Esa mujer
Rodolfo
Walsh
El coronel elogia mi puntualidad:
-Es puntual como los alemanes
-dice.
-O como los ingleses.
El coronel tiene apellido
alemán.
Es un hombre corpulento,
canoso, de cara ancha, tostada.
-He leído sus cosas
-propone-. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes
vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de
servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un
curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en
que podemos operar, una zona vagamente común.
Desde el gran ventanal del
décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde
aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna
forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
El coronel busca unos
nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar
en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de
fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos
de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras
el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en
algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y
frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me
sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el
piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de
Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la
cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio
su whisky.
Él bebe con vigor, con salud,
con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y
cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
-Esos papeles -dice.
Lo miro.
-Esa mujer, coronel.
Sonríe.
-Todo se encadena -filosofa.
A un potiche de porcelana de
Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El
coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
-La pusieron en el palier.
Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos
roñosos.
-¿Mucho daño? -pregunto. Me
importa un carajo.
-Bastante. Mi hija. La he
puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años -dice.
El coronel bebe, con ira, con
tristeza, con miedo, con remordimiento.
Entra su mujer, con dos
pocillos de café.
-Contale vos, Negra.
Ella se va sin contestar; una
mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como
una nubecita.
-La pobre quedó muy afectada
-explica el coronel-. Pero a usted no le importa esto.
-¡Cómo no me va a importar!…
Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia
después de aquello.
El coronel se ríe.
-La fantasía popular -dice-.
Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.
Enciende un Marlboro, deja el
paquete a mi alcance sobre la mesa.
-Cuénteme cualquier chiste
-dice.
Pienso. No se me ocurre.
-Cuénteme cualquier chiste
político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte
años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a
propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
-¿Y esto?
-La tumba de Tutankamón -dice
el coronel-. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la
transpiración con la mano gorda y velluda.
-Pero el mayor X tuvo un
accidente, mató a su mujer.
-¿Qué más? -dice, haciendo
tintinear el hielo en el vaso.
-Le pegó un tiro una
madrugada.
-La confundió con un ladrón
-sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.
-Pero el capitán N…
-Tuvo un choque de automóvil,
que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se
pone en pedo.
-¿Y usted, coronel?
-Lo mío es distinto -dice-.
Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta
alrededor de la mesa.
-Creen que yo tengo la culpa.
Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir
la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
-Me gustaría.
-Y yo voy a quedar limpio, yo
voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí
ante la historia, ¿comprende?
-Ojalá dependa de mí,
coronel.
-Anduvieron rondando. Una
noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina,
saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.
-Mire.
A la pastora le falta un
bracito.
-Derby -dice-. Doscientos
años.
La pastora se pierde entre
sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la
cara nocturna, dolorida.
-¿Por qué creen que usted
tiene la culpa?
-Porque yo la saqué de donde
estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero
ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que
fui yo quien lo impidió.
El coronel bebe, con ardor,
con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
-Porque yo he estudiado
historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
-¿Qué querían hacer?
-Fondearla en el río, tirarla
de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuánta
basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de
dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
-Todos, coronel. Porque en el
fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que
romper todo.
-Y orinarle encima.
-Pero sin remordimientos,
coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando
el vaso.
No contesta. Estamos sentados
junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se
oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un
sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de
su camisa.
-Esa mujer -le oigo
murmurar-. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había
vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos
que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
-Desnuda -dice-. Éramos
cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el
gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del
ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente-, cuando la sacamos, ese gallego
asqueroso…
Oscurece por grados, como en
un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su
vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del
departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la
planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira,
gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus
televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una
metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia
el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico
vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente
nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
-Me pareció oír. Esos roñosos
no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
Se sienta, más cerca del
ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente
sobre aquella gran escena de su vida.
-…se le tiró encima, ese gallego
asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones.
Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos-, que lo tiré contra
la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la
oscuridad?
-No.
-Mejor. Desde aquí puedo ver
la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
-Pero esa mujer estaba
desnuda -dice, argumenta contra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el
monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
Bruscamente se ríe.
-Tuve que pagar la mortaja de
mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
Repite varias veces “Eso le
demuestra”, como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.
-Tuve que buscar ayuda para
cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se
quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la
cabeza, pobre gente.
-¿Pobre gente?
-Sí, pobre gente -el coronel
lucha contra una escurridiza cólera interior-. Yo también soy argentino.
-Yo también, coronel, yo
también. Somos todos argentinos.
