La
loca y el relato del crimen
Ricardo
Piglia
I
Gordo, difuso,
melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo, Almada
salió ensayando un aire de secreta euforia para tratar de borrar su
abatimiento. Las calles se aquietaban ya; oscuras y lustrosas bajaban con un
suave declive y lo hacían avanzar plácidamente, sosteniendo el ala del sombrero
cuando el viento del río le tocaba la cara. En ese momento las coperas entraban
en el primer turno. A cualquier hora hay hombres buscando una mujer, andan por
la ciudad bajo el sol pálido, cruzan furtivamente hacia los dancings que en el
atardecer dejan caer sobre la ciudad una música dulce. Almada se sentía
perdido, lleno de miedo y de desprecio. Con el desaliento regresaba el recuerdo
de Larry: el cuerpo distante de la mujer, blando sobre la banqueta de cuero,
las rodillas abiertas, el pelo rojo contra las lámparas celestes del New Deal.
Verla de lejos, a pleno día, la piel gastada, las ojeras, vacilando contra la
luz malva que bajaba del cielo: altiva, borracha, indiferente, como si él fuera
una planta o un bicho. “Poder humillarla una vez”, pensó.
“Quebrarla en dos para
hacerla gemir y entregarse.”
En la esquina, el local
del New Deal era una mancha ocre, corroída, más pervertida aún bajo la neblina
de las seis de la tarde. Parado enfrente, retacón, ensimismado, Almada encendió
un cigarrillo y levantó la cara como buscando en el aire el perfume maligno de
Larry. Se sentía fuerte ahora, capaz de todo, capaz de entrar al cabaret y
sacarla de un brazo y cachetearla hasta que obedeciera. “Años que quiero
levantar vuelo”, pensó de pronto. “Ponerme por mi cuenta en Panamá, Quito,
Ecuador.” En un costado, tendida en un zaguán, vio el bulto sucio de una mujer
que dormía envuelta en trapos. Almada la empujó con un pie.
—Che, vos —dijo.
La mujer se sentó tanteando
el aire y levantó la cara como enceguecida.
—¿Cómo te llamás? —dijo
él.
—¿Quién?
—Vos. ¿O no me oís?
—Echevarne Angélica
Inés —dijo ella, rígida—. Echevarne Angélica Inés, que me dicen Anahí.
—¿Y qué hacés acá?
—Nada —dijo ella—. ¿Me
das plata?
—Ahá, ¿querés plata?
—La mujer se apretaba
contra el cuerpo un viejo sobretodo de varón que la envolvía como una túnica.
—Bueno —dijo él—. Si te
arrodillás y me besás los pies te doy mil pesos.
—¿Eh?
—¿Ves? Mirá —dijo
Almada agitando el billete entre sus deditos mochos—. Te arrodillás y te lo
doy.
—Yo soy ella, soy
Anahí. La pecadora, la gitana.
—¿Escuchaste? —dijo
Almada—. ¿O estás borracha?
—La macarena, ay
macarena, llena de tules —cantó la mujer y empezó a arrodillarse contra los
trapos que le cubrían la piel hasta hundir su cara entre las piernas de Almada.
Él la miró desde lo alto, majestuoso, un brillo húmedo en sus ojitos de gato.
—Ahí tenés. Yo soy
Almada —dijo y le alcanzó el billete—. Comprate perfume.
—La pecadora. Reina y
madre —dijo ella—. No hubo nunca en todo este país un hombre más hermoso que
Juan Bautista Bairoletto, el jinete.
Por el tragaluz del
dancing se oía sonar un piano débilmente, indeciso. Almada cerró las manos en
los bolsillos y enfiló hacia la música, hacia los cortinados color sangre de la
entrada.
—La macarena, ay
macarena —cantaba la loca—. Llena de tules y sedas, la macarena, ay, llena de
tules —cantó la loca.
