El
hombre en la calle
Georges
Simenon
Los cuatro hombres iban
apretujados dentro del taxi. En París helaba. A las siete y media de la mañana
la ciudad estaba lívida, el viento hacía correr a ras de suelo un polvillo de
hielo.
El más delgado de los
cuatro, en un asiento abatible, tenía un cigarrillo pegado al labio inferior e
iba esposado. El más importante, de mandíbula fuerte, envuelto en un recio
abrigo y con un sombrero hongo en la cabeza, fumaba en pipa viendo desfilar
ante sus ojos la verja del Bois de Boulogne.
-¿Le hago el número de
la pataleta? -propuso amablemente P’tit Louis, el hombre de las esposas-. ¿Con
contorsiones, espumarajos, insultos y todo eso?
Maigret gruñó,
quitándole el cigarrillo de los labios y abriendo la portezuela, porque ya
habían llegado a la Porte de Bagatelle:
-No quieras pasarte de
listo.
Los caminos del Bois
estaban desiertos, blancos y duros como el mármol. Unas diez personas pateaban
la nieve para combatir el frío al lado de un sendero para jinetes, y un
fotógrafo quiso retratar al grupo que se acercaba. Pero P’tit Louis, tal como
le habían recomendado, levantó los brazos para taparse la cara.
Maigret, con aire
malhumorado, giraba la cabeza como un oso, observándolo todo: los edificios
nuevos del Boulevard Richard-Wallace, todavía con los postigos cerrados, unos
obreros en bicicleta que venían de Puteaux, un tranvía iluminado, dos porteras
que caminaban con las manos violáceas de frío.
-¿Todo a punto?
-preguntó.
La víspera, había
permitido a los periódicos que publicaran la información siguiente:
«EL
CRIMEN DE BAGATELLE
»En esta ocasión la
policía no ha tardado mucho en aclarar un asunto que parecía ofrecer
dificultades insuperables. Como es sabido, el lunes por la mañana un guarda del
Bois de Boulogne descubrió en uno de los senderos, a unos cien metros de la
Porte de Bagatelle, el cadáver de un hombre que pudo ser identificado
inmediatamente.
»Se trata de Ernest
Borms, médico vienés muy conocido que vivía en Neuilly desde hacía varios años.
Borms vestía esmoquin. Alguien debió de atacarle en la noche del domingo al
lunes cuando volvía a su piso, en el Boulevard Richard-Wallace.
»Una bala disparada a
quemarropa con un revólver de pequeño calibre lo alcanzó en el corazón.
»Borms, que aún era
joven, de buena apariencia, muy elegante, llevaba una intensa vida social.
»Apenas cuarenta y ocho
horas después de este crimen, la Policía Judicial acaba de proceder a una
detención. Mañana por la mañana, entre las siete y las ocho, se procederá a la
reconstrucción del crimen en el lugar de los hechos».
Posteriormente, en el
Quai des Orfèvres se habló de este asunto, y se comentaba que en él Maigret
había utilizado tal vez el más característico de sus procedimientos; pero
cuando lo mencionaban en su presencia, reaccionaba de un modo extraño,
volviendo la cabeza y emitiendo un gruñido.
¡Vamos allá! Todo el
mundo estaba en su sitio. Muy pocos mirones, tal como había previsto. Por algo
había elegido aquella hora matinal. Y además, entre las diez o quince personas
que daban patadas en el suelo podía reconocerse a varios inspectores que
adoptaban un aire lo más inocente posible, y uno de ellos, Torrence, a quien le
encantaba disfrazarse, se había vestido de repartidor de leche, lo cual hizo
que su jefe se encogiera de hombros.
¡Con tal de que P’tit
Louis no exagerara! Era un «cliente» suyo, un delincuente muy conocido, a quien
habían detenido el día anterior mientras practicaba su oficio de carterista en
el metro.
«Mañana por la mañana
nos echarás una mano, y ya procuraremos que esta vez no salgas muy mal
librado…»
Lo habían sacado de la
prisión.
-¡Adelante! -gruñó
Maigret-. Cuando oíste pasos estabas escondido en este rincón, ¿verdad?
-Fue exactamente así,
señor comisario. Yo tenía hambre, ¿me comprende? Y no me quedaba ni un céntimo.
Entonces me dije que un tipo que volvía a su casa de esmoquin, seguro que
llevaba la cartera repleta… «¡La bolsa o la vida!», le dije acercándome a él. Y
le juro que no fue culpa mía si se me disparó. Supongo que fue el frío lo que
hizo que el dedo apretara el gatillo…
Las once de la mañana.
Maigret recorría su despacho del Quai des Orfèvres a grandes zancadas, fumaba
una pipa tras otra, no cesaba de atender al teléfono.
-¡Oiga! ¿Es usted,
jefe? Soy Lucas. He seguido al viejo que parecía interesarse por la
reconstrucción. Una pista falsa: es un maniático que todas las mañanas da un
paseíto por el Bois.
-De acuerdo, puedes volver.
Once y cuarto.
-Oiga, ¿es el jefe? Soy
Torrence. He seguido al joven que usted me indicó mirándome de reojo. Participa
en todos los concursos de detectives. Trabaja de dependiente en una tienda de
los Campos Elíseos. ¿Puedo regresar?
Hasta las doce menos
cinco no recibió una llamada de Janvier.
-Tengo que ser breve,
jefe, no sea que el pájaro eche a volar. Lo vigilo por el espejito incrustado
en la puerta de la cabina. Estoy en el bar del Nain Jaune, en el Boulevard
Rochechouart… Sí, me ha visto. No tiene la conciencia tranquila. Al cruzar el
Sena ha tirado algo al río. Además, ha intentado despistarme diez veces. ¿Lo
espero aquí?
Así empezó una cacería
que iba a prolongarse durante cinco días y cinco noches, por entre transeúntes
apresurados, en un París indiferente, de bar en bar, de taberna en taberna; por
un lado un hombre solo, por otro Maigret y sus inspectores, que se turnaban en
la persecución y que, a fin de cuentas, acabaron tan exhaustos como su
perseguido.
Maigret bajó del taxi
delante del Nain Jaune, a la hora del aperitivo, y encontró a Janvier acodado
en el mostrador. No se tomó la molestia de adoptar un aire inocente. ¡Al
contrario!
-¿Quién es?
Con la barbilla, el
inspector le indicó un hombre sentado en un rincón, delante de un velador. El
hombre los miraba con sus pupilas claras, de un azul grisáceo, que daban a su
fisonomía el aspecto de ser extranjero. ¿Nórdico? ¿Eslavo? Más bien eslavo.
Llevaba un abrigo gris, un traje de buenas hechuras, un sombrero flexible.
Debía de tener unos
treinta y cinco años. Estaba pálido, recién afeitado.
-¿Qué quiere tomar,
jefe? ¿Un Picon caliente?
