Los
pocillos
Mario
Benedetti
Los pocillos eran seis:
dos rojos, dos negros, dos verdes, y además importados, irrompibles, modernos.
Habían llegado como regalo de Enriqueta, en el último cumpleaños de Mariana, y
desde ese día el comentario de cajón había sido que podía combinarse la taza de
un color con el platillo de otro. “Negro con rojo queda fenomenal”, había sido
el consejo estético de Enriqueta. Pero Mariana, en un discreto rasgo de
independencia, había decidido que cada pocillo sería usado con su plato del
mismo color.
“El café ya está
pronto. ¿Lo sirvo?”, preguntó Mariana. La voz se dirigía al marido, pero los
ojos estaban fijos en el cuñado. Este parpadeó y no dijo nada, pero José
Claudio contestó: “Todavía no. Esperá un ratito. Antes quiero fumar un
cigarrillo”. Ahora sí ella miró a José Claudio y pensó, por milésima vez, que
aquellos ojos no parecían de ciego. La mano de José Claudio empezó a moverse, tanteando
el sofá. “¿Qué buscás?” preguntó ella. “El encendedor”. “A tu derecha”. La mano
corrigió el rumbo y halló el encendedor. Con ese temblor que da el continuado
afán de búsqueda, el pulgar hizo girar varias veces la ruedita, pero la llama
no apareció. A una distancia ya calculada, la mano izquierda trataba
infructuosamente de registrar la aparición del calor. Entonces Alberto encendió
un fósforo y vino en su ayuda. “¿Por qué no lo tirás?” dijo, con una sonrisa
que, como toda sonrisa para ciegos, impregnaba también las modulaciones de la
voz. “No lo tiro porque le tengo cariño. Es un regalo de Mariana”.
Ella abrió apenas la
boca y recorrió el labio inferior con la punta de la lengua. Un modo como
cualquier otro de empezar a recordar. Fue en marzo de 1953, cuando él cumplió
treinta y cinco años y todavía veía. Habían almorzado en casa de los padres de
José Claudio, en Punta Gorda, habían comido arroz con mejillones, y después se
habían ido a caminar por la playa. Él le había pasado un brazo por los hombros
y ella se había sentido protegida, probablemente feliz o algo semejante. Habían
regresado al apartamento y él la había besado lentamente, amorosamente, como
besaba antes. Habían inaugurado el encendedor con un cigarrillo que fumaron a
medias.
Ahora el encendedor ya
no servía. Ella tenía poca confianza en los conglomerados simbólicos, pero,
después de todo, ¿qué servía aún de aquella época?
“Este mes tampoco fuiste al médico”, dijo Alberto.
“No”.
“¿Querés que te sea sincero?”.
“Claro.”
“Me parece una idiotez de tu parte.”
“¿Y para qué voy a ir?
¿Para oírle decir que tengo una salud de roble, que mi hígado funciona
admirablemente, que mi corazón golpea con el ritmo debido, que mis intestinos
son una maravilla? ¿Para eso querés que vaya? Estoy podrido de mi notable salud
sin ojos.”
La época anterior a la
ceguera, José Claudio nunca había sido un especialista en la exteriorización de
sus emociones, pero Mariana no se ha olvidado de cómo era ese rostro antes de
adquirir esta tensión, este presentimiento. Su matrimonio había tenido buenos
momentos, eso no podía ni quería ocultarlo. Pero cuando estalló el infortunio,
él se había negado a valorar su amparo, a refugiarse en ella. Todo su orgullo
se concentró en un silencio terrible, testarudo, un silencio que seguía siendo
tal, aun cuando se rodeara de palabras. José Claudio había dejado de hablar de
sí.
“De todos modos
deberías ir”, apoyó Mariana. “Acordate de lo que siempre te decía Menéndez”.
“Cómo no que me
acuerdo: Para Usted No Está Todo Perdido. Ah, y otra frase famosa: La Ciencia
No Cree En Milagros. Yo tampoco creo en milagros.”
“¿Y por qué no aferrarte a una esperanza? Es
humano”.
“¿De veras?” Habló por el costado del cigarrillo.
