CUANDO
LLOVIÓ GENTE
Cordwainer
Smith
—¿Imagina usted una
lluvia de gente en una niebla ácida? ¿Se figura miles y miles de cuerpos
humanos, sin armas, acorralando a los monstruos invencibles? ¿Puede usted...?
—Mire... —empezó el
reportero.
—¡No me interrumpa!
Usted hace preguntas tontas. Le digo que yo vi al Goonhogo. Vi cómo tomaba
Venus. ¡Pregúnteme sobre eso!
El reportero había
llamado para escribir un artículo con los recuerdos de un anciano sobre tiempos
pasados. No esperaba que Dobyns Bennett reaccionara así.
Dobyns Bennett
aprovechó la ventaja psicológica que había obtenido al tomar la iniciativa.
—¿Imagina a los
showhices con sus paracaídas, muchos de ellos muertos, cayendo de un cielo
verde? ¿Se figura a las madres gritando mientras caían? ¿Imagina a la gente
lloviendo sobre esos pobres monstruos indefensos?
Tímidamente, el
reportero preguntó qué eran los showhices.
—Niños, en chino
antiguo —explicó Dobyns Bennett—. Vi el estallido y la muerte de la última de
las naciones, y usted quiere preguntarme sobre modas y otras sandeces. La
historia real nunca llega a los libros. Resulta demasiado desconcertante.
Supongo que usted quiere preguntarme qué pienso de los nuevos pantalones
rayados para mujeres.
—No —dijo el reportero,
ruborizándose. Tenía esa pregunta en su libreta, y le disgustaba sonrojarse.
—¿Sabe qué hizo el
Goonhogo?
—¿Qué? —preguntó el
reportero, esforzándose por recordar qué cuernos era un Goonhogo.
—Tomó Venus —respondió
el viejo con más calma.
—¿De veras? —dijo cautamente
el reportero.
—¡Ya lo creo que sí!
—replicó agresivamente Dobyns Bennett.
—¿Usted estuvo allí?
—preguntó el reportero.
—Ya lo creo que estuve
presente cuando el Goonhogo tomó Venus —respondió el viejo—. Estuve allí, y fue
lo más impresionante que he visto jamás. Usted sabe quién soy. He visto más
mundos de los que puede usted contar, muchacho, pero esa lluvia de nondies,
needies y showhices fue el espectáculo más estremecedor que ha presenciado un
hombre. En el suelo estaban los londies, como habían estado siempre...
El reportero le
interrumpió. Era como si Bennett hablara otro idioma. Todo esto había ocurrido
trescientos años atrás. La misión del reportero era obtener una opinión y
redactarla en un lenguaje comprensible para el presente.
—¿Puede comenzar por el
principio de la historia? —pidió respetuosamente.
—Claro que sí. Todo
empezó cuando me casé con Terza. Terza era la muchacha más bonita que usted
haya visto. Era hija de los Vomact, una gran familia de observadores, y su
padre era un hombre muy importante. Yo tenía treinta y dos años, y cuando un
hombre llega a esa edad cree que es bastante viejo. Pero yo no era viejo,
solamente lo creía, y él quería que yo me casara con Terza porque era una
muchacha tan complicada que necesitaba la ayuda de un hombre. En la Tierra el
tribunal la había considerado inestable, y la Instrumentalidad había ordenado
que permaneciera al cuidado de su padre hasta que se casara con un hombre capaz
de brindarle custodia y autoridad. Supongo que todo eso le parecerá anticuado,
joven...
El reportero le volvió
a interrumpir.
—Lo lamento, anciano
—dijo—. Sé que usted tiene más de cuatrocientos años y que es la única persona
que recuerda la época en que el Goonhogo tomó Venus. El Goonhogo era un
gobierno, ¿verdad?
—Eso lo saben todos
—ladró el hombre—. El Goonhogo era una especie de gobierno chino separado.
Diecisiete mil millones de chinos estaban apiñados en una pequeña región de la
Tierra. La mayoría hablaban inglés como usted y yo, pero también hablaban su
propio idioma, con esas extrañas palabras que nos han quedado. Aún no se habían
mezclado con otros pueblos. Fue entonces cuando el Waywonjong en persona
promulgó la orden y empezó a llover gente. Caían del cielo. Nunca se había
visto nada semejante...
El reportero tuvo que
interrumpirle una y otra vez para entender mejor la historia. El viejo insistía
en usar términos arcaicos que ya nadie podía entender sin una explicación. Pero
tenía una memoria excelente y una gran lucidez para las descripciones.
