Sunday, November 04, 2018

HERMANN HESSE

La leyenda del rey indio
Hermann Hesse

En la antigua India de los dioses, muchos siglos antes del advenimiento de Gotama Buda el excelso, sucedió que los brahmanes ungieron a un nuevo rey. Este joven monarca gozó de la confianza y las enseñanzas de dos sabios varones que le enseñaron a purificarse mediante el ayuno, a someter a la voluntad los impulsos tormentosos de su sangre y a preparar su mente para el entendimiento del Todo y Uno.
En efecto, por esta época habían estallado entre los brahmanes ardorosas polémicas sobre los atributos de los dioses, sobre las relaciones de unas divinidades con otras y sobre las de éstas con el Todo y Uno. Algunos pensadores empezaban a negar la existencia de múltiples divinidades, y postulaban que los nombres de éstas no eran más que denominaciones de los aspectos sensibles del Uno invisible. Otros negaban con apasionamiento estas doctrinas y se aferraban a las viejas divinidades, sus nombres y sus imágenes; ellos precisamente no creían que el Todo y Uno fuese un ser concreto, sino sólo un nombre aplicado al conjunto de todas las divinidades. De manera similar, para unos las palabras sagradas de los himnos eran creaciones temporales, y por consiguiente mudables, mientras otros las tenían por primigenias y la única cosa auténticamente inmutable. En estos aspectos del conocimiento de lo sagrado, lo mismo que en los de… se manifestaba el afán de llegar a conocer las verdades últimas, y por eso dudaban y discutían sin descanso de qué fuese el Espíritu mismo, o sólo su nombre, otros rechazaban esta distinción entre el Espíritu y la palabra, considerando que el ser y su imagen eran entidades inseparables. Casi dos mil años más tarde los mejores ingenios de la Edad Media occidental discutirían casi exactamente los mismos puntos. Y aquende como allende hubo pensadores serios y luchadores desinteresados, pero también hubo prebendados desprovistos de espíritu y de caridad a quienes preocupaba únicamente que tales discusiones no redundasen en el desprestigio del culto o del templo, ni que la libertad de pensamiento o de discusión sobre la naturaleza de las divinidades fuese a mermar, por ventura, el poderío ni las rentas de la casta sacerdotal. Lo que ellos querían era seguir viviendo como parásitos del pueblo; cuando el hijo o la vaca de alguno caían enfermos, los sacerdotes se le metían en casa durante semanas y le chupaban toda la hacienda en forma de ofrendas y de sacrificios.
Y también aquellos dos brahmanes de cuyas enseñanzas disfrutaba el rey, siempre ávido de saber, estaban reñidos en cuanto a las verdades últimas. Pero como ambos tenían fama de gran sabiduría, el rey, entristecido por tal desavenencia, solía decirse: «Si ni siquiera estos dos sabios consiguen ponerse de acuerdo en cuando a la verdad, ¿cómo podré conocerla nunca yo, con mi flaco entendimiento? No dudo de que debe existir una verdad única e indivisible, pero me temo que ni siquiera los brahmanes puedan llegar a conocerla con seguridad».
Cuando los interrogaba al respecto, sus dos preceptores contestaban:
-Muchos son los caminos, pero el destino es único. Ayuna, mortifica las pasiones de tu corazón, recita las estrofas sagradas y medita acerca de ellas.
El rey hizo de buena gana lo que le aconsejaban, y realizó grandes progresos en la sabiduría, pero sin alcanzar nunca su meta de poder contemplar la verdad última. Cierto que logró superar las pasiones de la sangre, así como aborrecer los deseos y los placeres animales. E incluso para comer y beber tomaba solamente lo indispensable (un plátano al día y unos granos de arroz). Así se purificaba de cuerpo y espíritu, y enfocaba al objetivo definitivo todas sus fuerzas e impulsos de su alma. Las palabras sagradas, cuyas sílabas antes le parecían monótonas y vacías, desplegaban ahora para él todos los encantos de su magia y le dispensaban consuelo íntimo. En estos torneos y ejercicios de la razón iba conquistando premio tras premio. Pero siguió sin hallar la clave del secreto final y de todos los misterios del ser, y eso lo tenía triste y cariacontecido.
