Tuesday, December 18, 2018

MARIO BENEDETTI


Los pocillos
Mario Benedetti

Los pocillos eran seis: dos rojos, dos negros, dos verdes, y además importados, irrompibles, modernos. Habían llegado como regalo de Enriqueta, en el último cumpleaños de Mariana, y desde ese día el comentario de cajón había sido que podía combinarse la taza de un color con el platillo de otro. “Negro con rojo queda fenomenal”, había sido el consejo estético de Enriqueta. Pero Mariana, en un discreto rasgo de independencia, había decidido que cada pocillo sería usado con su plato del mismo color.
“El café ya está pronto. ¿Lo sirvo?”, preguntó Mariana. La voz se dirigía al marido, pero los ojos estaban fijos en el cuñado. Este parpadeó y no dijo nada, pero José Claudio contestó: “Todavía no. Esperá un ratito. Antes quiero fumar un cigarrillo”. Ahora sí ella miró a José Claudio y pensó, por milésima vez, que aquellos ojos no parecían de ciego. La mano de José Claudio empezó a moverse, tanteando el sofá. “¿Qué buscás?” preguntó ella. “El encendedor”. “A tu derecha”. La mano corrigió el rumbo y halló el encendedor. Con ese temblor que da el continuado afán de búsqueda, el pulgar hizo girar varias veces la ruedita, pero la llama no apareció. A una distancia ya calculada, la mano izquierda trataba infructuosamente de registrar la aparición del calor. Entonces Alberto encendió un fósforo y vino en su ayuda. “¿Por qué no lo tirás?” dijo, con una sonrisa que, como toda sonrisa para ciegos, impregnaba también las modulaciones de la voz. “No lo tiro porque le tengo cariño. Es un regalo de Mariana”.
Ella abrió apenas la boca y recorrió el labio inferior con la punta de la lengua. Un modo como cualquier otro de empezar a recordar. Fue en marzo de 1953, cuando él cumplió treinta y cinco años y todavía veía. Habían almorzado en casa de los padres de José Claudio, en Punta Gorda, habían comido arroz con mejillones, y después se habían ido a caminar por la playa. Él le había pasado un brazo por los hombros y ella se había sentido protegida, probablemente feliz o algo semejante. Habían regresado al apartamento y él la había besado lentamente, amorosamente, como besaba antes. Habían inaugurado el encendedor con un cigarrillo que fumaron a medias.
Ahora el encendedor ya no servía. Ella tenía poca confianza en los conglomerados simbólicos, pero, después de todo, ¿qué servía aún de aquella época?
“Este mes tampoco fuiste al médico”, dijo Alberto.
“No”.
“¿Querés que te sea sincero?”.
“Claro.”
“Me parece una idiotez de tu parte.”
“¿Y para qué voy a ir? ¿Para oírle decir que tengo una salud de roble, que mi hígado funciona admirablemente, que mi corazón golpea con el ritmo debido, que mis intestinos son una maravilla? ¿Para eso querés que vaya? Estoy podrido de mi notable salud sin ojos.”
La época anterior a la ceguera, José Claudio nunca había sido un especialista en la exteriorización de sus emociones, pero Mariana no se ha olvidado de cómo era ese rostro antes de adquirir esta tensión, este presentimiento. Su matrimonio había tenido buenos momentos, eso no podía ni quería ocultarlo. Pero cuando estalló el infortunio, él se había negado a valorar su amparo, a refugiarse en ella. Todo su orgullo se concentró en un silencio terrible, testarudo, un silencio que seguía siendo tal, aun cuando se rodeara de palabras. José Claudio había dejado de hablar de sí.
“De todos modos deberías ir”, apoyó Mariana. “Acordate de lo que siempre te decía Menéndez”.
“Cómo no que me acuerdo: Para Usted No Está Todo Perdido. Ah, y otra frase famosa: La Ciencia No Cree En Milagros. Yo tampoco creo en milagros.”
“¿Y por qué no aferrarte a una esperanza? Es humano”.
“¿De veras?” Habló por el costado del cigarrillo.