Se había escondido en
sí mismo. Pero Mariana no estaba hecha para asistir, simplemente para asistir,
a un reconcentrado. Mariana reclamaba otra cosa. Una mujercita para ser exigida
con mucho tacto, eso era. Con todo, había bastante margen para esa exigencia;
ella era dúctil. Toda una calamidad que él no pudiese ver; pero esa no era la
peor desgracia. La peor desgracia era que estuviese dispuesto a evitar, por
todos los medios a su alcance, la ayuda de Mariana. El menospreciaba su
protección. Y Mariana hubiera querido –sinceramente, cariñosamente, piadosamente–
protegerlo.
Bueno, eso era antes;
ahora no. El cambio se había operado con lentitud. Primero fue un decaimiento
de la ternura. El cuidado, la atención, el apoyo, que desde el comienzo
estuvieron rodeados por un halo constante de cariño, ahora se habían vuelto
mecánicos. Ella seguía siendo eficiente, de eso no cabía duda, pero no
disfrutaba manteniéndose solícita. Después fue un temor horrible frente a la
posibilidad de una discusión cualquiera. Él estaba agresivo, dispuesto siempre
a herir, a decir lo más duro, a establecer su crueldad sin posible retroceso.
Era increíble como hallaba siempre, aun en las ocasiones menos propicias, la
injuria refinadamente certera, la palabra que llegaba hasta el fondo, el
comentario que marcaba a fuego. Y siempre desde lejos, desde muy atrás de su
ceguera, como si esta oficiara de muro de contención para el incómodo estupor
de los otros.
Alberto se levantó del sofá y se acercó al ventanal.
“Qué otoño desgraciado”, dijo. “¿Te fijaste?”. La
pregunta era para ella.
“No”, respondió José Claudio. “Fíjate vos por mí”.
Alberto la miró.
Durante el silencio, se sonrieron. Al margen de José Claudio, y sin embargo a
propósito de él. De pronto Mariana supo que se había puesto linda. Siempre que
miraba a Alberto, se ponía linda. Él se lo había dicho por primera vez la noche
del veintitrés de abril del año pasado, hacía exactamente un año y ocho días:
una noche en que José Claudio le había gritado cosas muy feas, y ella había
llorado, desalentada, torpemente triste, durante horas y horas, es decir hasta
que había encontrado el hombro de Alberto y se había sentido comprendida y
segura. ¿De dónde extraería Alberto esa capacidad para entender a la gente?
Ella hablaba con él, o simplemente lo miraba, y sabía de inmediato que él la
estaba sacando del apuro. “Gracias”, había dicho entonces. Y todavía ahora, la
palabra llegaba a sus labios directamente desde su corazón, sin razonamientos
intermediarios, sin
usura. Su amor hacia Alberto había sido en sus comienzos gratitud, pero eso
(que ella veía con toda nitidez) no alcanzaba a depreciarlo. Para ella, querer
había sido siempre un poco agradecer y otro poco provocar la gratitud. A José
Claudio, en los buenos tiempos, le había agradecido que él, tan brillante, tan
lúcido, tan sagaz, se hubiera fijado en ella, tan insignificante. Había fallado
en lo otro, en eso de provocar la gratitud, y había fallado tan luego en la
ocasión más absurdamente favorable, es decir, cuando él parecía necesitarla
más.
A Alberto, en cambio,
le agradecía el impulso inicial, la generosidad de ese primer socorro que la
había salvado de su propio caos, y, sobre todo, ayudado a ser fuerte. Por su
parte, ella había provocado su gratitud, claro que sí. Porque Alberto era un
alma tranquila, un respetuoso de su hermano, un fanático del equilibrio, pero
también, y en definitiva, un solitario. Durante años y años, Alberto y ella
habían mantenido una relación superficialmente cariñosa, que se detenía con
espontánea discreción en los umbrales del tuteo y solo en contadas ocasiones dejaba
entrever una solidaridad algo más profunda. Acaso Alberto envidiara un poco la
aparente felicidad de su hermano, la buena suerte de haber dado con una mujer
que él consideraba encantadora. En realidad, no hacía mucho que Mariana había
obtenido la confesión de que la imperturbable soltería de Alberto se debía a
que toda posible candidata era sometida a una imaginaria y desventajosa
comparación.