-Ah, bueno -dice.
-¿La vieron así?
-Sí, ya le dije que esa mujer
estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire,
¿sabe? Con todo, con todo…
La voz del coronel se pierde
en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en
sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o
qué. Yo también me sirvo un whisky.
-Para mí no es nada -dice el
coronel-. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y
hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese
cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo
mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no
me da… Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se
sacude el agua.
-A mí no me podía sorprender.
Pero ellos…
-¿Se impresionaron?
-Uno se desmayó. Lo desperté
a bofetadas. Le dije: “Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que enterrar
a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo.”
Después me agradeció.
Miró la calle. “Coca” dice el
letrero, plata sobre rojo. “Cola” dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila
inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche,
la ciudad, el mundo. “Beba”.
-Beba -dice el coronel.
Bebo.
-¿Me escucha?
-Lo escucho.
Le cortamos un dedo.
-¿Era necesario?
El coronel es de plata,
ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
-Tantito así. Para
identificarla.
-¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve
roja. “Beba”.
-Sabíamos, sí. Las cosas
tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
-Comprendo.
-La impresión digital no
agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.
-¿Y?
-Era ella. Esa mujer era
ella.
-¿Muy cambiada?
-No, no, usted no me
entiende. Igualita. Parecía que iba a hablar, que iba a… Lo del dedo es para
que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
-¿El profesor R.?
-Sí. Eso no lo podía hacer
cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
En algún lugar de la casa
suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del
coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.
-¿Enciendo?
-No.
-Teléfono.
-Deciles que no estoy.
Desaparece.
-Es para putearme -explica el
coronel-. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.
-Ganas de joder -digo
alegremente.
-Cambié tres veces el número
del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
-¿Qué le dicen?
-Que a mi hija le agarre la
polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
Oigo el hielo en el vaso,
como un cencerro lejano.
-Hice una ceremonia, los
arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo
la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
El coronel está de pie y bebe
con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él
como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco,
recortado y negro, rojo y plata.
-La sacamos en un furgón, la
tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola,
escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona,
estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué
era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el
coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal
vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina,
colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.
-Llueve -dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro
Sirio, el cazador Orión.
-Llueve día por medio -dice
el coronel-. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas,
el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
-¡Está parada! -grita el
coronel-. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra
punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo
que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
-No me haga caso -dice, se
sienta-. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su
memoria.
Me paro, le toco el hombro.
-¿Eh? -dice- ¿Eh? -dice.
Y me mira con desconfianza,
como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
-¿La sacaron del país?
-Sí.
-¿La sacó usted?
-Sí.
-¿Cuántas personas saben?
-DOS.
-¿El Viejo sabe?
Se ríe.
-Cree que sabe.
-¿Dónde?
No contesta.
-Hay que escribirlo,
publicarlo.
-Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
-¡Ahora! -me exaspero-. ¿No
le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para
siempre, coronel!
La lengua se le pega al
paladar, a los dientes.
-Cuando llegue el momento…
usted será el primero…
-No, ya mismo. Piense. Paris
Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
Se ríe.
-¿Dónde, coronel, dónde?
Se para despacio, no me
conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.
Y mientras salgo derrotado,
pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice
inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas,
probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que
justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me
alcanza como una revelación.
-Es mía -dice simplemente-.
Esa mujer es mía.
Operación Masacre es una película argentina filmada en
la clandestinidad durante la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse en 1972, y
estrenada comercialmente el 27 de septiembre de 1973. El argumento se basó en
el libro homónimo escrito por Rodolfo Walsh. Fue dirigida por Jorge Cedrón y
sus protagonistas fueron Norma Aleandro, Carlos Carella, Víctor Laplace, Ana
María Picchio, Walter Vidarte, Miguel Narciso Bruse y Julio Troxler.
Rodolfo Jorge Walsh
(Lamarque, Río Negro, Argentina; 9 de enero de 1927 - desaparecido por la
última dictadura argentina en Buenos Aires, Argentina; 25 de marzo de 1977) fue
un periodista, escritor y traductor argentino. Integró las organizaciones
guerrilleras FAP y Montoneros. Es reconocido por ser un
pionero en la escritura de novelas testimoniales como Operación Masacre -considerada como la primera novela de
No-ficción- y ¿Quién mató a Rosendo?,
aunque también sobresalió como escritor de ficción.