Se había escondido en sí mismo. Pero Mariana no estaba hecha para asistir, simplemente para asistir, a un reconcentrado. Mariana reclamaba otra cosa. Una mujercita para ser exigida con mucho tacto, eso era. Con todo, había bastante margen para esa exigencia; ella era dúctil. Toda una calamidad que él no pudiese ver; pero esa no era la peor desgracia. La peor desgracia era que estuviese dispuesto a evitar, por todos los medios a su alcance, la ayuda de Mariana. El menospreciaba su protección. Y Mariana hubiera querido –sinceramente, cariñosamente, piadosamente– protegerlo.
Bueno, eso era antes; ahora no. El cambio se había operado con lentitud. Primero fue un decaimiento de la ternura. El cuidado, la atención, el apoyo, que desde el comienzo estuvieron rodeados por un halo constante de cariño, ahora se habían vuelto mecánicos. Ella seguía siendo eficiente, de eso no cabía duda, pero no disfrutaba manteniéndose solícita. Después fue un temor horrible frente a la posibilidad de una discusión cualquiera. Él estaba agresivo, dispuesto siempre a herir, a decir lo más duro, a establecer su crueldad sin posible retroceso. Era increíble como hallaba siempre, aun en las ocasiones menos propicias, la injuria refinadamente certera, la palabra que llegaba hasta el fondo, el comentario que marcaba a fuego. Y siempre desde lejos, desde muy atrás de su ceguera, como si esta oficiara de muro de contención para el incómodo estupor de los otros.
Alberto se levantó del sofá y se acercó al ventanal.
“Qué otoño desgraciado”, dijo. “¿Te fijaste?”. La pregunta era para ella.
“No”, respondió José Claudio. “Fíjate vos por mí”.
Alberto la miró. Durante el silencio, se sonrieron. Al margen de José Claudio, y sin embargo a propósito de él. De pronto Mariana supo que se había puesto linda. Siempre que miraba a Alberto, se ponía linda. Él se lo había dicho por primera vez la noche del veintitrés de abril del año pasado, hacía exactamente un año y ocho días: una noche en que José Claudio le había gritado cosas muy feas, y ella había llorado, desalentada, torpemente triste, durante horas y horas, es decir hasta que había encontrado el hombro de Alberto y se había sentido comprendida y segura. ¿De dónde extraería Alberto esa capacidad para entender a la gente? Ella hablaba con él, o simplemente lo miraba, y sabía de inmediato que él la estaba sacando del apuro. “Gracias”, había dicho entonces. Y todavía ahora, la palabra llegaba a sus labios directamente desde su corazón, sin razonamientos
intermediarios, sin usura. Su amor hacia Alberto había sido en sus comienzos gratitud, pero eso (que ella veía con toda nitidez) no alcanzaba a depreciarlo. Para ella, querer había sido siempre un poco agradecer y otro poco provocar la gratitud. A José Claudio, en los buenos tiempos, le había agradecido que él, tan brillante, tan lúcido, tan sagaz, se hubiera fijado en ella, tan insignificante. Había fallado en lo otro, en eso de provocar la gratitud, y había fallado tan luego en la ocasión más absurdamente favorable, es decir, cuando él parecía necesitarla más.
A Alberto, en cambio, le agradecía el impulso inicial, la generosidad de ese primer socorro que la había salvado de su propio caos, y, sobre todo, ayudado a ser fuerte. Por su parte, ella había provocado su gratitud, claro que sí. Porque Alberto era un alma tranquila, un respetuoso de su hermano, un fanático del equilibrio, pero también, y en definitiva, un solitario. Durante años y años, Alberto y ella habían mantenido una relación superficialmente cariñosa, que se detenía con espontánea discreción en los umbrales del tuteo y solo en contadas ocasiones dejaba entrever una solidaridad algo más profunda. Acaso Alberto envidiara un poco la aparente felicidad de su hermano, la buena suerte de haber dado con una mujer que él consideraba encantadora. En realidad, no hacía mucho que Mariana había obtenido la confesión de que la imperturbable soltería de Alberto se debía a que toda posible candidata era sometida a una imaginaria y desventajosa comparación.
“Y ayer estuvo Trelles”, estaba diciendo José Claudio; “a hacerme la clásica visita adulona que el personal de la fábrica me consagra una vez por trimestre. Me imagino que lo echarán a la suerte y el que pierde se embroma y viene a verme”.