-De acuerdo, un Picon
caliente. ¿Qué bebe él?
-Aguardiente. Se ha
tomado cinco esta mañana. Y no le extrañe si me trabuco un poco al hablar:
siguiéndolo he tenido que entrar en todas las tabernas. Tiene mucho aguante,
¿sabe usted?… Además, fíjese, lleva toda la mañana así. Éste no se da por
vencido fácilmente.
Era verdad. Y parecía
raro. Aquello no podía llamarse arrogancia ni desafío. El hombre sencillamente
los miraba. Si estaba inquieto, no dejaba que nada trasluciese. Su rostro
expresaba más bien tristeza, pero una tristeza tranquila, meditabunda.
-En Bagatelle, cuando
se dio cuenta de que usted no lo perdía de vista, se fue en seguida, y yo tras
él. Aún no había andado cien metros cuando ya había girado la cabeza. Entonces,
en vez de salir del Bois, como parecía su intención, echó a andar a grandes
zancadas por el primer sendero que encontró. Volvió la cabeza otra vez. Me
reconoció. Se sentó en un banco a pesar del frío, y yo me paré a mi vez. Varias
veces tuve la impresión de que quería dirigirme la palabra, pero acabó por
alejarse encogiéndose de hombros.
»En la Porte Dauphine
estuve a punto de perderlo, porque tomó un taxi, pero tuve la suerte de
encontrar otro casi al momento. Bajó en la Place de l’Opéra, y se metió
precipitadamente en el metro. Yo iba siguiéndolo, cambiamos cinco veces de
línea, hasta que empezó a comprender que de esta manera no podría despistarme.
»Volvimos a subir a la
superficie. Estábamos en la Place Clichy. Desde entonces no hemos dejado de ir
de bar en bar. Yo esperaba que entrara en un buen lugar, con una cabina
telefónica desde donde pudiera vigilarlo. Cuando me ha visto telefonear, ha
hecho una mueca irónica y triste. Luego, yo hubiese jurado que lo estaba
esperando a usted.
-Telefonea a «casa».
Que Lucas y Torrence se preparen para venir corriendo al primer aviso. Y que
venga también un fotógrafo de Identidad Judicial, con una cámara muy pequeña.
-¡Camarero! -llamó el
desconocido-. ¿Qué le debo?
-Tres cincuenta.
-Apostaría a que es
polaco -murmuró Maigret a Janvier-. En marcha.
No fueron muy lejos. En
la Place Blanche el hombre entró en un pequeño restaurante; ellos lo siguieron
y se sentaron a una mesa que estaba junto a la suya. Era un restaurante
italiano, y comieron pasta.
A las tres, Lucas fue a
relevar a Janvier, cuando éste se hallaba con Maigret en una cervecería frente
a la Gare du Nord.
-¿Y el fotógrafo?
-preguntó Maigret.
-Espera en la calle
para sorprenderlo cuando salga.
Y, en efecto, cuando el
polaco salió, después de haber leído los periódicos, un inspector se acercó
rápidamente a él. A menos de un metro le hizo una foto. El hombre se llevó en
seguida la mano a la cara, pero ya era demasiado tarde, y entonces, demostrando
que comprendía, dirigió a Maigret una mirada de reproche.
-Amigo mío -monologaba
el comisario-, tienes muy buenas razones para no llevamos a tu domicilio. Pero
si tú tienes paciencia, yo tengo tanta como tú…
Al oscurecer, había
copos de nieve revoloteando por las calles, mientras el desconocido andaba, con
las manos en los bolsillos, esperando la hora de acostarse.
-¿Lo relevo durante la noche,
jefe? -propuso Lucas.
-No. Prefiero que te
ocupes de la fotografía. En primer lugar, consulta el fichero. Luego investiga
en los ambientes extranjeros. Ese tipo conoce París. Seguro que hace tiempo que
vive aquí. Alguien ha de conocerlo.
-¿Y si publicásemos su
foto en los periódicos?
Maigret miró a su
subordinado con desdén. ¿O sea que Lucas, que trabajaba con él desde hacía
tantos años, aún no comprendía? ¿Acaso la policía tenía un solo indicio? ¡Nada!
¡Ni un testimonio! Matan a un hombre de noche en el Bois de Boulogne. No se
encuentra el arma. Ni una huella. El doctor Borms vive solo, y su único
sirviente ignora adónde fue la víspera.
-¡Haz lo que te digo!
Largo…
A las doce de la noche
por fin el hombre se decidió a cruzar el umbral de un hotel. Maigret le seguía
los pasos. Era un hotel de segunda o incluso de tercera categoría.
-Quisiera una
habitación.
-¿Me rellena esta
ficha, por favor?
La rellena entre
titubeos, con los dedos entumecidos por el frío. Mira a Maigret de arriba abajo,
como diciéndole: «¡Si cree que me importa que me esté mirando! Escribiré lo que
me dé la gana».
Y, en efecto, escribe
el primer nombre y apellido que le viene a la cabeza: Nikolas Slaatkovich,
domiciliado en Cracovia, que había llegado a París el día anterior.
Todo falso,
evidentemente. Maigret telefonea a la Policía Judicial. Se revisan los
expedientes de los pisos amueblados, los registros de extranjeros, llaman a los
puestos fronterizos. No existe ningún Nikolas Slaatkovich.
-¿Usted también desea una
habitación? -pregunta el dueño con una mueca, porque ya se huele que está ante
un policía.
-No, gracias. Pasaré la
noche en la escalera.
Es más seguro. Se
sienta en un peldaño, delante de la puerta de la habitación número 7. Por dos
veces esta puerta se abre. El hombre escudriña la oscuridad con la mirada, ve
la silueta de Maigret, y termina por acostarse. Por la mañana, la barba le ha
crecido, tiene las mejillas rasposas. No ha podido cambiarse de ropa. Ni
siquiera tenía peine, y lleva el pelo alborotado.
Lucas acaba de llegar.
-¿Lo relevo, jefe?
Maigret no se resigna a
dejar a su desconocido. Lo ha visto pagar la habitación. Lo ha visto palidecer.
Y adivina lo que pasa.
En efecto, poco
después, en un bar en el que toman, por así decirlo, codo con codo, un café con
leche y unos croissants, el hombre, sin ocultarse lo más mínimo, cuenta el
dinero que le queda. Un billete de cien francos, dos monedas de veinte, una de
diez y menudo. Sus labios se estiran en una mueca de contrariedad.
¡Bueno! Con eso no irá
muy lejos. Cuando llegó al Bois de Boulogne, acababa de salir de su casa,
porque iba recién afeitado, sin una mota de polvo, sin una arruga en el traje.
¿Tenía intención de volver al cabo de poco? Ni siquiera se preocupó por el
dinero que llevaba encima.
Maigret adivina lo que
tiró al Sena: los documentos de identidad, tal vez tarjetas de visita.
Quiere evitar a toda
costa que se descubra dónde vive.