Entonces decidió disciplinarse por medio de una gran penitencia. Para lo cual se encerró durante cuarenta días en la más apartada de sus estancias sin probar bocado y durmiendo en el suelo, sin manta ni almohada. Su cuerpo enflaquecido exhalaba un aroma de pureza, su rostro delgado relucía de un brillo interior y su mirada avergonzaba a los brahmanes por la ecuanimidad purísima que traslucía. Superada esta prueba de cuarenta días, convocó a todos los brahmanes en el atrio del templo para que ejercitasen su ingenio en la resolución de las cuestiones más difíciles. Y mandó traer vacas blancas con las frentes adornadas de cadenas de oro, como premio para los vencedores del concurso.
Los sacerdotes y los sabios acudieron, tomaron asiento y se enzarzaron sin demora en la batalla de las ideas y de las palabras. Paso a paso demostraron la exacta correspondencia entre los dos mundos, el sensible y el del espíritu, afilaron sus inteligencias en la interpretación de los versículos sagrados y disertaron sobre el Brahma y el Atman. El ser elemental de cien brazos fue comparado con el viento, con el fuego, con el agua, con la sal disuelta en el agua, con la unión del hombre y la mujer. También idearon parábolas e imágenes para describir el Brahma creador de dioses que son más grandes que el mismo Brahma, y distinguieron entre el Brahma creador y el que encierra en sí lo creado, de manera que procuraban compararlo consigo mismo. Y argumentaron brillantemente sobre si el Atman es anterior a su nombre, o si su nombre es idéntico a su esencia o sólo una creación de ésta.
Una y otra vez intervino el rey proponiendo temas para nuevos interrogantes. Sin embargo, cuanto más prodigaban los brahmanes sus respuestas y sus explicaciones, más solo y abandonado se hallaba entre ellos el rey. Cuando más preguntaba y asentía al escuchar las respuestas, y mandaban que fuesen premiadas las más ingeniosas, más ardía en su anterior el anhelo de la verdad misma. Pues bien se daba cuenta de que todos aquellos discursos y análisis no servían sino para dar vueltas alrededor de ella, pero sin tocarla nunca. Nadie lograba entrar en el círculo interior. De manera que, conforme iba proponiendo preguntas y repartía honores, se veía a sí mismo como un niño dedicado junto con otros niños a una especie de juego. Hermoso, sí, pero de los que provocan sonrisas indulgentes por parte de los hombres adultos.
Por eso el rey fue ensimismándose cada vez más, pese a hallarse en medio de la gran asamblea. Cerró todos los sentidos y dirigió su voluntad ardiente a ese foco, la verdad, pues sabía que todos los seres participan de ella y duerme en el interior de cada uno, también en el de los reyes. Y como era un ser puro, en cuyo interior no subsistía ninguna escoria, fue encontrando suficiencia y claridad dentro de sí mismo. Cuanto más se sumía en sí, mayor era la luz que percibía, como el que camina dentro de una caverna y cada paso le lleva más y más cerca del resplandor de la salida.
Mientras tanto, los brahmanes continuaron largo rato hablando y discutiendo, sin darse cuenta de que el rey estaba como sordo y mudo. Se exaltaban, alzaban las voces cada vez más, y no pocos manifestaban así la envidia por las vacas que habían correspondido a otros.
Hasta que, por fin, uno de ellos reparó en la distracción del monarca. Interrumpiendo su discurso, levantó la mano y lo señaló con el dedo, y su interlocutor calló e hizo lo mismo, y el vecino de éste también. Al fondo del atrio algunos grupos alborotaban y charlaban todavía, pero la mayoría guardaba un silencio sepulcral. Hasta que callaron todos, sentados sin decir nada y mirando al rey, que se mantenía erguido, el semblante impasible, la vista dirigida al infinito. Y su rostro irradiaba una luz fría y clara como la de una estrella. Entonces todos los brahmanes se inclinaron ante su éxtasis y comprendieron que cuanto estaban haciendo era sólo un juego de niños, mientras que el personaje real estaba habitado por Dios mismo, el epítome de todos los dioses.
Pero el rey, cuyos sentidos estaban fundidos en la unidad y vueltos hacia lo interior, seguía contemplando la verdad misma, indivisible, en forma de luz pura que infundía en su interior una certeza dulcísima, a la manera en que un rayo de sol cuando atraviesa una piedra preciosa la convierte en luz y sol, con lo que criatura y creador se hacen uno.
Luego volvió en sí, y cuando miró a su alrededor, sus ojos reían y su frente brillaba como un lucero. Despojándose de sus ropas, salió del templo, salió de la ciudad y del reino, y se adentró desnudo en la selva, donde desapareció para siempre.