El joven Dobyns Bennett
no había permanecido mucho tiempo en la «Zona Experimental A» cuando cayó en la
cuenta de que Terza Vomact era la mujer más bella que había visto. A los
catorce años era totalmente madura. Algunos miembros de la familia Vomact se
desarrollaban así. Quizá se debía al hecho de tener antepasados no registrados
e ilegales, siglos atrás en el pasado. Incluso se rumoreaba que tenían
misteriosas conexiones con el mundo perdido de la época de las naciones, cuando
la gente aún podía contabilizar los años.
Se enamoró de ella y se
sintió como un tonto.
Era tan bella que
costaba recordar que era la hija del observador Vomact. El observador era un
hombre poderoso.
A veces las historias
románticas se desarrollan deprisa, y así ocurrió con Dobyns Bennett, pues el
observador Vomact llamó al joven y le dijo:
—Me gustaría que te
casaras con mi hija Terza, pero no sé si ella te aceptará. Si logras
conquistarla, muchacho, cuentas con mis bendiciones.
Dobyns desconfió.
Preguntó extrañado por qué un decano de los observadores estaba dispuesto a
aceptar a un técnico joven. El observador sonrió.
—Soy mucho mayor que tú
—dijo—, aunque con la aparición de esta nueva droga, la santaclara, que quizá
permita vivir cientos de años, dirán que desaparecí en la flor de la edad si
llego a los ciento veinte. Tú podrás vivir cuatrocientos o quinientos años.
Pero sé que está llegando mi hora. Mi esposa murió hace mucho y no tenemos más
hijos. Sé que Terza necesita un padre; el psicólogo diagnosticó que era
inestable. ¿Por qué no la llevas fuera de la Zona? En cualquier momento puedes
conseguir un pase para el domo. Puedes salir a jugar con los londies.
Dobyns Bennett se
sintió casi tan insultado como si alguien le hubiera dado un cubilete para ir a
jugar en el arenal. Pero comprendía que los elementos del juego congeniaban con
los del cortejo, y que el viejo tenía buenas intenciones.
El día en que todo
ocurrió, Terza y él estaban fuera del domo. Habían estado empujando londies.
Los londies no
resultaban peligrosos a menos que uno los matara. La gente podía tumbarlos,
empujarlos o amarrarlos; al cabo de un rato se zafaban y continuaban sus
actividades. Había que ser un ecólogo muy especial para averiguar cuáles eran
esas actividades. Tenían noventa centímetros de diámetro y flotaban a dos
metros por encima de la superficie de Venus, comiendo sustancias microscópicas.
Durante mucho tiempo la gente creyó que se alimentaban de radiación. Se
multiplicaban a velocidades asombrosas. Empujarlos era una diversión tonta,
pero no había otra cosa que hacer.
Nunca reaccionaban de
forma inteligente.
Una vez, hacía mucho
tiempo, habían llevado un londie al laboratorio con propósitos experimentales.
La criatura había redactado un claro mensaje con la máquina de escribir: « ¿Por
qué no volvéis a la Tierra y nos dejáis en paz? Nosotros estamos bien».
Era el único mensaje
que les habían sonsacado en trescientos años. La conclusión del laboratorio fue
que tenían una inteligencia muy elevada cuando se decidían a usarla, pero que
su mecanismo volitivo era tan profundamente distinto de la psicología humana
que resultaba imposible obligar a un londie a reaccionar ante el estrés como la
gente de la Tierra.
El nombre londie era
una vieja palabra china. Significaba «antiguo». Como los chinos habían sido los
primeros colonos de Venus bajo las órdenes del Waywonjong, su Comandante
Supremo, el término se popularizó.
Dobyns y Terza
empujaron londies, subieron a las lomas y miraron hacia los valles donde era
imposible distinguir un río de un pantano. Se mojaron bastante, se les
atascaron los conversores de aire, la transpiración les provocó cosquilleo y
picazón en las mejillas. Como no podían comer ni beber estando en el exterior
—al menos no era seguro hacerlo—, no se podía decir que la excursión fuera un
picnic. En cierto modo resultaba refrescante jugar como un niño con una bonita
muchacha—niña. Pero Dobyns se hartó.
Terza intuyó esa
reacción. Rápida como un animal perceptivo, se enfadó.
—¡No tenías por qué salir
conmigo! —le espetó con petulancia.
—Quería hacerlo
—respondió Dobyns—, pero ahora estoy cansado y preferiría volver.
—Si decides tratarme
como a una niña, de acuerdo, juega conmigo. Si prefieres considerarme una
mujer, compórtate como un caballero. Pero no vaciles constantemente. En cuanto
me siento feliz actúas con la condescendencia de un hombre maduro. No me
agrada.
—Tu padre... —empezó
él, comprendiendo de inmediato que cometía un error.
—Mi padre esto, mi
padre aquello. Si quieres casarte conmigo, hazlo por ti mismo.
Ella le dirigió una
aguda mirada, le sacó la lengua, echó a correr sobre una duna y desapareció.
