El
drama de los señores barones
Witold
Gombrowicz
La baronesa era una
criatura encantadora. El barón la tomó de una familia de muchos principios y
sabía que podía confiar plenamente en ella, a pesar de que el paso del tiempo
había hecho mella en él de forma bastante profunda; y sin embargo, dormitaba en
ella un inquietante elemento de gracia y encanto que fácilmente podía complicar
la aplicación práctica de los imponderables del barón (ya que el barón era una
persona sumamente escrupulosa). Tras cierto tiempo de una convivencia iluminada
por la silenciosa felicidad del deber conyugal, un buen día la baronesa fue
corriendo hasta su marido y le echó los brazos al cuello.
-Creo que debo
decírtelo. Henryk está enamorado de mí., ayer me declaró su amor tan rápida e
inesperadamente que no tuve tiempo de impedírselo.
-¿Y tú también estás enamorada de él? -preguntó.
-No, yo no lo quiero porque juré amarte a ti
-respondió ella.
-Está bien -contestó
él-. Si estando enamorada de él, no lo quieres, ya que tu deber es quererme a
mí, acabas de ganar doblemente a mis ojos y te quiero dos veces más. Y sus
sufrimientos son un castigo justo por haber demostrado tal debilidad de
carácter que se ha prendado de una mujer casada. ¡Principios, querida! Si te
vuelve a declarar su amor, contéstale que tú le declaras tus principios. Quien
tiene unos principios inquebrantables puede pasar por la vida con la cabeza
bien alta.
***
Pero al cabo de cierto
tiempo al barón le llegaron unas noticias funestas. Henryk no tenía ni la más
mínima fortaleza de carácter. Rechazado por la baronesa se dio a la bebida y a
la vida licenciosa; después se puso melancólico, no le interesaba nada, el
mundo perdió para él todo su encanto y estaba ya a punto de estirar la pata. El
rumor general decía que la causa de su esperado e inminente óbito era un amor
infeliz.
-¡Menuda historia!
-dijo el barón a su mujer-. Nosotros aquí comiendo entremeses, mientras que él
ahí no puede tragar nada, ¿entiendes?, porque tiene constantemente tu imagen
delante de los ojos. Me gustaría saber qué es lo que ve en ti, al fin y al cabo
llevo viviendo contigo tantos años y nunca he sentido hacia ti nada que pudiera
calificarse de impetuoso. En todo caso el asunto es serio y me extraña que
tengas tan buen aspecto sabiendo que ese infeliz está sufriendo por tu culpa.
Una semana más tarde llegó a casa de un humor
todavía peor.
-¡Te felicito! -dijo
irónicamente-. ¡Puedes estar contenta! Tus encantos han resultado tan eficaces
que Henryk ya tiene un pie en el otro barrio.
-¿Qué quieres que haga?
-contestó ella con lágrimas en los ojos-. Yo no coqueteé con él, no tengo nada
que reprocharme.
-¡Lo que faltaba oír!
Tú eres la causa de su deplorable estado, tus filigranas, tus rasgos y tus
formas son el bacilo que lo roe.
-¿Y ahora qué hago? Se
ha vuelto loco. ¿Sabes de qué hablaba cuando se me declaró? ¡De divorcio!
-¿Qué? ¿Divorcio?
Espero que aún no te hayas convertido en una pelandusca. Por lo demás,
recibirás el divorcio, pero ¿sabes cuándo?, cuando yo exhale mi espíritu, que
profesa ciertos principios inquebrantables.
-¿Y si él muere?
-¿Si él muere? -gritó
en un ataque de cólera-. ¡Eso es chantaje! ¡Pero no me hará romper el juramento
de conservarte hasta la muerte!
La baronesa estaba
pasando unos momentos terribles. Por nada del mundo quería actuar de manera
deshonrosa, pero por otra parte se le partía el corazón al pensar en los
sufrimientos del pobre Henryk. Además, el barón, miembro de diversas
sociedades, le tomó una auténtica tirria. Sencillamente no podía sufrir su
belleza. Su vida fisiológica se le volvió repugnante. En una ocasión le
propuso: “¿Un panecillo?”, y cuando ella lo rechazó él se rio con un sarcasmo
inaudito: “Ja, ja, él allá agonizando y ella no se puede comer ni un
panecillo”. Cuando ella deambulaba por las habitaciones contorneando con gracia
sus caderas, cuando sonreía pálidamente, cuando dormía o se peinaba, él veía en
todo ello unos actos de vil crueldad y de sombría sexualidad. Un buen día ella
lo abrazó. “Por favor, ¡no me toques!”, gritó él. “¡Asesina! Me has metido en
un buen lío, habrase visto. Ahora veo que un hombre moralmente responsable no
debe unirse a una corporalidad ajena bajo ningún concepto.”
-¡Vamos a ver! -dijo el
barón-. Esto no puede seguir así. Esta mañana me he enterado de que quería
suicidarse. ¿Es que no te das cuenta de que empujar a alguien a cometer un
suicidio es mucho peor que estrangularlo con las propias manos? Este mequetrefe
carente de principios nos perderá a nosotros y a sí mismo. He tomado una
decisión. No podemos cargar sobre nuestra conciencia una responsabilidad tan
espantosa. Si no hay más remedio, qué le vamos a hacer, te doy mi beneplácito,
estoy de acuerdo, y tú, en nombre de la necesidad superior, haz lo que tengas
que hacer, es decir, lo que te dicte tu sucia feminidad.
-¡Esposo mío!
-¡Qué le vamos a hacer!
¿Acaso podía yo prever al desposarte que algún día tendrías que escoger entre
el asesinato y el adulterio?
-Si realmente no hay
nada que hacer y tú crees que es lo más correcto, estoy de acuerdo -dijo ella-.
A mí también me pesa, pero tomo a Dios por testigo que soy del todo inocente.
-¡Sí, seguro! -contestó el barón.
A partir de entonces el
joven empezó a recobrar la salud. En cambio, la baronesa cada día estaba peor.
Su casa se había convertido en un auténtico infierno. El marido exigía que
comiera en una mesa separada y le compró unos cubiertos sólo para ella. En una
ocasión, al tocarlo ella involuntariamente, le dijo con fría indiferencia:
-Me ensucias. ¡Mira! Me
has tocado y ahora tengo que interrumpir la lectura e ir al baño a lavarme. -A
menudo se le escapaba la insultante palabra “adúltera”. A las cuatro sacaba el
reloj. -Bien -decía-, debes marcharte, es la hora de la filantropía lasciva-.
En vano le explicaba ella que era inocente. -Solo te pido una cosa -respondía
él-, no introduzcas en casa una atmósfera de indulgencia y de tolerancia hacia
el pecado. Porque en ese caso deberíamos invitar a comer a unas fulanas
cualquiera que, a decir verdad, también son inocentes-. La baronesa,
desesperada, intentó en varias ocasiones interrumpir su obligado romance, pero
cada vez el joven amenazaba con suicidarse y estaba claro que no lo decía
porque sí.
***
-No -dijo la baronesa-,
no lo aguanto más. Mi vida se ha convertido en un indescriptible tormento. He
caído en terribles pecados, ¿y por qué? Pues porque soy tentadora. Nadie, que
no lo pueda experimentar personalmente, entenderá qué extraño es desde el punto
de vista moral ser tentadora. Estoy harta. Voy a desfigurarme la cara, lo único
es que no sé si Henryk podrá soportarlo.
-¡Ahora te reconozco!
-exclamó con entusiasmo su marido-. Efectivamente, puede que Henryk se vuelva
loco, pero en una situación tan desesperante como la nuestra hay que
arriesgarse; además lo prepararemos adecuadamente. Y como prueba de que yo, tu
marido, siempre me solidarizo contigo cuando se trata de una carga moral,
también yo me desfiguraré la mía.
-La verdad es que no te
va a costar mucho trabajo -dijo ella con una ironía mordaz.
Se dirigieron a sus
habitaciones de donde poco tiempo después salieron dos monstruos. El barón
abrazó y besó a su mujer.
-Ahora hay que preparar
adecuadamente a Henryk para que resista este golpe. -Y escribió una carta:
Estimado Señor,
Con gran pesar debo
informarle del terrible accidente de mi mujer. Uno de sus amantes, en un ataque
de celos por otro admirador suyo que justo recientemente había dejado de ser
platónico, la roció con ácido sulfúrico. La pobre ha perdido los encantos de
los que tan vasto uso sabía hacer. Venga a verla. Nota bene, yo mismo, al
rescatarla, he sufrido una terrible desfiguración.
-Hemos hecho lo que debíamos- declaró.
Parecía que Henryk iba
a volverse loco, pero la noticia sobre la infidelidad de su amante le dio
fuerzas. Sobrevivió a sus propios sentimientos, los cuales no pudieron aguantar
aquel monstruoso espectáculo. En cambio, la baronesa comenzó a consumirse y en seguida
se hizo patente que la causa de su anemia maligna era el amor hacia Henryk, que
estalló en ella tras la ruptura con una fuerza impetuosa.
-¿Acaso pesa una
maldición sobre mi hogar? -exclamó el barón-. ¡Ahora es ella que empieza!
***
La moribunda pidió ver a Henryk y los médicos
apoyaron su deseo.
-Por el amor de Dios-
musitó el barón a Henryk-, es capaz de morir con una declaración de amor
pecaminoso en los labios.
-Te has vuelto loca
-gritó a su mujer-. Yo en tu lugar me alegraría más bien de tener la
consciencia limpia; parece que no te das cuenta de tu aspecto monstruoso;
mientras tu amante, que solo ardía en deseos por este cuerpo, se burla y te
desprecia desde que te desfiguraste por él. Rompe con todo eso, te pondrás bien
y volverás al mundo de los principios.
-Esta vez no me dejaré tomar el pelo- respondió la
baronesa y expiró.
Los dos hombres se quedaron a solas con el cadáver.
-Falleció como víctima
del deber -dijo el barón-, lo hago a usted responsable de su muerte.
-Suya es su mujer y suyo es el cadáver- respondió el
joven.
(1933)
Traducción: Bozena
Zaboklicka y Pau Freixa
El
pozo
Naturalmente, Bikle no
se casó con ese objetivo, pero cuando se casó su mujer puso en marcha los meses
y los meses a su mujer. En vano suplicaba y ponía peros al asunto: los meses se
servían de su mujer y su mujer de los meses. Antes de que se diera cuenta ya
estaba de nueve meses y, haciendo oídos sordos a toda clase de persuasiones,
dio a luz a un niño. Bikle, sin saber demasiado qué hacer, de tanta vergüenza
se fue a un internado femenino y, colorado hasta las orejas, anunció:
-He tenido un niño.
-¡Ja, ja, ja! -gritaron
las señoritas-. ¡Ha tenido un niño! ¡Ha dado a luz a un niño!
-¡Mentira! -bramó-. ¡No lo he tenido yo, lo ha
tenido mi mujer!
-¡Ja, ja, ja!
-estallaron en una carcajada las señoritas-. ¡Su mujer ha dado a luz a un niño!
-¡Cállense! -vociferó-. ¡Mi mujer no ha dado a luz,
sino que lo ha tenido!
-¡Ja, ja, ja! -aullaban
las señoritas doblándose y desternillándose-. ¡Su mujer ha tenido un niño!
¡Bikle con un niño, ja, ja, ja! -Y reventaron todas de risa como un solo
hombre.
-Cálmense -dijo con
cautela Bikle-, al fin y al cabo yo sólo soy el marido. ¿Y qué pasa si ahora
hay un niño? Casi todas las personas tienen niños, no veo ninguna razón para
reírse. ¿Acaso he cambiado? Yo soy yo, el niño es algo aparte, el niño es sólo
un añadido-. Pero ya era demasiado tarde. Las señoritas habían salido volando a
chismorrear por la ciudad.
En seguida vino también a ver a Bikle su jefe.
-Es una vergüenza,
señor Bikle, ¿tan joven y ya con un niño? Bueno, bueno, yo no entro en sus
razones -añadió relamiéndose con cara de viejo verde-, su mujercita,
obviamente, no está mal, lo comprendo, pero usted aquí no durará mucho. No
puedo tener en la empresa a un hombre con un niño, eso me pondría demasiado
nervioso. Usted estará sentado en su despacho como si nada, pero ¿cómo puedo
saber que justamente en ese momento el niño no se está emporcando o que no está
babeando? No, no, muchas gracias, hasta da grima pensarlo-. Y se marchó
asqueado. Una hermana vino corriendo a verlo y le armó un escándalo.
-¡Te felicito! -siseó-.
¡Me has convertido en tía! ¡Dijimos que no te meterías en mi vida! ¡Te recuerdo
que tú y yo habíamos roto!
Se fue, pero acto seguido se presentó un amigo.
-¡Hola! -le dijo Bikle.
-Bueno, bueno -le
respondió-, no te tomes tanta confianza. Yo con los padres no entro en
confianza. Si eres papá, eres papá. Papá me puede comprar una corbata para
Navidad, o un reloj, pero ya no hay trato de igual a igual.
Justo después llegó una amiga de su mujer:
-¿Qué tal tu mujer? ¿Da el pecho? ¿Tiene leche?
-No des el pecho -le
dijo Bikle a su mujer con pesar-. Será mejor que lo haga una nodriza. Contrataron
un ama de leche bien lechera; la nodriza daba de mamar al niño pegando gritos
de vez en cuando. -Y tú -dijo Bikle con aire lúgubre a su mujer- deja tu leche
en paz. No tienes vergüenza. -Y se fue a un bar. Pero en el bar no querían
darle vodka.
-No, señor Bikle -le
dijo el camarero intentando persuadirlo-, el vodka les sienta muy mal a los
recién nacidos. -Bikle le dio un sopapo, a lo que el otro respondió-: ¡Cuchi
cuchi, pupa nene no, caca!
-¡Nada de “pupa nene no”, ahí va otro directo a la
jeta! -se exaltó Bikle.
-¡Pupa nene no! -le
respondió el camarero y le dio unos caramelos. Bikle salió del bar, pálido de
cólera, y subió a un coche de punto.
-Ah, tendrá prisa para
estar con su niño -dijo el cochero-. ¡Es digno de elogio! Yo también tengo un
niño, deme la mano, colega, me llamo Pieter. Lo que pasa es que yo tengo
siete-. Pero Bikle ya tenía otra cosa en la cabeza, una cosa mucho peor.
Subió a su apartamento,
arrancó al niño del pecho sin mediar palabra y se lo llevó furtivamente por la
escalera de servicio. En la calle empezaba a anochecer, soplaba un viento
cálido y un trueno anunció la inminente tormenta; el tiempo se había vuelto
desagradable. Se llevó al niño al río, al juncal, entre dos lunas, una
brillando en el cielo y la otra centelleando en las olas, y cuando estaba a
punto de tirar al niño, desde el agua asomaron las señoritas, que estaban
tomando un baño, y estallaron en una carcajada, primero una, después la
segunda, la tercera y finalmente todas juntas:
-¡Miren, Bikle con el
niño! ¡Va con el niño al río! ¡A pasear! ¡Le muestra los paisajes! ¡Ja, ja, ja.
ji, ji, ji. Bikle con el niño! ¡Con el niño! Ja, jaaa, jaja, ja, ja, ja, ja.
(1935)
Witold Gombrowicz
(Małoszyce, Polonia, 4 de agosto de 1904 - Vence, Francia, 24 de julio de 1969)
fue un novelista y dramaturgo polaco, candidato en vida al premio Nobel de Literatura. Vivió durante 24
años en Argentina a la que consideraba su segunda patria.
Vida
Witold
Gombrowicz (Vítold Gom-bró-vich) nació en el seno de una
familia acomodada perteneciente a la nobleza polaca. Estudió Derecho en la Universidad de Varsovia desde 1926 hasta
1932. Por esta época, paralelamente, comienza a frecuentar los circuitos
culturales de la ciudad, como los cafés Zodiak
y Ziemiańska junto a otros jóvenes
escritores e intelectuales. En 1933, Gombrowicz publica algunas historias
cortas reunidas bajo el título de Memorias
del período de la inmadurez obteniendo pobres críticas (Este libro será posteriormente
reeditado, con el añadido de tres cuentos más, con el nuevo título de Bacacay o Bakakaï). Su primer éxito llega con la novela Ferdydurke, que ganó notoriedad a raíz de la virulenta crítica
dirigida a la parte nacionalista de la sociedad de Varsovia.
Algunos días antes del
estallido de la II Guerra Mundial viaja, invitado con una embajada de
escritores polacos, a la Argentina. Durante el viaje, Alemania invade
repentinamente Polonia y ante los acontecimientos que se producían en Europa,
Gombrowicz decide permanecer en Buenos Aires, donde vivirá, al comienzo, en
condiciones de extrema pobreza. Por mediación de varios conocidos de su misma
nacionalidad, acaba por obtener un trabajo en la sucursal argentina del Banco Polaco (es en las horas muertas en
este puesto de trabajo donde, ocultándose de su jefe y compañeros, escribirá Transatlántico, como él mismo explica en
el prólogo a la novela).
"Yo
fui a Argentina por pura casualidad, sólo por dos semanas, y si por un azar del
destino la guerra no hubiese estallado durante esas dos semanas, habría
regresado a Polonia, aunque no voy a ocultar que cuando la suerte fue echada y
Argentina se cerró de golpe sobre mí, fue como si por fin me oyera a mí
mismo". (W. Gombrowicz. Diario, 1964)
Hasta comienzos de
1963, Gombrowicz permanece en la Argentina, desempeñando diferentes ocupaciones
(periodista, traductor, profesor de filosofía...) y congregando en torno suyo a
un círculo de fieles escritores y artistas, como Jorge Rubén Vilela, Jorge Di
Paola, Juan Carlos Gómez, Mariano Betelú, Carlos Mastronardi, Manuel Gálvez,
Arturo Capdevila y Miguel Grinberg. Previamente, la traducción colectiva de Ferdydurke al castellano que realizó
con sus camaradas del café Rex
culminó en un lenguaje complejo, infantil y vanguardista al mismo tiempo: la
publicó Editorial Argos en 1947, con
prólogo del autor. La obra mereció los elogios de Ernesto Sábato, quien prologó la re-edición argentina del libro
para Editorial Sudamericana en 1964,
sello que publicó Diario Argentino en
1967. Sus novelas y obras de teatro fueron censuradas en la Polonia comunista
hasta finales de los años 70; sin embargo, fueron publicadas en polaco por su
amigo Jerzy Giedroyc, quien había creado en París, en 1950, una editorial
llamada Kultura. Ya que muchos de los
libros publicados por Kultura fueron
objeto de contrabando dentro de Polonia, las obras de Gombrowicz llegaron a ser
bien conocidas allí.
