco tiempo dejaron de sonar los disparos.

En plena confusión María y Magdalena se encontraban detrás del mostrador, terminando de guardar el dinero en el viejo maletín. En ese instante sonó un disparo proveniente del interior del local, el impacto devoró por un momento el ruido de las riñas y cualquier otro sonido, fue como si los acontecimientos hubiesen seguido su curso sin audio. Las dos mujeres se vieron algo sorprendidas, luego corrieron entre los enfrentamientos en dirección al fondo del lugar, María adelante, Magdalena atrás, en medio de los dos primeros círculos de la comunicación. Ningún usuario se había movido de su asiento, cada quien se mantuvo frente a su computadora o dentro de su cabina telefónica. Allí estaba jugando el usuario 7 con su ingenuidad en extinción. Al lado de su mueble, pero muy lejos de él, armaba rompecabezas de guerras la chica número 8. Hacia el frente, en la hilera de teléfonos, todavía de pie, el usuario 13 cazaba lejanías. Todos enviaban señales, ninguno recibía respuestas y nadie daba muestras de que pronto la consecuente línea de la rutina de nunca acabar explotaría hasta vomitar hastío desde los poros hasta la boca.

María y Magdalena se detuvieron ante la puerta cerrada de la Cabina 12, dentro, en el suelo, yacía boca arriba el cuerpo de Jesús, con los ojos abiertos pero firmes hacia la nada. De su mano izquierda recién se le escapaba el revolver. Quizá en algún lugar de su inexistencia, aquel hombre celebraba su fuga hacia delante. María y Magdalena contemplaron brevemente la última caída de Jesús, ninguna vio a la otra. María volteó de pronto hacia la salida, Magdalena llegó más rápido que el deseo de su compañera y abrió la puerta, las dos salieron con las armas apuntando el suelo, dejando que la presión cerrara la entrada de unos y la salida de otros.

Ambas caminaron hacia fuera, pasaron al lado de las múltiples batallas entre policías y mendigos, para hacer tres paradas: en la primera María se acercó a un extremo del mostrador y con la mano derecha tomó el viejo maletín del dinero; en la segunda, ambas observaron el cadáver del recepcionista 2, Magdalena sonrió; la tercera fue ante el cuerpo sin vida del hombre que pretendió cumplir su trabajo, María suspiró. Luego la jefa del grupo apretó el revolver que siempre llevaba en la mano izquierda y colocó su mano armada sobre la cintura de la mujer con nombre de prostituta bíblica; las dos intercambiaron sonrisas, Magdalena celebraba su graduación de mujer y María le rendía tributo a su ego viendo el rostro de satisfacción que había despertado en la joven. María abrió una puerta, Magdalena abrió la otra. Partieron recibiendo el inicio de otra noche de universo rojo, sin lluvia. Eran dos mujeres caminando de frente contra el pesado vapor que cubría la tierra, iban retando las consecuencias funestas de las calles desiertas, les juro que se fueron descifrando todas las señales de pasión y de lujuria que cada una le había enviado a la otra, no hubo un beso, no eran tiempos de besos, pero sí sobraron las miradas con sabor a hembra mientras se iban perdiendo por el final de la avenida ubicada al frente de la Cabina 12.


Edgar Borges.
Por Andrea Victoria Álvarez:
“Venezuela es una tierra de literatura fructífera”. En la modesta aspiración de encontrar un vínculo entre lo que llamaría “la afirmación a estas palabras” y la realidad actual de la literatura Venezolana, encontré en la página “GrupoBuho.es” un cuento de Edgar Borges. Este Periodista y escritor venezolano nació en (Caracas) el 24 de abril de 1966. Ha trabajado el relato, la novela, la crónica y la dramaturgia. Es autor de libros de ficción que narran las múltiples realidades que circulan alrededor de la cotidianidad. Su obra ha sido reconocida en concursos internacionales y reseñada por estudiosos de las letras que han destacado la fuerza creadora de éste fabulador latinoamericano.


En esta misma Web, Borges señala “El tema principal de mis cuentos es plantear cómo la sobreinformación actual ha logrado incomunicar las relaciones del hombre con su alrededor, para ello, describo la soledad de personajes en medio de ciudades al borde del caos. Como individuo me resisto al proceso de globalización que se desarrolla en esta etapa de nuestra historia y que en lugar de globalizar la creatividad y la propia vida, sólo globaliza la cultura estadounidense y la violencia de sus gobiernos. Considero importante que en esto tiempos los escritores busquemos nuevos canales de comunicación que nos permitan llevar nuestras ideas a mayor número de personas, ya que no creo que las grandes empresas trasnacionales se encarguen de hacerlo. De lo contrario, toda la vida nos la pasaremos hablando de los grandes clásicos y nosotros, sólo seremos una parte más de un gigantesco sótano de sueños perdidos.

Desde esa época (2004) hasta la fecha, este escritor venezolano ha incursionado con éxito en el relato, la crónica y la dramaturgia, en seis libros publicados.

La investigadora estadounidense Jennifer C. Post de la Universidad de Indianápolis, incluyó un trabajo sobre la obra de Edgar Borges en la publicación The Society for Ethnomusicology. Su obra también ha sido analizada por críticos como Frank Greene (Estados Unidos), Javier Santiago (Puerto Rico), Miguel Vargas (Bolivia) y Antonio Gómez Rufo (España).

A partir de 2005, la obra de Edgar Borges se impulsa en España: Radio Exterior adquiere su radioserie “La fuga de Don Quijote”. Con GrupoBuho publica el libro “El vuelo de Caín y otros relatos”, con prólogo de Antonio Gómez Rufo. Gana dos concursos de relatos, uno en Barcelona y otro en Madrid, y es incluido en igual cantidad de antologías de narradores. El día 27 de junio del 2008 se presentó en la Casa del Libro de Madrid su nueva novela ¿Quién mató a mi madre?, publicada por Ediciones Irreverentes. Con ese trabajo quedó finalista en el III Premio de Novela Ciudad Ducal de Loeches de Madrid.

Los libros de Edgar Borges publicados son: “Sonido Urbano”, “Calle, salsa y cuentos”, (ensayos y guiones dramáticos de radio), “Sueños desencantados” (relatos); “Mis días debajo de tu falda” (relatos); “La monstrua, la mujer que jamás invitaron a bailar” (novela breve); “Aquiles, el último fugitivo de la globalización” (relato gráfico); “Lavoe contra Lavoe”; la tragedia del cantante (teatro) y “El vuelo de Caín y otros relatos” al que pertenece el cuento "Cabina 12".

En el año 2010 "La contemplación", 2011 "Crónicas de bar", 2012 "El hombre no mediático que leía a Peter Handke", 2013 "Vínculos: apuntes con Rubén Blades", 2014 "La ciclista de las soluciones imaginarias", 2018 "La niña del salto".

2 comments:

Milagro Haack said...

Mis saludos Ricardo.

Gracias por enviarme este enlace.
Édgar Borges, con esta novela ya desde su inicio con la pregunta ¿Quién mató a mi madre?, es un continuo interrogatorio hacia el lector...Vaya...Es muy buena
Gracias y hasta pronto
Siempre
Sencillamente
Milagro Haack

Ricardo Juan Benítez said...

Estimado Edgar, para mi es una enorme alegría, que un escritor de tu talla se incluya en este humilde blog. Por otra parte, quería agradecer a Milagro por us acertado comentario. Un abrazo a ambos, hermanos de letras.