Saturday, December 22, 2018

RODOLFO WALSH


Esa mujer
Rodolfo Walsh

El coronel elogia mi puntualidad:
-Es puntual como los alemanes -dice.
-O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán.
Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
-He leído sus cosas -propone-. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.
Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
-Esos papeles -dice.
Lo miro.
-Esa mujer, coronel.
Sonríe.
-Todo se encadena -filosofa.
A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
-La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.
-¿Mucho daño? -pregunto. Me importa un carajo.
-Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años -dice.
El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.
Entra su mujer, con dos pocillos de café.
-Contale vos, Negra.
Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.
-La pobre quedó muy afectada -explica el coronel-. Pero a usted no le importa esto.
-¡Cómo no me va a importar!… Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.
El coronel se ríe.
-La fantasía popular -dice-. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.
Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
-Cuénteme cualquier chiste -dice.
Pienso. No se me ocurre.
-Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
-¿Y esto?
-La tumba de Tutankamón -dice el coronel-. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
-Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.
-¿Qué más? -dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
-Le pegó un tiro una madrugada.
-La confundió con un ladrón -sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.
-Pero el capitán N…
-Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.
-¿Y usted, coronel?
-Lo mío es distinto -dice-. Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
-Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
-Me gustaría.
-Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?
-Ojalá dependa de mí, coronel.
-Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.
-Mire.
A la pastora le falta un bracito.
-Derby -dice-. Doscientos años.
La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
-¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
-Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
-Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
-¿Qué querían hacer?
-Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuánta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
-Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.
-Y orinarle encima.
-Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando el vaso.
No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
-Esa mujer -le oigo murmurar-. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
-Desnuda -dice-. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente-, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso…
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
-Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.
-…se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos-, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
-No.
-Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
-Pero esa mujer estaba desnuda -dice, argumenta contra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
Bruscamente se ríe.
-Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
Repite varias veces “Eso le demuestra”, como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.
-Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
-¿Pobre gente?
-Sí, pobre gente -el coronel lucha contra una escurridiza cólera interior-. Yo también soy argentino.
-Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
-Ah, bueno -dice.
-¿La vieron así?
-Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo…
La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.
-Para mí no es nada -dice el coronel-. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da… Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.
-A mí no me podía sorprender. Pero ellos…
-¿Se impresionaron?
-Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: “Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo.” Después me agradeció.
Miró la calle. “Coca” dice el letrero, plata sobre rojo. “Cola” dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. “Beba”.
-Beba -dice el coronel.
Bebo.
-¿Me escucha?
-Lo escucho.
Le cortamos un dedo.
-¿Era necesario?
El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
-Tantito así. Para identificarla.
-¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve roja. “Beba”.
-Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
-Comprendo.
-La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.
-¿Y?
-Era ella. Esa mujer era ella.
-¿Muy cambiada?
-No, no, usted no me entiende. Igualita. Parecía que iba a hablar, que iba a… Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
-¿El profesor R.?
-Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.
-¿Enciendo?
-No.
-Teléfono.
-Deciles que no estoy.
Desaparece.
-Es para putearme -explica el coronel-. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.
-Ganas de joder -digo alegremente.
-Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
-¿Qué le dicen?
-Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
-Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.
-La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.
-Llueve -dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
-Llueve día por medio -dice el coronel-. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
-¡Está parada! -grita el coronel-. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
-No me haga caso -dice, se sienta-. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su memoria.
Me paro, le toco el hombro.
-¿Eh? -dice- ¿Eh? -dice.
Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
-¿La sacaron del país?
-Sí.
-¿La sacó usted?
-Sí.
-¿Cuántas personas saben?
-DOS.
-¿El Viejo sabe?
Se ríe.
-Cree que sabe.
-¿Dónde?
No contesta.
-Hay que escribirlo, publicarlo.
-Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
-¡Ahora! -me exaspero-. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
La lengua se le pega al paladar, a los dientes.
-Cuando llegue el momento… usted será el primero…
-No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
Se ríe.
-¿Dónde, coronel, dónde?
Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.
Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.
-Es mía -dice simplemente-. Esa mujer es mía.

Operación Masacre es una película argentina filmada en la clandestinidad durante la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse en 1972, y estrenada comercialmente el 27 de septiembre de 1973. El argumento se basó en el libro homónimo escrito por Rodolfo Walsh. Fue dirigida por Jorge Cedrón y sus protagonistas fueron Norma Aleandro, Carlos Carella, Víctor Laplace, Ana María Picchio, Walter Vidarte, Miguel Narciso Bruse y Julio Troxler.