Y el callejeo típico de
los que no tienen techo vuelve a empezar, con paradas delante de las tiendas,
de los puestos de vendedores ambulantes, o en los bares, en los que tiene que
entrar de vez en cuando, aunque sólo sea para sentarse, sobre todo porque en la
calle hace frío, o para leer los periódicos.
¡Ciento cincuenta
francos! Al mediodía, nada de restaurantes. El hombre se conforma con huevos
duros, que come de pie ante un mostrador, y una cerveza, mientras Maigret
engulle unos bocadillos.
El otro duda mucho
antes de entrar en un cine. Dentro del bolsillo su mano juega con las monedas.
Hay que resistir todo el tiempo posible. El hombre anda y anda…
¡Por cierto! Hay un
detalle que llama la atención de Maigret. En su agotadora caminata, el hombre
recorre siempre determinados barrios: de la Trinité a la Place Clichy; de la
Place Clichy a Barbès, pasando por la Rue Caulaincourt; de Barbès a la Gare du
Nord y a la Rue La Fayette…
¿Tiene también miedo de
que lo reconozcan? Seguramente elige los barrios más alejados de su casa o de
su hotel, los que suele frecuentar.
¿Vive en Montparnasse,
como tantos extranjeros? ¿En los alrededores del Panteón?
La ropa que usa indica
una posición media. Son prendas cómodas, sobrias, de buena hechura. Sin duda,
una profesión liberal. ¡Lleva alianza! O sea que ¡está casado!
Maigret ha tenido que
resignarse a ceder su lugar a Torrence. Pasa rápidamente por su casa. Madame
Maigret está contrariada: su hermana ha venido de Orléans, ha preparado una
cena muy especial, y su marido, después de haberse afeitado y cambiado de ropa,
vuelve a irse anunciando que no sabe cuándo regresará.
El comisario se
precipita hacia el Quai des Orfèvres.
-¿No hay nada de Lucas
para mí?
¡Sí! Hay una nota del
brigada. Éste ha ensenado la fotografía en numerosos círculos polacos y rusos.
Nadie lo conoce. Tampoco nada en los grupos políticos. En último extremo, ha
sacado numerosas copias de la famosa fotografía. En todos los barrios de París
hay agentes que van de puerta en puerta, de portería en portería, mostrando la
foto a los dueños de los bares y a los camareros.
-¡Oiga! ¿El comisario
Maigret? Soy una acomodadora del Ciné-Actualités, en el Boulevard de
Strasbourg… Hay aquí un señor, Monsieur Torrence, que me ha dicho que lo
telefonee a usted para decirle que está aquí, pero que no se atreve a salir de
la sala.
¡No es tonto el hombre!
Ha escogido el mejor lugar para pasar algunas horas: con calefacción y por poco
precio, sólo dos francos de entrada… ¡y con derecho a varias sesiones!
Se ha establecido una
curiosa intimidad entre perseguidor y perseguido, entre el hombre cuya barba
crece, cuyas ropas se arrugan, y Maigret, que no lo pierde de vista ni un
instante. Incluso hay un detalle divertido. Los dos se han resfriado. Tienen la
nariz enrojecida. Casi al mismo tiempo sacan el pañuelo del bolsillo, y en una
ocasión el hombre no ha podido evitar una vaga sonrisa al ver cómo Maigret
suelta una serie de estornudos.
Un hotel sucio, en el
Boulevard de la Chapelle, después de cinco sesiones continuas de documentales.
En el registro, el mismo nombre. Y de nuevo Maigret se instala en un peldaño de
la escalera. Pero como es una casa de citas, cada diez minutos tiene que
apartarse para dejar pasar a parejas que lo miran con extrañeza, y las mujeres
se quedan intranquilas.
Cuando se le acaben los
recursos, cuando los nervios ya no resistan más, ¿se decidirá a volver a su
casa? En una cervecería en la que el otro se queda bastante rato y se quita el
abrigo gris, Maigret no vacila en tomar la prenda y mirar el interior del
cuello. El abrigo se compró en Old England, en el Boulevard des Italiens. Es de
confección, y la casa debió de vender docenas de abrigos parecidos. Sin
embargo, hay un indicio. Es del invierno anterior. Así pues, el desconocido
lleva en París por lo menos un año. Y en el curso de un año seguro que ha
tenido que recalar en algún lugar.
Maigret se dedica a
tomar ponches para matar el resfriado. El otro va soltando el dinero con cuentagotas.
Toma cafés, pero sin añadirles licor. Se alimenta de croissants y de huevos
duros.
Las noticias de «casa»
son siempre las mismas: ¡nada nuevo! Nadie reconoce la fotografía del polaco.
No se ha denunciado ninguna desaparición.
Por lo que respecta al
muerto, tampoco nada. Tenía un consultorio importante. Se ganaba muy bien la
vida, no se metía en política, salía mucho y, como se ocupaba sobre todo de
enfermedades nerviosas, entre sus pacientes abundaban las mujeres.
Era una experiencia que
Maigret aún no había tenido ocasión de llevar hasta el final: ¿en cuánto tiempo
un hombre bien educado, aseado, bien vestido, pierde su barniz exterior cuando
tiene que vagabundear por la calle?
¡Cuatro días! Ahora lo
sabía. Primero la barba. La primera mañana, el hombre parecía un abogado o un
médico, un arquitecto, un industrial; uno se lo imaginaba saliendo de un
confortable piso. Una barba de cuatro días lo ha transformado hasta el punto de
que, si hubiesen publicado su retrato en los periódicos evocando el caso del
Bois de Boulogne, la gente hubiera dicho: «¡Se ve a la legua que tiene cara de
asesino!»
Por el frío y el dormir
mal, se le había enrojecido el borde de los párpados, y el resfriado le ponía
un toque de fiebre en los pómulos. Los zapatos, que habían dejado de estar
lustrosos, comenzaban a deformarse. El abrigo empezaba a ajarse y sus
pantalones tenían rodilleras.
Incluso se le notaba en
la manera de andar. Ya no andaba de la misma forma: iba pegado a las paredes,
bajaba la vista cuando los transeúntes lo miraban… Un detalle más: volvía la
cabeza al pasar ante un restaurante donde había clientes instalados a las mesas
ante copiosos platos.
«¡Tus últimos veinte
francos, amigo mío!», calculaba Maigret. «¿Y después?»
Lucas, Torrence y
Janvier lo relevaban de vez en cuando, pero él les cedía su lugar con la menor
frecuencia posible. Entraba en el Quai des Orfèvres como un huracán, veía al
jefe.
-Sería mejor que
descansara, Maigret.
Un Maigret huraño,
susceptible, como si estuviera dominado por sentimientos contradictorios,
contestaba:
-Mi deber es descubrir
al asesino, ¿no?
-Evidentemente…
-¡Pues en marcha!