“Y ayer estuvo
Trelles”, estaba diciendo José Claudio; “a hacerme la clásica visita adulona
que el personal de la fábrica me consagra una vez por trimestre. Me imagino que
lo echarán a la suerte y el que pierde se embroma y viene a verme”.
“También puede ser que
te aprecien”, dijo Alberto, “que conserven un buen recuerdo del tiempo en que
los dirigías, que realmente estén preocupados por tu salud. No siempre la gente
es tan miserable como te parece de un tiempo a esta parte”.
“Qué bien. Todos los
días se aprende algo nuevo”. La sonrisa fue acompañada de un breve resoplido,
destinado a inscribirse en otro nivel de ironía.
Cuando Mariana había
recurrido a Alberto, en busca de protección, de consejo, de cariño, había
tenido de inmediato la certidumbre de que a su vez estaba protegiendo a su
protector, de que él se hallaba tan necesitado de amparo como ella misma, de
que allí, todavía tensa de escrúpulos y quizá de pudor, había una razonable
desesperación de la que ella comenzó a sentirse responsable. Por eso,
justamente, había provocado su gratitud, por no decírselo con todas las letras,
por simplemente dejar que él la envolviera en su ternura acumulada de tanto
tiempo atrás, por solo permitir que él ajustara a la imprevista realidad
aquellas imágenes de ella misma que había hecho transcurrir, sin hacerse
ilusiones, por el desfiladero de sus melancólicos insomnios. Pero la gratitud
pronto fue desbordada. Como si todo hubiera estado dispuesto para la mutua
revelación, como si solo hubiera faltado que se miraran a los ojos para
confrontar y compensar sus afanes, a los pocos días lo más importante estuvo
dicho y los encuentros furtivos menudearon. Mariana sintió de pronto que su
corazón se había ensanchado y que el mundo era nada más que eso: Alberto y
ella.
“Ahora sí podés
calentar el café”, dijo José Claudio, y Mariana se inclinó sobre la mesita
ratona para encender el mecherito de alcohol. Por un momento se distrajo
contemplando los pocillos. Solo había traído tres, uno de cada color. Le
gustaba verlos así, formando un triángulo.
Después se echó hacia
atrás en el sofá y su nuca encontró lo que esperaba: la mano cálida de Alberto,
ya ahuecada para recibirla. Qué delicia, Dios mío. La mano empezó a moverse
suavemente y los dedos largos, afilados, se introdujeron por entre el pelo. La
primera vez que Alberto se había animado a hacerlo, Mariana se había sentido
terriblemente inquieta, con los músculos anudados en una dolorosa contracción
que le había impedido disfrutar de la caricia. Ahora estaba tranquila y podía disfrutar.
Le parecía que la ceguera de José Claudio era una especie de protección divina.
Sentado frente a ellos,
José Claudio respiraba normalmente, casi con beatitud. Con el tiempo, la
caricia de Alberto se había convertido en una especie de rito y, ahora mismo,
Mariana estaba en condiciones de aguardar el movimiento próximo y previsto.
Como todas las tardes la mano acarició el pescuezo, rozó apenas la oreja
derecha, recorrió lentamente la mejilla y el mentón. Finalmente se detuvo sobre
los labios entreabiertos. Entonces ella, como todas las tardes, besó
silenciosamente aquella palma y cerró por un instante los ojos. Cuando los
abrió, el rostro de José Claudio era el mismo. Ajeno, reservado, distante. Para
ella, sin embargo, ese momento incluía siempre un poco de temor.
Un temor que no tenía
razón de ser, ya que en el ejercicio de esa caricia púdica, riesgosa,
insolente, ambos habían llegado a una técnica tan perfecta como silenciosa.
“No lo dejes hervir”, dijo José Claudio.
La mano de Alberto se
retiró y Mariana volvió a inclinarse sobre la mesita. Retiró el mechero, apagó
la llamita con la tapa de vidrio, llenó los pocillos directamente desde la
cafetera.
