Saturday, December 27, 2008

ROLANDO REVAGLIATTI


De incógnito
ROLANDO REVAGLIATTI


Es de tarde. El arrendatario del teatro no está a la vista. En el hall: nadie. Nadie en los baños. Nadie en la platea ni en los corredores. La salita es agradable, me siento en la última fila: alguien ensaya.
—¿Y?... ¿Qué hacemos?... Fuera de foco, ponéme en foco. Corrección a derecha, mucho fantasma —indica la pelirroja, único ser humano en el escenario.
—La música...
Queda como oyendo. Reparo en los grandes armazones rodeando el banquito en el centro, con la mujer allí sentada.
—Necesito corregirte más, llegar a mi Julita. Concienzuda como yo, vos. Recta y vibrátil, vos. Una muchacha todalabios.
Súbitamente me caliento.
—El piensa que soy una maravillosa muchacha todalabios. Y una muchacha. Una sinuosa y dulce e inaceptante.
Doce armazones. Los que dan a proscenio y uno de los de foro, vacíos.
—El, soy yo confundida. Pero... ¿Qué él?... ¿Quién él?... Hablando sola cuando sé que me oyen, oyendo cuando no creen que los oigo; lastimada, sin ganas de comer. Comiendo sin saber que lo hago. Arrancándole pollo al pollo, pitando sin fumar. Y esto es hablar claro, Julita. Julita. Digo Julita aunque y porque nadie me lo dirá. El me lo diría. Si yo creyera que él es él, me lo diría.
En uno de los armazones hay un banquito muy alegre.
—Necesitás oír lo que necesitás creer. ¡Sos una mujer, sos impune!... Oí esto, oí... esto, ¡oí!... ¡O... iiiiii... eeeessssssto, eeesssssssto! ¡Qué divino!...
¡Y pone una cara de orgasmazo la pelirroja!
—Soy una “moglie” ahora, Julita —mirando fijamente al banquito muy alegre—. Con lo cual debo querer decirte algo. No sé, ni sé qué.
Yo tampoco, la verdad. Y eso que soy un tipo permeable.
—Que soy menos que un misterio, una concha. ¡¿Qué importa?!: mamá no está. Mamá no está, o está lejos, o es lejos de mamá que somos menos un misterio.
Y se mata de risa la joven actriz. Me guardé hasta ahora de comentarles que en un armazón hay un mural con la susodicha sentada, perfectamente desnuda. Brazos muy gruesos: lástima.
—¡Pero qué!... ¡Nadie me violó a mí, nunca me violó! —aduce “increpando” al armazón en el que se halla inserta una placa de metal opaco y estriado; yo diría: manchado; salpicado y oxidado.
—Sí, me gusta tanto como a él tu sonrisa, todos tus dientes, mirarte la piel de las mejillas y el mentón; dejarme comer una oreja tenue por esa boca que me quiere. Necesitaría que me quede tranquilo adentro que me quiere. Que el amor de él es para mí. Que él quiere poder sacarse su amor y dármelo. El nunca te dirá Julita. El se explayará sobre “la malversación de María Julia”, sobre “Julita malversada” —le habla al banquito muy alegre—. El te dirá “todo es inútil”. El te dirá: “¿Yo soy inútil, entonces?” Oí... —dice; y canturrea lo que encomillo:— “Cuando eras, llena eras de mí”.
En varios armazones hay espejos; uno, “deformante”.
—Escribíle una carta que él no rompa antes de leerla.
Cuento: me la imagino con adorables arruguillas al borde de las comisuras.
—El se viste y se va. Y él todavía te da un beso. Se escapa así. Así. Vos aprovechás que él se olvida de vos, que él se duerme, y te vas.
Se toma un tiempo escrutando cada uno de los espejos. Me pregunto: ¿no se pondrá de pie, no se trasladará? Opino: soy imparcial: es atractiva.
—El no ha de desanudarse esta soga aromática, este lazo de caucho, Julita; que él no te dice Julita, Julita, porque vos no das lugar más que para vos diciéndote Julita; a él también le parece delicioso lo que oís y que lo acaricies por detrás y le busques las piernas y le des a oler tu corazón crudo, tu narciso.
Bueno, no está nada mal la metáfora. Me estoy acostumbrando a la calentura. Reacomodo la verga, pobre: aherrojada.
—¿El de tarde o él de noche?... ¡A mí él de tarde y relámpagos, cuando me evaporiza, cuando me vampirea, cuando me transmigra, cuando no es posible regresar y le digo que no un segundo después, que no, que no, que no, que ya la última vez había sido, y que no, le digo y lo siento más, y él no cumple, no cumple, no cumple y me posee hasta todas las edades!...