A finales de los años
50, la novela semi-autobiográfica Transatlántico
fue representada en París y recibida con interés por los críticos teatrales
franceses, otorgando a Gombrowicz cierta dosis de fama. Durante esta época se
comenzarán a publicar también sus extensos Diarios,
en los que ofrece sus reflexiones sobre Argentina y apunta de forma más o menos
velada su homosexualidad. En 1963 recibe una invitación de la Fundación Ford que le ofrece una
estancia en Berlín, y en 1964 se establece en Royaumont, cerca de París, donde
emplea a Rita Labrosse, una canadiense procedente de Montreal, como secretaria
personal (con la que unos años más tarde contrae matrimonio). Unos meses
después, se instala en Vence, cerca de Niza, donde transcurre la última etapa
de su vida. Muere en 1969. En 2013 su viuda publica “Kronos“, un diario íntimo
del que no se tenía noticia, que contiene anotaciones de su vida sexual.
Estilo
Las obras de Gombrowicz
se caracterizan por un profundo análisis psicológico, un cierto sentido de
paradoja, el absurdo, y su tono anti-nacionalista. En 1937 publica su primera
novela, Ferdydurke, que presenta muchos
temas que serán explorados y desarrollados en sus posteriores obras: los
problemas de la Inmadurez y la juventud, la tendencia hacia la Forma, las
máscaras que el hombre se coloca frente a los demás, y un crítico e irónico
examen de los papeles de las clases en la sociedad y la cultura polacas,
especialmente de la nobleza, representantes de la Iglesia católica y la
provincianidad polaca. Ferdydurke
provocó severas reacciones de crítica e inmediatamente dividió a la audiencia
de Gombrowicz en devotos admiradores y acérrimos enemigos. En posteriores
novelas (Pornografía, de 1960,
primeramente traducida al castellano con el título de La Seducción; Cosmos, de
1967) continuará el análisis de estos problemas, desarrollando un estilo cada
vez más libre, deudor al mismo tiempo de las vanguardias de principios del
siglo XX (al igual que su amigo Bruno Schulz) y de los grandes escritores
satíricos europeos (Rabelais, Laurence Sterne).
A pesar de su corta
obra, Gombrowicz es uno de los escritores vanguardistas más importantes del
siglo XX y ha sido comparado con Joyce y Kafka. Corrosivo y tragicómico,
siempre fue crítico con toda forma de identidad colectiva, que veía como una
imposición injusta - aunque inevitable - sobre el individuo y su libertad. Así,
la identidad nacional resultó uno de sus principales enemigos y atacó
satíricamente las tradiciones polacas, la historia del país y su literatura.
Sin embargo, es este mismo conflicto con sus orígenes lo que constituye el
punto de inicio de sus historias, que a la vez que ineludiblemente modernas
permanecen así enraizadas en la tradición y la historia polacas.
Obras
Novelas
Ferdydurke - 1937
Los Hechizados - 1939
Transatlántico - 1953
Pornografía - 1960
Cosmos - 1967
Cuentos
Memorias del período de
la inmadurez - 1933, reeditado en 1957 como Bacacay, con tres cuentos
adicionales.
Teatro
Slub (La Boda) - 1953
Yvonne, Princesa de
Borgoña - 1958
Ensayos
Diario argentino - 1968
Diarios (1953 — 1969)
Contra los Poetas -
conferencia editada en 2009 ISBN 9788495363480
Kronos* - Diario íntimo
póstumo con anotaciones de su vida sexual. - 2013 Wydawnictwo Literackie.
Traducciones
Las obras de teatro y
novelas de Gombrowicz han sido traducidas al inglés, francés, alemán, catalán,
español, japonés, checo y rumano. Véase obras de Gombrowicz en el ISBN de
España
Testimonios de
Argentina
Evocando a Gombrowicz
por Miguel Grinberg - Editorial Galerna, Buenos Aires, 2003 - ISBN
950-556-457-0 *
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