Antúnez entró en el
pasillo amarillento de la pensión de Viamonte y Reconquista, sosegado, manso
ya, agradecido a esa sutil combinación de los hechos de la vida que él llamaba
su destino. Hacía una semana que vivía con Larry. Antes se encontraban cada vez
que él se demoraba en el New Deal sin elegir o querer admitir que iba por ella;
después, en la cama, los dos se usaban con frialdad y eficacia, lentos,
perversamente.
Antúnez se despertaba
pasado el mediodía y bajaba a la calle, olvidado ya del resplandor agrio de la
luz en las persianas entornadas. Hasta que al fin una mañana, sin nada que lo
hiciera prever, ella se paró desnuda en medio del cuarto y como si hablara sola
le pidió que no se fuera.
Antúnez se largó a
reír: “¿Para qué?”, dijo. “¿Quedarme?”, dijo él, un hombre pesado, envejecido.
“¿Para qué?”, le había dicho, pero ya estaba decidido, porque en ese momento
empezaba a ser consciente de su inexorable decadencia, de los signos de ese
fracaso que él había elegido llamar su destino. Entonces se dejó estar en esa
pieza, sin nada que hacer salvo asomarse al balconcito de fierro para mirar la
bajada de Viamonte y verla venir, lerda, envuelta en la neblina del amanecer.
Se acostumbró al modo que tenía ella de entrar trayendo el cansancio de los
hombres que le habían pagado copas y arrimarse, como encandilada, para dejar la
plata sobre la mesa de luz. Se acostumbró también al pacto, a la secreta y
querida decisión de no hablar del dinero, como si los dos supieran que la mujer
pagaba de esa forma el modo que tenía él de protegerla de los miedos que de
golpe le daban de morirse o de volverse loca.
“Nos queda poco de
juego, a ella y a mí”, pensó llegando al recodo del pasillo, y en ese momento,
antes de abrir la puerta de la pieza supo que la mujer se le había ido y que
todo empezaba a perderse. Lo que no pudo imaginar fue que del otro lado
encontraría la desdicha y la lástima, los signos de la muerte en los cajones
abiertos y los muebles vacíos, en los frascos, perfumes y polvos de Larry
tirados por el suelo; la despedida o el adiós escrito con rouge en el espejo
del ropero, como un anuncio que hubiera querido dejarle la mujer antes de irse.
Vino él vino Almada
vino a llevarme sabe todo lo nuestro vino al cabaret y es como un bicho una
basura oh dios mío andate por favor te lo pido salvate vos Juan vino a buscarme
esta tarde es una rata olvidame te lo pido olvidame como si nunca hubiera
estado en tu vida yo Larry por lo que más quieras no me busques porque él te va
a matar.
Antúnez leyó las letras
temblorosas, dibujadas como una red en su cara reflejada en la luna del espejo.
II
A Emilio Renzi le
interesaba la lingüística pero se ganaba la vida haciendo bibliográficas en el
diario El Mundo.: haber pasado cinco años en la Facultad especializándose en la
fonología de Trubetzkoi y terminar escribiendo reseñas de media página sobre el
desolado panorama literario nacional era sin duda la causa de su melancolía, de
ese aspecto concentrado y un poco metafísico que lo acercaba a los personajes
de Roberto Arlt.
El tipo que hacía
policiales estaba enfermo la tarde en que la noticia del asesinato de Larry
llegó al diario. El viejo Luna decidió mandar a Renzi a cubrir la información
porque pensó que obligarlo a mezclarse en esa historia de putas baratas y
cafishios le iba a hacer bien. Habían encontrado a la mujer cosida a puñaladas
a la vuelta del New Deal; el único testigo del crimen era una pordiosera medio
loca que decía llamarse Angélica Echevarne. Cuando la encontraron acunaba el
cadáver como si fuera una muñeca y repetía una historia incomprensible. La
policía detuvo esa misma mañana a Juan Antúnez, el tipo que vivía con la
copera, y el asunto parecía resuelto.
—Tratá de ver si podés
inventar algo que sirva —le dijo el viejo Luna—. Andate hasta el Departamento
que a las seis dejan entrar al periodismo.