EL LOBO ESTEPARIO 
(película de Fred Haines, con Max von Sydow,  Dominique Sanda y  Pierre Clementi)



Hermann Karl Hesse (pronunciado /ˈhɛɐman ˈhɛsə/; Calw, Wurtemberg, Imperio alemán, 2 de julio de 1877 – Montagnola, Cantón del Tesino, Suiza, 9 de agosto de 1962) fue un escritor, poeta, novelista y pintor alemán, naturalizado suizo en mayo de 1924.
De su obra de cuarenta volúmenes —entre novelas, relatos, poemarios y meditaciones— se han vendido más de 30 millones de ejemplares, de los cuales sólo una quinta parte corresponde a ediciones en alemán. Además, publicó títulos de autores, antiguos y modernos, así como monografías, antologías y varias revistas. Editó también casi 3000 recensiones. A esta obra se suma una copiosa correspondencia: al menos 35 000 respuestas a cartas de lectores, y su actividad pictórica: centenares de acuarelas de sesgo expresionista e intenso cromatismo. Según el biógrafo Volker Michels «nos enfrentamos con una obra que, por su copiosidad, su personalidad y su vasta influencia, no tiene paralelo en la historia de la cultura del siglo XX».
Hasta el centenario de su nacimiento, se habían escrito más de 200 tesis doctorales, unos 5000 artículos y 50 libros sobre su vida. Para dicha fecha, era también el europeo más leído en Estados Unidos y Japón, y sus libros traducidos a más de 40 idiomas, sin contar dialectos hindúes.
Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1946, como reconocimiento a su trayectoria literaria.

Vida
Hermann Karl Hesse nació en Calw, localidad ubicada en Wurtemberg, donde transcurrieron los tres primeros años de su vida (hasta 1880) y tres años de colegio (1886 a 1889). Descendiente de misioneros cristianos, la familia tuvo desde 1873 una editorial de textos misioneros dirigida por el abuelo materno de Hesse, Hermann Gundert. Era hijo de Johannes Hesse, nacido en 1847, hijo de un médico originario de Estonia, y de Marie Gundert, nacida en Basilea (Suiza) en 1842. Hesse tuvo cinco hermanos, de los que dos murieron prematuramente.
Durante los primeros años, su mundo estuvo impregnado por el espíritu del pietismo suabo. En 1881, la familia se instaló en Basilea, aunque acabó volviendo a los cinco años a Calw. Terminados sus estudios latinos con éxito en Göppingen, Hesse ingresó en 1891 en el seminario evangélico de Maulbronn, del que se escapó en marzo de 1892 a causa de la rigidez educativa que le impedía, entre otras cosas, estudiar poesía: «seré poeta o nada», dice en su autobiografía. En su obra Unterm Rad (Bajo las ruedas) hizo una descripción del sistema educativo.
Continuos y violentos conflictos con sus padres lo llevaron a una odisea a través de diferentes instituciones y escuelas. Entró en una fase depresiva e insinuó, en una carta de marzo de 1892, ideas suicidas: «quisiera partir como el sol en el ocaso», y en mayo hizo una tentativa de suicidio, por lo que lo ingresaron en el manicomio de Stetten im Remstal, y más tarde en una institución para niños en Basilea. En 1892, entró en el Gymnasium de Bad Cannstatt, cerca de Stuttgart, y en 1893, a pesar de obtener el diploma de ingreso de primer año, dejó los estudios.