Rodolfo Jorge Walsh (Lamarque, Río Negro, Argentina; 9 de enero de 1927 - desaparecido por la última dictadura argentina en Buenos Aires, Argentina; 25 de marzo de 1977) fue un periodista, escritor y traductor argentino. Integró las organizaciones guerrilleras FAP y Montoneros. Es reconocido por ser un pionero en la escritura de novelas testimoniales como Operación Masacre -considerada como la primera novela de No-ficción- y ¿Quién mató a Rosendo?, aunque también sobresalió como escritor de ficción.
Opositor a la última dictadura cívico-militar que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983, como integrante y combatiente de la organización Montoneros y en medio de una masacre generalizada de sus militantes, no aceptó salir del país para ser protegido y eligió escribir cartas abiertas. La primera fue la famosa Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. El 25 de marzo de 1977, al día siguiente del primer aniversario del golpe cívico militar, mientras echaba las primeras copias en buzones de la Ciudad de Buenos Aires y se dirigía a una cita con un compañero de la Organización (el encuentro había sido revelado en una mesa de torturas de la ESMA), fue emboscado, atacado y acribillado a balazos por un grupo de tareas, el cual se llevó su cuerpo moribundo y lo secuestró ilegalmente. Pasó a integrar la lista de desaparecidos.

Biografía

Primeros años

Rodolfo Walsh nació el 9 de enero de 1927 en Pueblo Nuevo de la Colonia de Choele-Choel (que desde 1942 se llamó Lamarque), en la provincia de Río Negro (Argentina).
En 1941, llegó a Buenos Aires para realizar sus estudios secundarios, primero en un colegio de monjas en Capilla del Señor y después en el Instituto Fahy de Moreno, un colegio pupilo a cargo de curas de una congregación irlandesa, destinado a hijos de familias con ascendencia de esa nacionalidad. La experiencia en este último le serviría para ambientar tres cuentos que formaron el «ciclo de los irlandeses»: irlandeses detrás de un gato, Los oficios terrestres y Un oscuro día de justicia. Los tres fueron publicados en libros (El primero en Los oficios terrestres, en 1965; el segundo, en Un kilo de oro en 1967 y, el tercero, en un volumen propio en 1973, con una entrevista hecha por Ricardo Piglia a modo de prólogo); han sido reunidos en otras ediciones. En la de los Cuentos completos hecha por la editorial De la Flor y al cuidado de Piglia se incluyó un cuarto cuento, El 37, publicado en 1960 en una antología de la editorial Jorge Álvarez bajo el título Memorias de infancia.
Cursó dos años de la carrera de Letras en la Universidad de La Plata;​ abandonó para emplearse en los más diversos oficios: fue oficinista de un frigorífico, obrero, lavacopas, vendedor de antigüedades y limpiador de ventanas.
A los 17 años, había comenzado a trabajar como corrector en la editorial Hachette. Poco después hizo sus primeras armas en el periodismo, publicando artículos y cuentos en diversos medios de Buenos Aires y La Plata.

