La
aventura de un automovilista
Italo
Calvino
Apenas salgo de la
ciudad me doy cuenta de que ha oscurecido. Enciendo los faros. Estoy yendo en
coche de A a B por una autovía de tres carriles, de ésas con un carril central
para pasar a los otros coches en las dos direcciones. Para conducir de noche
incluso los ojos deben desconectar un dispositivo que tienen dentro y encender
otro, porque ya no necesitan esforzarse para distinguir entre las sombras y los
colores atenuados del paisaje vespertino la mancha pequeña de los coches
lejanos que vienen de frente o que preceden, pero deben controlar una especie
de pizarrón negro que requiere una lectura diferente, más precisa pero
simplificada, dado que la oscuridad borra todos los detalles del cuadro que
podrían distraer y pone en evidencia sólo los elementos indispensables, rayas
blancas sobre el asfalto, luces amarillas de los faros y puntitos rojos. Es un
proceso que se produce automáticamente, y si yo esta noche me detengo a
reflexionar sobre él es porque ahora que las posibilidades exteriores de
distracción disminuyen, las internas toman en mí la delantera, mis pensamientos
corren por cuenta propia en un circuito de alternativas y de dudas que no
consigo desenchufar, en suma, debo hacer un esfuerzo particular para
concentrarme en el volante.
He subido al coche
inmediatamente después de pelearme por teléfono con Y. Yo vivo en A, Y vive en
B. No tenía previsto ir a verla esta noche. Pero en nuestra cotidiana charla
telefónica nos dijimos cosas muy graves; al final, llevado por el
resentimiento, dije a Y que quería romper nuestra relación; Y respondió que no
le importaba, que telefonearía en seguida a Z, mi rival. En ese momento uno de
nosotros -no recuerdo si ella o yo mismo- cortó la comunicación. No había
pasado un minuto y yo ya había comprendido que el motivo de nuestra disputa era
poca cosa comparado con las consecuencias que estaba provocando. Volver a
telefonear a Y hubiera sido un error; el único modo de resolver la cuestión era
dar un salto a B, explicarnos con Y cara a cara. Aquí estoy pues en esta
autovía que he recorrido centenares de veces a todas horas y en todas las estaciones,
pero que jamás me había parecido tan larga.
Mejor dicho, creo que
he perdido el sentido del espacio y del tiempo: los conos de luz proyectados
por los faros sumen en lo indistinto el perfil de los lugares; los números de
los kilómetros en los carteles y los que saltan en el cuentakilómetros son datos
que no me dicen nada, que no responden a la urgencia de mis preguntas sobre qué
estará haciendo Y en este momento, qué estará pensando. ¿Tenía intención
realmente de llamar a Z o era sólo una amenaza lanzada así, por despecho? Si
hablaba en serio, ¿lo habrá hecho inmediatamente después de nuestra
conversación, o habrá querido pensarlo un momento, dejar que se calmara la
rabia antes de tomar una decisión? Z vive en A, como yo; está enamorado de Y
desde hace años, sin éxito; si ella lo ha telefoneado invitándolo, seguro que
él se ha precipitado en el coche a B; por lo tanto también él corre por esta
autovía; cada coche que me adelanta podría ser el suyo, y suyo cada coche que
adelanto yo. Me es difícil estar seguro: los coches que van en mi misma
dirección son dos luces rojas cuando me preceden y dos ojos amarillos cuando
los veo seguirme en el retrovisor. En el momento en que me pasan puedo
distinguir cuando mucho qué tipo de coche es y cuántas personas van a bordo,
pero los automóviles en los que el conductor va solo son la gran mayoría y, en
cuanto al modelo, no me consta que el coche de Z sea particularmente
reconocible.
Como si no bastara, se
echa a llover. El campo visual se reduce al semicírculo de vidrio barrido por
el limpiaparabrisas, todo el resto es oscuridad estriada y opaca, las noticias
que me llegan de fuera son sólo resplandores amarillos y rojos deformados por
un torbellino de gotas. Todo lo que puedo hacer con Z es tratar de pasarlo, no
dejar que me pase, cualquiera que sea su coche, pero no conseguiré saber si su
coche está y cuál es. Siento igualmente enemigos todos los coches que van hacia
A; todo coche más veloz que el mío que me señala afanosamente en el retrovisor
con los faros intermitentes su voluntad de pasarme provoca en mí una punzada de
celos; cada vez que veo delante de mí disminuir la distancia que me separa de
las luces traseras de mi rival me lanzo al carril central con un impulso de
triunfo para llegar a casa de Y antes que él.
Me bastarían pocos
minutos de ventaja: al ver con qué prontitud he corrido a su casa, Y olvidará
en seguida los motivos de la pelea; entre nosotros todo volverá a ser como
antes; al llegar, Z comprenderá que ha sido convocado a la cita sólo por una
especie de juego entre nosotros dos; se sentirá como un intruso. Más aún,
quizás en este momento Y se ha arrepentido de todo lo que me dijo, ha tratado
de llamarme por teléfono, o bien ha pensado como yo que lo mejor era acudir en
persona, se ha sentado al volante y en este momento corre en dirección opuesta
a la mía por esta autovía.
