Thursday, December 27, 2018

HAROLDO CONTI


 Muerte de un hermano



Haroldo Conti

El viejo ni siquiera sintió el golpe. Solamente un blando adormecimiento que le subía desde los pies. Algunas voces crecieron hacia el medio de la calle y después recularon suavemente.
El hombre se aproximó desde la niebla que lo rodeaba y se inclinó sobre él.
-Juan…
El hombre sonrió.
-¡Juan!
-¿Qué tal, hermano?
-¿De dónde sales, Juan?
Le apuntó con un dedo sin dejar de sonreír.
-¿No te dije que algún día iba a volver?
-Sí… eso dijiste… ¡claro que sí!
La niebla se agitó detrás de la figura. Varas de sombras avanzaban hacia él pero cuando trató de reconocerlas se comprimieron y juntaron en una franja circular.
-Juan, hermanito…
Movió la cabeza para uno y otro lado.
-Ha pasado tanto tiempo… No tienes idea.
-Lo sé.
-¡Oh, no!… el tiempo para ti es otra cosa. Me refiero al mío, muchacho… Te esperé, claro que te esperé… Yo le decía a esta gente -trató de señalar-, esta gente…
Entrecerró los ojos y lo miró con fijeza. Era él, no había duda. El mismo rostro duro y franco.
-Yo también llegué a dudar, ¿sabes? -reconoció entonces por lo bajo.
Y la voz se le quebró en la garganta.
-Bueno, se comprende.
-Supongo que sí…
-Pero en el fondo sabías que iba a volver, ¿no es así, hermanito?
Le apuntó otra vez con el dedo y una vieja llama brotó dentro de él.
-¡Claro! ¡Claro que sí!
Trató de incorporarse y abrazar a aquel hermano que había vuelto por fin, pero le fallaron las piernas. La verdad que ni siquiera las sentía. Entonces se abandonó sobre el pavimento aguantándose apenas con las manos, nada más que para no perder de vista ese rostro querido.
-¿Y cómo te ha ido por ahí, muchacho? -preguntó con una voz complacida.
Trataba de parecer natural. En realidad se sentía mejor que nunca en mucho tiempo y el viejo cuerpo no pesaba ahora absolutamente nada.
-Bien, bien…
-¡Este Juan!… ¿Eso es todo?
-Nunca hablé demasiado.
-No, es verdad… Apenas un poco más que el viejo… dos o tres palabras más.
Y sonrió recordando al viejo y al Juan de aquel tiempo, casi igual a este Juan. O tal vez igual del todo.
-Pero cantabas muy bien, eso sí. ¿Todavía conservas esa linda voz?
-Creo que sí.
-¿Y cantas también?
-Todavía. El que anda solo como yo, siempre canta  alguna cosa.
-Aquí hay mucha gente sola, si te refieres a eso, pero no canta casi nunca…
Hizo una pausa porque sentía un gran cansancio.
-A veces me acordaba de ti y cantaba. A decir verdad, últimamente era la única forma de acordarme.
Inclinó la cabeza hacia el pavimento y añadió por lo bajo:
-Nadie ve con buenos ojos que un viejo cante porque sí… Yo les decía… trataba de explicarles. Pero tú sabes cómo es esta gente. Va y viene todo el día… Creo que el cabo me entendió una vez. Por lo menos sonrió y me dijo: “Siga, viejo. Cante de nuevo esa cosa.”
Volvió a levantar la cabeza.
-Juan, hermanito, yo también he caminado mucho.
Y una gruesa lágrima rodó por su mejilla.
Juan extendió una mano en silencio y lo palmeó suavemente a pesar de que era una mano ancha y poderosa.
-Creí que ya no vendrías.  Esa era la verdad. Perdóname, pero lo llegué a creer.
-¿Qué importa eso ahora? El hecho es que he venido y te voy a llevar.
-¡Es lo que yo decía! ¡Repítelo, Juan, quiero que lo oigan todos!
-Eso es…
-Vendrá Juan, decía yo, vendrá mi gran hermano y nos iremos un día… ¿Qué pasa? ¡Juan! ¡Juan!
-Aquí estoy, muchacho. No te preocupes.
-Creí que te habías ido.
-No te preocupes.
Volvió a ponerle la mano sobre el hombro.
Ese era Juan. No había que explicarle nada. Lo comprendía y lo abarcaba todo. De una vez. Y su gran mano sobre el hombro despedía una corriente, algo que lo traspasaba a uno. Era como un árbol con la firme raíz y los sonidos de la tierra por un lado y los pájaros y los cielos por el otro.
Años atrás, la mano también sobre el hombro, le había dicho casi lo mismo. “No te preocupes. Volveré por ti un día.” Estaban sobre el camino de tierra, en el límite del campo, una mañana de otoño. Juan no había querido que lo acompañase nadie más que él. Atravesaron el campo en silencio y no se volvió una sola vez. Después salieron al camino, ya de mañana, y cuando apareció el coche le puso la mano sobre el hombro y le dijo aquellas palabras. Después desapareció en un recodo.