Opositor a la última
dictadura cívico-militar que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983, como
integrante y combatiente de la organización Montoneros
y en medio de una masacre generalizada de sus militantes, no aceptó salir del
país para ser protegido y eligió escribir cartas abiertas. La primera fue la
famosa Carta abierta de un escritor a la
Junta Militar. El 25 de marzo de 1977, al día siguiente del primer
aniversario del golpe cívico militar, mientras echaba las primeras copias en
buzones de la Ciudad de Buenos Aires y se dirigía a una cita con un compañero
de la Organización (el encuentro había sido revelado en una mesa de torturas de
la ESMA), fue emboscado, atacado y acribillado a balazos por un grupo de
tareas, el cual se llevó su cuerpo moribundo y lo secuestró ilegalmente. Pasó a
integrar la lista de desaparecidos.
Biografía
Primeros años
Rodolfo Walsh nació el
9 de enero de 1927 en Pueblo Nuevo de la Colonia de Choele-Choel (que desde
1942 se llamó Lamarque), en la provincia de Río Negro (Argentina).
En 1941, llegó a Buenos
Aires para realizar sus estudios secundarios, primero en un colegio de monjas
en Capilla del Señor y después en el Instituto
Fahy de Moreno, un colegio pupilo a cargo de curas de una congregación
irlandesa, destinado a hijos de familias con ascendencia de esa nacionalidad.
La experiencia en este último le serviría para ambientar tres cuentos que
formaron el «ciclo de los irlandeses»: irlandeses
detrás de un gato, Los oficios
terrestres y Un oscuro día de
justicia. Los tres fueron publicados en libros (El primero en Los oficios terrestres, en 1965; el
segundo, en Un kilo de oro en 1967 y,
el tercero, en un volumen propio en 1973, con una entrevista hecha por Ricardo
Piglia a modo de prólogo); han sido reunidos en otras ediciones. En la de los Cuentos completos hecha por la editorial
De la Flor y al cuidado de Piglia se
incluyó un cuarto cuento, El 37,
publicado en 1960 en una antología de la editorial Jorge Álvarez bajo el título
Memorias de infancia.
Cursó dos años de la
carrera de Letras en la Universidad de La
Plata; abandonó para emplearse en los más diversos oficios: fue oficinista
de un frigorífico, obrero, lavacopas, vendedor de antigüedades y limpiador de
ventanas.
A los 17 años, había
comenzado a trabajar como corrector en la editorial Hachette. Poco después hizo sus primeras armas en el periodismo,
publicando artículos y cuentos en diversos medios de Buenos Aires y La Plata.
Actividad periodística
Desde 1951 hasta 1961,
trabajó para las revistas Leoplán, Panorama, y Vea y Lea, además de continuar
en la editorial Hachette, ya como traductor. Por esos años publicó las
antologías Diez cuentos policiales
argentinos (1953) y Antología del
cuento extraño (1956). Tanto las ediciones de 1976 como la de 2014
reaparecieron en cuatro tomos.
En 1953, salió su primer
libro, Variaciones en rojo, que
contiene tres novelas cortas de género policial, al que Walsh era muy
aficionado, con la que obtuvo el Primer
Premio Municipal de Literatura de Buenos Aires. Está dedicado a Elina
Tejerina, su primera mujer y madre de sus dos hijas, Victoria y Patricia. Años
más tarde, Walsh renegaría de este libro.
En junio de 1956 se
produjo un levantamiento militar contra el gobierno de facto que había
derrocado a Juan Domingo Perón en septiembre de 1955. El levantamiento fue
reprimido y durante la madrugada entre el 9 y el 10 de junio nueve civiles
fueron detenidos y fusilados en un basural de José León Suárez sobre la ruta 4,
al lado de un club alemán. Walsh presenció el levantamiento y los combates
callejeros en La Plata, donde residía. Meses después, en un bar que
frecuentaba, un hombre se le acercó y le dio la primicia que cambiaría su vida:
«Hay un fusilado que vive».
Walsh logró identificar
al sobreviviente como Juan Carlos Livraga, al que entrevistó, y por quien pudo
saber que había otros sobrevivientes. Los meses siguientes fueron de un febril
trabajo de persecución y búsqueda, interrogando a conocidos, vecinos y
sobrevivientes. Walsh alquiló una casa en el Delta de Tigre bajo el nombre
falso de Francisco Freire, y en unos meses escribió la primera versión de lo
que luego sería Operación Masacre. El
prólogo de la primera edición en libro evidencia las intenciones de Walsh de no
dar por terminada la investigación una vez publicada:
Esta
es la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de
mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la
paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar y casi ni enterarse.