En el Departamento de
policía Renzi encontró a un solo periodista, un tal Rinaldi, que hacía crímenes
en el diario La prensa. El tipo era alto y tenía la piel esponjosa, como si
recién hubiera salido del agua. Los hicieron pasar a una salita pintada de
celeste que parecía un cine: cuatro lámparas alumbraban con una luz violenta
una especie de escenario de madera. Por allí sacaron a un hombre altivo que se
tapaba la cara con las manos esposadas: enseguida el lugar se llenó de
fotógrafos que le tomaron instantáneas desde todos los ángulos. El tipo parecía
flotar en una niebla y cuando bajó las manos miró a Renzi con ojos suaves.
—Yo no he sido —dijo—.
Ha sido el gordo Almada, pero a ése lo protegen de arriba.
Incómodo, Renzi sintió
que el hombre le hablaba sólo a él y le exigía ayuda.
—Seguro fue éste —dijo
Rinaldi cuando se lo llevaron—. Soy capaz de olfatear un criminal a cien metros:
todos tienen la misma cara de gato meado, todos dicen que no fueron y hablan
como si estuvieran soñando.
—Me pareció que decía
la verdad.
—Siempre parecen decir
la verdad. Ahí está la loca. La vieja entró mirando la luz y se movió por la
tarima con un leve balanceo, como si caminara atada. En cuanto empezó a oírla. Renzi
encendió su grabador.
—Yo he visto todo he
visto como si me viera el cuerpo todo por dentro los ganglios las entrañas el
corazón que pertenece que perteneció y va a pertenecer a Juan Bautista
Bairoletto el jinete por ese hombre le estoy diciendo váyase de aquí enemigo
mala entraña o no ve que quiere sacarme la piel a lonjas y hacer visos encajes
ropa de tul trenzando el pelo de la Anahí gitana la macarena, ay macarena una
arrastrada sos no tenés alma y el brillo en esa mano un pedernal tomo ácido te
juro si te acercás tomo ácido pecadora loca de envidia porque estoy limpia yo
de todo mal soy una santa Echevarne Angélica Inés que me dicen Anahí tenía
razón Hitler cuando dijo hay que matar a todos los entrerrianos soy bruja y soy
gitana y soy la reina que teje un tul hay que tapar el brillo de esa mano un
pedernal, el brillo que la hizo morir por qué te sacas el antifaz mascarita que
me vio o no me vio y le habló de ese dinero Madre María Madre María en el
zaguán Anahí fue gitana y fue reina y fue amiga de Evita Perón y dónde está el
purgatorio si no estuviera en Lanús donde llevaron a la virgen con careta en
esa máquina con un moño de tul para taparle la cara que la he tenido blanca por
la inocencia.
—Parece una parodia de
Macbeth —susurró, erudito, Rinaldi—. Se acuerda ¿no? El cuento contado por un
loco que nada significa.
—Por un idiota, no por
un loco —rectificó Renzi—. Por un idiota. ¿Y quién le dijo que no significa
nada?
La mujer seguía hablando
de cara a la luz.
—Por qué me dicen
traidora sabe por qué le voy a decir porque a mí me amaba el hombre más hermoso
en esta tierra Juan Bautista Bairoletto jinete de poncho inflado en el aire es
un globo un globo gordo que flota bajo la luz amarilla no te acerqués si te
acercás te digo no me toqués con la espada porque en la luz es donde yo he
visto todo he visto como si me viera el cuerpo todo por dentro los ganglios las
entrañas el corazón que perteneció que pertenece y que va a pertenecer.
—Vuelve a empezar —dijo
Rinaldi.
—Tal vez está tratando
de hacerse entender.
—¿Quién? ¿Esa? Pero no
ve lo rayada que está —dijo mientras se levantaba de la butaca—. ¿Viene?
—No. Me quedo.
—Oiga viejo. ¿No se dio
cuenta que repite siempre lo mismo desde que la encontraron?
—Por eso —dijo Renzi
controlando la cinta del grabador—. Por eso quiero escuchar: porque repite
siempre lo mismo.