Todos los días cambiaba
la distribución de los colores. Hoy sería el verde para José Claudio, el negro
para Alberto, el rojo para ella. Tomó el pocillo verde para alcanzárselo a su
marido, pero, antes de dejarlo en sus manos, se encontró, además, con unas
palabras que sonaban más o menos así: “No, querida. Hoy quiero tomar en el
pocillo rojo”
"La tregua" (basada en la novela de M. Benedetti), de Sergio Renán, con Héctor Alterio, Ana María Picchio, Oscar Martínez, Sergio Brandoni, Antonio Gasalla. 1974.
Mario
Benedetti (Paso de los Toros, República Oriental
del Uruguay;14 de septiembre de 1920-Montevideo, República Oriental del
Uruguay;17 de mayo de 2009) fue un escritor, poeta, dramaturgo y periodista
uruguayo integrante de la generación del
45, a la que pertenecieron, entre otros, Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti.
Su prolífica producción literaria incluyó más de ochenta libros, algunos de los
cuales fueron traducidos a más de veinte idiomas.
Biografía
Primeros años
Mario Benedetti nació
el 14 de septiembre de 1920 en Paso de los Toros, Uruguay. Fue hijo de Brenno
Benedetti y Matilde Farrugia. Residió en Paso de los Toros junto a su familia
durante los primeros dos años de su vida. La familia luego se trasladó a
Tacuarembó por asuntos de negocios. Tras una fallida estadía en ese sitio
(donde fueron víctimas de una estafa), se trasladaron a Montevideo, cuando
Mario Benedetti contaba con cuatro años de edad. Inició sus estudios primarios
en 1928, en el Colegio Alemán de
Montevideo, de donde es retirado en 1933. En consecuencia, ingresa al Liceo Miranda por un año. Sus estudios
secundarios los realizó de manera incompleta en 1935, en el Liceo Miranda, para continuar de manera
libre, por problemas económicos. Desde los catorce años trabajó en la empresa Will L. Smith, S. A., repuestos para
automóviles. El 23 de marzo de 1946 contrae matrimonio con Luz López Alegre, su
gran amor y compañera de vida.
Entre 1938 y 1941
residió casi continuamente en Buenos Aires, Argentina.
Comienzos literarios
En 1943 dirigió la
revista literaria Marginalia. Publicó
el volumen de ensayos Peripecia y novelas.
En 1945 se integró al
equipo de redacción del semanario Marcha,
donde permaneció hasta 1974, año en que fue clausurado por el gobierno de Juan
María Bordaberry. En 1954 es nombrado director literario de dicho semanario.
A partir del año 1950
se volvió miembro del consejo de redacción de Número, una de las revistas literarias más destacadas de la época.
Participó activamente en el movimiento contra el Tratado Militar con los
Estados Unidos. Es su primera acción como militante. Ese mismo año obtuvo el Premio del Ministerio de Instrucción Pública
por su primera compilación de cuentos, Esta mañana. Mario Benedetti fue ganador
del galardón en repetidas ocasiones hasta 1958, cuando renunció
sistemáticamente a él por discrepancias con su reglamentación.
En 1964 trabaja como
crítico de teatro y codirector la página literaria semanal «Al pie de las
letras» del diario La Mañana.
Colabora como humorista en la revista
Peloduro. Escribe crítica de cine en La
Tribuna Popular. Viaja a Cuba para participar en el jurado del concurso Casa de las Américas. Participa en el
encuentro sobre Rubén Darío. Viaja a México para participar en el II Congreso Latinoamericano de Escritores.
En 1966 participó de la coproducción argentino-brasilera La ronda de los dientes blancos dirigida por Ricardo Alberto
Defilippi, que nunca fue estrenada comercialmente.
Participa en el
Congreso Cultural de La Habana con la ponencia “Sobre las relaciones entre el
hombre de acción y el intelectual" y se vuelve miembro del Consejo de Dirección de Casa de las Américas.
En 1968 funda y dirige el Centro de
Investigaciones literarias de Casa de las Américas, cargo en el cual se
mantendría hasta 1971.
Junto a los miembros
del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, fundó en 1971 el Movimiento de Independientes 26 de Marzo,
una agrupación que pasó a formar parte de la coalición de izquierdas Frente Amplio desde sus orígenes.
Benedetti fue representante del Movimiento
de Independientes 26 de Marzo en la Mesa
Ejecutiva del Frente Amplio desde 1971 a 1973, sin embargo, esta
alternativa se vio frustrada por la fuerza. Además es nombrado director del Departamento de Literatura Hispanoamericana
en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República, de
Montevideo.