Dobyns Bennett quedó
desconcertado. No sabía qué hacer. Ella no corría peligro. Los londies nunca
atacaban a nadie. Decidió darle una lección y regresar a la Zona. Que se las
ingeniara ella sola para volver. El equipo de rastreo la encontraría sin
dificultad si se perdía de veras.
Dobyns emprendió el
regreso.
Cuando vio las puertas
cerradas y las luces de emergencia encendidas, comprendió que había cometido el
mayor error de su vida. Abatido, corrió los últimos metros y golpeó el portón
de cerámica con las manos desnudas hasta que lo abrieron apenas para dejarlo
entrar.
—¿Qué ocurre? —preguntó
al guardia.
El guardia masculló
algo que Dobyns no entendió.
—¡Habla en voz alta!
—gritó Dobyns—. ¿Qué sucede?
—El Goonhogo regresará
y ocupará el planeta.
—Imposible —dijo
Dobyns—. No podrían... —Se interrumpió. ¿O sí podrían?
—El Goonhogo ocupará el
planeta —insistió el guardia—. Se lo han cedido. Las autoridades terráqueas han
votado por ello. El Waywonjong decidió enviar a sus tropas. Y las enviará.
—¿Para qué quieren
Venus los chinos? No puedes matar a un londie sin contaminar mil acres de
tierra. No puedes empujarlos sin que regresen. No puedes ahuyentarlos a
manotazos. Nadie puede vivir aquí hasta que resolvamos el problema de los
londies. Y todavía nos falta mucho para resolverlo —dijo Dobyns con furioso
desconcierto.
El guardia meneó la
cabeza.
—Yo no sé nada, sólo lo
que oí en la radio. Todos los demás también están inquietos.
Una hora después empezó
la lluvia de gente. Dobyns subió a la sala de radar y miró el cielo. El
operador tamborileaba en el escritorio con los dedos.
—No se ha visto nada
igual en mil años —dijo—. ¿Sabes qué hay allá arriba? Naves de guerra, aquellas
naves de guerra que quedaron de la última guerra sucia. Yo sabía que los chinos
estaban dentro. Todos lo sabían. Era como un museo. Ahora no tienen armas.
¡Pero hay millones de personas colgando sobre Venus, y no sé qué piensan hacer!
Señaló una pantalla.
—Mira, ahí están
agolpados. Una nave detrás de otra, formando un cúmulo. Nunca había visto una
imagen así en un radar.
Dobyns miró la
pantalla. Estaba, como decía el operador, llena de blips.
—¿Qué es esa mancha
lechosa a la izquierda? —preguntó otro técnico—. Es como... una lluvia. Algo
está cayendo de esos puntos. Es imposible. No se puede distinguir una lluvia
mediante radar.
El operador de radar
miró la pantalla.
—No me preguntes, yo
tampoco sé lo que es. Tendréis que averiguarlo. Veamos qué ocurre.
El observador Vomact
entró en la sala. Echó una rápida y experta mirada a las pantallas.
—Quizá sea lo más
extraño que veamos en la vida, pero tengo la sensación de que están tirando
personas. Miles, cientos de miles, quizá millones. Está lloviendo gente.
Vosotros dos, venid conmigo. Iremos a ver. Tal vez alguien necesite ayuda.
A Dobyns le remordía la
conciencia. Quería contar a Vomact que había dejado a Terza fuera, pero no se
atrevía: no sólo porque estaba avergonzado de haberla dejado allá, sino porque
no quería ser inoportuno. Ahora se decidió a hablar.
—Su hija aún está en el
exterior.
Vomact se volvió hacia
él con solemnidad. Los inmensos ojos brillaban fríos y amenazadores, pero la suave
voz era serena.
—Búscala. —Y el
observador añadió, en un tono que estremeció a Dobyns—: Todo irá bien si la
traes de vuelta.
Dobyns asintió como si
hubiera recibido una orden.
—Yo también saldré
—dijo Vomact— para ver qué puedo hacer, pero tú te encargarás de buscar a mi
hija.
Bajaron, se pusieron
los conversores de larga duración, recogieron el equipo topográfico
miniaturizado para orientarse en la niebla y salieron. Cuando pasaban por la
puerta, el guardia les salió al paso.
—Un momento, excelencia.
Tengo un mensaje telefónico. Por favor, llame a Control.
Si llamaban al
observador Vomact, era por algo serio, y él lo sabía. Recogió el aparato y
habló con voz áspera.
El operador de radar
apareció en la pantalla telefónica de la pared del guardia.
—Están arriba, señor.
—¿Quiénes están arriba?
—Los chinos. Ahora
están bajando. No sé cuántos son. Debe de haber dos mil naves de guerra por
encima de nosotros, y millares más sobrevuelan el resto de Venus. Están
bajando. Si quiere ver cómo aterrizan, señor, será mejor que salga pronto.