Tres horas más tarde
Emilio Renzi desplegaba sobre el sorprendido escritorio del viejo Luna una
transcripción literal del monólogo de la loca, subrayado con lápices de
distintos colores y cruzado de marcas y de números.
—Tengo la prueba de que
Antúnez no mató a la mujer. Fue otro, un tipo que él nombró, un tal Almada, el
gordo Almada.
—¿Qué me contás? —dijo
Luna, sarcástico—. Así que Antúnez dice que fue Almada y vos le creés.
—No. Es la loca que lo
dice; la loca que hace diez horas repite siempre lo mismo sin decir nada. Pero
precisamente porque repite lo mismo se la puede entender. Hay una serie de
reglas en lingüística, un código que se usa para analizar el lenguaje
psicótico.
—Decime pibe —dijo Luna
lentamente—. ¿Me estás cargando?
—Espere, déjeme hablar
un minuto. En un delirio el loco repite, o mejor, está obligado a repetir
ciertas estructuras verbales que son fijas, como un molde ¿se da cuenta? un
molde que va llenando con palabras. Para analizar esa estructura hay 36
categorías verbales que se llaman operadores lógicos. Son como un mapa, usted
los pone sobre lo que dicen y se da cuenta que el delirio está ordenado, que
repite esas fórmulas. Lo que no entra en ese orden, lo que no se puede
clasificar, lo que sobra, el desperdicio, es lo nuevo: es lo que el loco trata
de decir a pesar de la compulsión repetitiva. Yo analicé con ese método el
delirio de esa mujer. Si usted mira va a ver que ella repite una cantidad de
fórmulas, pero hay una serie de frases, de palabras que no se pueden
clasificar, que quedan fuera de esa estructura. Yo hice eso y separé esas palabras
y ¿qué quedó? —dijo Renzi levantando la cara para mirar al viejo Luna—. ¿Sabe
qué queda? Esta frase: El hombre gordo la esperaba en el zaguán y no me vio y
le habló de dinero y brilló esa mano que la hizo morir. ¿Se da cuenta? — remató
Renzi, triunfal—. El asesino es el gordo Almada.
El viejo Luna lo miró
impresionado y se inclinó sobre el papel.
—¿Ve? —insistió Renzi—.
Fíjese que ella va diciendo esas palabras, las subrayadas en rojo, las va
diciendo entre los agujeros que se puede hacer en medio de lo que está obligada
a repetir, la historia de Bairoletto, la virgen y todo el delirio. Si se fija
en las diferentes versiones va a ver que las únicas palabras que cambian de
lugar son esas con las que ella trata de contar lo que vio.
—Che, pero qué bárbaro.
¿Eso lo aprendiste en la Facultad?
—No me joda.
—No te jodo, en serio
te digo. ¿Y ahora qué vas a hacer con todos estos papeles? ¿La tesis?
—¿Cómo qué voy a hacer?
Lo vamos a publicar en el diario.
El viejo Luna sonrió
como si le doliera algo.
—Tranquilizate pibe. ¿O
te pensás que este diario se dedica a la lingüística?
—Hay que publicarlo ¿no
se da cuenta? Así lo pueden usar los abogados de Antúnez. ¿No ve que ese tipo
es inocente?
—Oíme, el tipo ese está
cocinado, no tiene abogados, es un cafishio, la mató porque a la larga siempre
terminan así las locas esas. Me parece fenómeno el jueguito de palabras, pero
paramos acá. Hacé una nota de cincuenta líneas contando que a la mina la
mataron a puñaladas.
—Escuche, señor Luna
—lo cortó Renzi—. Ese tipo se va a pasar lo que le queda de vida metido en
cana.
—Ya sé. Pero yo hace
treinta años que estoy metido en este negocio y sé una cosa: no hay que
buscarse problemas con la policía. Si ellos te dicen que lo mató la Virgen
María, vos escribís que lo mató la Virgen María.
—Está bien —dijo Renzi
juntando los papeles—. En ese caso voy a mandarle los papeles al juez.