-suspiraba con una especie de rencor en la voz-. Me pregunto dónde dormirá esta
noche.
¡Los últimos veinte
francos! ¡Menos aún! Cuando se reunió con Torrence, éste le dijo que el hombre
había comido tres huevos duros y tomado dos cafés con licor en un bar de la esquina
de la Rue Montmartre.
-Ocho francos con
cincuenta… Le quedan once francos con cincuenta.
Lo admiraba. El otro no
sólo no se escondía, sino que andaba a su misma altura, a veces a su lado, y
tenía que contenerse para no dirigirle la palabra.
«¡Vamos a ver, hombre!
¿No crees que ya sería hora de que empezases a cantar? En algún lugar te espera
una casa con calefacción, una cama, unas zapatillas, una navaja de afeitar,
¿verdad? Y una buena cena…»
¡Pero no! El hombre
vagó bajo las luces eléctricas de Les Halles, como los que ya no saben adónde
ir, entre los montones de coles y de zanahorias, apartándose al oír el silbato
del tren, al paso de los camiones de los hortelanos.
«¡Ya no puedes pagarte
una habitación!»
Aquella noche el
Servicio Meteorológico registró ocho grados bajo cero. El hombre se compró unas
salchichas calientes que una vendedora preparaba al aire libre. ¡Apestaría a
ajo y a grasa toda la noche!
En cierto momento
intentó introducirse en un pabellón y echarse en un rinconcito. Un agente, al
que Maigret no tuvo tiempo de dar instrucciones, lo echó de allí. Ahora
cojeaba. Los muelles. El Pont des Arts. ¡Con tal de que no se le ocurriera
tirarse al Sena! Maigret no se sentía con ánimos para saltar tras él al agua
negra, que empezaba a arrastrar pedazos de hielo.
Iba por el muelle de la
sirga. Unos vagabundos refunfuñaban. Bajo los puentes, los buenos lugares ya
estaban ocupados.
En uña calleja, cerca
de la Place Maubert, a través de los cristales de una extraña taberna se veían
a unos viejos que dormían con la cabeza apoyada sobre la mesa. ¡Por veinte
céntimos, incluyendo un vaso de vino tinto! El hombre miró a Maigret por entre
la oscuridad. Esbozó un ademán fatalista y empujó la puerta. En el tiempo en
que ésta se abrió y volvió a cerrarse, Maigret recibió una repugnante tufarada
en el rostro. Prefirió quedarse en la calle. Llamó a un agente, lo dejó
vigilando en la acera y fue a telefonear a Lucas, que esa noche estaba de
guardia.
-Hace una hora que
estamos buscándolo, jefe. ¡Lo hemos identificado! Ha sido gracias a una
portera. El tipo se llama Stephan Strevzki, arquitecto, treinta y cuatro años,
nacido en Varsovia, instalado en Francia desde hace tres años. Trabaja con un
decorador del Faubourg Saint-Honoré. Está casado con una húngara, una mujer
guapísima que se llama Dora. Vive en Passy, Rue de la Pompe, en un piso por el
que paga doce mil francos de alquiler. Nada de política… La portera nunca vio a
la víctima. Stephan salió de su casa el lunes por la mañana más temprano de lo
que solía. Ella se sorprendió al ver que no regresabas pero dejó de preocuparse
al ver que…
-¿Qué hora es?
-Las tres y media. Aquí
estoy solo. Me he hecho subir cerveza pero está muy fría…
-Óyeme bien, Lucas.
Irás… ¡Sí! ¡Ya lo sé! Es demasiado tarde para los de la mañana, pero en los de
la tarde… ¿Lo has entendido?
Aquella mañana el
hombre llevaba pegado a su ropa un sordo olor a miseria. Los ojos más hundidos.
La mirada que dirigió a Maigret, en la pálida mañana, contenía el más patético
de los reproches.
¿No lo habían
conducido, poco a poco, pero a una velocidad que no dejaba de ser vertiginosa,
hasta lo más bajo del escalafón? Se levantó el cuello del abrigo. No salió del
barrio. Con mal sabor de boca, se metió en una taberna que acababa de abrir y
se bebió, una tras otra, cuatro copas, como para arrancarse el espantoso
regusto que aquella noche le había dejado en la garganta y en el pecho.
¡Qué más daba! ¡Ahora
ya no le quedaba nada! Sólo podía echar a andar recorriendo calles que el hielo
había vuelto resbaladizas. Debía de tener agujetas. Cojeaba de la pierna
izquierda. De vez en cuando se detenía y miraba a su alrededor con
desesperación.
Como ya no entraba en ningún
café donde hubiera teléfono, a Maigret le era imposible hacer que lo relevaran.
¡Otra vez los muelles! ¡Y ese gesto maquinal del hombre que revuelve entre los
libros de lance, pasando las páginas, a veces asegurándose de la autenticidad
de un grabado o de una estampa! Un viento helado barría el Sena. El agua
tintineaba en la proa de las chalanas en movimiento, porque los pedacitos de
hielo entrechocaban como si fueran lentejuelas.
Desde lejos, Maigret
vio el edificio de la Policía Judicial, la ventana de su despacho. Su cuñada ya
había regresado a Orléans. Con tal de que Lucas…
No sabía aún que
aquella atroz investigación se convertiría en clásica, y que generaciones de
inspectores repetirían sus detalles a los novatos. Era una tontería, pero, por
encima de todo, lo conmovía un detalle ridículo: el hombre tenía un grano en la
frente, un grano que, fijándose bien, seguramente era un forúnculo, de un color
que iba pasando de rojo a morado.
Con tal de que Lucas…
A las doce, el hombre,
que decididamente conocía muy bien París, se dirigió hacia donde repartían la
sopa popular, al final del Boulevard Saint-Germain Y se puso en la fila de
andrajosos. Un viejo le dirigió la palabra, pero él fingió no entenderlo. Entonces
otro, con la cara picada de viruela, le habló en ruso.
Maigret cruzó a la
acera de enfrente, vaciló, se vio obligado a comer unos bocadillos en una
taberna, y volvió la espalda a medias para que el otro, a través de los
cristales, no lo viera comer.
Aquellos pobres diablos
avanzaban lentamente, entraban en grupos de cuatro o de seis en la sala donde
les servían escudillas de sopa caliente. La cola se alargaba. De vez en cuando,
los de atrás empujaban, y algunos dejaban oír protestas.
La una. Un chiquillo
apareció en el extremo de la calle. Corría, adelantando el cuerpo.
–L ‘Intran… L ‘Intran…
Tampoco él quería
perder tiempo. Sabía desde lejos qué transeúntes comprarían el periódico. No
hizo el menor caso de la hilera de mendigos.
–L ‘Intran…
Humildemente, el hombre
alzó la mano y dijo:
-¡Eh, eh!
Los demás lo miraron.
¿O sea que aún tenía algunos céntimos para comprarse un periódico?