Al fin, del 15 de enero
al 30 de marzo de 1957, consiguió la publicación en el pequeño diario
nacionalista Revolución Nacional. Del
27 al 29 de junio, publicó nueve artículos más en la revista Mayoría de los hermanos Tulio y Bruno
Jacovella, por cuya recomendación, Walsh se presentó en el Estudio Ramos Mejía
donde funcionaba el semanario Azul y
Blanco donde pidió hablar con el Dr. Marcelo Sánchez Sorondo, su director.
En diciembre de 1957
apareció la primera edición del libro, con el subtítulo «Un proceso que no ha
sido clausurado», de Ediciones Sigla, sostenida por Jorge Ramos Mejía,
propiedad de Sánchez Sorondo. En reediciones posteriores (1964, 1969, siete
ediciones entre 1972 y 1974), Walsh fue rectificando datos, agregando y
suprimiendo prólogos y epílogos, comentando el impacto del libro con el paso de
los años, demostrando al mismo tiempo la evolución de su pensamiento, que fue
virando cada vez más hacia la militancia política y alejándose de la escritura
de ficción. Operación masacre es
considerada una pieza de investigación periodística precursora del Nuevo Periodismo y considerada por
algunos la primera novela testimonial o novela de no-ficción, anticipándose por
diez años a A sangre fría del
estadounidense Truman Capote, fundadora del género en el ámbito anglosajón.
Actividad política
Hasta 1957, la relación
de Walsh con grupos políticos había sido casi nula. Entre 1944 y 1945 tuvo
acercamientos a la Alianza Libertadora
Nacionalista, un agrupamiento que Walsh caracterizó años más tarde como «la
mejor creación del nazismo en la Argentina... antisemita y anticomunista en una
ciudad donde los judíos y la izquierda tenían peso propio».
Fue antiperonista y
apoyó el golpe de Estado que derrocó a Perón en 1955, por lo menos hasta
octubre de 1956, en que firmó en la revista Leoplán
la nota «Aquí cerraron sus ojos», laudatoria de los aviadores navales caídos
mientras bombardeaban a resistentes peronistas durante la Revolución Libertadora.7 En septiembre de 1958, afirmó:
No
soy peronista, no lo he sido ni tengo intención de serlo... Puedo, sin
remordimiento, repetir que he sido partidario del estallido de septiembre de
1955. No solo por apremiantes motivos de afecto familiar ―que los había―, sino
que abrigué la certeza de que acababa de derrocarse un sistema que burlaba las
libertades civiles, que fomentaba la obsecuencia por un lado y los desbordes
por el otro. Y no tengo corta memoria: lo que entonces pensé, equivocado o no,
sigo pensándolo… Lo que no comprendo bien es que se pretenda obligarnos a optar
entre la barbarie peronista y la barbarie revolucionaria. Entre los asesinos
del Dr. Ingalinella y los asesinos de Satanowsky.
En 1959, viajó a Cuba,
donde junto con sus colegas y compatriotas Jorge Masetti, Rogelio García Lupo
(a quienes conoció durante su paso por la ALN)
y Gabriel García Márquez fundó la agencia Prensa
Latina. En 1960 interceptó por accidente y logró descifrar con un manual de
criptografía las comunicaciones secretas entre la CIA y agentes en Guatemala
sobre los preparativos para la invasión de Playa Girón. Walsh quería hacer una
gran nota sobre el tema pero el gobierno cubano vetó la idea. Masetti también
maquinó que Walsh se infiltrara disfrazado de sacerdote que vendía biblias en
los campos de entrenamiento de cubanos en Retalhuleu, Guatemala, pero el
gobierno cubano tenía otros planes de espionaje y rechazó la idea. Masetti y
García Márquez volaron en misión periodística a Perú y al volver hicieron una
escala inesperada en Guatemala. Masetti quería espiar los campos de
entrenamiento de Retalhuleu y García Márquez lo disuadió. En cambio, se tomaron
unas fotos testimoniales en Guatemala con su inconfundible volcán de fondo y
escribieron en base a los cables descifrados la historia de un viaje
clandestino enriquecido con detalles imaginados, que enviaron al presidente
Miguel Ydígoras Fuentes.
En febrero de 1961, sin
conocimiento del gobierno cubano, Walsh envió un extenso reportaje a la revista
Che de Buenos Aires revelando
correspondencia del embajador de Estados Unidos en Guatemala, y si bien no
mencionaba los campos de entrenamiento revelaba cómo había descifrado las
claves. Masetti había renunciado a su cargo en la Agencia dos días antes de la
publicación, el gobierno intervino la agencia y Walsh debió renunciar.
De regreso a la
Argentina trabajó en la revista Panorama
y durante la dictadura de Onganía, fundó el semanario de la CGT de los Argentinos que dirigió entre
1968 y 1970, y que luego de la detención de Raimundo Ongaro y el allanamiento
en 1969 a la CGTA se publicó en forma
clandestina.
En esos años, publicó
sus dos únicas obras de teatro (La
granada y La batalla) y sus
colecciones de cuentos más célebres: Los oficios terrestres (1965, que incluye
el cuento «Esa mujer») y Un kilo de oro
(1967). A partir de 1968, según escribió Walsh, sus ideas sobre literatura y
compromiso político se modifican de modo sustancial, empezando a privilegiar al
segundo por sobre la primera.
Este acercamiento al
activismo militante desembocó en 1973 en su ingreso a Montoneros.
En 1969, publicó ¿Quién mató a Rosendo?, una
investigación sobre el asesinato del dirigente sindical Rosendo García. Walsh
concluyó que el responsable era Augusto Timoteo Vandor, secretario general de
la CGT, y partidario de una política
menos combativa y más concesiva con el gobierno militar. Se sorprendió al
enterarse de su asesinato.
Siguió viviendo en Lorelei, la casa alquilada en el Delta
de Tigre, donde escribió la primera versión de Operación masacre y donde residía desde su regreso de Cuba (1961).
En 1967, conoció a
Lilia Ferreyra, quien sería su compañera hasta su desaparición.
Militancia en
Montoneros
A mediados de 1970,
Walsh había empezado a relacionarse con el Peronismo de Base, brazo político de
las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP).
Luego de una escisión, producida por diferencias políticas, un sector de esta
organización se fusiona con Montoneros.
En Montoneros su primer nombre de
guerra fue «Esteban» y, luego, «El Capitán», «Profesor Neurus» o «Neurus».
Según Verbitsky, Walsh
conoció a los hermanos Villaflor, sobre quienes escribió en ¿Quién mató a Rosendo?, en la CGTA y, al principio, cuando le
plantearon entrar en las Fuerzas Armadas
Peronistas se negó.
En 1972, escribió
durante un año en el Semanario Villero
y a partir de 1973 en el diario Noticias
junto a sus amigos Horacio Verbitsky, Paco Urondo, Juan Gelman y Miguel
Bonasso, entre otros. Ese año participó en la adaptación al cine de Operación masacre, dirigida por Jorge
Cedrón, con la participación de Julio Troxler, un sobreviviente del episodio,
interpretándose a sí mismo. La película fue filmada en la clandestinidad y
estrenada un año más tarde.
En 1973 publicó su
tercera y última investigación en libro, el
Caso Satanowsky, sobre el asesinato de un abogado por agentes de la SIDE
por un conflicto de propiedad del diario La
Razón. Aunque el caso y su investigación por parte de Walsh tuvieron lugar
entre 1958 y 1959, Walsh no publicó las notas en forma de libro hasta ese
momento.
Al mismo tiempo publicó
el relato Un oscuro día de justicia
con una entrevista hecha por Ricardo Piglia a modo de prólogo, en la que
exponía su pensamiento y su idea de que la escritura no puede desligarse de la
militancia política. Walsh no volvió a publicar ficción, dedicándose a la
actividad periodística y la militancia en Montoneros,
movimiento al que ingresó ese año.
En 1974 comenzaron las
diferencias de Walsh con la dirigencia del movimiento, a partir del pase a la
clandestinidad decidido por la misma. A finales de 1975 algunos oficiales, entre
los que estaba Walsh, comenzaron a elaborar documentos afirmando que Montoneros debía «volver a integrarse
al pueblo, separar a la organización en células de combate estancas e
independientes, distribuir el dinero entre las mismas y tratar de organizar una
resistencia masiva, basada más en la inserción popular que en operativos del
tipo foquista».
ANCLA
El 24 de marzo de 1976,
las Fuerzas Armadas derrocaron a Estela Martínez, dio comienzo a lo que
llamaron Proceso de Reorganización
Nacional. La Junta Militar aplicó censuras sobre los medios de
comunicación, intervino los sindicatos y emprendió una política de Terrorismo de Estado que implicó el
secuestro, la tortura y la desaparición de miles de personas.
Ante la censura, Walsh
creó ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), junto a los militantes y
periodistas Carlos Aznárez, Lila Pastoriza y Lucila Pagliai. El proyecto
consistía en la puesta en marcha de una cadena informativa que emitió más de
200 cables que circulaban de mano en mano. En estas gacetillas se podía leer:
Reproduzca
esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a
máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez
las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la
incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de
un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información. Rodolfo
Walsh.
Tras el asesinato de
Walsh, el exilio de Aznárez y Pagliai y el secuestro de Pastoriza, la tarea fue
continuada por Horacio Verbitsky hasta el año siguiente.
Muerte de su hija
Victoria y de Paco Urondo
El año 1976 no sólo
representó un cambio en la vida de Walsh por su pase a la clandestinidad, sino
también por dos pérdidas muy significativas: la de su amigo, el poeta y
militante Paco Urondo y la de su hija Victoria.
Urondo fue emboscado y
asesinado en Mendoza el 17 de junio.22 En un texto en que relató el hecho,
Walsh criticó la decisión de la conducción del movimiento de enviar a Urondo a
una zona que se sabía peligrosa:
El
traslado de Paco a Mendoza fue un error. Cuyo era una sangría permanente desde
1975, nunca se la pudo mantener en pie. El Paco duró pocas semanas… Fue
temiendo lo que sucedería. Hubo un encuentro con un vehículo enemigo, una
persecución, un tiroteo de los dos coches a la par. Iban Paco, Lucía con la
nena y una compañera. Tenían una metra, pero estaba en el baúl. No se pudieron
despegar. Finalmente Paco frenó, buscó algo en su ropa y dijo: «Disparen
ustedes». Luego agregó: «Me tomé la pastilla y ya me siento mal». La compañera
recuerda que Lucía le dijo: «Pero, papá, ¿por qué hiciste eso». La compañera
escapó entre las balas, y días después llegó herida a Buenos Aires… A Paco le
pegaron dos tiros en la cabeza, aunque probablemente ya estaba muerto.
En 2011, se supo que
Urondo mintió cuando le dijo a su esposa que había ingerido la pastilla de
cianuro; lo dijo para quedarse en el auto como blanco de los policías, e
incitarla a escapar con su hija de dos años. Urondo falleció por estallido de
cráneo provocado por un culatazo de fusil que le propinó el policía Celustiano
Lucero.
El 29 de septiembre, su
hija María Victoria (su nombre de guerra era «Hilda», y «Vicki» para los
familiares y amigos), oficial 2º de Montoneros,
murió en un enfrentamiento (el Combate de
la calle Corro) con el Ejército, un día después de cumplir 26 años. Al
verse rodeada y sin posibilidad de escape en la terraza, ella y Alberto Molina,
el último sobreviviente, levantaron los brazos y tras un breve discurso que
finalizó con la frase: «Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir», se
dispararon en la sien. En diciembre, Walsh publicó un mensaje ―en el que relata
las circunstancias del hecho― llamado Carta
a mis amigos.2 La carta termina con
una reflexión:
En
el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi
hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota
desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki
pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que
eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es
una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y
esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en
ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella.
Su otra hija, Patricia,
es una dirigente política argentina que llegó a ser diputada nacional por la
coalición Izquierda Unida y desde
2007 se desempeñó como legisladora de la ciudad de Buenos Aires.
Asesinato y
desaparición
Walsh pasó sus últimos
meses en una casa de San Vicente (Buenos Aires), dado que una de sus dos casas
en el Delta (Liberación) habían sido allanada por la Armada. A pesar de que no
había vuelto a publicar ficción, Walsh continuó escribiendo relatos como Juan se iba por el río. Tanto éste como
otros escritos inéditos suyos fueron secuestrados por personal de las Fuerzas
Armadas cuando allanaron esa vivienda (también usurpada) el día de su asesinato
y no han podido ser recuperados.
El 24 de marzo de 1977,
al cumplirse el primer aniversario del golpe militar, Walsh terminó su última
obra, la Carta abierta de un escritor a
la Junta Militar, en la que denunciaba tanto los crímenes de secuestro y
desaparición de personas como las consecuencias de las políticas económicas de
orientación neoliberal aplicadas por José Alfredo Martínez de Hoz, que
produjeron un aumento de la desocupación y la pobreza y destruyeron la
industria nacional. La Carta termina con una contundente afirmación de Walsh:
Estas
son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he
querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser
escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí
hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.
Rodolfo Walsh. - C. I.
2845022. Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.
Un día después, tras
enviar por correo las primeras copias de la Carta abierta en la Plaza
Constitución (según narra su última pareja, Lilia Ferreyra, en el documental P4R+Operación Walsh), Walsh fue
emboscado y secuestrado. Las versiones afirman que el escritor había sido
citado por un contacto en el cruce de las avenidas San Juan y Entre Ríos, en el
barrio de San Cristóbal, cuando el Grupo
de Tareas 3.3. de la Escuela de
Mecánica de la Armada, comandado por Alfredo Astiz y Jorge Tigre Acosta, bajó de un auto y le dio
la orden de entregarse, pero Walsh se resistió, sacó una pistola calibre 22
corto y logró herir a un atacante, pero fue acribillado por una ráfaga de FAL.
Herido de muerte, fue subido al auto y secuestrado. Existen versiones que
indican que Walsh disparó para no ser atrapado vivo, ya que la pequeña arma que
portaba no era suficiente para sostener un enfrentamiento armado. Testimonios
de sobrevivientes señalaron haber visto el cuerpo sin vida de Walsh en la ESMA, pero no hay información del paradero
de sus restos, que permanecen desaparecidos.
Memoria
La personalidad de
Walsh ha sido destacada en los ámbitos literarios como un caso paradigmático de
la tensión entre el intelectual y la política, o entre el escritor y el
compromiso revolucionario. No obstante, Walsh se consideraba un combatiente
revolucionario antes que un escritor, y así lo manifestó.
Después de la
recuperación de la democracia en 1983, la editorial De la Flor publicó póstumos textos, relatos, artículos inéditos y
otros aparecidos en publicaciones pero nunca reunidos en libro, en volúmenes
como Cuento para tahúres y otros relatos
policiales (1987) o Ese hombre y
otros papeles personales (1995). En 1996 se publicó su obra periodística
bajo el título El violento oficio de
escribir, y en 2013 aparecieron sus Cuentos
completos con un prólogo de Ricardo Piglia, que incluye relatos inéditos.
Su vida y obra de Walsh
fueron retratados en el documental P4R+,
Operación Walsh (2000), con dirección de Gustavo Gordillo y Gabriel
Mariotto, de la Universidad Nacional de
Lomas de Zamora y ha recibido premios nacionales (Cóndor de Plata al mejor
videofilme, año 2000) e internacionales.
En marzo de 2012, al
cumplirse 35 años de su secuestro, asesinato y desaparición, se inauguró la
instalación "Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar”, en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex
ESMA). La obra consta de catorce paneles de vidrio con la transcripción
completa del texto que Walsh elaboró al cumplirse el primer aniversario de la
dictadura cívico-militar y que había enviado por correo el 25 de marzo de 1977
poco antes de su muerte. La instalación tomó como base la idea del artista
plástico León Ferrari, y se encuentra ubicada frente al edificio del Casino de
Oficiales.
En marzo de 2013 la
Legislatura de Buenos Aires aprobó en doble lectura y con 47 votos a favor, la
adición del nombre de Rodolfo Walsh a la estación Entre Ríos de la línea E del
Subte de Buenos Aires, ubicada en la esquina donde fue asesinado el escritor.
Varias instituciones
educativas llevan su nombre. Tal el caso de la Escuela de Educación Media Nº 1 de la Ciudad de Buenos Aires; la
de Educación Técnica N° 2 de Florencio
Varela; la Municipal Secundaria N°
210 en Mar del Plata;3 la Secundaria
N° 4 de Adolfo Gonzales Chaves; una secundaria en Córdoba y la Técnica
N° 2 en La Plata, donde también se encuentra la Especial N° 515 "Elina Tejerina de Walsh", nombrada en
homenaje a su primera esposa, quien se desempeñó como maestra para no videntes.
Proceso judicial por su
desaparición
Por ese delito hubo
juicio: Los acusados, quienes según la Cámara Federal de Apelaciones «paseaban
a secuestrados en automóvil» para identificar a Walsh, también llevaron a quien
«cantó» esa cita que el escritor tenía en el lugar donde se lo secuestró.
Ricardo Coquet, un sobreviviente que testificó ante el juez Torres, relató que
uno de los imputados, el exoficial Weber, le contó orgulloso:
Lo
bajamos a Walsh. El hijo de puta se parapetó detrás de un árbol y se defendía
con una 22. Lo cagamos a tiros y no se caía el hijo de puta.
El 26 de octubre de
2005, fueron detenidos 12 militares, entre los que estaba el ex marino Juan
Carlos Rolón, en relación con la muerte de Rodolfo Walsh.