Él se preguntó más de una vez de dónde le había nacido la idea. Era un hombre de la tierra, como el viejo. Tal vez la proximidad del camino, aquella franja pardusca que salía y entraba en el horizonte y sobre la que de vez en cuando veían deslizarse algún carro soñoliento o la figura más pequeña y más lenta de algún vagabundo que los saludaba con la mano en alto y después desaparecía en el recodo y tenía todo el camino para él, de una punta a otra, y además lo que no se veía del camino, es decir, el resto del mundo.
De cualquier forma, había en él, en ese rostro duro y confiado, algo que no había en los otros, una marca o señal que se iluminaba por dentro cuando miraba el camino o cuando simplemente hablaba de él. De manera que un día cualquiera Juan se marchó.
Algo después el camino se llevó a su madre en un carruaje de tristeza. Y después vinieron los años difíciles. La tierra se hizo dura y esquiva y el viejo un ser taciturno. Partió en la misma carroza que su madre el invierno del 37.
Hasta que una mañana de agosto salió al camino él también y esperó el coche y se marchó por fin. La casa desapareció detrás del recodo, para siempre. La mayor parte de su vida venía después, pero eran años desprovistos de recuerdos, apenas un poco más miserable uno que otro. Diez años de pobreza, miseria. Pobreza, miseria y vejez de ciudad.
En realidad quizá fue un poco feliz cuando aceptó toda esa miseria. La gente no puede entender esto. Pero al cabo del tiempo él era feliz, o casi feliz, a su manera. Toda su preocupación consistía en estar a las seis de la tarde en la puerta del asilo y cuidar que ningún vago le birlara la cama junto a la ventana. A esa hora y desde ese lugar los enormes y blancos edificios parecían boyar en la luz amable de la tarde. Después se oscurecían lentamente. Después las luces erraban en la noche a confusas alturas y en cierto modo la ciudad desaparecía y pensaba en la casa lejana, el campo joven y abundoso.
Entonces volvía a ver el camino y recordaba las palabras de Juan. No siempre lograba recordar al Juan entero porque tenía que ayudarse con canciones y vislumbres más propios del día. Pero de todas maneras su hermano había crecido dentro de él y era una cosa mucho más viva que él, a pesar de la ausencia.
Había una hora y un lugar, precisamente cuando los viejos y los vagos se reunían frente al asilo y esperaban a que se abriesen las puertas. Entonces, vaya a saber por qué, Juan reaparecía entero o casi entero en medio de toda aquella miseria. Y eso, por lo menos, le daba impulso para alcanzar la cama al lado de la ventana.
Solo que últimamente la imagen había empalidecido y algunos días no aparecía siquiera. Y si conseguía la cama no era por el Juan sino porque ya nadie quería disputársela.
Para decir la verdad, hacía un tiempo que había perdido interés en el asunto. Ni más ni menos. Los años habían terminado por doblegarlo. Estaba seco por dentro y se dejaba llevar y traer como un casco viejo.
Miró a Juan y trató de sonreír.
-Las cosas lo llevan y lo traen a uno como un casco viejo. Es eso…
-¿De qué estás hablando?
-Me pregunto cómo sucedió todo esto.
-¿Qué importancia tiene, muchacho?
-Ninguna, por supuesto. Quise decir simplemente que las cosas sucedieron sin que yo me propusiera nada.
Hablaba con una voz mansa y dolorida.
-Bueno, es lo que pasa por lo general.
-No a ti, no a ti, muchacho… Tú saltaste sobre la vida y la domaste como a un potro. ¿Eh, Juan?
-No fue así. Bueno, yo sé cómo fue realmente. Lo que pasa es que nunca me pregunto esas cosas… La tomaba como venía.
-Eso es, muchacho. Eso es. ¡Cerrabas el puño y te la metías en el bolsillo! Juan, ¿estás ahí?
La figura parecía oscilar y alejarse.
-Aquí estoy.
-¿Quisieras darme la mano?
-Claro que sí.
Ahora casi no veía su rostro. Pero sintió la mano áspera y dura.
No tenía idea de la hora pero de cualquier manera le resultaba extraño aquel silencio en esa calle de la ciudad.
-¿Qué se habrá hecho de la gente? -se preguntó sin verdadera curiosidad mientras trataba de sostener la cabeza que parecía querer escapársele-. Debe ser muy tarde.
La figura osciló hacia adelante y entonces con el último hilo de voz preguntó todavía:
-¿Vamos, Juan?
Sintió la voz muy cerca de él.
-Cuando quieras, muchacho.
-Vamos ya…