Publica Crónica del 71, compuesto en su mayoría
de editoriales políticos publicados en el semanario Marcha, así como de un poema inédito y tres discursos pronunciados
durante la campaña del Frente Amplio. También publica Los poemas comunicantes, con entrevistas a diversos poetas
latinoamericanos.
Exilio
Tras el Golpe de Estado
en Uruguay de 1973 renuncia a su cargo en la universidad, pese a ser elegido
para integrar el claustro. Por sus posiciones políticas debe abandonar
Uruguay, partiendo al exilio en Buenos Aires, Argentina. Posteriormente se
exiliaría en Perú, donde fue detenido, deportado y amnistiado, para luego
instalarse en Cuba, en el año 1976. Al año siguiente, Benedetti recalaría en
Madrid, España. Fueron diez largos años los que vivió alejado de su patria y de
su esposa, quien tuvo que permanecer en Uruguay cuidando a las madres de ambos.
La versión cinematográfica
de La tregua, dirigida por Sergio
Renán, fue nominada a la cuadragésimo séptima versión de los Premios Óscar en
1974, en la categoría de mejor película extranjera; finalmente el premio,
entregado en la ceremonia del 8 de abril de 1975, se lo adjudicó la película
italiana Amarcord.
Su cuento El olvido fue uno de los relatos en que
basó el guion del filme Dale nomás
(1974) de Osías Wilenski.
En 1976 vuelve a Cuba,
esta vez como exiliado, y se reincorpora al Consejo de Dirección de Casa de las
Américas. El año 1980 se traslada a Palma de Mallorca. Dos años más tarde
inicia su colaboración semanal en las páginas de «Opinión» del diario El País de España. El mismo año el
Consejo de Estado de Cuba le concede la Orden
Félix Varela. En 1983 traslada su residencia a Madrid.
Regreso a Uruguay
Vuelve a Uruguay en
marzo de 1983, iniciando el autodenominado período de desexilio, motivo de
muchas de sus obras. Es nombrado miembro del consejo editor de la nueva revista
Brecha, que va a dar continuidad al
proyecto de Marcha, interrumpido en 1974. En 1984 Sergio Renán dirigió Gracias por el fuego, un filme cuyo
guion estaba basada en la novela homónima de Benedetti.
En 1985 el cantautor
Joan Manuel Serrat graba el disco El sur
también existe sobre poemas de Benedetti, contando con su colaboración
personal.
Entre 1987 y 1989
integró la Comisión Nacional Pro
Referéndum, constituida para revocar la
Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, promulgada en
diciembre de 1986 para impedir el juzgamiento de los crímenes cometidos durante
la dictadura militar en su país (1973-1985).
En 1986 recibe el Premio Jristo Botev de Bulgaria, por su
obra poética y ensayística. En 1987 es galardonado en Bruselas con el Premio Llama de Oro de Amnistía
Internacional por su novela Primavera
con una esquina rota. En 1989 es
condecorado con la Medalla Haydé
Santamaría por el Consejo de Estado de Cuba.
Últimos años
Benedetti participó en
la película llamada El lado oscuro del
corazón una producción argentino-canadiense, estrenada el 21 de mayo de
1992, donde se puede ver a Mario Benedetti recitando sus poemas en alemán.
Benedetti recibió el 30 de noviembre de 1996, el Premio Morosoli de Plata de Literatura,
entregado por la Fundación Lolita Rubial,
de Minas, Uruguay. En la ocasión, Benedetti fue destacado por su obra
narrativa. El mismo año, junto a otros cincuenta escritores, fue distinguido
por el Gobierno de Chile con la Orden al
Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral.
En mayo de 1997 fue
investido con el título doctor honoris
causa por la Universidad de Alicante
y unos días más tarde, el 11 de junio, fue también investido por la Universidad de Valladolid. El 30 de septiembre
del mismo año fue galardonado con el Premio
León Felipe, en mención a los valores cívicos del escritor. Además fue
investido en diciembre como doctor
honoris causa en Ciencias Filológicas
de la Universidad de La Habana.
El 31 de mayo de 1999
fue galardonado con el VIII Premio Reina
Sofía de Poesía Iberoamericana, dotado de 6 000 000 ₧. La Fundación Cultural y Científica Iberoamericana José Martí le
concedió el 29 de marzo de 2001 el I
Premio Iberoamericano José Martí.
El 19 de noviembre de
2002 fue nombrado ciudadano ilustre
por la Intendencia de Montevideo, en una ceremonia encabezada por el intendente
Mariano Arana.
En 2004 se le concedió
el Premio Etnosur. En 2004 se
presentó por primera vez en Roma, Italia, un documental sobre la vida y la
poesía de Mario Benedetti, titulado "Mario Benedetti y otras
sorpresas". El documental, que fue escrito y dirigido por Alessandra
Mosca, y protagonizado por Benedetti, fue patrocinado por la Embajada de
Uruguay en Italia. El documental participó en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana,
en el XIX Festival del Cinema
Latinoamericano di Trieste y en el Festival
Internacional de Cine de Santo Domingo.
En 2005, Mario
Benedetti presentó el poemario Adioses y
bienvenidas. En la ocasión también se exhibió el documental Palabras verdaderas, donde el poeta hizo
aparición.
El 7 de junio de 2005
se adjudicó el XIX Premio Internacional
Menéndez Pelayo, consistente en 48 000 € y la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
El premio, otorgado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, es un
reconocimiento a la labor de personalidades destacadas en el ámbito de la
creación literaria o científica, tanto en idioma español como portugués.
Mario Benedetti repartía
su tiempo entre sus residencias de Uruguay y España, atendiendo a sus múltiples
obligaciones y compromisos. Después del fallecimiento de su esposa Luz López,
el 13 de abril de 2006, víctima de la enfermedad de Alzheimer, Benedetti se
trasladó definitivamente a su residencia en el barrio Centro de Montevideo,
Uruguay. Con motivo de su traslado, Benedetti donó parte de su biblioteca
personal en Madrid, al Centro de Estudios
Iberoamericanos Mario Benedetti de la Universidad de Alicante.
La
Fundación Lolita Rubial volvió a condecorar a Benedetti el
25 de noviembre de 2006, con el Premio
Morosoli de Oro.
El 18 de diciembre de
2007, en la sede del Paraninfo de la
Universidad de la República, en Montevideo, Benedetti recibió de manos de
Hugo Chávez la Condecoración Francisco de
Miranda, la más alta distinción que otorga el gobierno de Venezuela por el
aporte a la ciencia, la educación y al progreso de los pueblos. Ese mismo año
recibió la Orden de Saurí, Primera Clase, por servicios prestados a
la literatura. La Orden de Saurí es la condecoración más alta de El Salvador.
En el 2007, Benedetti
recibió el premio ALBA, otorgado por
Venezuela.
En los últimos diez
años, debido al asma y por recomendación médica, el escritor alternaba su
residencia en España y en Uruguay, tratando de evitar el frío, pero al
agravarse su estado de salud permaneció en Montevideo.
La muerte de su esposa
Luz López en 2006, luego de seis décadas de matrimonio, fue un duro golpe para
Benedetti que, según confesó, sobrellevó escribiendo.
En uno de sus últimos
libros, titulado Canciones del que no
canta, alude a su historia personal. «No fue una vida fácil, francamente»,
ha dicho Benedetti, quien con su pluma marcó a varias generaciones.
En abril de 2009 tras
su internación en Montevideo, se organizó por iniciativa de Pilar del Río
(esposa del escritor José Saramago) una Cadena
de Poesía mundial para apoyarlo.
Muerte
El día 17 de mayo de
2009 poco después de las 18:00, Benedetti muere en su casa de Montevideo, a los
ochenta y ocho años de edad. El Palacio Legislativo fue designado como el
sitio de su velatorio. En el marco de este hecho, el gobierno uruguayo decretó
duelo nacional y dispuso que su velatorio se realizara con honores patrios en
el Salón de los Pasos Perdidos del
Palacio Legislativo desde las 9:00 del lunes 18 de mayo. Su cortejo fúnebre
fue encabezado por integrantes de la Federación
de Estudiantes Universitarios del Uruguay y la Central de Trabajadores (PIT-CNT) entre otras personalidades y
amigos del escritor, y cientos de ciudadanos que acompañaron al mismo, quedando
de manifiesto su fuerte arraigo popular. Fue sepultado en el Panteón Nacional del Cementerio Central de
Montevideo.
Obra
Su extensa obra abarcó
los géneros narrativos, dramáticos y poéticos. Asimismo fue autor de ensayos y
su voz recitando sus poemas fue grabada en varios casetes y cds en compañía de
Daniel Viglietti o en solitario. Joan Manuel Serrat musicalizó varios de sus
poemas en el disco El sur también existe.
También la argentina Nacha Guevara cantó sus poemas en el disco Nacha Guevara canta a Benedetti.
Cuentos
Esta mañana (1949)
Ustedes, por ejemplo
(1953)
El reportaje (Marcha,
1958)
Montevideanos (1959)
Ida y vuelta (Talía,
1963)
Datos para el viudo
(Editorial Galerna, 1967)
La muerte y otras
sorpresas (1968)
Con y sin nostalgia
(1977)
Cuentos, antología
(1982)
Geografías (compilación
de cuentos y poemas, 1984)
Cuentos completos
(1986)
Recuerdos olvidados
(Ediciones Trilce, 1988)
"Despistes y
franquezas" (1989)
El césped y otros
relatos (1993)
Buzón de tiempo (1999)
La sirena viuda (1999)
El porvenir de mi
pasado (2003)
Historias de París
(2007)
A imagen y semejanza,
antología de cuentos (ed. póstuma de la Fundación Benedetti, Seix Barral, 2010)
Drama
Pedro y el Capitán
(Santillana, 1979)
Novela
Quién de nosotros
(Número, 1953)
La tregua (Booket ISBN
987-580-095-3, 1960)
Gracias por el fuego
(Seix Barral ISBN 950-731-510-1, 1965)
El cumpleaños de Juan
Ángel (1971)
Primavera con una
esquina rota (1982)
La borra del café
(1992)
Andamios (1996)
Poesía
La víspera indeleble
(1945)
Sólo mientras tanto
(Número, 1950)
Poemas de la oficina
(Número, 1956)
Poemas del hoyporhoy
(Alfa, 1961)
Inventario uno (primera
edición, 1963)
Noción de patria
(Editorial Nueva Imagen, 1963)
Próximo prójimo
(Editorial Nueva Imagen, 1965)
Contra los puentes
levadizos (Alfa, 1966)
A ras de sueño (1967)
Quemar las naves (1968)
Letras de emergencia
(Editorial Nueva Imagen, 1973)
Poemas de otros (1974)
La casa y el ladrillo
(1977)
Cotidianas (1979)
Inventario uno (ed.
aumentada, Editorial Nueva Imagen, 1980)
Viento del exilio
(Editorial Nueva Imagen, 1981)
Antología poética (Casa
de las Américas, 1984)
Geografías (compilación
de cuentos y poemas, 1984)
Inventario uno (ed.