“También puede ser que te aprecien”, dijo Alberto, “que conserven un buen recuerdo del tiempo en que los dirigías, que realmente estén preocupados por tu salud. No siempre la gente es tan miserable como te parece de un tiempo a esta parte”.
“Qué bien. Todos los días se aprende algo nuevo”. La sonrisa fue acompañada de un breve resoplido, destinado a inscribirse en otro nivel de ironía.
Cuando Mariana había recurrido a Alberto, en busca de protección, de consejo, de cariño, había tenido de inmediato la certidumbre de que a su vez estaba protegiendo a su protector, de que él se hallaba tan necesitado de amparo como ella misma, de que allí, todavía tensa de escrúpulos y quizá de pudor, había una razonable desesperación de la que ella comenzó a sentirse responsable. Por eso, justamente, había provocado su gratitud, por no decírselo con todas las letras, por simplemente dejar que él la envolviera en su ternura acumulada de tanto tiempo atrás, por solo permitir que él ajustara a la imprevista realidad aquellas imágenes de ella misma que había hecho transcurrir, sin hacerse ilusiones, por el desfiladero de sus melancólicos insomnios. Pero la gratitud pronto fue desbordada. Como si todo hubiera estado dispuesto para la mutua revelación, como si solo hubiera faltado que se miraran a los ojos para confrontar y compensar sus afanes, a los pocos días lo más importante estuvo dicho y los encuentros furtivos menudearon. Mariana sintió de pronto que su corazón se había ensanchado y que el mundo era nada más que eso: Alberto y ella.
“Ahora sí podés calentar el café”, dijo José Claudio, y Mariana se inclinó sobre la mesita ratona para encender el mecherito de alcohol. Por un momento se distrajo contemplando los pocillos. Solo había traído tres, uno de cada color. Le gustaba verlos así, formando un triángulo.
Después se echó hacia atrás en el sofá y su nuca encontró lo que esperaba: la mano cálida de Alberto, ya ahuecada para recibirla. Qué delicia, Dios mío. La mano empezó a moverse suavemente y los dedos largos, afilados, se introdujeron por entre el pelo. La primera vez que Alberto se había animado a hacerlo, Mariana se había sentido terriblemente inquieta, con los músculos anudados en una dolorosa contracción que le había impedido disfrutar de la caricia. Ahora estaba tranquila y podía disfrutar. Le parecía que la ceguera de José Claudio era una especie de protección divina.
Sentado frente a ellos, José Claudio respiraba normalmente, casi con beatitud. Con el tiempo, la caricia de Alberto se había convertido en una especie de rito y, ahora mismo, Mariana estaba en condiciones de aguardar el movimiento próximo y previsto. Como todas las tardes la mano acarició el pescuezo, rozó apenas la oreja derecha, recorrió lentamente la mejilla y el mentón. Finalmente se detuvo sobre los labios entreabiertos. Entonces ella, como todas las tardes, besó silenciosamente aquella palma y cerró por un instante los ojos. Cuando los abrió, el rostro de José Claudio era el mismo. Ajeno, reservado, distante. Para ella, sin embargo, ese momento incluía siempre un poco de temor.
Un temor que no tenía razón de ser, ya que en el ejercicio de esa caricia púdica, riesgosa, insolente, ambos habían llegado a una técnica tan perfecta como silenciosa.
“No lo dejes hervir”, dijo José Claudio.
La mano de Alberto se retiró y Mariana volvió a inclinarse sobre la mesita. Retiró el mechero, apagó la llamita con la tapa de vidrio, llenó los pocillos directamente desde la cafetera.
Todos los días cambiaba la distribución de los colores. Hoy sería el verde para José Claudio, el negro para Alberto, el rojo para ella. Tomó el pocillo verde para alcanzárselo a su marido, pero, antes de dejarlo en sus manos, se encontró, además, con unas palabras que sonaban más o menos así: “No, querida. Hoy quiero tomar en el pocillo rojo”