El 17 de diciembre de
2007 el juez federal Sergio Torres elevó la causa a juicio oral, de la que
quedó excluido como acusado el ex prefecto Héctor Antonio Febrés que falleció
horas antes por ingestión de cianuro en hechos que requirieron una
investigación.
El 26 de octubre de
2011, fue leído el veredicto por el Tribunal compuesto por los jueces Ricardo
Farías, Daniel Obligado y Germán Castelli, luego de casi dos años de audiencias
por los que declararon 160 testigos, 79 de los cuales eran sobrevivientes del
centro clandestino.
El fallo se leyó ante
una masiva concurrencia de militantes políticos y de organizaciones de derechos
humanos, también ingresaron al Tribunal
Federal Oral 5 el secretario de Derechos
Humanos de la Nación, Eduardo Luis Duhalde; el presidente del Consejo de la Magistratura, Mario Fera; el secretario letrado de la Corte Suprema,
Alfredo Kraut, y la titular de Abuelas de
Plaza de Mayo, Estela de Carlotto.
A medida que se
comunicaban las sentencias, el público aplaudía y festejaba. La situación más
tensa ocurrió cuando se leyó la sentencia a Astiz, quien fue condenado a
reclusión perpetua. En ese momento, aumentaron los gritos en su contra, lo que
motivó una leve sonrisa del ex militar que, además, se tocó la escarapela que
llevaba en su saco.
Fueron también
condenados a prisión perpetua:
Jorge Tigre Acosta,
Ricardo Cavallo,
Antonio Rata Pernías,
Adolfo Donda Tigel,
Oscar Antonio Montes,
Alberto Eduardo Gato
González,
Jorge Carlos Ruger
Radice,
Néstor Omar Norberto
Savio,
Raúl Enrique Mariano
Scheller y
Ernesto Frimón Weber.
Además, fueron
condenados a 25 años de prisión Juan Carlos Fotea y Manuel Jacinto García Tallada.
Carlos Antonio Tomy Capdevilla deberá cumplir 20 años de prisión. Juan Antonio Piraña Azic: 18 años. Pablo Eduardo
García Velasco, Julio César Coronel y Juan Carlos Rolón fueron absueltos.
El
intelectual en su trampa
Cuatro
meses totalmente dedicados a la clase obrera, que lo aprecia a razón de veinte
mil ejemplares por mes (el Semanario CGTA). Viendo, de todas maneras, pasar a
mi lado a la gente, las mil cosas absurdas que suceden a cada rato en la calle,
o divertidas en la casa, y también fatigosas en cualquier parte, viendo y
pensando, eso, eso es lo que habría que contar. Sin tiempo para contar nada,
sumergido, violando promesas, juntando arrepentimiento, y sabiendo que lo que
hago está bien, apreciándome digo, en mi resolución, mi ascetismo, mi renuncia
al bestsellerismo, al leonismo y toda la facilidad que brinda
una Buenos Aires consumidora, brillante, fatua, finalmente aburrida.
Rodolfo Walsh
Obras
Cuentos
Variaciones en rojo (1953)
Los oficios terrestres (1965)
Un kilo de oro (1967)
Un oscuro día de justicia (1973)
Antologías
Diez cuentos policiales argentinos (1953)
Antología del cuento extraño (1956)
Investigaciones periodísticas
Operación Masacre (1957)
¿Quién mató a Rosendo? (1969)
Caso Satanowsky (1973)
Teatro
La granada (1965)
La batalla (1965)
Póstumos
Cuento para tahúres y otros relatos policiales
(1987)
Ese hombre y otros papeles personales (1995)
El violento oficio de escribir (1953-1977)
Cuentos completos (2013)
En octubre de 2018 se lanzará el libro Rodolfo
Walsh, reportero en Chile. 1970-1971, donde se reúnen sus textos de “enviado
especial” desde Argentina a registrar los albores del gobierno de Salvador
Allende.46
Filmografía
Su cuento Un kilo de oro fue uno de los relatos en
que basó el guion del filme Dale nomás (1974) de Osiris Wilemsky.
En 1973 se estrenó la película Operación Masacre
dirigida por Jorge Cedrón.
Televisión
En 2015, la Televisión Pública lanzó Variaciones
Walsh, una serie de 12 episodios basados en cuentos de Walsh.
Bibliografía
Sánchez Sorondo, Marcelo (2001): Memorias. Buenos
Aires: Sudamericana, 2001.
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