Maigret también llamó a
al vendedor, desplegó la hoja y, aliviado, encontró en la primera página lo que
buscaba, la fotografía de una mujer joven, bella, sonriente.
«INQUIETANTE
DESAPARICIÓN
»Se nos comunica que
desde hace cuatro días ha desaparecido una joven polaca, Madame Dora Strevzki,
que no ha vuelto a su domicilio en Passy, Rue de la Pompe, número 17.
»A ello se añade el
significativo hecho de que el marido de la desaparecida, Monsieur Stephan
Strevzki, también desapareció de su domicilio la víspera, es decir, el lunes, y
la portera, que ha avisado a la policía, declara…»
Al hombre sólo le
faltaban por recorrer cinco o seis metros, en la fila que lo arrastraba, para
tener derecho a su escudilla de sopa humeante. En ese momento salió de la cola,
cruzó la calzada, donde estuvo a punto de que lo atropellara un autobús, y
llegó a la otra acera, para encontrarse justo ante Maigret.
-¡Estoy a su
disposición! -se limitó a decir el hombre-. Lo acompaño adonde usted quiera.
Contestaré todas sus preguntas…
Estaban todos en el
pasillo de la Policía Judicial: Lucas, Janvier, Torrence, además de otros que
no habían intervenido en el caso pero que estaban al corriente. Al pasar, Lucas
le hizo una señal a Maigret que quería decir: «¡Asunto resuelto!»
Una puerta que se abre
y que vuelve a cerrarse. Cerveza y bocadillos encima de la mesa.
-Antes que nada, coma
un poco.
Se siente incómodo. No
consigue tragar. Por fin el hombre habla.
-Ya que ella se ha ido
y está a salvo…
Maigret pareció sentir
la necesidad de atizar la estufa.
-Cuando leí en los
periódicos lo del crimen, ya hacía tiempo que sospechaba que Dora me engañaba
con aquel hombre. También sabía que no era su única amante. Yo conocía bien a
Dora, su carácter impetuoso, ¿me comprenden? Sin duda él intentó librarse de
ella, y yo sabía que Dora era capaz de… Ella siempre llevaba en el bolso un
revólver con adornos de nácar. Cuando los periódicos anunciaron la detención
del asesino y la reconstrucción del crimen, quise ver…
Maigret hubiera querido
poder decir, como los policías ingleses: «Le advierto que todo lo que declare
podrá utilizarse en su contra».
No se había quitado el
abrigo. Seguía llevando el sombrero puesto.
-Ahora que ella ya está
en lugar seguro… porque supongo… -miró a su alrededor con angustia. Una
sospecha cruzó por su mente-. Debió de comprender lo que pasaba al ver que yo
no volvía. Yo sabía que eso acabaría así, que Borms no era un hombre para ella,
que Dora nunca iba a aceptar servirle de pasatiempo, y que entonces volvería a
mí. El domingo por la tarde salió sola, como solía hacer en estos últimos
tiempos. Seguramente lo mató cuando…
Maigret se sonó. Se
sonó durante largo rato. Un rayo de sol, de ese sol puntiagudo de invierno que
acompaña a los grandes fríos, entraba por la ventana. El grano, el forúnculo,
brillaba en la frente de aquel a quien no podía llamar más que «el hombre».
-Su esposa lo mató, sí,
cuando comprendió que se había burlado de ella. Y usted comprendió que ella lo
había matado. Y entonces quiso… -Se acercó bruscamente al polaco-. Le pido
perdón, amigo -masculló como si hablase con un antiguo compañero-. Me habían encargado
que descubriese la verdad, ¿no? Mi deber era…
-Abrió la puerta-. Que
entre Madame Dora Strevzki. Lucas, sigue tú, yo…
Y en la Policía
Judicial nadie volvió a verlo durante dos días. El jefe lo telefoneó a su casa.
-Bueno, Maigret. Ya
debe de saber que ella lo ha confesado todo y que… A propósito, ¿cómo va su
resfriado? Me han dicho…
-No es nada, estoy muy
bien. Dentro de veinticuatro horas… ¿Y él?
-¿Cómo dice? ¿Quién?
-¡Él!
-¡Ah, ya comprendo! Ha
contratado al mejor abogado de París. Confía en que… ya sabe, los crímenes
pasionales…
Maigret volvió a
acostarse y quedó atontado a fuerza de ponches y de aspirinas.
Posteriormente, cuando
alguien quería hablarle de aquella investigación, Maigret gruñía: «¿Qué
investigación?», para desanimar a los preguntones.
Y el hombre iba a verlo
una o dos veces por semana, y lo tenía al corriente de las esperanzas del
abogado.
No fue una absolución
completa: un año de libertad vigilada.
Y fue ese hombre quien
enseñó a Maigret a jugar al ajedrez.
La
paciencia de Maigret primer capítulo de la serie inglesa con
el protagónico de Michael Gambon, sobre las historias de Georges Simenon
Georges
Joseph Christian Simenon ([ʒɔʁʒ simnɔ̃] Lieja, Bélgica;
13 de febrero de 1903 — Lausana, Bélgica; 4 de septiembre de 1989) fue un escritor belga
en lengua francesa.
Nació en Lieja,
oficialmente el 12 de febrero de 1903. Su vida comienza regida por el misterio,
pues en realidad nació el viernes 13 de febrero, pero fue declarado como nacido
el 12, por superstición. Simenon fue un novelista de una fecundidad
extraordinaria, con 192 novelas publicadas bajo su nombre y una treintena de
obras aparecidas bajo 27 seudónimos. Los tirajes acumulados de sus libros alcanzan
550 millones de ejemplares.
André Gide, André
Therive y Robert Brasillach fueron los primeros en reconocer que se trataba de
un gran escritor.
Biografía
Simenon nació en el
tercer piso del 26 (actualmente 24) de la «Rue Léopold», en Lieja. Fue el
primer hijo de Désiré Simenon, contador de una oficina de seguros, y de
Henriette, ama de casa, decimotercera hija nacida en una familia acomodada,
quienes se casaron el 22 de abril de 1902. A finales de abril de 1905, la
familia se mudó al 3 de la «Rue Pasteur» (actualmente 25 de la "Rue
Georges Simenon") en el barrio de Outremeuse. Encontramos la historia de
su nacimiento al comienzo de su novela Pedigree.
La familia Simenon era
originaria del Limburgo belga, una región de tierras bajas cercanas al río
Mosa, encrucijada entre Flandes, Alemania y los Países Bajos. La familia de su
madre era también originaria de Limburgo, pero del lado holandés, región llana
de tierras húmedas y de brumas, de canales y de granjas. Por el lado de su
madre, descendía de Gabriel Brühl, campesino y criminal de la banda de los verts-boucs que azotó Limburgo a partir
de 1726, desvalijando granjas e iglesias durante el régimen austríaco, y que
terminó colgado en septiembre de 1743 en el Patíbulo de Waubach. Esta
ascendencia explica quizás el particular interés del comisario Maigret por las
gentes sencillas convertidas en asesinos.