"La tregua" (basada en la novela de M. Benedetti), de Sergio Renán, con Héctor Alterio, Ana María Picchio, Oscar Martínez, Sergio Brandoni, Antonio Gasalla. 1974.




Mario Benedetti (Paso de los Toros, República Oriental del Uruguay;14 de septiembre de 1920-Montevideo, República Oriental del Uruguay;17 de mayo de 2009)​ fue un escritor, poeta, dramaturgo y periodista uruguayo integrante de la generación del 45, a la que pertenecieron, entre otros, Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti. Su prolífica producción literaria incluyó más de ochenta libros, algunos de los cuales fueron traducidos a más de veinte idiomas.

Biografía

Primeros años

Mario Benedetti nació el 14 de septiembre de 1920 en Paso de los Toros, Uruguay. Fue hijo de Brenno Benedetti y Matilde Farrugia. Residió en Paso de los Toros junto a su familia durante los primeros dos años de su vida. La familia luego se trasladó a Tacuarembó por asuntos de negocios. Tras una fallida estadía en ese sitio (donde fueron víctimas de una estafa​), se trasladaron a Montevideo, cuando Mario Benedetti contaba con cuatro años de edad. Inició sus estudios primarios en 1928, en el Colegio Alemán de Montevideo, de donde es retirado en 1933. En consecuencia, ingresa al Liceo Miranda por un año. Sus estudios secundarios los realizó de manera incompleta en 1935, en el Liceo Miranda, para continuar de manera libre, por problemas económicos. Desde los catorce años trabajó en la empresa Will L. Smith, S. A., repuestos para automóviles. El 23 de marzo de 1946 contrae matrimonio con Luz López Alegre, su gran amor y compañera de vida.
Entre 1938 y 1941 residió casi continuamente en Buenos Aires, Argentina.

Comienzos literarios

En 1943 dirigió la revista literaria Marginalia. Publicó el volumen de ensayos Peripecia y novelas.
En 1945 se integró al equipo de redacción del semanario Marcha, donde permaneció hasta 1974, año en que fue clausurado por el gobierno de Juan María Bordaberry. En 1954 es nombrado director literario de dicho semanario.
A partir del año 1950 se volvió miembro del consejo de redacción de Número, una de las revistas literarias más destacadas de la época. Participó activamente en el movimiento contra el Tratado Militar con los Estados Unidos. Es su primera acción como militante. Ese mismo año obtuvo el Premio del Ministerio de Instrucción Pública por su primera compilación de cuentos, Esta mañana. Mario Benedetti fue ganador del galardón en repetidas ocasiones hasta 1958, cuando renunció sistemáticamente a él por discrepancias con su reglamentación.
En 1964 trabaja como crítico de teatro y codirector la página literaria semanal «Al pie de las letras» del diario La Mañana. Colabora como humorista en la revista Peloduro. Escribe crítica de cine en La Tribuna Popular. Viaja a Cuba para participar en el jurado del concurso Casa de las Américas. Participa en el encuentro sobre Rubén Darío. Viaja a México para participar en el II Congreso Latinoamericano de Escritores. En 1966 participó de la coproducción argentino-brasilera La ronda de los dientes blancos dirigida por Ricardo Alberto Defilippi, que nunca fue estrenada comercialmente.
Participa en el Congreso Cultural de La Habana con la ponencia “Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual" y se vuelve miembro del Consejo de Dirección de Casa de las Américas. En 1968 funda y dirige el Centro de Investigaciones literarias de Casa de las Américas, cargo en el cual se mantendría hasta 1971.​
Junto a los miembros del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, fundó en 1971 el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, una agrupación que pasó a formar parte de la coalición de izquierdas Frente Amplio desde sus orígenes. Benedetti fue representante del Movimiento de Independientes 26 de Marzo en la Mesa Ejecutiva del Frente Amplio desde 1971 a 1973, sin embargo, esta alternativa se vio frustrada por la fuerza. Además es nombrado director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República, de Montevideo.
Publica Crónica del 71, compuesto en su mayoría de editoriales políticos publicados en el semanario Marcha, así como de un poema inédito y tres discursos pronunciados durante la campaña del Frente Amplio. También publica Los poemas comunicantes, con entrevistas a diversos poetas latinoamericanos.