—Decíme ¿vos te querés
arruinar la vida? ¿Una loca de testigo para salvar a un cafishio? ¿Por qué te
querés mezclar?
—En la cara le
brillaban un dulce sosiego, una calma que nunca le había visto.
—Mirá, tomate el día
franco, andá al cine, hacé lo que quieras, pero no armés lío. Si te enredás con
la policía te echo del diario.
Renzi se sentó frente a
la máquina y puso un papel en blanco. Iba a redactar su renuncia; iba a
escribir una carta al juez. Por las ventanas, las luces de la ciudad parecían
grietas en la oscuridad. Prendió un cigarrillo y estuvo quieto, pensando en
Almada, en Larry, oyendo a la loca que hablaba de Bairoletto. Después bajo la
cara y se largó a escribir casi sin pensar, como si alguien le dictara:
Gordo, difuso,
melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo —empezó a
escribir Renzi—, Almada salió ensayando un aire de secreta euforia para tratar
de borrar su abatimiento.
Ricardo
Piglia, 1975
Ricardo Emilio Piglia
Renzi (Adrogué, Buenos Aires, Argentina; 24 de noviembre
de 1941-Buenos Aires, Argentina; 6 de enero de 2017) fue un escritor y crítico
literario argentino.
Trayectoria
Después de la caída de
Perón (1955), se fue con su familia de Adrogué y se instaló en Mar del Plata.
Piglia estudió Historia en la Universidad
Nacional de La Plata, ciudad donde vivió hasta 1965. Después trabajó
durante una década en editoriales de Buenos Aires, dirigió la Serie Negra, famosa colección de
policiales que difundió a Dashiell Hammett, Raymond Chandler, David Goodis y
Horace McCoy. «Empecé a leer policiales
casi como un desvío natural de mi interés por la literatura norteamericana. Uno
lee a Fitzgerald, luego a Faulkner y rápidamente se encuentra con Hammett y con
David Goodis. Más tarde, entre 1968 y 1976, leí policiales por necesidad
profesional, ya que dirigía una colección», dijo en una oportunidad.
Durante la dictadura de Onganía abandonó el país y marchó al exilio.
Según ha declarado,
desde los 18 años leyó a Faulkner, empezó con La Invasión, luego siguió con otras obras suyas durante años: «Creo que lo que más me impresiona de
Faulkner es la autonomía del que narra». Pero sus referencias son muy
diversas (en Respiración artificial
hace bromas sobre el "lenguaje faulkneriano" de los escritores), como
gran lector que es. En sus orígenes estuvieron presentes muchos escritores
estadounidenses, pero también hubo otros tales como Kafka, Musil, etc.
Piglia ha señalado que
dos poéticas antagónicas y sus reversos le han interesado: la que está basada
en la oralidad, aparentemente «popular», que ha llegado a una especie de
crispación expresiva, como Guimarães Rosa o Juan Rulfo; y la de la «vanguardia»
que trabaja con la idea de que el estilo es plural: tanto James Joyce como
Manuel Puig, por ejemplo, trabajaron con registros múltiples.
Comenzó a escribir en
la segunda mitad de los años 1950 en Mar del Plata su Diario, y lo ha continuado durante toda su vida. Recibió una
mención especial en el VII concurso Casa
de las Américas, Cuba, y ello significó la publicación de su primer libro:
el de cuentos Jaulario. Pero el
reconocimiento
internacional lo debe a su primera novela Respiración
artificial, de 1980.
Piglia fue, además,
crítico, ensayista y profesor académico, que estudió a Brecht, Benjamin y
Lukács, a Erich Auerbach, Szondi y Vernant, a los rusos Tiniánov, Shklovski o
Bajtín. Escribió sobre su propia escritura (que está ligada a la crítica) y
elaboró ensayos sobre Roberto Arlt, Borges, Sarmiento, Macedonio Fernández y
otros literatos argentinos.
Piglia vivió en Estados
Unidos, donde fue profesor en diversas universidades, entre las que figuran las
de Harvard y Princeton, en las que dio clases durante una quincena de años. De
la segunda se jubiló a fines de 2010.