Su juventud en Lieja
En septiembre de 1906
nació su hermano Christian, quien será el hijo preferido de sus padres, lo que
marcó profundamente a Georges. Este malestar lo encontramos en novelas como Pietr-le-Letton y Le Fond de la bouteille.
Aprende a leer y a escribir a los tres años en la Escuela Sainte-Julienne para párvulos. A partir de septiembre de
1908, empieza sus estudios primarios en el Institut
Saint-André, donde siempre se ubica entre los tres primeros puestos de su
clase, durante los seis años que ahí pasó, hasta julio de 1914.
En febrero de 1911, la
familia se instala en una gran casa en el 53 de la « rue de la Loi», donde su
madre alquila habitaciones a inquilinos -estudiantes o pasantes-, de diversos
orígenes (rusos, polacos, judíos o belgas). Esto fue para el joven Georges una
extraordinaria apertura al mundo que encontraremos en varias de sus novelas
como Pedigree, Le Locataire o Crime impuni.
Poco después de esta época, se convierte en niño de coro, experiencia que
encontramos en L’Affaire Saint-Fiacre
y en Le Témoignage de l’enfant de chœur.
En septiembre de 1914,
durante su sexto curso, entra al colegio jesuita de Saint-Louis. En el verano de 1915, a la edad de doce años, tiene su
primera experiencia sexual con una "muchachona" de quince años, lo
que será para él una verdadera revelación, completamente encontrada al
adoctrinamiento de pudibundez y castidad impartido por los padres jesuitas.
Simenon prefiere, por otro lado, ingresar al colegio Saint-Servais, especializado en ciencias y en letras, en donde pasó
los siguientes tres años escolares. Sin embargo, el futuro escritor fue siempre
relegado por sus compañeros más adinerados; si en el colegio de los jesuitas
Simenon se alejó de la religión, en el colegio Saint-Servais encontró suficientes razones para odiar a los ricos,
quienes le hicieron sentir su inferioridad social.
En febrero de 1917, la
familia se muda a una antigua oficina de correos abandonada en el barrio de
Amercœur. En junio de 1918, tomando como pretexto los problemas cardíacos de su
padre, decide abandonar definitivamente los estudios, sin participar siquiera
en los exámenes de fin de año. Se sucederán, a partir de entonces, varios
trabajos ocasionales sin futuro (aprendiz de panadero, encargado de
biblioteca).
En enero de 1919, en
abierto conflicto con su madre, Simenon debuta como reportero de la sección de
sucesos del periódico conservador La
Gazette de Liège, dirigido por Joseph Demarteau tercero. Esta etapa
periodística fue para el joven Simenon, a la edad de dieciséis años, una
experiencia extraordinaria que le permitió conocer los recovecos de una gran
ciudad, tanto en la política como en la criminalidad; asimismo, pudo adentrarse
en la vida nocturna, conoció los ambientes marginales de los bares y de las
casas de paso, y aprendió a redactar de manera eficaz. Escribió más de 150
artículos bajo el seudónimo « G.Sim». Durante este periodo se interesó
particularmente en las investigaciones policiales y asistió a conferencias
sobre el método policíaco científico, impartidas por el criminalista francés Edmond Locard.
En junio de 1919, la
familia se muda para retornar al barrio de Outremeuse, en la rue de
l’Enseignement. Simenon redactó allí su primera novela Au pont des Arches, publicada en 1921 bajo su seudónimo de
periodista. A partir de noviembre de 1919, publica las primeras de sus 800
columnas humorísticas, bajo el seudónimo de Monsieur
Le Coq (hasta diciembre de 1922). Durante este periodo, profundiza su
conocimiento del ambiente nocturno, de las prostitutas, la ebriedad y de las
casas de cita. En sus recorridos, encuentra anarquistas, artistas bohemios, así
como a dos asesinos que encontraremos en su novela Les Trois crimes de mes amis. Frecuenta también a un grupo
artístico, denominado « La Caque», pero sin comprometerse realmente; es en este
medio donde conoce a una estudiante de Bellas Artes, Régine Renchon, con quien se casa en marzo de 1923.
Simenon en París
Durante todo este
período, en el que frecuenta a bohemios y marginales, comienza a acariciar la
idea de una verdadera ruptura, que hará realidad después de la muerte de su
padre, en 1922, huyendo con la rubia Régine Renchon para instalarse en París.
En París Simenon lleva una "vida de artista", descubriendo aquella
gran capital y aprendiendo a amarla por sus delirios, sus desórdenes y sus
delicias. Se lanza al descubrimiento de sus cafés, sus comerciantes de carbón,
sus pensiones, sus hoteles lamentables, sus bares de cerveza y sus restaurantillos,
que le ofrecen el vino del Beaujolais,
el embutido y los sencillos platillos adobados tradicionales (la gastronomía es
un leitmotiv secundario en las novelas del comisario Maigret, basta recordar al
comisario en una de sus típicas escenas; ordenando bocadillos y cervezas en el
curso de una enquête (investigación)
o durante un interrogatorio). Allí encuentra al vulgo parisino de artesanos
menesterosos, conserjes desabridos y tipos miserables de doble vida. Comienza a
escribir bajo diferentes seudónimos y su creatividad le asegura un éxito
financiero inmediato.
En 1928, inicia un
largo viaje en gabarra que aprovecha para sus reportajes. De este modo descubre
el mar y la navegación, que será una constante a lo largo de toda su vida.
Simenon decide en 1929 emprender un viaje por los canales de Francia y hace
construir un barco el "Ostrogoth" en el que vive hasta 1931. En 1930,
en una serie de novelas cortas escritas para Détective, por encargo de Joseph Kessel, aparece por primera vez el
personaje del comisario Maigret. En
1932, Simenon inicia una serie de viajes y de reportajes sobre África, Europa
oriental, la Unión Soviética y Turquía. Después de una larga travesía por el
Mediterráneo, se embarca en un viaje alrededor del mundo entre 1934 y 1935. En
sus escalas efectúa reportajes, se entrevista con numerosos personajes, y toma
muchas fotografías. Aprovecha también para descubrir el placer de las mujeres
de todas las latitudes.
Simenon y la región de
La Rochelle
En la obra de Simenon,
treinta cuatro novelas y novelas cortas se sitúan o evocan la ciudad de La
Rochelle. Entre Las Novelas, podemos citar « Le Testament Donnadieu» (1936), «
Le Voyageur de la Toussaint» (1941) y « Les Fantômes du Chapelier».