Exilio

Tras el Golpe de Estado en Uruguay de 1973 renuncia a su cargo en la universidad, pese a ser elegido para integrar el claustro.​ Por sus posiciones políticas debe abandonar Uruguay, partiendo al exilio en Buenos Aires, Argentina. Posteriormente se exiliaría en Perú, donde fue detenido, deportado y amnistiado, para luego instalarse en Cuba, en el año 1976. Al año siguiente, Benedetti recalaría en Madrid, España. Fueron diez largos años los que vivió alejado de su patria y de su esposa, quien tuvo que permanecer en Uruguay cuidando a las madres de ambos.
La versión cinematográfica de La tregua, dirigida por Sergio Renán, fue nominada a la cuadragésimo séptima versión de los Premios Óscar en 1974, en la categoría de mejor película extranjera; finalmente el premio, entregado en la ceremonia del 8 de abril de 1975, se lo adjudicó la película italiana Amarcord.
Su cuento El olvido fue uno de los relatos en que basó el guion del filme Dale nomás (1974) de Osías Wilenski.
En 1976 vuelve a Cuba, esta vez como exiliado, y se reincorpora al Consejo de Dirección de Casa de las Américas. El año 1980 se traslada a Palma de Mallorca. Dos años más tarde inicia su colaboración semanal en las páginas de «Opinión» del diario El País de España. El mismo año el Consejo de Estado de Cuba le concede la Orden Félix Varela. En 1983 traslada su residencia a Madrid.

Regreso a Uruguay

Vuelve a Uruguay en marzo de 1983, iniciando el autodenominado período de desexilio, motivo de muchas de sus obras. Es nombrado miembro del consejo editor de la nueva revista Brecha, que va a dar continuidad al proyecto de Marcha, interrumpido en 1974. En 1984 Sergio Renán dirigió Gracias por el fuego, un filme cuyo guion estaba basada en la novela homónima de Benedetti.
En 1985 el cantautor Joan Manuel Serrat graba el disco El sur también existe sobre poemas de Benedetti, contando con su colaboración personal.
Entre 1987 y 1989 integró la Comisión Nacional Pro Referéndum, constituida para revocar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, promulgada en diciembre de 1986 para impedir el juzgamiento de los crímenes cometidos durante la dictadura militar en su país (1973-1985).
En 1986 recibe el Premio Jristo Botev de Bulgaria, por su obra poética y ensayística. En 1987 es galardonado en Bruselas con el Premio Llama de Oro de Amnistía Internacional por su novela Primavera con una esquina rota. En 1989 es condecorado con la Medalla Haydé Santamaría por el Consejo de Estado de Cuba.

Últimos años

Benedetti participó en la película llamada El lado oscuro del corazón una producción argentino-canadiense, estrenada el 21 de mayo de 1992, donde se puede ver a Mario Benedetti recitando sus poemas en alemán. Benedetti recibió el 30 de noviembre de 1996, el Premio Morosoli de Plata de Literatura, entregado por la Fundación Lolita Rubial, de Minas, Uruguay. En la ocasión, Benedetti fue destacado por su obra narrativa. El mismo año, junto a otros cincuenta escritores, fue distinguido por el Gobierno de Chile con la Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral.
En mayo de 1997 fue investido con el título doctor honoris causa por la Universidad de Alicante y unos días más tarde, el 11 de junio, fue también investido por la Universidad de Valladolid. El 30 de septiembre del mismo año fue galardonado con el Premio León Felipe, en mención a los valores cívicos del escritor. Además fue investido en diciembre como doctor honoris causa en Ciencias Filológicas de la Universidad de La Habana.
El 31 de mayo de 1999 fue galardonado con el VIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, dotado de 6 000 000 ₧. La Fundación Cultural y Científica Iberoamericana José Martí le concedió el 29 de marzo de 2001 el I Premio Iberoamericano José Martí.