Haroldo Pedro Conti (Chacabuco, Buenos Aires, Argentina; 25 de mayo de 1925 - secuestrado y desaparecido en Buenos Aires el 5 de mayo de 1976) fue un escritor y docente argentino, considerado uno de los más destacados de la generación del sesenta, junto con Rodolfo Walsh, Antonio Di Benedetto, Héctor Tizón y Juan José Saer. En 1975 fue galardonado con el Premio Casa de las Américas por su novela Mascaró el cazador americano.

Biografía

Nació el 25 de mayo de 1925 en Chacabuco, un pueblo de la provincia de Buenos Aires ubicado a doscientos kilómetros de la capital. Era hijo de Petronila Lombardi y de Pedro Conti, tendero ambulante y fundador de la unidad básica del Partido Peronista en Chacabuco.​
En 1938 ingresó al Colegio Don Bosco de Ramos Mejía, un colegio religioso donde integró un grupo de teatro vocacional, donde empezó a despuntar su vocación literaria:

¿Cómo Haroldo Conti vino a resultar un escritor?

–Habría que contar la historia de uno mismo. La cosa empezó de esta manera. Yo era alumno de una escuela de pupilos. En aquel tiempo no había cine, y reemplazábamos esa diversión dominical con unas funciones de títeres. Yo me ocupaba de escribir los libretos que, como en todas las seriales, se acababan en el momento de mayor suspenso y se continuaban en el próximo domingo. Así nació en mí una parte de esa vocación por la literatura.
La otra parte se la debo a mi padre. Él siempre fue un gran cuentero y lo es todavía. Es un hombre de pueblo que cuenta y cuenta cosas como toda la gente de pueblo, que a veces no tiene otra cosa que hacer. Mi padre era un viajante, un tendero ambulante y yo salía a recorrer el campo con él; se encontraba con la gente y antes de venderle nada se ponía a charlar y contar cosas. Así recibí ese hábito de contar oralmente.
Apenas un año después, comenzó a trabajar como maestro en la localidad de General Pirán, otro pueblo de la provincia, e ingresó en el Seminario Metropolitano Conciliar de Villa Devoto, que abandonó en 1947 para iniciar sus estudios de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. En 1948, en uno de sus vuelos como piloto civil, sobrevoló por primera vez el Delta del Paraná, un paisaje del que ya no se alejaría. Después de trabajar como asistente de dirección de la película La bestia debe morir, concluyó sus estudios de Filosofía en 1954, y al año siguiente se casó con Dora Magdalena Campos, con quien tuvo a sus hijos Alejandra y Marcelo.
A partir de 1960 comenzó a pasar temporadas en su casa en el Delta del Tigre, a orillas del arroyo Gambado, hoy convertida en casa museo, al mismo tiempo que empezó a escribir su primera novela, Sudeste, en la que recrea el mundo y los habitantes del Delta. Para entonces, ya había recibido sus dos primeras distinciones, el premio Olat por su pieza teatral El examinado y un premio de la revista Life por su relato «La causa».
Sudeste se publicó en 1962, resultando ganadora del concurso de la Editorial Fabril, misma que la publicó, y convirtió a Conti en un referente de la llamada Generación de Contorno.
En 1965 permaneció algunos meses en Uruguay, tras naufragar en sus costas durante uno de sus viajes por la costa brasilera, durante los cuales hizo amistad con algunos pescadores del puerto de La Paloma. Un año después publicó su segunda novela, Alrededor de la jaula, con la que obtuvo su primer galardón internacional, el premio de la Universidad Veracruzana. Poco después comenzó a trabajar como profesor de Latín del Liceo n° 7 de la Ciudad de Buenos Aires, donde permaneció hasta su secuestro, a la vez que publicó su libro de cuentos Con otra gente.
En 1971 viajó por primera vez a Cuba como jurado del Premio Casa de las Américas. Este viaje influirá en su visión política:
Cuba es una especie de colina de América desde donde se divisa todo el continente. Desde La Habana tomé conciencia de América Latina.