Vomact y Dobyns
salieron.
Los chinos bajaban. Una
lluvia de gente se cernía desde las lechosas nubes. Miles y miles de ellos, con
paracaídas de plástico que parecían burbujas.
Dobyns y Vomact vieron
bajar un hombre sin cabeza. Las cuerdas del paracaídas lo habían decapitado.
Una mujer cayó cerca de
ellos. La caída le había arrancado el tubo respiratorio de la garganta
toscamente vendada, y la mujer se ahogaba en su propia sangre. Se tambaleó
hacia ellos, intentó hablar pero sólo soltó un espumarajo de sangre y gemidos
sofocados, y al fin cayó de bruces en el lodo.
Cayeron dos niños. El
viento había desviado al adulto que los acompañaba. Vomact corrió a recogerlos
y se los dio a un chino que acababa de aterrizar. El hombre miró a los niños,
fijó en Vomact una mirada desdeñosamente inquisitiva, dejó los niños en el frío
cieno de Venus, les echó una ojeada impersonal y echó a correr hacia otro lado.
Vomact indicó a Bennett
que recogiera a los niños.
—Vamos —dijo—, sigamos
buscando. No podemos encargarnos de todos ellos.
El mundo sabía que los
chinos tenían muchas costumbres imprevisibles, pero no sospechaba que podían
llover nondies, needies y showhices de un cielo ponzoñoso. Sólo el Goonhogo
podría haber usado vidas humanas con tal indiferencia. Los nondies eran los
hombres, las needies eran las mujeres, los showhices eran los niños. Y el
nombre Goonhogo constituía un resabio de los antiguos días de las naciones.
Significaba República, Estado o Gobierno. En cualquier caso, era la
organización que gobernaba a los chinos al estilo chino, bajo la Autoridad de
la Tierra. Y el Comandante del Goonhogo era el Waywonjong.
El Waywonjong no fue al
planeta Venus. Sólo envió a sus tropas. Las envió flotando hacia Venus, para
dominar la ecología venusiana con la única arma que podía hacer factible la
colonización de ese planeta: la gente misma. Los brazos humanos podían hacerse
cargo de los londies las criaturas a quienes los primeros exploradores chinos
de Venus habían llamado «antiguos».
Había que reunir a los
londies con suavidad, para que no murieran, pues si morían contaminarían mil
acres. Había que valerse de cuerpos y brazos humanos para arrearlos a un
gigantesco cercado viviente.
El observador Vomact
echó a correr.
Un chino herido llegó
al suelo y su paracaídas se derrumbó detrás de él. Vestía pantalones cortos,
llevaba un cuchillo en el cinturón y una cantimplora colgando de la cintura.
Tenía un conversor de aire cerca de la oreja, con un tubo inserto en la garganta.
Farfulló algo y se alejó cojeando.
La gente seguía
descendiendo alrededor de Vomact y Dobyns Bennett.
Los paracaídas
desechables estallaban como burbujas en el aire brumoso, un instante después de
tocar el suelo. Alguien había sabido aprovechar las consecuencias químicas de
la electricidad estática.
Y el aire estaba
atestado de gente. Una vez, algo tumbó a Vomact. Descubrió sorprendido que eran
dos niños chinos amarrados entre sí.
—¿Qué estáis haciendo?
—preguntó Dobyns—. ¿Adónde vais? ¿Tenéis jefes?
Le respondían con
gritos ininteligibles. Aquí y allá alguien gritaba en inglés: «¡Por aquí!», o
«¡Dejadnos en paz!», o «Adelante...».
Pero eso era todo.
El experimento dio
resultado.
En un solo día
llovieron ochenta y dos millones de personas.
Al cabo de varias horas
que le parecieron una eternidad, Dobyns encontró a Terza en un rincón de aquel
frío infierno. Aunque Venus era cálido, el sufrimiento de esos chinos
semidesnudos le había helado la sangre.
Terza corrió hacia él.
No podía hablar.
Le apoyó la cabeza en
el hombro y lloró. Al fin, logró balbucir:
—¡He intentado
ayudarlos, pero son demasiados, demasiados, demasiados!
Terminó la frase en un
grito agudo.
Dobyns la condujo de
vuelta a la Zona Experimental.
No tuvieron que hablar.
El cuerpo de Terza le decía que necesitaba el amor y la presencia de Dobyns, y
que había escogido un destino común para ambos en la vida.
Cuando dejaron la zona
de descenso, que en apariencia abarcaba casi todo Venus, la situación empezó a
aclararse. Los chinos se pusieron a arrear a los londies.
Terza lo besó en
silencio cuando el guardia los dejó entrar. No era preciso que dijera nada.
Luego fue a su cuarto.