Ahora he dejado de
atender a los coches que van en mi misma dirección y miro los que vienen a mi
encuentro, que para mí sólo consisten en la doble estrella de los faros que se
dilata hasta barrer la oscuridad de mi campo visual para desaparecer después de
golpe a mis espaldas arrastrando consigo una especie de luminiscencia
submarina. El coche de Y es de un modelo muy corriente; como el mío, por lo
demás. Cada una de esas apariciones luminosas podría ser ella que corre hacia
mí, con cada una siento algo que se mueve en mi sangre impulsado por una
intimidad destinada a permanecer secreta; el mensaje amoroso dirigido
exclusivamente a mí se confunde con todos los otros mensajes que corren por el
hilo de la autovía; sin embargo, no podría desear de ella un mensaje diferente
de éste.
Me doy cuenta de que al
correr hacia Y lo que más deseo no es encontrar a Y al término de mi carrera:
quiero que sea Y la que corra hacia mí, ésta es la respuesta que necesito, es
decir, necesito que sepa que corro hacia ella pero al mismo tiempo necesito
saber que ella corre hacia mí. La única idea que me reconforta es, sin embargo,
la que más me atormenta: la idea de que si en este momento Y corre hacia A,
también ella cada vez que vea los faros de un coche que va hacia B se
preguntará si soy yo el que corre hacia ella, deseará que sea yo y no podrá
jamás estar segura. Ahora dos coches que van en direcciones opuestas se han
encontrado por un segundo uno junto al otro, un resplandor ha iluminado las
gotas de lluvia y el rumor de los motores se ha fundido como en un brusco soplo
de viento: quizás éramos nosotros, es decir, es seguro que yo era yo, si eso
significa algo, y la otra podría ser ella, es decir, la que yo quiero que ella
sea, el signo de ella en el que quiero reconocerla, aunque sea justamente el
signo mismo que me la vuelve irreconocible. Correr por la autovía es el único
modo que nos queda, a ella y a mí, de expresar lo que tenemos que decirnos,
pero no podemos comunicarlo ni recibirlo mientras sigamos corriendo.
Es cierto que me he
sentado al volante para llegar a su casa lo antes posible, pero cuanto más
avanzo más cuenta me doy que el momento de la llegada no es el verdadero fin de
mi carrera. Nuestro encuentro, con todos los detalles accidentales que la
escena de un encuentro supone, la menuda red de sensaciones, significados,
recuerdos que se desplegaría ante mí -la habitación con el filodendro, la
lámpara de opalina, los pendientes-, las cosas que yo diría, algunas
seguramente erradas o equivocas, las cosas que diría ella, en cierta medida
seguramente fuera de lugar o en todo caso no las que espero, todo el ovillo de
consecuencias imprevisibles que cada gesto y cada palabra comportan, levantaría
en torno a las cosas que tenemos que decirnos, o mejor, que queremos oírnos
decir, una nube de ruidos parásitos tal que la comunicación ya difícil por
teléfono resultaría aún más perturbada, sofocada, sepultada como bajo un alud
de arena. Por eso he sentido la necesidad, antes que de seguir hablando, de
transformar las cosas por decir en un cono de luz lanzado a ciento cuarenta por
hora, de transformarme yo mismo en ese cono de luz que se mueve por la autovía,
porque es cierto que una señal así puede ser recibida y comprendida por ella
sin perderse en el desorden equívoco de las vibraciones secundarias, así como
yo para recibir y comprender las cosas que ella tiene que decirme quisiera que
sólo fuesen (más aún, quisiera que ella misma sólo fuese) ese cono de luz que
veo avanzar por la autovía a una velocidad (digo así, a simple vista) de ciento
diez o ciento veinte. Lo que cuenta es comunicar lo indispensable dejando caer
todo lo superfluo, reducirnos nosotros mismos a comunicación esencial, a señal
luminosa que se mueve en una dirección dada, aboliendo la complejidad de
nuestras personas, situaciones, expresiones faciales, dejándolas en la caja de
sombra que los faros llevan detrás y esconden. La Y que yo amo en realidad es
ese haz de rayos luminosos en movimiento, todo el resto de ella puede permanecer
implícito, mi yo que ella, mi yo que tiene el poder de entrar en ese circuito
de exaltación que es su vida afectiva, es el parpadeo del intermitente al pasar
otro coche que, por amor a ella y no sin cierto riesgo, estoy intentando.
También con Z (no me he
olvidado para nada de Z) la relación justa puedo establecerla únicamente si él
es para mí sólo parpadeo intermitente y deslumbramiento que me sigue, o luces
de posición que yo sigo; porque si empiezo a tomar en cuenta su persona con ese
algo -digamos-de patético pero también de innegablemente desagradable, aunque
sin embargo -debo reconocerlo-, justificable, con toda su aburrida historia de
enamoramiento desdichado, su comportamiento siempre un poco esquivo… bueno, no
se sabe ya adónde va uno a parar. En cambio, mientras todo sigue así, está muy
bien: Z que trata de pasarme se deja pasar por mi (pero no sé si es él), Y que
acelera hacia mí (pero no sé si es ella) arrepentida y de nuevo enamorada, yo
que acudo a su casa celoso y ansioso (pero no puedo hacérselo saber, ni a ella
ni a nadie).