Este compromiso político se manifestó en su acercamiento al PRT, del que se hizo militante.
Ese mismo año apareció su novela En vida, que obtuvo el premio Barral, otorgado por un jurado integrado entre otros por Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, y el 29 de abril tuvo una tercera hija, María José, fruto de una breve relación con una de sus estudiantes, Gloria Ana Ibañez.
En 1973, ya separado de su esposa, comenzó una relación con Marta Scavac, una ex alumna del Liceo, con la que tuvo a su hijo Ernesto, y colaboró en la revista Crisis. Llegó a tener la posibilidad de concursar por la Beca Guggenheim, pero la rechazó en una carta en la que alegaba motivos de coherencia ideológica:
Con el respeto que ustedes merecen por el sólo hecho de haber obrado con lo que se supone es un gesto de buena voluntad, deseo dejar en claro que mis convicciones ideológicas me impiden postularme para un beneficio que, con o sin intención expresa, resulta cuanto más no sea por fatalidad del sistema, una de las formas más sutiles de penetración cultural del imperialismo norteamericano en América Latina. No es sólo ni principalmente la cuestión de la beca Guggenheim en sí misma, sino de la política de colonización cultural de la que forma parte, en la que el imperialismo norteamericano no escatima en esfuerzos de organizaciones estatales, paraestatales y privadas.
Después de participar una segunda vez como jurado del Premio Casa de las Américas, fue ganador del mismo en 1975 con la novela Mascaró, el cazador americano, otorgado ex aequo junto con La canción de nosotros de Eduardo Galeano. El mismo año apareció otro volumen de cuentos, La balada del álamo carolina.
Para ese entonces la situación política de Argentina era mucho más violenta e inestable. Finalmente, el 24 de marzo de 1976 una Junta Militar integrada por los comandantes en jefe de las tres Fuerzas Armadas derrocó a Isabel Perón e instauró una dictadura cívico - militar que emprendió un plan sistemático de secuestro, tortura y desaparición de personas. A pesar de que se sabía vigilado, Conti prefirió quedarse en el país. Poco antes de su secuestro, colocó un cartel frente a su escritorio con una frase en latín, que resumía su posición: Hic meus locus pugnare est hinc non me removebunt («Este es mi lugar de combate, y de aquí no me moveré»).
El 4 de mayo de 1976, Conti y su pareja dejaron a sus hijos al cuidado de un amigo en su casa de la calle Fitz Roy 1205 y salieron a cenar y después al cine, regresando poco después de medianoche. Al llegar, se encontraron con que una brigada del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército los estaba esperando. Según testimonio de su viuda, fueron golpeados e interrogados durante varias horas, el lugar fue saqueado y destruido, y le permitieron despedirse de Conti antes de llevárselo.
Dos semanas después de su secuestro, el presidente de facto Jorge Rafael Videla organizó un almuerzo con destacadas personalidades de la cultura: Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Horacio Ratti, presidente de la SADE, y Leonardo Castellani. El padre Castellani, que conocía a Conti de su época en el seminario, intercedió por él, mientras que Ratti entregó una lista con otros once nombres de escritores desaparecidos. Videla le aseguró a Castellani que haría lo posible para averiguar su paradero, a pesar de lo cual no hubo ninguna información oficial, si bien el sacerdote pudo ver una vez más a Conti en la cárcel de Villa Devoto en julio de ese año. Testimonios ulteriores de sobrevivientes indicaron que en algún momento pasó por el centro de detención El Vesubio.​ Finalmente, en 1980, Videla confirmó ante algunos periodistas españoles, sin precisar el lugar y las circunstancias, que Conti estaba muerto.​ Dado que sus restos siguen sin hallarse, su nombre continúa integrando la lista de desaparecidos por la dictadura.