Al día siguiente, la
gente de la «Zona Experimental A» intentó averiguar si podía salir a echar una
mano a los colonos. Pero cualquier ayuda resultaba imposible; eran demasiados.
Millones de personas se desparramaban por las colinas y valles de Venus,
abriéndose paso trabajosamente en el lodo y el agua, aplastando el cieno y las
plantas del extraño planeta. No sabían qué comer. No sabían adónde ir. No
tenían jefes.
Sólo tenían la orden de
reunir a los londies en grandes rebaños y acorralarlos con los brazos.
Los londies no se
resistieron.
Al cabo de varios días
terráqueos, el Goonhogo envió vehículos exploradores. En esta oleada llegaban
chinos muy diferentes: hombres uniformados, educados, crueles y orgullosos.
Sabían lo que hacían. Y estaban dispuestos a sacrificar a su pueblo para
hacerlo.
Traían instrucciones.
Reunieron a sus tropas en grupos. No importaba de qué parte de la Tierra
vinieran los nondies y las needies; no importaba si encontraban a sus propios
showhices o los ajenos. Les indicaron qué hacer y los pusieron a trabajar. Los
cuerpos humanos lograron lo que no habrían conseguido las máquinas: mantuvieron
a los londies acorralados hasta que la última criatura murió de hambre.
Milagrosamente brotaron
arrozales.
El observador Vomact no
podía creerlo. Los bioquímicos del Goonhogo se las habían ingeniado para
adaptar el arroz al suelo de Venus. Las semillas venían embaladas dentro de los
vehículos exploradores. Personas sollozantes caminaban entre los cadáveres de
sus seres queridos para sembrarlas.
Las bacterias
venusianas no mataban a los seres humanos, ni los descomponían después de la
muerte, pero resolvieron el problema.
Inmensos trineos
llevaron a los hombres, mujeres y niños muertos —los que habían caído mal, los
que se habían ahogado, los que habían sido pisoteados por la multitud— a un
destino secreto. Dobyns sospechó que usarían ese material para abonar el suelo
venusiano con desechos orgánicos terráqueos, pero no se lo contó a Terza.
El trabajo continuaba.
Los nondies y las
needies trabajaban por turnos. Cuando caía la oscuridad, trabajaban a ciegas,
manteniéndose en línea a tientas o a voces. Capataces recién adiestrados
ladraban órdenes. Los obreros formaban hileras tocándose los dedos. El trabajo
continuaba.
—Una gran historia
—concluyó el viejo—. Ochenta y dos millones de personas en un solo día. Luego
oí decir que el Waywonjong había declarado que no habría importado que murieran
setenta millones. Doce millones de supervivientes habrían bastado para que el
Goonhogo tuviera su cabeza de puente en el espacio. Los chinos se quedaron con
Venus.
»Pero nunca olvidaré a
los nondies, las needies y los showhices que caían del cielo; hombres, mujeres
y niños con sus pobres caras de chinos asustados. El extraño aire venusiano les
daba un color verde en vez de bronceado. Caían por todas partes.
»¿Sabe usted una cosa,
jovencito? —dijo Dobyns Bennett, que se acercaba al quinto siglo de edad.
—¿Qué? —preguntó el
reportero.
—En ningún mundo
volverán a ocurrir cosas así. Porque ahora, a fin de cuentas, no existe ningún
Goonhogo. Hay una sola Instrumentalidad, y no le importa cuáles fueron los
afanes del hombre en el pasado. Los días que yo viví fueron los más duros, la
época en que los hombres trataban de hacer las cosas.
Dobyns pareció
adormilarse, pero se despabiló de pronto y dijo:
—El cielo estaba lleno
de gente. Caía como agua. Caía como lluvia. He visto esas horrendas hormigas
africanas, y no hay nada más aterrador entre las estrellas. Le aseguro que son
peores que cualquier cosa que haya en el universo. He visto los mundos locos
cerca de Alfa Centauro, pero jamás he presenciado algo parecido a la vez que
llovió gente en Venus. Más de ochenta y dos mil millones en un día, y mi
pequeña Terza perdida entre ellos.
»Pero el arroz creció.
Y los londies murieron entre cercos de brazos humanos. Cercos de gente, con
voluntarios que se apresuraban a reemplazar a los caídos.
»Todavía eran gente,
aunque gritaran en la oscuridad. Trataban de ayudarse unos a otros mientras
libraban una batalla que se tenía que ganar sin violencia. Aún eran gente. Y
vencieron. Era uña locura imposible, pero vencieron. Simples seres humanos
lograron algo que las máquinas y la ciencia habrían tardado un milenio en
lograr...
»Lo más raro de todo
fue la primera casa que vi construir a un nondie, bajo la lluvia de Venus.
Estaba allí, con Vomact y la pálida y triste Terza. Era una vivienda
improvisada, fabricada con retorcida madera venusiana. Allí estaba. Él la había
construido, un nondie chino semidesnudo y sonriente. Fuimos a la puerta y le
pregunté en inglés:
»”Qué construyes aquí,
un refugio o un hospital?”
»El chino sonrió.
»”No. Casa de juegos”.
»”¿Juegos?"
—exclamó el incrédulo Vomact.
»”Claro —explicó el
nondie—. El juego es lo primero que necesita un hombre en un lugar extraño. Le
quita las preocupaciones del alma”.
—¿Eso es todo? —dijo el
reportero.
Dobyns Bennett masculló
que el aspecto personal no importaba.
—Quizá vengan los hijos
de los hijos de los hijos de los hijos de mis hijos. Cuente usted las
generaciones. Sus caras le explicarán por qué me casé con una Vomact. Terza vio
lo que sucedió. Vio cómo la gente construía mundos. Éste era el modo más
difícil de llevarlo a cabo. Nunca olvidó la noche en que los bebés chinos
muertos yacían en el lodo penumbroso, ni las cuerdas de los paracaídas
disolviéndose lentamente. Oyó el llanto de las needies mientras los nondies
impotentes las consolaban y las llevaban a ninguna parte. Recordaba a los
pulcros y crueles oficiales saliendo de los vehículos exploradores. Vio cómo
crecía el arroz, y cómo el Goonhogo transformaba Venus en un lugar chino.
—¿Qué le ocurrió a
usted, personalmente? —preguntó el reportero.
—Nada importante.
Nosotros no teníamos nada más que hacer, así que cerramos la «Zona Experimental
A». Me casé con Terza.
»Tiempo después, cuando
le dije que no era una muchacha tan mala, ella admitió que yo tenía razón. La
noche en que llovió gente habría puesto a prueba el alma de cualquiera, y ella
había pasado la prueba. Terza solía decirme: "Lo vi una vez. Vi llover
gente, y no quiero ver sufrir a nadie nunca más. Quédate conmigo, Dobyns,
quédate conmigo para siempre".
»No fue para siempre
—añadió Dobyns Bennett—, pero disfrutamos de trescientos años dulces y felices.
Ella murió después de nuestro cuarto aniversario de diamante. ¿No le parece
maravilloso, joven?
El reportero asintió.
Pero cuando llevó el artículo al Jefe de Redacción, le dijo que lo guardara en
los archivos. No era una historia divertida. Ya nadie sabría apreciarla.
Cordwainer Smith
(cuyo nombre real era Paul Myron Anthony Linebarger, 11 de julio de 1913, Milwaukee,
Wisconsin, Estados Unidos – 6 de agosto de 1966, Baltimore,
Maryland, Estados Unidos) fue un escritor estadounidense de ciencia ficción.
Linebarger fue también un importante estudioso del Extremo Oriente y un experto
en guerra psicológica.
Empleó los seudónimos
literarios "Carmichael Smith" (para su thriller político “Atomsk”),
"Anthony Bearden" (para su poesía) y "Felix C. Forrest"
(para las novelas “Ria y Carola”)
Linebarger nació en
Milwaukee, Wisconsin. Su padre fue Paul M. W. Linebarger, abogado y activista
cercano a los líderes de la Revolución China de 1911. Linebarger era, por
ejemplo, ahijado de Sun Yat-sen, considerado el padre del nacionalismo chino.
Aún niño, perdió la vista de su ojo izquierdo, y vio afectada la de su ojo
derecho a causa de una infección. Cuando más adelante siguió el interés de su
padre por China, Linebarger se convirtió en un cercano confidente de Chiang
Kai-shek. Su padre trasladó a la familia a Francia y luego a Alemania mientras
Sun Yat-sen luchaba contra los belicosos señores de la guerra en China. Como
resultado Linebarger manejaba seis idiomas al llegar a la madurez.
A los 23 años recibió
un Master en Ciencias Políticas de la Universidad Johns Hopkins. Entre 1937 y
1946 Linebarger trabajó en la Duke University, donde comenzó a producir
respetados informes acerca de los asuntos del Lejano Oriente. Siendo aún
profesor en Duke, luego de comenzar la Segunda Guerra Mundial comenzó a servir
como teniente segundo del Ejército Estadounidense, donde se envolvió en la
creación de la Oficina de Información de Guerra y el Comité de Operación,
Planeamiento y Estrategia. También ayudó a organizar la primera sección de guerra
psicológica del Ejército. En 1943 fue enviado a China para coordinar las
operaciones de inteligencia militar. Para el final de la guerra había ascendido
a mayor.
En 1936 contrajo
matrimonio con Margaret Snow. Tuvieron una hija en 1942 y otra en 1947. Se
divorciaron en 1949. En 1950 Linebarger se casó con Genevieve Collins. Su
matrimonio duró hasta su muerte en 1966, a causa de un ataque cardíaco.
En 1947 Linebarger se
trasladó a la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad
Johns Hopkins en Washington, DC, como profesor de Estudios Asiáticos. Utilizó
sus experiencias en la guerra para escribir el libro Guerra Psicológica (1948),
reconocido como un clásico por muchos colegas. En las reservas llegó a tener
grado de coronel. Fue llamado para asesorar a las fuerzas británicas durante la
Emergencia Malaya y por el Ejército de Estados Unidos en la Guerra de Corea. A
pesar de haberse llamado a sí mismo "visitante de pequeñas guerras"
se abstuvo de participar en la Guerra de Vietnam, pero se ha sabido que realizó
trabajos no documentados para la CIA. Viajó mucho y se volvió miembro de la
Asociación de Política Exterior, y fue vuelto a llamar para asesorar al
entonces presidente de Estados Unidos John Kennedy
Ciencia ficción
Una característica
importante de la escritura de Cordwainer Smith es que la mayor parte de sus
narraciones transcurren en el mismo universo, con una cronología unificada;
algunas antologías de Linebarger ofrecen incluso una línea de tiempo con cada
historia en su lugar de la cronología.
Sus historias son
extrañas, incluso para los estándares de la ciencia ficción, a veces escritas
con estilos narrativos más cercanos a la literatura china tradicional que a la
ficción en idioma inglés. El volumen total de su producción de ciencia ficción
es relativamente pequeño a causa del tiempo que le quitaba su profesión y
también a causa de su muerte temprana: los escritos de Smith consisten en una
novela, publicada originalmente en dos volúmenes: “The Planet Buyer” o “El
chico que compró La Tierra” (1964) y “The Underpeople” (1968), luego editado en
su forma original como “Norstrilia” (1975) y 32 cuentos (reunidos en “Los
señores de la Instrumentalidad”, incluyendo dos versiones del cuento “La Guerra
Nº 81-Q”, , y previamente en
colecciones incompletas). Todos estos escritos sugieren un rico universo
desarrollándose a lo largo de mucho tiempo, pero deja mucho espacio para la
mente del lector.
Sun Yat-sen
Los lazos culturales de
Linebarger con China se expresan parcialmente en el seudónimo "Felix C.
Forrest", que usó además de "Cordwainer Smith":
Sun Yat-Sen, su
padrino, sugirió que adoptara el nombre chino "Lin Bai-lo" (林白楽), que puede traducirse
vagamente como "Bosque de Alegría Incandescente" (Felix es feliz en
latín y Forest es bosque en inglés). En sus últimos años Linebarger usó con
orgullo una corbata bordada con los caracteres chinos de este nombre.
Como experto en guerra
psicológica estaba muy interesado en los descubrimientos de la psicología y
psiquiatría de su tiempo, e integró muchos de sus conceptos en sus historias.
Su escritura también posee con frecuencia connotaciones o motivos religiosos,
en particular los personajes que no tienen control de sus actos. En
"Christianity In the Science Fiction of 'Cordwainer Smith'" James P.
Jordan defendió la importancia del anglicanismo en los trabajos de Linebarger
de alrededor de 1949. Sin embargo la hija de Linebarger, Rosana Hart, ha
indicado que Linebarger no se volcó al anglicanismo hasta 1950 y no se interesó
mucho por la religión hasta algún tiempo después. En la introducción a “El
Redescubrimiento del Hombre” se indica que alrededor de 1950 se volvió más
devoto y expresó esto en su escritura. Los trabajos de Linebarger se incluyen a
veces en análisis de la Cristiandad en la ficción, junto con los trabajos de
autores como C. S. Lewis o J. R. R. Tolkien.
La mayoría de las
historias de Cordwainer Smith se sitúan en una era que comienza aproximadamente
14.000 años en el futuro. La Instrumentalidad gobierna la Tierra y continúa
conquistando otros planetas, más tarde habitados por humanos. La
Instrumentalidad intenta revivir viejas culturas y lenguajes en un proceso
llamado El Redescubrimiento del Hombre. Este redescubrimiento puede verse tanto
como el periodo inicial en que la Humanidad emerge de una utopía mundana y la
gente no humana obtiene la libertad de la esclavitud, o como un proceso
comenzado por la Instrumentalidad para completar todo el ciclo en el que la
humanidad está a riesgo constante de caer en sus malos viejos hábitos.
Las historias de Smith
describen una larga historia futura de la Tierra, desde un paisaje
post-apocalíptico con ciudades amuralladas defendidas por agentes de la Instrumentalidad
para mantener una utopía en la que la libertad sólo puede encontrarse muy
debajo de la superficie, en olvidados y enterrados estratos antropogénicos.
Estas características podrían situar a la obra de Smith en el subgénero de
Ciencia ficción “sobre el fin de la tierra”, pero es válido argumentar que son
más optimistas y distintivas.