Aunque estaba instalado
en ese país, donde tenía casa propia (Markham Road 28) con su mujer, la artista
Martha Eguía, decidió regresar a Argentina: en diciembre de 2011 llegó a Buenos
Aires y comenzó a escribir, con elementos autobiográficos, la novela El camino de Ida, que publicó Anagrama
en 2013.
Después de su regreso,
Piglia grabó también un programa de televisión de cuatro capítulos en los que
enseña sobre Jorge Luis Borges y dirigió una colección de reediciones de la
literatura argentina.
Junto al músico Gerardo
Gandini compuso la ópera La ciudad
ausente, basada en su propia novela, estrenada en el Teatro Colón en 1995.
Como antólogo ha publicado, entre otros libros, Crímenes perfectos y La
fieras, ambos con obras del género policial. También junto al dibujante
Luis Scafati y al escritor Pablo De Santis realizaron una versión gráfica de la
novela "La ciudad ausente"
editada en Argentina por Oceano-Temas
y en España por Libros del Zorro Rojo.
Su obra ha sido
traducida a numerosos idiomas, particularmente al inglés, francés, italiano,
alemán y portugués.
En 2014 se le
diagnosticó una Esclerosis lateral amiotrófica (ELA), lo que afectó
considerablemente su salud; a pesar de ello, continuó trabajando, con la ayuda
de su asistente, Luisa Fernández, en la selección de sus diarios y la edición
de escritos inéditos. Falleció el 6 de enero de 2017, a los setenta y cinco
años de edad.
Además de la ya
prevista publicación del tercer tomo de sus diarios, una editorial
independiente reunió en volumen, bajo el título Escritores norteamericanos, una serie de ensayos escritos por
Piglia a fines de los años sesenta, para una colección de autores
norteamericanos a cargo de Pirí Lugones y Jorge Álvarez.
El cine y Piglia
Escribió los guiones de
las películas Comodines (1997), de
Jorge Nisco; La sonámbula, recuerdos del futuro (1998), de Fernando
Spiner; Corazón iluminado (1998), de
Héctor Babenco; El astillero (2000),
de David Lipszyc, basada en la novela homónima de Juan Carlos Onetti. Marcelo
Piñeyro dirigió Plata quemada (2000),
con guion del mismo Piñeyro y de Marcelo Figueras basado en la novela de
Piglia, film que obtuvo en España el Premio
Goya 2000 al mejor largometraje extranjero de habla hispana. También
escribió el guion para la miniserie televisiva Los siete locos y los lanzallamas, basada en la obra de Roberto
Arlt.
Premios
Mención Especial Premio
Casa de las Américas 1967 por Jaulario.
Premio Planeta
Argentina 1997 por Plata quemada (Gustavo Nielsen, finalista del premio con El
amor enfermo, se querelló contra Planeta por considerar, sin poner en duda la
calidad de la novela ganadora, que el galardón estaba apalabrado de antemano;
los tribunales le dieron la razón y multaron a la editorial).
Premio Iberoamericano
de Letras José Donoso 2005 (Chile).
Premio de la Crítica de
narrativa castellana 2010 (España) por Blanco nocturno.
Premio Rómulo Gallegos
2011 (Venezuela) por Blanco nocturno.
Premio Hammett 2011
(Semana Negra de Gijón) por Blanco nocturno.
Premio Casa de las
Américas de Narrativa José María Arguedas 2012 por Blanco nocturno.
Gran Premio de Honor de
la Sociedad Argentina de Escritores 2012.
Premio Iberoamericano
de Narrativa Manuel Rojas 2013.
Premio Konex - Diploma
al Mérito 1994 y 2004: Novela; Konex de Platino 2014: Ensayo Literario.
Premio Konex de
Brillante 2014: Letras.
Premio Formentor de las
Letras 2015.