Actividad periodística

Desde 1951 hasta 1961, trabajó para las revistas Leoplán, Panorama, y Vea y Lea, además de continuar en la editorial Hachette, ya como traductor. Por esos años publicó las antologías Diez cuentos policiales argentinos (1953) y Antología del cuento extraño (1956). Tanto las ediciones de 1976 como la de 2014 reaparecieron en cuatro tomos.
En 1953, salió su primer libro, Variaciones en rojo, que contiene tres novelas cortas de género policial, al que Walsh era muy aficionado, con la que obtuvo el Primer Premio Municipal de Literatura de Buenos Aires. Está dedicado a Elina Tejerina, su primera mujer y madre de sus dos hijas, Victoria y Patricia. Años más tarde, Walsh renegaría de este libro.
En junio de 1956 se produjo un levantamiento militar contra el gobierno de facto que había derrocado a Juan Domingo Perón en septiembre de 1955. El levantamiento fue reprimido y durante la madrugada entre el 9 y el 10 de junio nueve civiles fueron detenidos y fusilados en un basural de José León Suárez sobre la ruta 4, al lado de un club alemán. Walsh presenció el levantamiento y los combates callejeros en La Plata, donde residía. Meses después, en un bar que frecuentaba, un hombre se le acercó y le dio la primicia que cambiaría su vida: «Hay un fusilado que vive».
Walsh logró identificar al sobreviviente como Juan Carlos Livraga, al que entrevistó, y por quien pudo saber que había otros sobrevivientes. Los meses siguientes fueron de un febril trabajo de persecución y búsqueda, interrogando a conocidos, vecinos y sobrevivientes. Walsh alquiló una casa en el Delta de Tigre bajo el nombre falso de Francisco Freire, y en unos meses escribió la primera versión de lo que luego sería Operación Masacre. El prólogo de la primera edición en libro evidencia las intenciones de Walsh de no dar por terminada la investigación una vez publicada:
Esta es la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar y casi ni enterarse.
Al fin, del 15 de enero al 30 de marzo de 1957, consiguió la publicación en el pequeño diario nacionalista Revolución Nacional. Del 27 al 29 de junio, publicó nueve artículos más en la revista Mayoría de los hermanos Tulio y Bruno Jacovella, por cuya recomendación, Walsh se presentó en el Estudio Ramos Mejía donde funcionaba el semanario Azul y Blanco donde pidió hablar con el Dr. Marcelo Sánchez Sorondo, su director.
En diciembre de 1957 apareció la primera edición del libro, con el subtítulo «Un proceso que no ha sido clausurado», de Ediciones Sigla, sostenida por Jorge Ramos Mejía, propiedad de Sánchez Sorondo. En reediciones posteriores (1964, 1969, siete ediciones entre 1972 y 1974), Walsh fue rectificando datos, agregando y suprimiendo prólogos y epílogos, comentando el impacto del libro con el paso de los años, demostrando al mismo tiempo la evolución de su pensamiento, que fue virando cada vez más hacia la militancia política y alejándose de la escritura de ficción. Operación masacre es considerada una pieza de investigación periodística precursora del Nuevo Periodismo y considerada por algunos la primera novela testimonial o novela de no-ficción, anticipándose por diez años a A sangre fría del estadounidense Truman Capote, fundadora del género en el ámbito anglosajón.

Actividad política

Hasta 1957, la relación de Walsh con grupos políticos había sido casi nula. Entre 1944 y 1945 tuvo acercamientos a la Alianza Libertadora Nacionalista, un agrupamiento que Walsh caracterizó años más tarde como «la mejor creación del nazismo en la Argentina... antisemita y anticomunista en una ciudad donde los judíos y la izquierda tenían peso propio».
Fue antiperonista y apoyó el golpe de Estado que derrocó a Perón en 1955, por lo menos hasta octubre de 1956, en que firmó en la revista Leoplán la nota «Aquí cerraron sus ojos», laudatoria de los aviadores navales caídos mientras bombardeaban a resistentes peronistas durante la Revolución Libertadora.7​ En septiembre de 1958, afirmó:
No soy peronista, no lo he sido ni tengo intención de serlo... Puedo, sin remordimiento, repetir que he sido partidario del estallido de septiembre de 1955. No solo por apremiantes motivos de afecto familiar ―que los había―, sino que abrigué la certeza de que acababa de derrocarse un sistema que burlaba las libertades civiles, que fomentaba la obsecuencia por un lado y los desbordes por el otro. Y no tengo corta memoria: lo que entonces pensé, equivocado o no, sigo pensándolo… Lo que no comprendo bien es que se pretenda obligarnos a optar entre la barbarie peronista y la barbarie revolucionaria. Entre los asesinos del Dr. Ingalinella y los asesinos de Satanowsky.
En 1959, viajó a Cuba, donde junto con sus colegas y compatriotas Jorge Masetti, Rogelio García Lupo (a quienes conoció durante su paso por la ALN) y Gabriel García Márquez fundó la agencia Prensa Latina. En 1960 interceptó por accidente y logró descifrar con un manual de criptografía las comunicaciones secretas entre la CIA y agentes en Guatemala sobre los preparativos para la invasión de Playa Girón. Walsh quería hacer una gran nota sobre el tema pero el gobierno cubano vetó la idea.​ Masetti también maquinó que Walsh se infiltrara disfrazado de sacerdote que vendía biblias en los campos de entrenamiento de cubanos en Retalhuleu, Guatemala, pero el gobierno cubano tenía otros planes de espionaje y rechazó la idea. Masetti y García Márquez volaron en misión periodística a Perú y al volver hicieron una escala inesperada en Guatemala. Masetti quería espiar los campos de entrenamiento de Retalhuleu y García Márquez lo disuadió. En cambio, se tomaron unas fotos testimoniales en Guatemala con su inconfundible volcán de fondo y escribieron en base a los cables descifrados la historia de un viaje clandestino enriquecido con detalles imaginados, que enviaron al presidente Miguel Ydígoras Fuentes.​
En febrero de 1961, sin conocimiento del gobierno cubano, Walsh envió un extenso reportaje a la revista Che de Buenos Aires revelando correspondencia del embajador de Estados Unidos en Guatemala, y si bien no mencionaba los campos de entrenamiento revelaba cómo había descifrado las claves. Masetti había renunciado a su cargo en la Agencia dos días antes de la publicación, el gobierno intervino la agencia y Walsh debió renunciar.
De regreso a la Argentina trabajó en la revista Panorama y durante la dictadura de Onganía, fundó el semanario de la CGT de los Argentinos que dirigió entre 1968 y 1970, y que luego de la detención de Raimundo Ongaro y el allanamiento en 1969 a la CGTA se publicó en forma clandestina.
En esos años, publicó sus dos únicas obras de teatro (La granada y La batalla) y sus colecciones de cuentos más célebres: Los oficios terrestres (1965, que incluye el cuento «Esa mujer») y Un kilo de oro (1967). A partir de 1968, según escribió Walsh, sus ideas sobre literatura y compromiso político se modifican de modo sustancial, empezando a privilegiar al segundo por sobre la primera.
Este acercamiento al activismo militante desembocó en 1973 en su ingreso a Montoneros.
En 1969, publicó ¿Quién mató a Rosendo?, una investigación sobre el asesinato del dirigente sindical Rosendo García. Walsh concluyó que el responsable era Augusto Timoteo Vandor, secretario general de la CGT, y partidario de una política menos combativa y más concesiva con el gobierno militar. Se sorprendió al enterarse de su asesinato.
Siguió viviendo en Lorelei, la casa alquilada en el Delta de Tigre, donde escribió la primera versión de Operación masacre y donde residía desde su regreso de Cuba (1961).
En 1967, conoció a Lilia Ferreyra, quien sería su compañera hasta su desaparición.