aumentada, Seix Barral, 1985)
Preguntas al azar
(Arca, 1986)
Yesterday y mañana
(Arca, 1987)
Despistes y franquezas
(1989)11
Las soledades de Babel
(Arca, 1991)
Inventario dos (Seix
Barral, 1994)
El olvido está lleno de
memoria (1995)
El amor, las mujeres y
la vida (compilación de poemas de amor, 1995)
Corazón coraza y otros
poemas (compilación, Editorial Planeta, 1997)
La vida ese paréntesis
(1998)
Rincón de haikus
(Editorial Cal y Canto, 1999)
Acordes cotidianos
(compilación de poemas y fragmentos de sus novelas, 2000)
El mundo que respiro
(2001)
Inventario tres (Seix
Barral, 2002)
Insomnios y duermevelas
(2002)
Existir todavía (2003)
Defensa propia (2004)
50 sonetos (Editorial
Cal y Canto, 2004)
Adioses y bienvenidas
(2005)
Nuevo rincón de haikus
(Editorial Cal y Canto, 2006)
Canciones del que no
canta (2006)
Testigo de uno mismo
(2008)
Biografía para
encontrarme (ed. póstuma de la Fundación Benedetti, Seix Barral, 2010)
Ensayo
Peripecia y novela
(1948)
Marcel Proust y otros ensayos
(Número, 1951)
El país de la cola de
paja (Arca, 1960)
Literatura uruguaya
siglo XX (1963)
Genio y figura de José
Enrique Rodó (Eudeba, 1966)
Letras del continente
mestizo (Arca, 1967)
Sobre artes y oficios
(Alfa, 1968)
Crítica cómplice
(Alianza Tres, 1971)
El escritor
latinoamericano y la revolución posible (Editorial Nueva Imagen, 1974)
Daniel Viglietti
(Ediciones Júcar, 1974)
Notas sobre algunas
formas subsidiarias de la penetración cultural (1979)
El recurso del supremo
patriarca (Editorial Nueva Imagen, 1979)
Cultura entre dos
fuegos (1986)
Subdesarrollo y letras
de osadía (Alianza Editorial, 1987)
La cultura, ese blanco
móvil (Editorial Nueva Imagen, 1989)
La realidad y la
palabra (Ediciones Destino, 1991)
45 años de ensayos
críticos (Editorial Cal y Canto, 1994)
Poetas de cercanías
(Editorial Cal y Canto, 1994)
El ejercicio del
criterio (1995)
Poesía, alma del mundo
(Editorial Visor, 1999)
Memoria y esperanza
(Ediciones Destino, 2004)
Vivir adrede (prosa
breve, Seix Barral, 2007)
Periodismo
Mejor es meneallo
(1961)
Cuaderno cubano (Arca,
1969)
África 69 (Marcha,
1969)
Crónicas del 71 (1971)
Los poetas comunicantes
(Marcha, 1972)
Terremoto y después
(Arca, 1973)
El desexilio y otras
conjeturas (Editorial Nueva Imagen, 1984)
Escritos políticos (1971-1973)
(Arca, 1986)
Perplejidades de fin de
siglo (1993)
Articulario desexilio y
perplejidades (1994)
Daniel Viglietti,
desalambrando (2007)
Notas perdidas. Sobre
literatura, cine, artes escénicas y visuales, 1948-1965 (ed. póstuma de la
Fundación Benedetti, Editorial Universidad de la República, 2014)
Canciones
Canciones del más acá
(1988)
Discografía
En
solitario
Poemas de la oficina
(Alfa, 1960)
Inventario (Arca, 1969)
Quemar las naves
(Fol-def, 1969)
Déjanos caer / Familia
Iriarte (Voz Viva de América Latina, Universidad Nacional Autónoma de México,
1978)
La palabra viviente
(Contiene poemas de su libro "Preguntas al azar", Universidad de la
República, 1986)
Inventario 1950 - 1975
(Ayuí / Tacuabé a/e93k y ae93cd. Edición en casete de 1991 y en cd de 2002)
Inventario 1976 - 1985
(Ayuí / Tacuabé a/e94k y ae94cd. Edición en casete de 1991 y en cd de 2002)
Inventario 1986 - 1990
(Ayuí / Tacuabé a/e95k y ae95cd. Edición en casete de 1991 y en cd de 2002)
Benedetti lee a Benedetti (Seix Barral, 1993)
Cuentos escogidos
(Alfaguara, 1995)
El amor, las mujeres y
la vida (Alfaguara. Cd que acompañó la edición del libro recopilatorio
homólogo, 1995)
Poesía con los jóvenes
(Cd que acompañó la edición del libro recopilatorio homólogo. 1996)
Inventario 1991 - 2003
(Ayuí / Tacuabé ae275cd. 2004)
Con
Daniel Viglietti
A dos voces vol. I
(Orfeo SCO 90749. 1985)
A dos voces vol. II
(Orfeo SCO 90861. 1987)
A dos voces (Visor
Libros, S.L. / Alfaguara. 1994)
A dos voces I y II
(Orfeo CDO 047-2. Reedición en cd de los dos primeros álbumes de Orfeo. 1994)
A dos voces (Ayuí /
Tacuabé ae238cd)
Reconocimientos
En 2015, la ciudad de
Madrid le dedicó unos jardines en el barrio de Prosperidad.
"El sur también existe" CD de Joan Manuel Serrat con poesías de M. Benedetti
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