Su cuento más celebrado
sea tal vez el primero en publicarse, Los observadores viven en vano, el cual
llevó a muchos de estos primeros lectores a asumir que “Cordwainer Smith” era
un nuevo seudónimo de alguno de los escritores ya establecidos como referentes
del género. Fue seleccionado como uno de los mejores cuentos de CF de la época
anterior al Premio Nébula por la Asociación de escritores de ciencia ficción y
fantasía de Estados Unidos (SFWA), y apareció en el Salón de la fama de la
Ciencia ficción Volumen Uno, 1929-1964.
El mundo creado por
Cordwainer Smith alberga extrañas y originales creaciones:
Planeta de Nostrilia,
un planeta semiárido en donde una droga de la inmortalidad llamada Stroon es
cosechada de Ovejas gigantes infectadas por un virus, cada una de las cuales
pesa más de 100 toneladas. La gente de Nostrilia es denominada la gente más
rica de la galaxia y defiende el secreto del Stroon con armas sofisticadas. Los
altos impuestos de ese planeta garantizan por si mismos que todos sus habitantes
vivan una vida frugal y rural como la de los granjeros de la antigua Australia.
Las Planoformas, naves
espaciales que son tripuladas por humanos unidos telepáticamente con gatos, y
que se defienden de los ataques de desconocidos entes malignos con el láser de
pequeñas armas atómicas (estos entes son percibidos por los humanos como
dragones y por los gatos como ratas gigantes).
El subpueblo, animales
modificados genéticamente a una forma e inteligencia humanas para utilizarlos
como servidumbre y que son tratados como si fuesen una propiedad. Varias
historias narran los esfuerzos clandestinos para liberar al subpueblo y lograr
la igualdad de derechos. Su personaje más destacado es C'Mell, protagonista de
"The Ballad of Lost C'Mell".
Los Haberman y sus
superiores, los Observadores, cuyos nervios sensoriales han sido cortados para
anular el “dolor del espacio”, y que perciben solo con la visión y varios
implantes en sus pechos. Los otros sentidos pueden ser temporalmente activados
para los Observadores mediante un proceso denominado “cranch”. Nuevas
tecnologías remueven la necesidad del tratamiento, pero se inicia una
resistencia entre los Observadores, de la cual surge la base del cuento “Los
observadores viven en vano”.
Los cuentos que se
sitúan cercanos al comienzo de la cronología incluyen neologismos como
manshonyagger, que no son explicados en ninguna medida, pero que sirven para
producir una atmósfera de extrañeza. Estos términos son generalmente
derivaciones de palabras de distintos idiomas. Por ejemplo, manshonyagger
ensambla las palabras del alemán “menschen”, cuyo significado es hombre y
“jaeger”, que significa cazador. Los manshonyagger vagan por las tierras
salvajes entre las ciudades amuralladas, y la etimología de su nombre demuestra
por sí sola lo que son; cazadores de humanos.
También algunos nombres
de sus personajes derivan de palabras de diferentes idiomas. Smith pareciera
inclinarse al uso de números para este propósito. Por ejemplo, el nombre “Lord
Sto Odin” de la historia Bajo la vieja tierra deriva de las palabras en ruso
“ciento uno”.
Linerbarger expresó el
deseo de retirarse a Australia, que había visitado en sus viajes, pero murió a
la edad de 53 años en los Estados Unidos. Está enterrado en el Cementerio
nacional de Arlington, sección 35, tumba número 4712. Su viuda Genevieve
Collins Linebarger fue enterrada junto a él el 16 de noviembre de 1981.
Por mucho tiempo se ha
pensado que era la persona en la que se basó el psicólogo Robert M. Lindner
para crear a Kirk Allen, el protagonista de "El Sofa-jet", uno de los
capítulos de su colección de estudios de caso de 1954 The Fifty-Minute Hour.
Según Alan C. Elms, alumno de Cordwainer Smith, esta especulación comenzó con
Billion Year Spree, de Brian Aldiss (1973). Y Aldiss ha manifestado obtener la
información a través de Leon Stover. Recientemente tanto Elms como el
bibliotecario Lee Weinstein han reunido evidencias suficientes para apoyar que
Linebarger era "Allen", pero ambos conceden no poseer ninguna prueba
de que Linebarger haya sido nunca paciente de Lindner o haya sufrido un
desorden similar al de "Kirk Allen". Incluso aceptando que hubiera
alguna conexión, también tendrían que reconocer que la historia está tan
ficcionalizada que "Kirk Allen" debe ser una mezcla entre Linebarger
y algún otro paciente, o que él sufrió de un desorden similar al de "Kirk
Allen", y es imposible asociar detalles biográficos de "Allen" a
Linebarger.
No comments:
Post a Comment