Militancia en Montoneros

A mediados de 1970, Walsh había empezado a relacionarse con el Peronismo de Base, brazo político de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Luego de una escisión, producida por diferencias políticas, un sector de esta organización se fusiona con Montoneros. En Montoneros su primer nombre de guerra fue «Esteban» y, luego, «El Capitán», «Profesor Neurus» o «Neurus».
Según Verbitsky, Walsh conoció a los hermanos Villaflor, sobre quienes escribió en ¿Quién mató a Rosendo?, en la CGTA y, al principio, cuando le plantearon entrar en las Fuerzas Armadas Peronistas se negó.
En 1972, escribió durante un año en el Semanario Villero y a partir de 1973 en el diario Noticias junto a sus amigos Horacio Verbitsky, Paco Urondo, Juan Gelman y Miguel Bonasso, entre otros. Ese año participó en la adaptación al cine de Operación masacre, dirigida por Jorge Cedrón, con la participación de Julio Troxler, un sobreviviente del episodio, interpretándose a sí mismo. La película fue filmada en la clandestinidad y estrenada un año más tarde.
En 1973 publicó su tercera y última investigación en libro, el Caso Satanowsky, sobre el asesinato de un abogado por agentes de la SIDE por un conflicto de propiedad del diario La Razón. Aunque el caso y su investigación por parte de Walsh tuvieron lugar entre 1958 y 1959, Walsh no publicó las notas en forma de libro hasta ese momento.
Al mismo tiempo publicó el relato Un oscuro día de justicia con una entrevista hecha por Ricardo Piglia a modo de prólogo, en la que exponía su pensamiento y su idea de que la escritura no puede desligarse de la militancia política. Walsh no volvió a publicar ficción, dedicándose a la actividad periodística y la militancia en Montoneros, movimiento al que ingresó ese año.
En 1974 comenzaron las diferencias de Walsh con la dirigencia del movimiento, a partir del pase a la clandestinidad decidido por la misma. A finales de 1975 algunos oficiales, entre los que estaba Walsh, comenzaron a elaborar documentos afirmando que Montoneros debía «volver a integrarse al pueblo, separar a la organización en células de combate estancas e independientes, distribuir el dinero entre las mismas y tratar de organizar una resistencia masiva, basada más en la inserción popular que en operativos del tipo foquista».