Si en la autovía
estuviera absolutamente solo, si no viera correr otros coches ni en un sentido
ni en el otro, todo sería sin duda mucho más claro, tendría la certidumbre de
que ni Z se ha movido para suplantarme, ni Y se ha movido para reconciliarse
conmigo, datos que podría consignar en el activo o en el pasivo de mi balance,
pero que no dejarían lugar a dudas. Y sin embargo, si me fuera dado sustituir
mi presente estado de incertidumbre por semejante certeza negativa, rechazaría
sin más el cambio. La condición ideal para excluir cualquier duda sería que en
toda esta parte del mundo existieran sólo tres automóviles: el mío, el de Y, el
de Z; entonces ningún otro coche podría avanzar en mi dirección sino el de Z,
el único coche que fuera en dirección opuesta sería con toda seguridad el de Y.
En cambio, entre los centenares de coches que la noche y la lluvia reducen a
anónimos resplandores, sólo un observador inmóvil e instalado en una posición
favorable podría distinguir un coche de otro, reconocer quizá quién va a bordo.
Esta es la contradicción en que me encuentro: si quiero recibir un mensaje
tendré que renunciar a ser mensaje yo mismo, pero el mensaje que quisiera
recibir de Y -es decir, el mensaje en que se ha convertido la propia Y- tiene
valor sólo si yo a mi vez soy mensaje; por otra parte el mensaje en que me he
convertido sólo tiene sentido si Y no se limita a recibirlo como una receptora
cualquiera de mensajes, sino si es el mensaje que espero recibir de ella.
Ahora llegar a B, subir
a la casa de Y, encontrar que se ha quedado allí con su dolor de cabeza
rumiando los motivos de la disputa, no me daría ya ninguna satisfacción; si
entonces llegara de improviso también Z se produciría una escena detestable; y
en cambio si yo supiera que Z se ha guardado bien de ir, o que Y no ha llevado
a la práctica su amenaza de telefonearle, sentiría que he hecho el papel de un
imbécil. Por otra parte, si yo me hubiera quedado en A e Y hubiera venido a
pedirme disculpas, me encontraría en una situación embarazosa: vería a Y con
otros ojos, como a una mujer débil que se aferra a mí, algo entre nosotros
cambiaría. No consigo aceptar ya otra situación que no sea esta transformación
de nosotros mismos en el mensaje de nosotros mismos. ¿Pero y Z? Tampoco Z debe
escapar a nuestra suerte, tiene que transformarse también en mensaje de sí
mismo, cuidado si yo corro a casa de Y celoso de Z, si Y corre a mi casa
arrepentida para huir de Z, mientras que Z no ha soñado siquiera con moverse de
su casa…
A medio camino en la
autovía hay una estación de servicio. Me detengo, corro al bar, compro un
puñado de fichas, marco el afijo telefónico de B, el número de Y. Nadie
responde. Dejo caer la lluvia de fichas con alegría: es evidente que Y no ha
podido dominar su impaciencia, ha subido al coche, ha corrido hacia A. Ahora
vuelvo a la autovía al otro lado, corro hacia A yo también. Todos los coches
que paso, o todos los coches que me pasan, podrían ser Y. En el carril opuesto
todos los coches que avanzan en sentido contrario podrían ser Z, el iluso. O
bien: también Y se ha detenido en una estación de servicio, ha telefoneado a mi
casa en A, al no encontrarme ha comprendido que yo estaba yendo a B, ha
invertido la dirección. Ahora corremos en direcciones opuestas, alejándonos, el
coche que paso, que me pasa, es el de Z que a medio camino también ha tratado
de telefonear a Y…
Todo es aún más
incierto pero siento que he alcanzado un estado de tranquilidad interior:
mientras podamos controlar nuestros números telefónicos y no haya nadie que
responda, seguiremos los tres corriendo hacia adelante y hacia atrás por estas
líneas blancas, sin puntos de partida o de llegada inminentes, atestados de
sensaciones y significados sobre la univocidad de nuestro recorrido, liberados
por fin del espesor molesto de nuestras personas y voces y estados de ánimo,
reducidos a señales luminosas, único modo de ser apropiado para quien quiere
identificarse con lo que dice sin el zumbido deformante que la presencia
nuestra o ajena transmite a lo que decimos.
El precio es sin duda
alto pero debemos aceptarlo: no podemos distinguirnos de las muchas señales que
pasan por esta carretera, cada una con un significado propio que permanece
oculto e indescifrable porque fuera de aquí no hay nadie capaz de recibirnos y
entendernos.
Italo Calvino
(Italo Giovanni Calvino Mameli:
Santiago de Las Vegas, Provincia de La Habana, Cuba, 15 de octubre de
1923-Siena, Italia, 19 de septiembre de 1985) fue un escritor del siglo XX.
Nacido en Cuba de
padres italianos, toda su etapa formativa se desarrolló en Italia, donde
también se desarrollaría la mayor parte de su carrera como escritor.
Biografía
Italo Calvino nació en
Santiago de las Vegas cerca de La Habana en Cuba, donde trabajaba su padre
Mario, agrónomo, quien dirigía una estación experimental de agronomía. Su
madre, Evelina Mameli, oriunda de Cerdeña, se había licenciado en ciencias
naturales.
En 1925, sin embargo,
volvieron a San Remo donde los padres dirigían una estación experimental de floricultura.
Dos años después, en 1927, nació su hermano, Floriano, quien más tarde llegaría
a ser un geólogo de fama internacional, además de docente universitario.
Durante su infancia,
Calvino recibió una educación laica y antifascista, de acuerdo con la actitud
de sus padres que se proclamaban librepensadores. Fue a la escuela infantil St. George College. Después, durante la
elemental, a la Scuole Valdesi, e
hizo la secundaria en el regio
Ginnasio-Liceo G.D. Cassini. Tras ello, en 1941, se matriculó en la
facultad de agronomía de la Universidad
de Turín, donde su padre enseñaba agricultura tropical.
Sin embargo, al poco
tiempo estalla la Segunda Guerra Mundial
y Calvino interrumpe sus estudios. En 1943, fue llamado al servicio militar por
la República Social Italiana. Calvino
desertó y se unió a las Brigadas
Partisanas Garibaldi junto con su hermano, mientras sus padres fueron
retenidos como rehenes por los alemanes.
Una vez acabada la
guerra, se mudó a Turín, donde colaboró en unos cuantos periódicos, se
matriculó en Letras (se graduaría con una tesis sobre Joseph Conrad) y se
afilió al Partido Comunista Italiano
(PCI). Fue durante este período de su vida que entró en contacto con Cesare
Pavese, quien hizo que fuese contratado por la editorial Einaudi, donde ya trabajaba Elio Vittorini.
El ambiente de la
editorial fue fundamental en la formación cultural de Calvino. Ya en 1947
publicó su primera novela: Il sentiero
dei nidi di ragno, basada en sus experiencias como partisano. Y en 1949, un
volumen de cuentos: Último viene il corvo.
Las dos obras fueron escritas dentro de la estética del neorrealismo italiano,
a pesar de que, especialmente la primera, tiene un tono de fábula. De esta
misma época, y también de temática neorrealista y obrera, con influencias
visibles de Pavese, es una novela inconclusa que se tendría que haber titulado I giovani del Po. Calvino buscaba
entonces una escritura objetiva e intentaba definir la condición del hombre de
nuestra época.
En 1952, siguiendo el
consejo de Vittorini, abandonó la literatura realístico-social y picaresca para
dedicarse a una especie de narración aparentemente fantástica pero que podía
ser leída en diferentes niveles interpretativos. Se trata de la trilogía
llamada I nostri antenati (Nuestros
antepasados), una representación alegórica del hombre contemporáneo. Forman
parte de ella tres novelas: El vizconde
demediado, El barón rampante y El caballero inexistente. La segunda,
quizás la más famosa, es fruto de la decepción ideológica del autor que, tras
la Invasión de Hungría por la URSS (1956), había abandonado el PCI y apartado el compromiso político.
Aparte de esto, durante
los primeros años sesenta, Calvino publicó dos artículos (Il mare dell'oggetività y La
sfida al labirinto) en los que enunciaba una poética ético-cognoscitiva que
intentaba definir la situación del hombre contemporáneo dentro de un mundo cada
vez más complejo y difícil de descifrar. Entraba así en contacto con una
corriente naciente de neo-vanguardia, en cuya poética Calvino veía una
profundización en las razones de la tecnología y la industria.
En 1963 publicó La giornata d'uno scrutatore, un libro
que, de alguna manera, apareció fuera de lugar y a destiempo. Mientras el
llamado Gruppo 63 proponía textos
rupturistas, Calvino publicó un texto que era todo lo contrario a los ideales
neo-vanguardistas del citado grupo: una novela sociológica, psicológica e
ideológica.
Aquel mismo año publicó
Marcovaldo, ovvero le stagioni in città
una recopilación de fábulas modernas en las cuales se evidencia el
contraste entre naturaleza y progreso.
En 1964 hizo un viaje a
Cuba que le permitió visitar la casa donde había vivido con sus padres y
realizar diversos encuentros, uno de los cuales fue con Ernesto Che Guevara. El 19 de febrero, en La
Habana, se casaba con la argentina Esther Judit Singer, Chichita. Juntos se fueron a vivir a Roma, donde un año después
nacerá su hija Giovanna. La atmósfera cultural italiana había cambiado mucho.
La neo-vanguardia había consolidado
sus posiciones de prestigio y el estructuralismo y la semiología se habían
convertido en las ciencias sociales a las que todos se referían. De estos años
son Le Cosmicomiche (1965), una
recopilación de cuentos aparentemente de ciencia ficción pero que en realidad
se basan en una corriente fantástica y surreal. Y Ti con zero (Tiempo cero) de 1967 que comparte muchas de estas características.
En 1967 se trasladó a
París, incrementó su interés por las ciencias naturales y la sociología y entró
en contacto con el grupo Oulipo. Il castello dei destini incrociati (1969),
La taverna dei destini incrociati
(1973), Le città invisibili (1972) y Se una notte d'inverno un viaggiatore
(1979), las obras que pertenecen a su llamada época combinatoria, son una
muestra de cómo influyeron en Italo Calvino estos contactos. El método de
construcción de estas obras se basa en la utilización de las diferentes
combinaciones de un cierto número de elementos (como las figuras del tarot en Il castello...), que dan origen
potencialmente a innumerables acontecimientos.
En 1980 volvió a Roma
junto con su familia. En 1983 publicó Palomar, en el cual la anécdota se reduce
al máximo, en favor de las reflexiones metafísicas y las descripciones.
Italo Calvino padeció
un ataque de ictus cerebral en 1985, en
Roccamare de Castiglione della Pescaia donde pasaba las vacaciones. Estaba
trabajando en una serie de conferencias que tenía que impartir en la Universidad de Harvard (y que serían
publicadas póstumamente con el título de Lezioni
americane, o en español Seis
propuestas para el próximo milenio). Fue llevado al hospital de Santa Maria della Scala, pero no pudo superar
la noche del 18 al 19 de septiembre y murió.
Póstumamente se
publicaron, entre otros libros: Sotto il
sole giaguaro, La strada di San
Giovanni y Prima che tu dica pronto.
La poética
La experiencia del
neorrealismo
El neorrealismo más que
una escuela fue una manera de sentir común a los jóvenes escritores que después
de la Segunda Guerra Mundial se sentían depositarios de una realidad social
nueva. Fue en este clima intelectual que Italo Calvino concibió una breve novela
Il sentiero dei nidi di ragno y un
cierto número de cuentos que aparecerían agrupados bajo el título de Último viene il corvo. Los dos libros
revelan un escritor con una singular capacidad para representar la realidad,
conjugando el compromiso político y la literatura de una manera espontánea y
ligera. Según contaba el propio escritor, después de la guerra había intentado
contar su experiencia partisana en primera persona, pero sin obtener resultados
satisfactorios. Cuando, en cambio, empezó a escribir las historias que no le
afectaban personalmente y adoptó un punto de vista objetivo consiguió un
trabajo a la altura de sus propósitos. Sus recuerdos de adolescente y las
luchas partisanas se convirtieron en oportunidades para el conocimiento del
mundo: cada gesto intenta desvelar su significado.
En Il sentiero dei nidi di ragno, la adopción del punto de vista de
Pin —el adolescente protagonista de la narración— hace posible el carácter
fabuloso y fantástico del libro. Mediante esta técnica el escritor puede
describir la realidad como si se tratase de un sueño pero sin hacerle perder
consistencia. Le permite, además, escribir una novela sobre la resistencia sin
caer en una retórica excesiva.
Con este libro, Calvino
inicia un modo de trabajar que se convertirá en una de sus características
intrínsecas: la simplificación de la forma narrativa de manera que toda la obra
se convierte en algo legible por diferentes tipos de lector, incluso por
lectores no demasiado atentos.
El periodo fantástico
Calvino siempre se
había sentido atraído por la literatura popular, especialmente por el mundo de
las fábulas.
I
nostri antenati: Con Il visconte dimezzato va un poco más
allá en su camino de la invención fantástica. Ahora se instala completamente
dentro del campo de la fábula y de la fabulación. Si eso permite una primera
lectura en cierta manera superficial, pero agradable, la novela tiene, además,
otra lectura más alegórica y simbólica, ésta, cargada de significados
históricos y políticos, públicos y privados (demediamiento como división entre
ética e ideología, entre bloques políticos y como división entre ilusión y
realidad). La conclusión de la novela sería, pues, una invitación a la
moderación y al equilibrio, ya que nadie es depositario de la verdad absoluta.
Muchas de estas
características se encuentran también en las otras dos novelas que completan la
trilogía. El protagonista de Il barone
rampante (El barón rampante) es el alter
ego del autor que acaba de abandonar el Partido Comunista y la idea de la
literatura como mensaje político. El hombre, a su entender, se ha de
desvincular de los condicionamientos ideológicos y políticos, de las ideas
preconcebidas y de las imposiciones intelectuales. La novela, ambientada en la
Italia del siglo XVIII es al mismo tiempo una reivindicación ilustrada de la
realidad.
En Il cavaliere inesistente (El caballero inexistente) esta fe en la
realidad, sin embargo, ha entrado en crisis. La realidad parece algo
irracional. Y el pesimismo de Calvino se hace más profundo.
Aparte de la producción
alegórica y simbólica, Calvino también produce una narrativa que tiene como
objeto, a pesar de mantener la contaminación proveniente del mundo de lo
fabuloso y a menudo del absurdo, la realidad contemporánea al autor. Reexamina
la sociedad y el lugar que el intelectual (a quien niega unas posibilidades
reales de intervención) ocupa en ella. Este dualismo narrativa-literatura
ideológica no sólo se encuentra en Calvino. Es igualmente presente en otros
autores italianos de la época. Un ejemplo de ello es Elio Vittorini. Sin
embargo, Calvino resuelve el dilema aceptando una literatura en la cual sólo un
lector atento sea capaz de percibir más de un nivel de lectura. Vittorini, en
cambio, no conseguirá resolver esta contradicción y acabará por no aceptar una
literatura no-ideológica y renunciará a la escritura (1956).
Aparte de la trilogía
también pertenecen a este periodo dos libros más: Marcovaldo y La giornata
d'uno scrutatore
Marcovaldo
ovvero Le stagioni in città se articula en dos series publicadas
en dos fechas diferentes (1958 y 1963), lo que permite apreciar la evolución
del autor. La primera serie se acerca más al terreno de la fábula, mientras que
la segunda trata los mismos temas —los temas de la sociedad urbana— pero
llevándolos, en cambio, de manera irónica hacia el absurdo. En cierta manera,
además, se puede decir que el personaje central de Marcovaldo prefigura el de
Palomar y su peculiar mirada sobre la realidad.
En 1963 Calvino acaba
con una fase de su producción literaria que coincide, aunque sea de manera
aproximada, con la década de los cincuenta. Su despedida de esta década es La giornata d'uno scrutatore. Un
militante comunista actúa como interventor electoral (scrutatore) del Partido
Comunista de Italia en un manicomio. Este hecho le hará entrar en crisis cuando
se enfrente con la irracionalidad. Según dijo el propio autor, los temas
tratados en el libro, la infelicidad, el dolor o la responsabilidad de la
procreación nunca se había atrevido a tocarlos hasta entonces. La giornata supondrá, además, una suerte de
relación de su propio recorrido ideológico.
Después vendrá Sfida al labirinto (dell'esistenza)
donde Calvino toma posición el debate sobre el lugar a ocupar por el
intelectual que, según él, ha de individuar los modelos teóricos éticos y
cognoscitivos que nos puedan permitir entender, aunque sea de manera parcial,
el caos de la realidad y dar así un sentido a nuestra existencia.
Sin embargo, dos
libros, en los que se aprecia el influjo de diferentes ciencias, Le cosmicomiche y Ti con zero (Tiempo cero) abrirán una nueva fase de ciencia
ficción. En verdad, no obstante, no nos encontramos delante de libros de
ciencia-ficción. Lo que Calvino hace es reflejar una peculiar proyección de su
análisis humano y social. De hecho, en los últimos cuentos de Ti con zero, los protagonistas ya no son
los mismos que en el resto del libro o en Le
cosmicomiche, por decirlo de alguna manera, ya no son tan de
ciencia-ficción, sino que son personas normales que buscan una solución
científica a sus problemas. Calvino se pregunta hasta qué punto la razón y la
ciencia pueden modificar la relación concreta del hombre con el mundo. La
búsqueda existencial, aunque frustrada, no se interrumpirá nunca.
El periodo combinatorio
En los años sesenta,
Calvino se apunta a una nueva manera de hacer literatura, entendida ya como
artificio, ya como un juego combinatorio. A su entender, hay que hacer visible
la estructura de la narración para el lector y así aumentar su complicidad. Es
en esta época cuando Calvino se acerca a una clase de escritura que podría ser
definida como combinatoria porque el mismo mecanismo que permite escribir asume
un papel central en el interior de la obra. Calvino, de hecho, se ha convencido
de que el universo lingüístico ha suplantado a la realidad y concibe la novela
como un mecanismo que juega con las posibles combinaciones de las palabras. A
pesar de que este aspecto puede ser considerado como el más cercano a la
neo-vanguardia, Calvino se distancia de ella tanto por su estilo como por su
lenguaje, extremadamente compresibles ambos.
Esta nueva concepción
de Calvino es fruto de numerosas influencias: el estructuralismo y la
semiología, las lecciones impartidas por Roland Barthes sobre el ars combinatoria, el acercamiento al Oulipo de Raymond Queneau, la escritura
laberíntica de Jorge Luis Borges, además de la relectura del Tristram Shandy de Laurence Sterne a
quien definirá como el padre de todas la novelas de vanguardia de nuestro
siglo.
Cristalización de esta
nueva concepción de la literatura será Il
Castello dei destini incrociati (1969) al que se añadirá en 1973 La Taverna dei destini incrociati y
donde el recorrido narrativo es confiado a la combinación de las cartas del
tarot. Un grupo de viajeros se encuentran en un castillo. Cada uno de ellos
tendrá una aventura que contar pero no pueden porque han perdido la voz. Para
comunicarse, por tanto, utilizan las cartas del tarot y así reconstruyen,
gracias a las cartas, los sucesos que les han ocurrido. En este libro, Calvino
utiliza las cartas del tarot como un sistema de señales, como un auténtico
lenguaje propio. Cada figura impresa depende del contexto en el que es
pronunciada. El intento de Calvino consiste en quitar la máscara de los
mecanismos que están en la base de todas las narraciones. La novela, pues, va
más allá de sí misma, ya que es una reflexión sobre su propia naturaleza y
configuración.
Este juego combinatorio
también ocupa un lugar central en su siguiente libro, Le città invisibili (1972) (Las ciudades invisibles), una especie
de reescritura del Libro de las
maravillas de Marco Polo, en el que es el veneciano quien describe a Kublai Khan las ciudades de su imperio.
Estas ciudades, sin embargo, no existen en otro lugar que en la imaginación de
Marco Polo, viven nada más que dentro de sus palabras. Por tanto, para Calvino,
la narración puede crear mundos, pero no pude destruir «el infierno de los
vivos» que está a nuestro alrededor y para combatirlo, como se sugiere en la
conclusión de la novela, no se puede hacer otra cosa que no sea dar valor a
aquello que no es infierno.
En Las ciudades invisibles la exhibición de los mecanismos
combinatorios de la narración todavía es más explícita que en El Castillo..., lo es incluso en la
estructura misma de la novela, segmentada en textos breves que se suceden
dentro de una estructura de marco.
Las
ciudades..., de hecho, está compuesta por nueve
capítulos, cada uno dentro de un marco en cursiva en el cual sucede el diálogo
entre el emperador de los tártaros, Kublai Khan, y Marco Polo. Dentro de los
capítulos se narra la descripción de cincuenta ciudades, según unos núcleos
temáticos. Esta construcción arquitectónica compleja está indudablemente
dirigida a la reflexión del lector sobre las modalidades compositivas de la
obra. En este sentido, Las ciudades
invisibles es una novela fuertemente metatextual,
ya que induce a la producción de reflexiones sobre sí mismo y sobre el
funcionamiento de la narrativa en general.
Sin embargo, la obra
más metanarrativa de Calvino es
seguramente Se una notte d'inverno un
viaggiatore (1979). En esta novela, más que en ninguna otra, Calvino
desnuda los mecanismos de la narración, desencadenando una reflexión sobre la
práctica de la escritura y sobre las relaciones entre el escritor y el lector.
El libro lo forman diez capítulos insertos en un marco: en verdad los capítulos
son diez incipit de otras tantas
novelas. En el marco, sin embargo, se narra la historia entre el Lector y la Ludmilla, la Lectora, una
aventura tradicional a la que no le falta el final feliz. La narración empieza
con el Lector que va a comprar un
ejemplar de la novela de Calvino Se una
notte d'inverno... pero que después de unas cuantas páginas descubre que el
libro está defectuoso, está compuesto por cuentos todos iguales. Vuelve
entonces a la librería y allí encuentra a Ludmilla (a quien le ha ocurrido lo
mismo). Así empieza una historia compuesta sólo con principios de novelas. Cada
vez que Ludmilla y el Lector se sumergen en una novela por la que se apasionan,
la narración se interrumpe por los más diversos motivos. Al final el Lector no
conseguirá completar la lectura de las novelas, pero se casará con la Lectora a
quien, en la cama, antes de apagar la luz, dirá que está acabando de leer Se una notte d'inverno un viaggiatore de
Italo Calvino. Los diez principios de que se compone el libro corresponden cada
uno a un tipo diferente de narración. Con este ejercicio de estilo a la manera
de Queneau, Calvino ejemplifica cuales son los modelos y los estilos de la
novela moderna (desde el de neo-vanguardia
hasta en neo-realista, desde el existencial al fantástico y surreal). En
la base de la narración está encajado el esquema de las Mil y una noches, dentro del que Calvino coloca las sugerencias y
las solicitudes provenientes de la novela contemporánea.
Se
una notte d'inverno... es substancialmente un juego en el
que Calvino, casi de manera provocativa, hace gala de sus trucos de narrador.
Pero es un juego serio, casi dramático, porque quiere mostrar la imposibilidad
de conseguir el conocimiento de la realidad. La novela tuvo un éxito
considerable, tanto en Italia, como en otros países, especialmente en los
Estados Unidos, donde fue leído de manera inmediata como un ejemplo de
literatura posmoderna.
Bibliografía
Novela
1947
Il sentiero dei nidi di
ragno El sendero de los nidos de araña
1951
I giovani del Po Los jóvenes del Po
1952
Il visconte dimezzato El vizconde demediado
1960
1957
Il barone rampante El barón rampante
1960
1958
La nuvola de smog La nube de smog
1959
Il cavaliere
inesistente El caballero inexistente
1961
1963
La speculazione
edilizia La especulación inmobiliaria
1981
1963
La giornata d'uno
scrutatore La jornada de un interventor
electoral
1969
Il castello dei destini
incrociati El castillo de los
destinos cruzados
1972
Le città invisibili Las ciudades invisibles
1978
1979
Se una notte d'inverno
un viaggiatore Si una noche de
invierno un viajero
1983
Palomar Palomar
Cuentos
Por último, el cuervo
(Último viene il corvo, 1949).
La hormiga argentina
(La formica argentina, 1952), publicada en la revista romana de literatura Botteghe Oscure, dirigida por Giorgio Bassani.
Los vanguardistas en
Menton (Gli avanguardisti a Mentone, 1953-55), publicado en la revista Nuovi Argomenti, fundada en 1953 por
Alberto Moravia y Alberto Carocci.
Le'entrata in guerra
(1954), publicado por Einaudi. Traducido por Roberto Guibourg (Entramos en la
guerra) para Ediciones PEUSER, Buenos
Aires 1961.
Cuentos populares
italianos (Fiabe italiane, 1956).
Cuentos (Racconti,
1958). Antología por la que recibió en 1959 el premio Bagutta. En este volumen
aparecieron por primera vez algunos de los cuentos que posteriormente formaron
parte de Los amores difíciles, como él mismo informa en la «Nota introductoria»
de ese mismo volumen.
El camino de San
Giovanni (La strada di San Giovanni, 1962), en este cuento traza la semblanza
de su padre, fallecido en 1951.
Marcovaldo (Marcovaldo,
ovvero le stagioni in città, 1963).
Las cosmicómicas (Le
Cosmicomiche, 1965).
Tiempo cero (Ti con
zero, 1967).
Los amores difíciles
(Gli amori difficili, 1970), traducción de Aurora Bernárdez, 1989 para Tusquets
Editores S.A. Colombia. ISBN 84-7223-109-7 e ISBN 958-9159-41-9. Contiene:
Nota introductoria de
Italo Calvino
Primera parte: Los
amores difíciles, conteniendo los siguientes cuentos cortos:
«La aventura del
soldado» (1949)
«La aventura del
bandido» (1949)
«La aventura de una
bañista» (1951)
«La aventura de un
empleado» (1953)
«La aventura de un
fotógrafo» (1953)
«La aventura de un
viajero» (1957)
«La aventura de un
lector» (1958)
«La aventura de un
miope» (1958)
«La aventura de una
mujer casada» (1958)
«La aventura de un
matrimonio» (1958)
«La aventura de un
poeta» (1958)
«La aventura de
esquiador» (1959)
«La aventura de un
automovilista» (1967)
Segunda parte: La vida
difícil
«La hormiga argentina»
(1952)
«La nube de smog»
(1958)
La gran bonanza de las
Antillas (Prima che tu dica «Pronto», 1981). Una treintena de cuentos, apólogos
y diálogos.
Bajo el sol jaguar
(Sotto il sole giaguaro, 1988). Póstumo.
Ensayo
La antítesis obrera
(L'antitesi operaia, 1964). Apareció en el num. 7 de la revista Il Menabó.
Vittorini:
planificación y literatura (Vittorini: progettazione e letteratura, 1966).
Publicado en la revista Il Menabó,4 en un número dedicado al escritor siciliano.
(La muerte de Elio Vittorini marcó un nuevo rumbo en la vida de Calvino).
De fábula (Sulla fiaba,
1980).
Punto y aparte: ensayos
sobre literatura y sociedad (Una pietra sopra. Discorsi di letteratyra e
società, 1980). Ensayo iniciado en 1960, diez años después de la muerte del
poeta Cesare Pavese, con el título «Pavese: ser y hacer» (Pavese: essere e
fare).
Seis propuestas para un
nuevo milenio (1985).
Literatura fantástica
(1985).
Ermitaño en París.
Páginas autobiográficas (Eremita a Parigi. Pagine autobiografiche, 1990).
Recopilación póstuma.
Por qué leer los
clásicos (una de sus obras póstumas).
Otros
Prologa la obra de
Cesare Pavese, La literatura americana y otros ensayos - La letteratura
americana e altri saggi, en 1951.
«El meollo del león».
1955. Publicado en Paragone VI, n°66
El banco (La panchina,
1956). Con música de Sergio Liberovici, para quien escribió también la letra de
cuatro canciones en 1958, «Canzone triste»; «Dove vola l'avvoltoio»; «Il
padrone del mondo»; y «Oltre il ponte».
«Allez-hop» (1959)
Cuento mímico, con música de Luciano Berio, representado en el Teatro La Fenice
de Venecia.
En 1959, junto a Elio
Vittorini, saca la revista literaria Il Menabó, de la que son codirectores. En
esta revista publicó varios ensayos, entre los cuales:
«Il mare
dell'oggetivitá» - El mar de la objetividad, 1959. Num. 2 de la revista.
«La sfida al laberinto»
- El desafío del laberinto, 1962. Num. 5 de la revista.
«L'antitesi operaia» -
La antítesis obrera, 1964. Num. 7 de la revista.
«Proyección y literatura»
- Progettazione e letteratura, 1967. Num. 10 y último de la revista, dedicada
enteramente a la vida de Elio Vittorini, desaparecido un año antes.
Anota una edición de
"Poesie edite e inedite", en 1962; y en 1966 anota la edición de
Lettere 1945-1959, de Cesare Pavese, publicadas por Giulio Einaudi Editore .
Montezuma y L'huomo di
Neanderthal (1974) Diálogos para el programa radiofónico Le interviste
impossibili
La vera storia (1982)
Ópera en dos actos, en colaboración con Luciano Berio.
Collezione di sabbia -
Colección de arena (1984). Traducción de Aurora Bernárdez. ISBN 84 7844 545 5.
Recopilación de escritos breves aparecidos en la prensa italiana, se divide en
4 secciones:
I. Exposiciones -
exploraciones
II. El rayo de la
mirada
III. Exploración de lo
fantástico
IV. La forma del tiempo
Traduce la novela Les fleurs bleues (Flores azules), de
Raymond Queneau al italiano, como forma de homenaje a este escritor
enciclopédico.
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