El 19 de noviembre de 2002 fue nombrado ciudadano ilustre por la Intendencia de Montevideo, en una ceremonia encabezada por el intendente Mariano Arana.
En 2004 se le concedió el Premio Etnosur. En 2004 se presentó por primera vez en Roma, Italia, un documental sobre la vida y la poesía de Mario Benedetti, titulado "Mario Benedetti y otras sorpresas". El documental, que fue escrito y dirigido por Alessandra Mosca, y protagonizado por Benedetti, fue patrocinado por la Embajada de Uruguay en Italia. El documental participó en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en el XIX Festival del Cinema Latinoamericano di Trieste y en el Festival Internacional de Cine de Santo Domingo.
En 2005, Mario Benedetti presentó el poemario Adioses y bienvenidas. En la ocasión también se exhibió el documental Palabras verdaderas, donde el poeta hizo aparición.
El 7 de junio de 2005 se adjudicó el XIX Premio Internacional Menéndez Pelayo, consistente en 48 000 € y la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. El premio, otorgado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, es un reconocimiento a la labor de personalidades destacadas en el ámbito de la creación literaria o científica, tanto en idioma español como portugués.
Mario Benedetti repartía su tiempo entre sus residencias de Uruguay y España, atendiendo a sus múltiples obligaciones y compromisos. Después del fallecimiento de su esposa Luz López, el 13 de abril de 2006,​ víctima de la enfermedad de Alzheimer, Benedetti se trasladó definitivamente a su residencia en el barrio Centro de Montevideo, Uruguay. Con motivo de su traslado, Benedetti donó parte de su biblioteca personal en Madrid, al Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti de la Universidad de Alicante.
La Fundación Lolita Rubial volvió a condecorar a Benedetti el 25 de noviembre de 2006, con el Premio Morosoli de Oro.
El 18 de diciembre de 2007, en la sede del Paraninfo de la Universidad de la República, en Montevideo, Benedetti recibió de manos de Hugo Chávez la Condecoración Francisco de Miranda, la más alta distinción que otorga el gobierno de Venezuela por el aporte a la ciencia, la educación y al progreso de los pueblos. Ese mismo año recibió la Orden de Saurí, Primera Clase, por servicios prestados a la literatura. La Orden de Saurí es la condecoración más alta de El Salvador.
En el 2007, Benedetti recibió el premio ALBA, otorgado por Venezuela.
En los últimos diez años, debido al asma y por recomendación médica, el escritor alternaba su residencia en España y en Uruguay, tratando de evitar el frío, pero al agravarse su estado de salud permaneció en Montevideo.
La muerte de su esposa Luz López en 2006, luego de seis décadas de matrimonio, fue un duro golpe para Benedetti que, según confesó, sobrellevó escribiendo.
En uno de sus últimos libros, titulado Canciones del que no canta, alude a su historia personal. «No fue una vida fácil, francamente», ha dicho Benedetti, quien con su pluma marcó a varias generaciones.
En abril de 2009 tras su internación en Montevideo, se organizó por iniciativa de Pilar del Río (esposa del escritor José Saramago) una Cadena de Poesía mundial para apoyarlo.​

Muerte

El día 17 de mayo de 2009 poco después de las 18:00, Benedetti muere en su casa de Montevideo, a los ochenta y ocho años de edad.​ El Palacio Legislativo fue designado como el sitio de su velatorio. En el marco de este hecho, el gobierno uruguayo decretó duelo nacional y dispuso que su velatorio se realizara con honores patrios en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo desde las 9:00 del lunes 18 de mayo. Su cortejo fúnebre fue encabezado por integrantes de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay y la Central de Trabajadores (PIT-CNT) entre otras personalidades y amigos del escritor, y cientos de ciudadanos que acompañaron al mismo, quedando de manifiesto su fuerte arraigo popular. Fue sepultado en el Panteón Nacional del Cementerio Central de Montevideo.