Primeros empleos y nacimiento como escritor
Comenzó como aprendiz de librero en Esslingen am Neckar, aprendizaje que abandonó tres días después. Luego trabajó como mecánico durante catorce meses en la fábrica de relojes Perrot en Calw, pero aquel monótono trabajo reforzó en él su deseo de volver a una actividad intelectual. En octubre de 1895 empezó una nueva experiencia como librero, en la librería Heckenhauer en Tubinga, a la que se consagró en cuerpo y alma. La parte principal del fondo literario era sobre teología, filología y derecho y la tarea del aprendiz Hesse consistía en agrupar y archivar libros. Al terminar la jornada, continuaba enriqueciendo su cultura en solitario y los libros compensaban la ausencia de contactos sociales —«[...] con los libros tenía más y mejores relaciones»—. Hesse leyó escritos teológicos, después a Goethe y más tarde a Lessing, Schiller y textos de la mitología griega. En 1896, su poema Madonna fue publicado en una revista vienesa.
En 1898 Hesse llegó a asistente de librero y dispuso de un sueldo respetable que le aseguró independencia económica. En esta época leía sobre todo obras de los románticos alemanes, especialmente de Clemens Brentano, Joseph von Eichendorff y Novalis. Siendo todavía librero, publicó en el otoño de 1898 su primer libro de poemas, Romantische Lieder (Canciones románticas), y en el verano de 1899, Eine Stunde hinter Mitternacht (Una hora después de la medianoche). A pesar de que ambas obras fracasaron comercialmente, el editor, Eugen Diederichs, estaba convencido del valor literario de la obra y vio estas publicaciones desde el principio como un estímulo para el joven autor, más que como un negocio.
A partir del otoño de 1899, Hesse trabajó en una librería de ocasión en Basilea. Sus padres tenían contactos con familias basilienses cultas, por lo que se abrió ante él un reino espiritual y artístico de lo más estimulante. Al mismo tiempo, el paseante solitario que era Hesse encontró la ocasión de retirarse a su mundo interior gracias a las numerosas posibilidades de viajes y paseos, lo que sirvió a su búsqueda artística personal y le ayudó a desarrollar en él la aptitud de transcribir literariamente sus percepciones sensoriales. En 1900 se libró del servicio militar por sus problemas en la vista, los cuales duraron toda su vida, al igual que su neuralgia y sus migrañas.
En 1901 Hesse pudo realizar uno de sus grandes sueños: viajar a Italia. Ese mismo año encontró un nuevo empleo, en la librería Wattenwyl en Basilea. Al mismo tiempo, aumentaron las ocasiones de publicar poemas y pequeños relatos literarios en revistas. Enseguida el editor Samuel Fischer se interesó por Hesse y la novela Peter Camenzind, publicada oficialmente en 1904, marcó el punto de cambio, pues Hesse pudo vivir de sus escritos a partir de entonces.
La consagración literaria permitió a Hesse casarse en 1904 con Maria Bernoulli, instalarse con ella en Gaienhofen, a orillas del lago de Constanza, y fundar una familia. Escribió entonces su segunda novela, Bajo las ruedas, aparecida en 1906, además de relatos y poemas. Su siguiente novela, Gertrud (1910), supuso una crisis de creatividad en Hesse. Acabó a duras penas la obra y más tarde la consideró fallida. Problemas en su hogar le llevan a viajar en 1911 con Hans Sturzenegger por Ceilán e Indonesia, donde no encontró la inspiración espiritual y religiosa que buscaba, pero este viaje impregnó sus obras posteriores, comenzando por Aus Indien (Cuadernos hindúes) (1913). Tras su vuelta la familia se mudó a Berna, pero a pesar de ello no se resolvieron sus dificultades de pareja, tal como describe en su novela Rosshalde.