Simenon descubre La
Rochelle en 1927 en camino de sus vacaciones en la Isla de Aix, huyendo de la
peligrosa atracción de Joséphine Baker
de la que era amante. En ese año descubre también la pasión por el mar, y es en
el curso de una travesía en barco que desembarcará en los muelles de La Rochelle
e irá a tomar un trago al «Café de la Paix» que luego será su cuartel general y
escenario central de su novela « Le Testament Donadieu». Es en este café, en
1939, donde toma conocimiento a través de la TSF de la declaración de guerra; Simenon ordena entonces una
botella de champán, y haciendo frente a la sorpresa de los parroquianos, dice:
« ¡Al menos así estaremos seguros que ésta no se la beberán los alemanes!».
De abril de 1932 a
1936, se instala con su esposa « Tigy» en La
Richardière, una mansión del siglo XVI, situada en Marsilly, que utilizará
como modelo del castillo Donnadieu: « ese edificio de piedra gris coronada de
pizarras, rodeado por una avenida de castaños, con un pequeño parque estrecho,
tupido, húmedo, arrinconado entre viejos muros, un bosque en miniatura, dos
hectáreas de robles, ámbito de arañas y serpientes».
Desde comienzos de
1938, alquila la villa Agnès, en La
Rochelle, antes de comprar en agosto de 1938 « una casa sencilla de la campiña»
en Nieul-sur-Mer. Su primer hijo
nacerá allí en 1939.
Simenon después de la
guerra
Simenon pasa la guerra
en Vendée y mantiene correspondencia
con André Gide. En 1945, al finalizar la guerra, se traslada a Estados Unidos,
a Connecticut, pero va a recorrer durante diez años ese inmenso continente, a
fin de saciar su curiosidad y su apetito por la vida. Durante esos años
norteamericanos, visita intensamente Nueva York, Florida, Arizona, California y
toda la Costa Este, miles de miles de moteles, de rutas y de paisajes
grandiosos. Va a descubrir también una nueva manera de trabajar para la Policía
y la Justicia y conoce también a su segunda esposa, la canadiense Denise Ouimet, 17 años más joven que él.
Simenon vivirá con ella una relación pasional de sexo, celos y disputas
alcohólicas.
En 1952, es recibido en
la Academia Real de Bélgica, y
regresa definitivamente a Europa en 1955. Después de un animado período en la Costa Azul codeándose con la jet-set,
termina por instalarse en Lausana, Suiza. En 1960, preside el festival de Cannes; aquel año la
prestigiosa Palma de Oro es atribuida
al film de culto La dolce vita de Federico Fellini. A partir de los años
sesenta desarrolló un meningioma, una clase de tumor cerebral benigno con el
que, como que en aquella época no había escáneres, vivió casi 15 años y a
consecuencia del cual le cambió el carácter y él y su familia padecieron sus
migrañas, irritabilidad y mal humor y, cuando se operó ya con 83 años, se
convirtió en otra persona y, como cuenta su hijo y principal heredero John
Simenon, la transformación fue extraordinaria: "Se convirtió en un tipo dinámico, divertido, se transformó en el
personaje que describían todos los que le habían conocido antes de la
guerra". El tumor aparentemente no afectó a su trabajo, aunque es
posible que tuviera bastante que ver con su decisión de dejar de escribir
novelas en 1972, cuando tenía sólo 69 años, pero sin dejar la escritura y la
exploración de los meandros humanos, comenzando por sí mismo, en una larga
autobiografía de 21 volúmenes, dictada a su pequeño magnetófono: «Me interesé por los hombres, el hombre de
la calle en particular, intenté comprenderlo de una manera fraternal... ¿Qué he
construido? En el fondo, eso no me interesa». Se trata de los 21 volúmenes
de Dictées, a los que siguieron la Carta a mi madre y dos volúmenes de Memorias íntimas; como cuenta en estas
últimas, el suicidio de su hija Marie-Jo amargó sus últimos años.
Análisis
A diferencia de muchos
autores de hoy, quienes intentan construir una intriga lo más compleja posible
-como en un juego de ajedrez- Simenon propone una intriga simple, con un
argumento y personajes definidos, y un héroe dotado de humanidad, obligado a ir
al borde de sí mismo, de su lógica.
El mensaje de Simenon
es complejo y ambiguo: ni culpables ni inocentes absolutos, sólo culpabilidades
que se engendran y se destruyen en cadena. Las novelas del escritor sumergen al
lector en un mundo rico de formas, colores, olores, ruidos, sabores y
sensaciones táctiles; al que se entra desde la primera frase...
En
la estación de Poitiers, en la que había cambiado de tren, ella no pudo
resistir.(...) Hacía realmente calor. Era agosto y el expreso que la había
traído desde París estaba rebosante de gente que se iba de vacaciones.
Revolviendo furtivamente en su bolsa para buscar una moneda, balbuceó: Sírvame
otra.
(Extraído de Tía
Jeanne)
El crítico Robert
Poulet ha dicho: "Casi todos sus relatos comienzan por cien páginas
magistrales en las que se asiste como a un fenómeno natural y en las cuales se
encuentra infaliblemente ante una determinada cantidad de materia viva de la
que otro Simenon se apoderará para extraer dramas y sorpresas bastante menos
hábilmente" Él también ha precisado que Simenon era mejor en la pintura de
estados que en la de acciones, definiendo su universo como estático.
Fuera del Comisario Maigret, sus mejores novelas
están basadas en intrigas situada en pequeñas ciudades de provincia en las que
incuban sombríos personajes de apariencia respetable, pero dedicados a oscuras
empresas, en una atmósfera hipócrita y agobiante, de la que los mejores ejemplos
son las novelas Les Inconnus dans la
maison y Le Voyageur de la Toussaint,
pero también Panique, Les Fiançailles de M. Hire, La Marie du port y La Vérité sur bébé Donge.
Simenon en cifras
Sus novelas hacen
referencia a 1800 lugares en el mundo entero y dan vida a más de 9000
personajes; pero cuyos datos son grosso modo:
103 episodios de
Maigret (75 novelas y 28 novelas cortas);
117 novelas conteniendo
25000 páginas;
Obras completas publicadas
bajo su patrónimo contenidas en 27 volúmenes;
Más de 500 millones de
libros vendidos;
Traducciones en 55
lenguas;
Publicado en 44 países;
Más de 50 filmes
basados en su obra, sólo en el cine francés;
Millares de artículos
en diferentes periódicos;
Un millar de reportajes
alrededor del mundo.
Simenon en el cine
El cine francés ha
llevado a la pantalla más de cincuenta veces las obras de Simenon, y otras
cinematografías han recurrido también a él con mucha frecuencia.
Fue el primer novelista
contemporáneo cuyas obras fueron adaptadas desde los inicios del cine sonoro
con La nuit du carrefour y Le chien jaune, publicadas en 1931 y
llevadas a la pantalla en 1932.
Los actores que han
interpretado, en el cine, al famoso comisario
Maigret son: Pierre Renoir, Abel Tarride, Harry Baur, Albert Préjean,
Charles Laughton, Michel Simon, Maurice Manson, Jean Gabin quien supo llenar el
rol y darle una composición inteligente, Gino Cervi y Heinz Rühmann quien
compuso un Maigret rico y verosímil.
Jean Gabin y Simenon eran
muy amigos y el actor interpretó un total de diez filmes adaptados de Simenon,
con los cuales hizo casi olvidar su pasado cinematográfico y sus numerosos
roles de chico malo.
Filmografía (no
exhaustiva)
La Nuit du Carrefour
(Maigret), rodado en 1932 por Jean Renoir y con la actuación de Pierre Renoir.
Le Chien jaune
(Maigret), realizado en 1932.
La Tête d'un homme
(Maigret), rodado en 1933 por Julien Duvivier e interpretado por Harry Baur.
Picpus (Maigret) rodado
en 1942 por Richard Pottier con Albert Préjean.
Les Inconnus dans la
maison rodado en 1942 por Henri Decoin, guion de Georges Clouzot con Raimu.
Cécile est morte
(Maigret) rodado en 1943 por Maurice Tourneur con Albert Préjean.
Le Voyageur de la
Toussaint rodado en 1943 por Louis Daquin, diálogos de Marcel Aymé, con Jules
Berry, Gabrielle Dorziat, Louis Seigner, Serge Reggiani y Jean Desailly.
Les caves du Majestic
(Maigret) rodado en 1944 por Richard Pottier con Albert Préjean.
Panique rodado en 1946
por Julien Duvivier.
Les Fiançailles de M.
Hire
La Marie du port rodado
en 1949 por Marcel Carné con Jean Gabin, Blanchette Brunoy y Nicole Courcelle,
fotografía destacable de Henri Alekan.
Brelan d'As (Maigret)
rodado en 1952 por Henri Verneuil con Michel Simon.
La Vérité sur Bébé
Donge rodado en 1952 par Henri Decouin con Jean Gabin y Danielle Darrieux.
Le Sang à la tête (de
Le Fils Cardinaud) rodado en 1956 por Gilles Grangier.
Le Passager clandestin
rodado en 1957 por Ralph Habib.
Maigret tend un piège
(Maigret) rodado en 1958 por Jean Delannoy con Jean Gabin.
En cas de malheur
rodado en 1958 por Claude Autant-Lara.
Maigret et l'affaire
Saint-Fiacre (Maigret) rodado en 1959 por Jean Delannoy con Jean Gabin.
Le Baron de l'Écluse
rodado en 1960 por Jean Delannoy.
Le Président rodado en
1961 por Henri Verneuil.
La Mort de Belle rodado
en 1961 por Édouard Molinaro, adaptación y diálogos de Jean Anouilh, con Jean
Desailly.
Maigret voit rouge
(Maigret) rodado en 1963 por Gilles Grangier con Jean Gabin.
L'Aîné des Ferchaux
rodado en 1963 por Jean-Pierre Melville.
Trois chambres à
Manhattan realizado en 1965 por Marcel Carné.
Maigret fait mouche
(Maigret, de La Danseuse du gai moulin) realizado en 1968 por Alfred Weidenmann
con Heinz Rühmann, guion de Herbert Reinecker, padre de "Inspecteur
Derrick".
La Veuve Couderc
realizado en 1971 por Pierre Granier-Deferre.
Le Train rodado en 1973
por Pierre Granier-Deferre.
L'Horloger de
Saint-Paul realizado en 1974 por Bertrand Tavernier.
Les Fantômes du
chapelier rodado en 1982 por Claude Chabrol.
Équateur rodado en 1983
por Serge Gainsbourg.
Monsieur Hire (de
Panique) rodado en 1989 por Patrice Leconte con Philippe Noiret, Michel Blanc y
Sandrine Bonnaire.
Betty rodado en 1992
por Claude Chabrol con Marie Trintignant.
L'Ours en peluche
rodado en 1993 por Jacques Deray.
En plein cœur, remake
de En cas de malheur, rodado por Pierre Jolivet en 1998 con Gérard Lanvin,
Carole Bouquet y Virginie Ledoyen.
La habitación azul
(México 2002) dirigida por Epigmenio Ibarra.
Feux rouges, rodado en
2004 por Cédric Kahn, con Jean-Pierre Darroussin y Carole Bouquet.
The Man from London,
pendiente de estreno, rodada en 2007 por Béla Tarr.
La chambre bleue
(Francia 2014) dirigida por Mathieu Amalric.
Simenon en la
televisión
Hay varias series de
telefilms relacionados con el comisario Maigret en numerosos países:
En Francia, una
mini-serie y dos series han sido rodadas: Una primera serie de tres episodios
fue rodada a inicios de los años 50 con Maurice Manson en el rol de Maigret. En
realidad esos episodios reagrupados y retrabajados, fueron estrenados en el
cine bajo el título « Maigret dirige l'enquête». En 1960, un telefilm
dramático, « Liberty-Bar», fue también realizado con Jean-Marie Coldefy en el
rol. La primera serie fue la realizada a partir de 1967 con Jean Richard en el
rol principal, rol que interpretará 88 veces en 24 años; la otra con Bruno
Cremer.
En Inglaterra, tres
series han sido realizadas: una serie de 52 episodios fue realizada entre 1960
y 1964 con Rupert Davies en el rol de Maigret; una segunda serie, entre 1964 y
1968 con Kees Bruce en el rol principal; una tercera realizada en 1991 con
Michael Gambon bajo el Título de « Inspector Maigret» (sí, se trata del mismo
actor que interpreta a Albus Dumbledore en Harry Potter y el Prisionero de
Azkabán).
En Italia, una serie
fue realizada con Bruno Cervi.
Finalmente, en Estados
Unidos, algunos títulos fueron adaptados en telefilms desde mayo de 1950 en la
CBS con Herbert Berghof en el rol principal y en 1952 con Eli Wallach. Como
estrellas invitadas de las series francesas, podemos encontrar a grandes
actores como:
Catherine Allégret,
Michel Blanc, Patrick Bruel, Jean-Pierre Castaldi, Daniel Ceccaldi, Fanny
Cottençon, Gérard Depardieu, Jean Desailly, Gérard Desarthe, Dora Doll, Suzanne
Flon, Michel Galabru, Ginette Garcin, Roland Giraud, Daniel Gélin, Macha Méril,
Simone Valère, Rosy Varte, Marthe Villalonga, y otros más… en la primera serie;
Heinz Bennent, Michel Bouquet, Élisabeth Bourgine, Aurore Clément, Arielle
Dombasle, Marie Dubois, Renée Faure, Andréa Ferréol, Ginette Garcin, Bernadette
Lafont, Odette Laure, Michael Lonsdale, Claude Piéplu, Agnès Soral, Alexandra
Vandernoot, Emmanuelle Béart, Virginie Ledoyen, Karin Viard, Jean Yanne, y
otros más… en la segunda serie.
No comments:
Post a Comment