Obra

Su extensa obra abarcó los géneros narrativos, dramáticos y poéticos. Asimismo fue autor de ensayos y su voz recitando sus poemas fue grabada en varios casetes y cds en compañía de Daniel Viglietti o en solitario. Joan Manuel Serrat musicalizó varios de sus poemas en el disco El sur también existe. También la argentina Nacha Guevara cantó sus poemas en el disco Nacha Guevara canta a Benedetti.

Cuentos

Esta mañana (1949)
Ustedes, por ejemplo (1953)
El reportaje (Marcha, 1958)
Montevideanos (1959)
Ida y vuelta (Talía, 1963)
Datos para el viudo (Editorial Galerna, 1967)
La muerte y otras sorpresas (1968)
Con y sin nostalgia (1977)
Cuentos, antología (1982)
Geografías (compilación de cuentos y poemas, 1984)
Cuentos completos (1986)
Recuerdos olvidados (Ediciones Trilce, 1988)
"Despistes y franquezas" (1989)
El césped y otros relatos (1993)
Buzón de tiempo (1999)
La sirena viuda (1999)
El porvenir de mi pasado (2003)
Historias de París (2007)
A imagen y semejanza, antología de cuentos (ed. póstuma de la Fundación Benedetti, Seix Barral, 2010)

Drama

Pedro y el Capitán (Santillana, 1979)
Novela
Quién de nosotros (Número, 1953)
La tregua (Booket ISBN 987-580-095-3, 1960)
Gracias por el fuego (Seix Barral ISBN 950-731-510-1, 1965)
El cumpleaños de Juan Ángel (1971)
Primavera con una esquina rota (1982)
La borra del café (1992)
Andamios (1996)

Poesía

La víspera indeleble (1945)
Sólo mientras tanto (Número, 1950)
Poemas de la oficina (Número, 1956)
Poemas del hoyporhoy (Alfa, 1961)
Inventario uno (primera edición, 1963)
Noción de patria (Editorial Nueva Imagen, 1963)
Próximo prójimo (Editorial Nueva Imagen, 1965)
Contra los puentes levadizos (Alfa, 1966)
A ras de sueño (1967)
Quemar las naves (1968)
Letras de emergencia (Editorial Nueva Imagen, 1973)
Poemas de otros (1974)
La casa y el ladrillo (1977)
Cotidianas (1979)
Inventario uno (ed. aumentada, Editorial Nueva Imagen, 1980)
Viento del exilio (Editorial Nueva Imagen, 1981)
Antología poética (Casa de las Américas, 1984)
Geografías (compilación de cuentos y poemas, 1984)
Inventario uno (ed. aumentada, Seix Barral, 1985)
Preguntas al azar (Arca, 1986)
Yesterday y mañana (Arca, 1987)
Despistes y franquezas (1989)11​
Las soledades de Babel (Arca, 1991)
Inventario dos (Seix Barral, 1994)
El olvido está lleno de memoria (1995)
El amor, las mujeres y la vida (compilación de poemas de amor, 1995)
Corazón coraza y otros poemas (compilación, Editorial Planeta, 1997)
La vida ese paréntesis (1998)
Rincón de haikus (Editorial Cal y Canto, 1999)
Acordes cotidianos (compilación de poemas y fragmentos de sus novelas, 2000)
El mundo que respiro (2001)
Inventario tres (Seix Barral, 2002)
Insomnios y duermevelas (2002)
Existir todavía (2003)
Defensa propia (2004)
50 sonetos (Editorial Cal y Canto, 2004)
Adioses y bienvenidas (2005)
Nuevo rincón de haikus (Editorial Cal y Canto, 2006)
Canciones del que no canta (2006)
Testigo de uno mismo (2008)
Biografía para encontrarme (ed. póstuma de la Fundación Benedetti, Seix Barral, 2010)

Ensayo

Peripecia y novela (1948)
Marcel Proust y otros ensayos (Número, 1951)
El país de la cola de paja (Arca, 1960)
Literatura uruguaya siglo XX (1963)
Genio y figura de José Enrique Rodó (Eudeba, 1966)
Letras del continente mestizo (Arca, 1967)
Sobre artes y oficios (Alfa, 1968)
Crítica cómplice (Alianza Tres, 1971)
El escritor latinoamericano y la revolución posible (Editorial Nueva Imagen, 1974)
Daniel Viglietti (Ediciones Júcar, 1974)
Notas sobre algunas formas subsidiarias de la penetración cultural (1979)
El recurso del supremo patriarca (Editorial Nueva Imagen, 1979)
Cultura entre dos fuegos (1986)
Subdesarrollo y letras de osadía (Alianza Editorial, 1987)
La cultura, ese blanco móvil (Editorial Nueva Imagen, 1989)
La realidad y la palabra (Ediciones Destino, 1991)
45 años de ensayos críticos (Editorial Cal y Canto, 1994)
Poetas de cercanías (Editorial Cal y Canto, 1994)
El ejercicio del criterio (1995)
Poesía, alma del mundo (Editorial Visor, 1999)
Memoria y esperanza (Ediciones Destino, 2004)
Vivir adrede (prosa breve, Seix Barral, 2007)
Periodismo
Mejor es meneallo (1961)
Cuaderno cubano (Arca, 1969)
África 69 (Marcha, 1969)
Crónicas del 71 (1971)
Los poetas comunicantes (Marcha, 1972)
Terremoto y después (Arca, 1973)
El desexilio y otras conjeturas (Editorial Nueva Imagen, 1984)
Escritos políticos (1971-1973) (Arca, 1986)
Perplejidades de fin de siglo (1993)
Articulario desexilio y perplejidades (1994)
Daniel Viglietti, desalambrando (2007)
Notas perdidas. Sobre literatura, cine, artes escénicas y visuales, 1948-1965 (ed. póstuma de la Fundación Benedetti, Editorial Universidad de la República, 2014)

Canciones

Canciones del más acá (1988)

Discografía

En solitario

Poemas de la oficina (Alfa, 1960)
Inventario (Arca, 1969)
Quemar las naves (Fol-def, 1969)
Déjanos caer / Familia Iriarte (Voz Viva de América Latina, Universidad Nacional Autónoma de México, 1978)
La palabra viviente (Contiene poemas de su libro "Preguntas al azar", Universidad de la República, 1986)
Inventario 1950 - 1975 (Ayuí / Tacuabé a/e93k y ae93cd. Edición en casete de 1991 y en cd de 2002)
Inventario 1976 - 1985 (Ayuí / Tacuabé a/e94k y ae94cd. Edición en casete de 1991 y en cd de 2002)
Inventario 1986 - 1990 (Ayuí / Tacuabé a/e95k y ae95cd. Edición en casete de 1991 y en cd de 2002)
Benedetti lee a Benedetti (Seix Barral, 1993)
Cuentos escogidos (Alfaguara, 1995)
El amor, las mujeres y la vida (Alfaguara. Cd que acompañó la edición del libro recopilatorio homólogo, 1995)
Poesía con los jóvenes (Cd que acompañó la edición del libro recopilatorio homólogo. 1996)
Inventario 1991 - 2003 (Ayuí / Tacuabé ae275cd. 2004)

Con Daniel Viglietti

A dos voces vol. I (Orfeo SCO 90749. 1985)
A dos voces vol. II (Orfeo SCO 90861. 1987)
A dos voces (Visor Libros, S.L. / Alfaguara. 1994)
A dos voces I y II (Orfeo CDO 047-2. Reedición en cd de los dos primeros álbumes de Orfeo. 1994)
A dos voces (Ayuí / Tacuabé ae238cd)

Reconocimientos

En 2015, la ciudad de Madrid le dedicó unos jardines en el barrio de Prosperidad.

"El sur también existe" CD de Joan Manuel Serrat con poesías de M. Benedetti





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