ANCLA

El 24 de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas derrocaron a Estela Martínez, dio comienzo a lo que llamaron Proceso de Reorganización Nacional. La Junta Militar aplicó censuras sobre los medios de comunicación, intervino los sindicatos y emprendió una política de Terrorismo de Estado que implicó el secuestro, la tortura y la desaparición de miles de personas.
Ante la censura, Walsh creó ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), junto a los militantes y periodistas Carlos Aznárez, Lila Pastoriza y Lucila Pagliai. El proyecto consistía en la puesta en marcha de una cadena informativa que emitió más de 200 cables que circulaban de mano en mano. En estas gacetillas se podía leer:
Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información. Rodolfo Walsh. ​
Tras el asesinato de Walsh, el exilio de Aznárez y Pagliai y el secuestro de Pastoriza, la tarea fue continuada por Horacio Verbitsky hasta el año siguiente.

Muerte de su hija Victoria y de Paco Urondo

El año 1976 no sólo representó un cambio en la vida de Walsh por su pase a la clandestinidad, sino también por dos pérdidas muy significativas: la de su amigo, el poeta y militante Paco Urondo y la de su hija Victoria.

Urondo fue emboscado y asesinado en Mendoza el 17 de junio.22​ En un texto en que relató el hecho, Walsh criticó la decisión de la conducción del movimiento de enviar a Urondo a una zona que se sabía peligrosa:
El traslado de Paco a Mendoza fue un error. Cuyo era una sangría permanente desde 1975, nunca se la pudo mantener en pie. El Paco duró pocas semanas… Fue temiendo lo que sucedería. Hubo un encuentro con un vehículo enemigo, una persecución, un tiroteo de los dos coches a la par. Iban Paco, Lucía con la nena y una compañera. Tenían una metra, pero estaba en el baúl. No se pudieron despegar. Finalmente Paco frenó, buscó algo en su ropa y dijo: «Disparen ustedes». Luego agregó: «Me tomé la pastilla y ya me siento mal». La compañera recuerda que Lucía le dijo: «Pero, papá, ¿por qué hiciste eso». La compañera escapó entre las balas, y días después llegó herida a Buenos Aires… A Paco le pegaron dos tiros en la cabeza, aunque probablemente ya estaba muerto.​
En 2011, se supo que Urondo mintió cuando le dijo a su esposa que había ingerido la pastilla de cianuro; lo dijo para quedarse en el auto como blanco de los policías, e incitarla a escapar con su hija de dos años. Urondo falleció por estallido de cráneo provocado por un culatazo de fusil que le propinó el policía Celustiano Lucero.
El 29 de septiembre, su hija María Victoria (su nombre de guerra era «Hilda», y «Vicki» para los familiares y amigos), oficial 2º de Montoneros, murió en un enfrentamiento (el Combate de la calle Corro) con el Ejército, un día después de cumplir 26 años. Al verse rodeada y sin posibilidad de escape en la terraza, ella y Alberto Molina, el último sobreviviente, levantaron los brazos y tras un breve discurso que finalizó con la frase: «Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir», se dispararon en la sien. En diciembre, Walsh publicó un mensaje ―en el que relata las circunstancias del hecho― llamado Carta a mis amigos.2  La carta termina con una reflexión:
En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella.
Su otra hija, Patricia, es una dirigente política argentina que llegó a ser diputada nacional por la coalición Izquierda Unida y desde 2007 se desempeñó como legisladora de la ciudad de Buenos Aires.

Asesinato y desaparición

Walsh pasó sus últimos meses en una casa de San Vicente (Buenos Aires), dado que una de sus dos casas en el Delta (Liberación) habían sido allanada por la Armada. A pesar de que no había vuelto a publicar ficción, Walsh continuó escribiendo relatos como Juan se iba por el río. Tanto éste como otros escritos inéditos suyos fueron secuestrados por personal de las Fuerzas Armadas cuando allanaron esa vivienda (también usurpada) el día de su asesinato y no han podido ser recuperados.
El 24 de marzo de 1977, al cumplirse el primer aniversario del golpe militar, Walsh terminó su última obra, la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, en la que denunciaba tanto los crímenes de secuestro y desaparición de personas como las consecuencias de las políticas económicas de orientación neoliberal aplicadas por José Alfredo Martínez de Hoz, que produjeron un aumento de la desocupación y la pobreza y destruyeron la industria nacional. La Carta termina con una contundente afirmación de Walsh:
Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.
Rodolfo Walsh. - C. I. 2845022. Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.​

Un día después, tras enviar por correo las primeras copias de la Carta abierta en la Plaza Constitución (según narra su última pareja, Lilia Ferreyra, en el documental P4R+Operación Walsh), Walsh fue emboscado y secuestrado. Las versiones afirman que el escritor había sido citado por un contacto en el cruce de las avenidas San Juan y Entre Ríos, en el barrio de San Cristóbal, cuando el Grupo de Tareas 3.3. de la Escuela de Mecánica de la Armada, comandado por Alfredo Astiz y Jorge Tigre Acosta, bajó de un auto y le dio la orden de entregarse, pero Walsh se resistió, sacó una pistola calibre 22 corto y logró herir a un atacante, pero fue acribillado por una ráfaga de FAL. Herido de muerte, fue subido al auto y secuestrado. Existen versiones que indican que Walsh disparó para no ser atrapado vivo, ya que la pequeña arma que portaba no era suficiente para sostener un enfrentamiento armado. Testimonios de sobrevivientes señalaron haber visto el cuerpo sin vida de Walsh en la ESMA, pero no hay información del paradero de sus restos, que permanecen desaparecidos.

Memoria

La personalidad de Walsh ha sido destacada en los ámbitos literarios como un caso paradigmático de la tensión entre el intelectual y la política, o entre el escritor y el compromiso revolucionario. No obstante, Walsh se consideraba un combatiente revolucionario antes que un escritor, y así lo manifestó.
Después de la recuperación de la democracia en 1983, la editorial De la Flor publicó póstumos textos, relatos, artículos inéditos y otros aparecidos en publicaciones pero nunca reunidos en libro, en volúmenes como Cuento para tahúres y otros relatos policiales (1987) o Ese hombre y otros papeles personales (1995). En 1996 se publicó su obra periodística bajo el título El violento oficio de escribir, y en 2013 aparecieron sus Cuentos completos con un prólogo de Ricardo Piglia, que incluye relatos inéditos.
Su vida y obra de Walsh fueron retratados en el documental P4R+, Operación Walsh (2000)​, con dirección de Gustavo Gordillo y Gabriel Mariotto, de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y ha recibido premios nacionales (Cóndor de Plata al mejor videofilme, año 2000) e internacionales.
En marzo de 2012, al cumplirse 35 años de su secuestro, asesinato y desaparición, se inauguró la instalación "Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar”, en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA). La obra consta de catorce paneles de vidrio con la transcripción completa del texto que Walsh elaboró al cumplirse el primer aniversario de la dictadura cívico-militar y que había enviado por correo el 25 de marzo de 1977 poco antes de su muerte. La instalación tomó como base la idea del artista plástico León Ferrari, y se encuentra ubicada frente al edificio del Casino de Oficiales.
En marzo de 2013 la Legislatura de Buenos Aires aprobó en doble lectura y con 47 votos a favor, la adición del nombre de Rodolfo Walsh a la estación Entre Ríos de la línea E del Subte de Buenos Aires, ubicada en la esquina donde fue asesinado el escritor.​
Varias instituciones educativas llevan su nombre. Tal el caso de la Escuela de Educación Media Nº 1 de la Ciudad de Buenos Aires;​ la de Educación Técnica N° 2 de Florencio Varela; la Municipal Secundaria N° 210 en Mar del Plata;3 la Secundaria N° 4 de Adolfo Gonzales Chaves; una secundaria en Córdoba  y la Técnica N° 2 en La Plata, donde también se encuentra la Especial N° 515 "Elina Tejerina de Walsh", nombrada en homenaje a su primera esposa, quien se desempeñó como maestra para no videntes.