Obras
Novelas
Respiración artificial,
Editorial Pomaire, Buenos Aires, 1980
La ciudad ausente,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1992
Plata quemada, Planeta,
Buenos Aires, 1997
Blanco nocturno,
Anagrama, Barcelona, 2010
El camino de Ida,
Anagrama, Barcelona, 2013
Cuentos
Jaulario, Casa de las
Américas, La Habana, Cuba, 1967. Contiene 9 cuentos:
Tierna es la noche;
Tarde de amor; La pared; Una luz que se iba (primer premio en el concurso de la
revista Bibliograma, 1963); Desde el terraplén; La honda; En el calabozo; Mata
Hari 55; y Las actas del juicio
La invasión, Editorial
J. Álvarez, Buenos Aires, 1967. Este libro es Jaulario modificado y ampliado;
así, contiene el cuento Mi amigo, no incluido en el libro cubano, e introduce
modificaciones en algunos relatos, como los importantes en Una luz que se iba,
cuento que sí se incluía en Jaulario.14 Anagrama sacó una reedición ampliada
en 2007. La edición de 1967 contiene 10 cuentos:
Tarde de amor; La
pared; Una luz que se iba; En el terraplén; La honda; Mata Hari 55; Las actas
del juicio; Mi amigo (primer premio, compartido, en el concurso de la revista
El Escarabajo de Oro, 1962), La invasión y Tierna es la noche
Nombre falso, Siglo XXI
Editores, México, 1975. Contenía cinco relatos — Las actas del juicio; Mata
Hari 55; El laucha Benítez cantaba boleros; La caja de vidrio y El precio del
amor— y la nouvelle que da título al libro; la edición definitiva —Seix Barral,
Buenos Aires, 1994—, quedó así: El fin de viaje; El laucha Benítez cantaba
boleros; La caja de vidrio; La loca y el relato del crimen; El precio del amor
y Nombre falso
Prisión perpetua,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1988; contiene las nouvelles Prisión
perpetua y Encuentro en Saint-Nazaire; a la edición española le agregó dos
relatos: El fin del viaje y La loca y el relato del crimen. En las cuatro
figura Emilio Renzi, el personaje que adoptó el papel de narrador de
Respiración artificial
Cuentos morales, con
introducción de Adriana Rodríguez Pérsico; Espasa Calpe, Buenos Aires, 1995
El pianista, Eloísa
Cartonera, Buenos Aires, 2003
Los casos del comisario
Croce, Anagrama, Barcelona, 2018
Ensayo
Crítica y ficción, Seix
Barral, Buenos Aires, 1986. La edición de Anagrama, en 2001, incorpora
entrevistas e intervenciones desde 1986 hasta 2000 y contiene:
La lectura de la
ficción; Sobre Roberto Arlt; Narrar en el cine; Una trama de relatos; Sobre
Cortázar; El laboratorio de la escritura; Sobre el género policial; Parodia y propiedad;
Sobre 'Sur'; Sobre Borges; Novela y utopía; Los relatos sociales; La literatura
y la vida; Ficción y política en la literatura argentina; Sobre Faulkner;
Primera persona; Borges como crítico y Conversación en Princeton
Formas breves, Temas
Grupo Editorial, Buenos Aires, 1999
Diccionario de la
novela de Macedonio Fernández, Fondo de Cultura Económica USA, 2000
El último lector,
Anagrama, Barcelona, 2005
Teoría del complot,
Mate, Buenos Aires, 2007
La forma inicial,
Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2015
Por un relato futuro.
Conversaciones con Juan José Saer, Anagrama, Barcelona, 2015
Las tres vanguardias,
Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2016
Escritores
norteamericanos, Tenemos las máquinas, Buenos Aires, 2017
Otros
Antología personal,
Fondo de Cultura Económica, 2014 / Anagrama, Barcelona, 2015
Los diarios de Emilio
Renzi, tres volúmenes de los diarios que Piglia escribió desde los 16 años:
Los años de formación
(1957 - 1967), Anagrama, Barcelona, 2015
Los años felices (1968
- 1975), Anagrama, Barcelona, 2016
Un día en la vida (1976
- 1982), Anagrama, Barcelona, 2017