La Gran Guerra
Tras la declaración de la Primera Guerra Mundial en 1914, Hesse se presentó como voluntario en la embajada de Alemania. Fue, sin embargo, declarado inútil para el combate y destinado en Berna para asistir a prisioneros de guerra en su embajada. En su nuevo puesto era responsable de la «Librería de los prisioneros de guerra alemanes». El 3 de noviembre de 1914 publicó en el Neue Zürcher Zeitung el artículo «O Freunde, nicht diese Töne», traducido literalmente como: ¡Oh, amigos, no con esos acentos! y llanamente, Amigos, dejemos nuestras disputas, primer verso de la Oda a la Alegría, del poeta alemán Friedrich von Schiller en el que llamaba a los intelectuales alemanes a no caer en las polémicas nacionalistas. La reacción que produjo la calificó más tarde de momento crucial en su vida: por primera vez, se encontró en medio de una violenta trifulca política, la prensa alemana lo atacó —en la prensa de mi patria fui declarado traidor—, recibió anónimos amenazantes y cartas de amigos que no le respaldaron. Por otro lado, sí le apoyaron su amigo Theodor Heuss y el escritor francés Romain Rolland.
Los conflictos con el público alemán no se habían disipado cuando Hesse sufrió una nueva vuelta de tuerca que le sumió en una crisis existencial más profunda: la muerte de su padre, la grave enfermedad de su hijo Martin y la crisis esquizofrénica de su esposa. Tuvo que dejar la ayuda a los prisioneros y comenzar un tratamiento psicoterapéutico. Hesse fue tratado desde mayo de 1916 hasta 1917 por el Dr. Joseph Bernhard Lang, un estudiante y discípulo de Carl Gustav Jung. El primer mes completó doce sesiones y entre junio de 1916 y noviembre de 1917 dieciséis sesiones más. Esto iniciaría en Hesse un gran interés por el psicoanálisis, a través del cual llegaría a conocer personalmente a Jung, quien lo familiarizó con el mundo de los símbolos, latente en Hesse desde los años de su infancia. Entre septiembre y octubre de 1917, Hesse redactó la novela Demian, que salió a luz en 1919 con el seudónimo de Emil Sinclair.

La Casa Camuzzi
Cuando pudo retornar a su vida civil, su matrimonio estaba arruinado. Debido a la grave psicosis que afectó a su esposa (y muy a pesar de la mejoría), no pudo plantearse ningún porvenir con Maria. La casa de Berna fue vendida, y Hesse se mudó a la villa de Montagnola, en el distrito denominado Collina D'Oro, en el cantón del Tesino, en Suiza, donde alquiló un edificio similar a un pequeño castillo: la «Casa Camuzzi». Allí no sólo comenzó a escribir, sino también a pintar, lo que aparece en su gran relato siguiente, Klingsors letzter Sommer (El último verano de Klingsors). En 1922 apareció la novela Siddhartha, en la que expresa su amor por la cultura y sabiduría hindú.
Hesse se casó en 1924 con Ruth Wenger, matrimonio que no fue consumado, y obtuvo la nacionalidad suiza. Las principales obras que siguieron, Kurgast (En el balneario) en 1925 y Die Nürnberger Reise (Viaje a Nuremberg) en 1927, son relatos autobiográficos teñidos de ironía, en los que se anuncia su más célebre novela, Der Steppenwolf (El lobo estepario) (1927). Al cumplir 50 años apareció su primera biografía, publicada por su amigo Hugo Ball. Poco después, con el éxito de su novela, la vida del escritor dio un cambio al iniciar una relación con Ninon Dolbin, que sería su tercera esposa. Publicó Narziβ und Goldmund (Narciso y Goldmundo) (1930), dejó el apartamento de la Casa Camuzzi y se instaló con ella en una casa más grande: la Casa Hesse (también llamada Casa Rossa) en los altos de Montagnola, construida según sus deseos por su amigo Hans C. Bodmer.

El juego de los abalorios
En 1931 comenzó el proyecto de su última gran obra, titulada Das Glasperlenspiel (El juego de los abalorios). Publicó en 1932 un relato preparatorio, Die Morgenlandfahrt (El viaje a Oriente). Hesse observaba con preocupación la toma de poder de los nazis en Alemania. En 1933, Bertolt Brecht y Thomas Mann estuvieron en su casa durante sus viajes al exilio. Hesse intentó, a su manera, oponerse a la evolución de Alemania: publicaba desde hacía tiempo reseñas en la prensa alemana, a partir de entonces se manifestó más enérgicamente en favor de autores judíos o perseguidos por los nazis. Desgraciadamente, desde mediados los años treinta, ningún periódico alemán se arriesgó a publicar artículos suyos. Su refugio espiritual contra las querellas políticas y más tarde contra las trágicas noticias de la Segunda Guerra Mundial fue trabajar en su novela El juego de los abalorios, impresa finalmente en 1943 en Suiza. En esta novela, según Luis Racionero, «propone su ideal de cultura: Una sociedad que recoge y practica lo mejor de todas las culturas y las reúne en un juego de música y matemáticas que desarrolla las facultades humanas hasta niveles insospechados». En gran parte, por esta obra tardía le fue concedido en 1946 el premio Nobel de literatura.
Después de la Segunda Guerra Mundial escribió algunos relatos más cortos y poemas, pero ninguna novela. Murió a los ochenta y cinco años, el 9 de agosto de 1962 en Montagnola, a consecuencia de una hemorragia cerebral mientras dormía.

Obras

Novelas
Peter Camenzind (1904)
Bajo las ruedas (1906)
Gertrud (1910)
Rosshalde (1914)
Tres momentos de una vida (1915)
Demian (1919)
Siddhartha (1922)
El lobo estepario (1927)
Narciso y Golmundo (1930)
Viaje al Oriente (1932)
El juego de los abalorios (1943)
Berthold (inconclusa) (1945)
Cuentos
Eine Stunde hinter Mitternacht (1899)
Diesseits (1907)
Nachbarn (1908)
Umwege (1912)
Am Weg (1915)
Zarathustras Wiederkehr (1919)
El último verano de Klingsor (1920)
Weg nach Innen (1931)
Die Morgenlandfahrt (1932)
Kleine Welt (1933)
Fabulierbuch (1935)
Das Haus der Träume (1937)
Der Pfirsichbaum (1945)
Die Traumfährte (1945)

Poemas
Romantische Lieder (1898)
Hermann Lauscher (1901)
Neue Gedichte (1902)
Unterwegs (1911)
Musik des Einsamen (1915)
Gedichte des Malers (1920)
Trost der Nacht (1929)
Neue Gedichte (1937)

Otras prosas
Hermann Lauscher (1900)
Aus Indien (1913)
Wanderung (1920)
Kurgast (1925)
Nürnberger Reise (1927)
Betrachtungen (1928)
Krisis (1928) (diario)
Gedankenblätter (1937)
Der Europäer (1946) (ensayos)
Krieg und Frieden (1946) (ensayos)
Späte Prosa, (1951)
Engadiner Erlebnisse (1953)
Beschwörungen (1955)

Traducciones al español (selección)
Bajo las ruedas, trad. Genoveva Dieterich, Alianza, Madrid 1967
Demian, trad. Genoveva Dieterich, Alianza, Madrid 1968
Rastro de un sueño, trad. Mireia Bofill, Planeta, Barcelona 1976
Peter Camenzind, trad. Jesús Ruíz, Caralt, Barcelona 1977
Obstinación. Escritos autobiográficos, trad. Anton Dieterich, Alianza, Madrid 1977
El lobo estepario, trad. Manuel Manzanares, Alianza, Madrid 1978
Hermann Lauscher, trad. Victor Scholz, Plaz&Janés, Barcelona 1978
Knulp, trad. Raúl Sánchez Basurto, Cia. Gral. de Ediciones, México 1979
Siddhartha. Una composición índia., trad. Juan José del Solar, Bruguera, Barcelona 1981
El caminante, trad. Pilar Giralt, Bruguera, Barcelona 1981
Narciso y Goldmundo, tra. Luis Tobio, Seix Barral, Barcelona 1984
A una hora de medianoche, trad. Alfredo Cahn, Espasa Calpe, Madrid 1984
En el balneario, trad. Pilar Giralt, Plaza&Janés, Barcelona 1987
Gertrudis, trad. Mariano Olasagasti, Planeta, Barcelona 1986
Sobre la guerra y la paz, trad. Pilar Giralt, Noguer, Barcelona 1999
El último verano de Klingsor, trad.Ester Berenguer, Seix Barral, Barcelona 1983

Premios
1906: Bauernfeld-Preis.
1928: Mejstrik-Preis der Wiener Schiller-Stiftung
1936: Gottfried-Keller-Preis
1946: Goethepreis der Stadt Frankfurt
1946: Premio Nobel de Literatura
1947: Doctor honoris causa por la Universidad de Berna
1950: Wilhelm-Raabe-Preis
1954: Orden Pour le mérite für Wissenschaft und Künste
1955: Premio de la Paz del Comercio Librero Alemán

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