Proceso judicial por su desaparición

Por ese delito hubo juicio: Los acusados, quienes según la Cámara Federal de Apelaciones «paseaban a secuestrados en automóvil» para identificar a Walsh, también llevaron a quien «cantó» esa cita que el escritor tenía en el lugar donde se lo secuestró. Ricardo Coquet, un sobreviviente que testificó ante el juez Torres, relató que uno de los imputados, el exoficial Weber, le contó orgulloso:
Lo bajamos a Walsh. El hijo de puta se parapetó detrás de un árbol y se defendía con una 22. Lo cagamos a tiros y no se caía el hijo de puta.
El 26 de octubre de 2005, fueron detenidos 12 militares, entre los que estaba el ex marino Juan Carlos Rolón, en relación con la muerte de Rodolfo Walsh.
El 17 de diciembre de 2007 el juez federal Sergio Torres elevó la causa a juicio oral, de la que quedó excluido como acusado el ex prefecto Héctor Antonio Febrés que falleció horas antes por ingestión de cianuro en hechos que requirieron una investigación.
El 26 de octubre de 2011, fue leído el veredicto por el Tribunal compuesto por los jueces Ricardo Farías, Daniel Obligado y Germán Castelli, luego de casi dos años de audiencias por los que declararon 160 testigos, 79 de los cuales eran sobrevivientes del centro clandestino.
El fallo se leyó ante una masiva concurrencia de militantes políticos y de organizaciones de derechos humanos, también ingresaron al Tribunal Federal Oral 5 el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Eduardo Luis Duhalde; el presidente del Consejo de la Magistratura, Mario Fera; el secretario letrado de la Corte Suprema, Alfredo Kraut, y la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto.
A medida que se comunicaban las sentencias, el público aplaudía y festejaba. La situación más tensa ocurrió cuando se leyó la sentencia a Astiz, quien fue condenado a reclusión perpetua. En ese momento, aumentaron los gritos en su contra, lo que motivó una leve sonrisa del ex militar que, además, se tocó la escarapela que llevaba en su saco.

Fueron también condenados a prisión perpetua:

Jorge Tigre Acosta,
Ricardo Cavallo,
Antonio Rata Pernías,
Adolfo Donda Tigel,
Oscar Antonio Montes,
Alberto Eduardo Gato González,
Jorge Carlos Ruger Radice,
Néstor Omar Norberto Savio,
Raúl Enrique Mariano Scheller y
Ernesto Frimón Weber.
Además, fueron condenados a 25 años de prisión Juan Carlos Fotea y Manuel Jacinto García Tallada. Carlos Antonio Tomy Capdevilla deberá cumplir 20 años de prisión. Juan Antonio Piraña Azic: 18 años. Pablo Eduardo García Velasco, Julio César Coronel y Juan Carlos Rolón fueron absueltos.
El intelectual en su trampa
Cuatro meses totalmente dedicados a la clase obrera, que lo aprecia a razón de veinte mil ejemplares por mes (el Semanario CGTA). Viendo, de todas maneras, pasar a mi lado a la gente, las mil cosas absurdas que suceden a cada rato en la calle, o divertidas en la casa, y también fatigosas en cualquier parte, viendo y pensando, eso, eso es lo que habría que contar. Sin tiempo para contar nada, sumergido, violando promesas, juntando arrepentimiento, y sabiendo que lo que hago está bien, apreciándome digo, en mi resolución, mi ascetismo, mi renuncia al bestsellerismo, al leonismo y toda la facilidad que brinda una Buenos Aires consumidora, brillante, fatua, finalmente aburrida.
Rodolfo Walsh

Obras
Cuentos
Variaciones en rojo (1953)
Los oficios terrestres (1965)
Un kilo de oro (1967)
Un oscuro día de justicia (1973)
Antologías
Diez cuentos policiales argentinos (1953)
Antología del cuento extraño (1956)
Investigaciones periodísticas
Operación Masacre (1957)
¿Quién mató a Rosendo? (1969)
Caso Satanowsky (1973)
Teatro
La granada (1965)
La batalla (1965)
Póstumos
Cuento para tahúres y otros relatos policiales (1987)
Ese hombre y otros papeles personales (1995)
El violento oficio de escribir (1953-1977)
Cuentos completos (2013)
En octubre de 2018 se lanzará el libro Rodolfo Walsh, reportero en Chile. 1970-1971, donde se reúnen sus textos de “enviado especial” desde Argentina a registrar los albores del gobierno de Salvador Allende.46​

Filmografía
Su cuento Un kilo de oro fue uno de los relatos en que basó el guion del filme Dale nomás (1974) de Osiris Wilemsky.
En 1973 se estrenó la película Operación Masacre dirigida por Jorge Cedrón.
Televisión
En 2015, la Televisión Pública lanzó Variaciones Walsh, una serie de 12 episodios basados en cuentos de Walsh.

Bibliografía
Sánchez Sorondo, Marcelo (2001): Memorias. Buenos Aires: Sudamericana, 2001.





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