Se va a sentar en el banquito muy alegre.
—Y me posee, María Julia.
No dije cómo está vestida: short negro, descalza, una blusa fucsia pudiera ser, con la luz...; cuatro spots, uno con gelatina.
—Las pecas y el ombligo me posee. Me mastica. Percute y repercute: es una orquesta, una banda de dixieland. Julita de tarde no te conoce.
Infiero que quien replica ahora es el mismo personaje, adolescente. ¿Correcto?... ¡¿Estoy entendiendo algo, Dios mío?! Y aquí se pone ésta también con el “oí, oí, qué síncopa” y todo eso.
—Mamá me lleva al sol. No le importa. Le digo: “No quiero ir, mirá la espalda”. “María Julia tiene una linda espalda, con huesos lindos y la piel suave.” “Sí, pero éstas no se van.” “Te quedan bien.” “Vos lo decís, pero los muchachos se fijan.” “Y les gusta. ¿Qué hay?” “Hay; porque no les gusta y yo no las quiero tener.” “Se te metió en la cabeza.” “Entonces, dejáme.” “Te dejo, ya sos grande.” “¿Para qué?” No contesta. Mamá se va. Me lleva al sol. Tomo aire de mar. Mi mejor amiga, nada. Yo, leo; y estoy más preocupada por mamá que por los muchachos.
Largo el pelo de la mina. Naricita. Operada. Demasiado. Ansío ficharla desde la primera fila.
—¿Y usted? —pasándose al banquito del centro; mirándose en uno de los espejos—. Nunca me tome de la cintura. No cruce conmigo así. No me siga. Camino ligero. “¿Me permite, preciosa, que intente ser su tobogán hacia usted?” Hasta ahí, bien. “¿O su sube y baja?” Chiste. Gracia inconfesable. Estoy apurada, no me comprometa. Quédese en el coche y a pie. Estoy apurada. Voy a...
Cejijunta, mira la placa de metal oxidado, etcétera.
—¿Y usted? ¡No se encare conmigo, puedo descontrolarme y huir hacia usted! ¡Que estoy soportando estar tiznada, y esta corona de cabello y azafrán, y el dale que dale, y el cansancio y el trajín y el sudor! Baje los ojos. Mientras tanto, yo...
Sigue el delirio: ahora “enfrenta” al espejo “deformante”. Pero es como si hubiera olvidado el parlamento. Mira a un espejo, mira a otro. Al mural:
—¿Toda se me ve desde esos ojos?
Echo un vistazo a la sala: nadie. Pene menguante. Mientras me distraigo…
—No lo van a conseguir, no lo consiguen, una mano me queda por allí, que intervenga toda; tres o cuatro ligamentos debajo de la cama, que toda participe; no, no, mis globos verán a otro, a otro más, otro paisaje, montada en bicicleta y no en vos, no me dejás pensar, ¡hijo de puta!... ¡Si te dije que no, te uso, hacéme lo que quieras! No, así no, al final te uso, dejáme monocorde, guacho, que yo no quiero ser un manso río, me duermo como una persiana, quién te pidió, que no me voy a quedar en manso río; eso es lo que vos quisieras para gloria de tus espolones. ¡Yo me quiero morir, santificado sea mi nombre, María Julia!...
Estoy otra vez atento. Sí, es alta; calculo: en chinelas, como yo. Se va al otro banquito.
—Quiero...
Se va al otro banquito.
—¿A quién?
Se va al otro banquito.
—Yo paseaba en bicicleta con mi mejor amiga. Por las piernas, porque estiliza, endurece; andábamos mucho, estiliza, ella estudiaba, ella estudia todavía, mi amiga íntima, me suena raro...
Así yo, vanamente erecto, mientras ella se sienta en el otro banquito.
—Pero sólo te cuento que andaba en bicicleta. Que hice una vida sana, aunque el sol, que tuve contacto, aunque no fuera Julita para nadie.
Estallando:
—¡¿Y si a veces no me las arreglo?!...
Sonríe. Luego:
—¡¿De qué te reís?!
Pene reinicia su fase menguante: ¡este pene! Y aquí viene un jueguito donde la actriz (versión castellana de Meryl Streep y Faye Dunaway) cambia de banquito unas doscientas veces mientras se ríe a rajacincha con lágrimas y toses. Deseo aplaudir. O algo con ella. Me contengo. ¿Qué hago: me escabullo y aparezco después, como si nada? ¿Acabó? Es decir: ¿habrá concluido?... No me contengo.


Familia

El hermano, vistiendo sólo un pantalón vaquero, dispara balas de fogueo a la hermana, quien, cubierta con sólo una camisa vaquera, dispara al hermano balas de fogueo. Ambos con escopetitas, hermosos, tostados. Eternamente veinte años. Se esconden detrás de árboles y matas. Apenas agitados, cesan de disparar. No hay viento. El efluvio solar envuelve al hermano y lo constriñe:
—A mí se me mezcla, ¿no?... Se me mezcla. ¿No? Es como que no es de una sola manera. Se me mezclan... así... digamos... emociones... impresiones... y una especie de objetividad que se me aparece desde mi edad actual, desde las cosas que fui descubriendo. Era... muy caliente. Muy caliente. Quiero decir, muy de tener las manos calientes... siempre. Muy como implacable. Cariñoso. De estar siempre detrás de... del... del demostrar su cariño. Por ahí pienso que en realidad estaba tan... tan... tan desoladoramente necesitado de que... le dieran y estuvieran mucho con él demostrándole... que...; tal vez, todo lo que él hacía era para que le devolvieran... para... como si dijéramos para... provocar una suerte de inducción... a ver si yo me volcaba hacia él, a ver si era más expresivo con él, más comunicativo, más... más de ir a buscarlo, más de jugar con él, más de demostrarle que lo quería, o que era bueno que estuviera o que existiera, que fuera mi papá... Eh... Pienso ahora que... es más esto último, ¿no? Esto de... de... necesitar recibir... Y esto es cada vez más claro si advierto qué cosas empezó a decretar alguna vez, no sé cuándo. Empezó a decretar cosas tales como... besos... El debía ser besado por mí, al despertar... al saludarlo, al... decirle buen día. Y a la noche tenía que besarlo y decirle hasta mañana, que descanses, y era así... era por decreto. Yo... tal vez nunca lo he pensado antes que ahora mismo, y tal vez hay algún contenido secreto en esto que acabo de pensar, pero quizá, después, o antes, o igual que su madre, que a su madre, quizá, a quien más quiso o quiere, en toda su vida, es a mí.
Lejanos, con lentitud, paseando, avanzan los padres. La madre, tomada del brazo del padre. Trae una cartera. Son llamados al unísono por los hijos, que se acercan.
La hermana: —¡Mami!...
El hermano: —¡Papá!...
Al ser requeridos y tras un instante de vacilación, intentan acudir hacia el hijo por el que han sido llamados. Se topan de frente, chocan entre sí, seca y absurdamente. Caen. Muertos. Los hijos se aproximan a los cuerpos. Ella toca al padre con el caño de la escopeta. El se agacha. Mira en detalle a los padres, sin tocarlos. Deja su escopeta en el suelo. También la hermana deja la suya en el suelo, y agachada, mira en detalle a los padres, sin tocarlos. Se arrodilla y mira al hermano, quien levanta un pie de la madre. Lo apoya con suavidad en el suelo. Levanta un pie del padre. Lo apoya con suavidad en el suelo. Ella coloca los cuerpos boca arriba. El levanta la cabeza del padre. La apoya con suavidad en el suelo. Ella empuja con la punta de sus dedos la cabeza de la madre hacia uno de sus lados. Toca la nariz, los párpados, las orejas de la madre. El pone sus manos sobre las rodillas de la madre. Ella toma una mano del padre y la coloca sobre el abdomen de éste. Se acerca. Lo huele. El hermano mira a la hermana. Toma una mano del padre. La levanta y la deja caer. Levanta un pie de la madre y lo deja caer. Huele al padre. Huele a la madre. La hermana pone su cara sobre el hombro de la madre. El hermano hunde sus dedos en el busto de la madre. La hermana coloca el dorso de su mano debajo de las fosas nasales del padre. Palpa el antebrazo del padre. Besa la frente del padre. El hermano abre la cartera de la madre. Extrae una tijerita. Corta la corbata del padre, dejándole el nudo en el cuello. Mira la parte cortada, la alza, la tira. La hermana abre la blusa de la madre. Toma de la mano del hermano la tijerita. Corta un redondel de género de la enagua de la madre, que deja descubierto el ombligo de ésta. El pone su boca en el ombligo. Sopla. Se aparta. Mira a la hermana que, a su vez, lo mira. Vuelve a poner su boca en el ombligo de la madre. Sopla. Se aparta. La hermana se incorpora. Se para sobre los muslos del padre. Luego, lo descalza. Le saca una media. Le pone la media entre los dedos del pie. El hermano extrae de la cartera un osito a cuerda. Le da cuerda. Lo acerca a un oído de la madre. Le descarga la cuerda. Vuelve a darle cuerda. Lo coloca sobre el pecho del padre. La hermana le saca a la madre el pañuelo de seda del cuello. Le envuelve la cabeza. Los hermanos desabotonan las prendas de los padres. Las rompen con las manos y con la tijerita. Huelen los cadáveres. Se miran.
—Pero... pero... —dice la hermana— ¡pero no... suenan!...
Atardece rápidamente.




Rolando Revagliatti nació el 14 de abril de 1945 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, capital de la República Argentina. Su quehacer en narrativa y en poesía ha sido traducido y difundido al francés, vascuence, neerlandés, ruso, italiano, asturiano, alemán, albanés, catalán, inglés, esperanto, portugués, bengalí, maltés, rumano y búlgaro. Uno de sus poemarios, “Ardua”, ha sido editado bilingüe castellano-neerlandés, en quinta edición y con traducción del poeta belga Fa Claes, en Apeldoorn, Holanda, 2006, a través del sello Stanza. Ha sido incluido en antologías y libros colectivos de la Argentina, Brasil, México, Chile, Panamá, Estados Unidos, Venezuela, España, Alemania-Perú, Austria, Italia y la India. Obtuvo premios y menciones en certámenes de poesía de su país y del extranjero. Fue el editor de las colecciones “Olivari”, “Musas de Olivari” y “Huasi”. Coordinó varios Ciclos de Poesía, así como la Revista Oral de Literatura “Recitador Argentino” y diversos eventos públicos, solo o con otros escritores. Ha sido colaborador en más de seiscientos cincuenta periódicos, revistas y colecciones de plaquetas, cuadernos, murales, etc., de la mayoría de los países de América y Europa. Desde 2013 realiza entrevistas a poetas argentinos a través del correo electrónico. En soporte papel publicó desde 1988 dos volúmenes con cuentos y relatos: “Historietas del amor”, “Muestra en prosa”; uno con su dramaturgia: “Las piezas de un teatro”; quince poemarios: “Obras completas en verso hasta acá”, “De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):”, “Trompifai”, “Fundido encadenado”, “Tomavistas”, “Picado contrapicado”, “Leo y escribo”, “Ripio”, “Desecho e izquierdo”, “Propaga”, “Ardua”, “Pictórica”, “Sopita”, “Corona de calor”, “Del franelero popular”. En 2009 apareció “Revagliatti – Antología Poética”, con selección y prólogo de Eduardo Dalter. Sus libros han sido editados electrónicamente y se hallan disponibles, por ejemplo, en www.revagliatti.com. Cuatro poemarios suyos, inéditos en soporte papel, “Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo”, “Infamélica”, “Viene junto con” y “Habría de abrir”, cuentan con dos ediciones-e de cada uno: en PDF y en Versión FLIP (Libro Flash). Sus 185 producciones en video, todas ellas debidamente diseñadas y editadas, se encuentran en http://www.youtube.com/rolandorevagliatti. 


________Abril 2017__________

Contacto: rolandorevagliatti@gmail.com

1 comment:

Anonymous said...

Definitivamente, el trabajo de Revagliatti rezuma excelencia por donde lo mires; como poeta es certero y lúcido; como narrador logra atmósferas de gran poesía también, y la brevedad de sus relatos deja un agradable (y ambiguo) sabor de boca.

Bien por tí, Ricardo. Y saludos a Revagliatti.