Homenajes

En sus cuentos menciona frecuentemente lugares de su ciudad natal, Chacabuco, y a su vez, describe con mucha exactitud personajes reales reconocidos en la ciudad, como a Bimbo Marsiletti, y a su tío Agustín Conti a quien le dedicó "Las doce a Bragado", cuento que aún hoy tiene mucha repercusión en Chacabuco.
Cada año se conmemora el 5 de mayo como el Día del Escritor Bonaerense en honor a su memoria.
En el Museo de la Memoria que se encuentra en el predio de la ExESMA, inaugurado en 2008, hay un centro cultural que lleva su nombre.
En 2014 el Liceo n° 7 del barrio de Balvanera donde se desempeñó como profesor rectificó su legajo, cambiando el motivo del retiro de su puesto de «abandono del cargo» a «desaparición forzada». El acto contó con la presencia de los hijos del escritor.
Al cumplirse cuarenta y un años de su desaparición, la Comisión de Barrios por Memoria y Justicia colocó una baldosa en homenaje al escritor en la vereda de la casa en donde fue secuestrado.

Casa Museo

En 2009 el Municipio de Tigre transformó su casa del Delta en la "Casa Museo Haroldo Conti", un espacio para explorar la vida del escritor. Allí pueden verse objetos cotidianos como libros, instrumentos de navegación, cuadros y otras reliquias del novelista, gracias a los amigos y vecinos que cuidaron la vivienda y sus pertenencias durante años.

Obras

Novelas
Sudeste (1962)
Alrededor de la jaula (1966)
En vida (1971)
Mascaró el cazador americano (1975)
Cuentos
Todos los veranos (1964)
Con otra gente (1967). Contiene ocho cuentos:
Como un león, Otra gente, Los novios, Perdido, Cinegética, Todos los veranos, Muerte de un hermano y El último.
La balada del álamo carolina (1975). Contiene diez cuentos:
La balada del álamo carolina, Las doce a Bragado, Mi madre andaba en la luz, Perfumada noche, Ad astra, Devociones, Bibliografía, Los caminos, Memoria y celebración y Tristezas de la otra banda.
Cuentos completos (1994)
Premios
Premio de Olat (1956)
Premio Fabril Editores (1962) - por Sudeste.
Premio Municipal de Buenos Aires (1964) - por Todos los veranos.
Premio Universidad de Veracruz, México (1966) - por Alrededor de la jaula.
Premio Barral, España (1971) - por En vida.
Premio Casa de las Américas, Cuba (1975) - por Mascaró el cazador americano.



No comments: