LOS TRES COSMONAUTAS
(UMBERTO ECO, Alessandria, Italia, 5 de enero de 1932 - Milán, 19 de febrero
de 2016)
Había una vez la
Tierra.
Y
había una vez Marte.
Estaban
muy lejos el uno de la otra, en medio del cielo y alrededor había millones de
planetas y de galaxias.
Los
hombres que habitaban en la Tierra querían llegar a marte y a los otros
planetas: ¡pero estaban tan lejos!
De
todos modos, se pusieron a trabajar. Primero lanzaron satélites que giraban dos
días alrededor de la Tierra y luego regresaban.
Después
lanzaron cohetes que daban vuelta alrededor de la Tierra, pero en vez de
regresar, al final huían de la atracción terrestre y partían hacia el espacio
infinito.
En
principio, en los cohetes pusieron perros: pero lo perros no sabían hablar, y a
través de la radio transmitían solo "gua-gua". Y los hombres no
podían entender que habían visto ni adónde habían llegado.
Al
final encontraron hombres valientes que quisieron ser cosmonautas. El
cosmonauta se llamaba así porque partía para explorar el cosmos: es decir, el
espacio infinito, con los planetas, las galaxias y todo lo que nos rodea.
Los
cosmonautas, al partir, ignoraban si podían regresar.
Querían
conquistar las estrellas para que un día todos pudiesen viajar de un planeta a
otro, porque la Tierra se había vuelto demasiado estrecha y los hombres crecían
de día en día.
Un
buen día partieron de la Tierra, desde tres puntos distintos tres cohetes.
En
el primero iba un norteamericano, que silbaba muy alegre un motivo de jazz.
En
el segundo iba un ruso, que cantaba con voz profunda "Volga-Volga".
En
el tercero iba un negro que sonreía feliz, con dientes muy blancos en su cara
negra.
En
efecto, por aquellos tiempos los habitantes de África, que finalmente eran
libres, se habían demostrado tan hábiles como los blancos para construir
ciudades, máquina y naturalmente cosmonautas.
Los
tres querían llegar primero a Marte para demostrar quién era el más valiente.
El norteamericano, en efecto, no quería al ruso y el ruso no quería al
norteamericano: y todo porque el norteamericano para decir buen día decía
"how do you do" y el ruso decía "ZGPABCTBYUTGE".
Por
eso no se comprendían y se creían distintos.
Los
dos —además— no querían al negro porque tenía un color distinto.
Por
eso no se comprendían.
Como
los tres eran muy valientes, llegaron a Marte casi al mismo tiempo.
Llegó
la noche. Había en torno de ellos un extraño silencio y la Tierra brillaba en
el cielo como si fuera una estrella lejana.
Los
cosmonautas se sentían tristes y perdidos y el americano, en la oscuridad,
llamó a la mamá.
Dijo:
"Mamie..."
Y
el ruso dijo: "Mama".
Y
el negro dijo: "Mbamba"
Pero
enseguida comprendieron que estaban diciendo lo mismo y que tenían los mismos
sentimientos. Fue así que se sonrieron, se acercaron, juntos encendieron un
buen fueguito, y cada uno cantó canciones de su país. Entonces se armaron de
coraje y mientras esperaban el amanecer, aprendieron a conocerse.
Por
fin se hizo día: hacía mucho frío. Y de repente de un grupito de árboles salió
un marciano. ¡Era realmente horrible verlo! Era todo verde, tenía dos antenas
en lugar de las orejas, una trompa y seis brazos.
Lo
miró y dijo: ¡GRRRR!.
En
su idioma quería decir: "¡Mamita querida! ¿Quiénes son esos seres tan
horribles?".
Pero
los terrestres no lo comprendían y creyeron que su grito era un ruido de
guerra.
Fue
así como decidieron matarlo con sus desintegradores atómicos.
Pero
de pronto, en medio del enorme frío del amanecer, un pajarito marciano que
evidentemente se había escapado del nido, cayó al suelo temblando de frío y de
miedo.
Piaba
desesperado más o menos como un pájaro terrestre. Daba realmente pena. El
norteamericano, el ruso y el negro lo miraron y no pudieron contener una
lágrima de compasión.
En
ese momento, sucedió algo muy extraño. También el marciano se acercó al pajarito,
lo miró y dejó escapar dos hebras de humo de la trompa. Y los terrestres, de
golpe, comprendieron que el marciano estaba llorando. A su modo, como lloran
los marcianos.
Después
vieron que se inclinaba sobre el pajarito y lo alzaba entre sus seis brazos
tratando de darle calor.
El
negro que en otros tiempos había sido perseguido porque tenía negra la piel y
por eso mismo sabía cómo son las cosas, dijo a sus dos amigos terrestres:
—"¿Se
dieron cuenta? Creíamos que este monstruo era distinto de nosotros pero también
él ama a los animales, sabe conmoverse. ¡Tiene un corazón y sin duda un
cerebro! ¿Creen todavía que hay que matarlo?"
No
era necesario hacerse semejante pregunta.
Los
terrestres ya habían aprendido la lección. Que dos personas sean distintas no
significa que deben ser enemigas.
Por
lo tanto, se acercaron al marciano y le tendieron la mano.
Y
él, que tenía seis, les dio la mano a los tres a un mismo tiempo, mientras que
con las que quedaban libres hacía gestos de saludo.
Y
señalando la Tierra, distante en el cielo, hizo entender que deseaba viajar
allá, para conocer a los otros habitantes y estudiar junto con ellos la forma de
fundar una gran república espacial en la que todos se amaran y estuvieran de
acuerdo.
Los
terrestres dijeron que sí entusiasmados.
Y
para festejar el acontecimiento le ofrecieron un cigarrillo. El marciano, muy
contento, se lo introdujo en la nariz y empezó a fumar. Pero ya los terrestres
no se escandalizaban más.
Habían
comprendido que tanto en la Tierra como en los otros planetas, cada uno tiene
sus propias costumbres, pero que sólo es cuestión de comprenderse los unos a
los otros.
UMBERTO
ECO
Semiólogo
y escritor italiano. Se doctoró en Filosofía en la Universidad de Turín, con L.
Pareyson. Su tesis versó sobre El problema estético en Santo Tomás (1956), y su
interés por la filosofía tomista y la cultura medieval se hace más o menos
presente en toda su obra, hasta emerger de manera explícita en su novela El nombre de la rosa (1980). Desde 1971
ejerce su labor docente en la Universidad de Bolonia, donde ostenta la cátedra
de Semiótica.
Se
pueden definir dos presupuestos clave en la amplia producción del autor: en
primer lugar, el convencimiento de que todo concepto filosófico, toda expresión
artística y toda manifestación cultural, de cualquier tipo que sean, deben
situarse en su ámbito histórico; y en segundo lugar, la necesidad de un método
de análisis único, basado en la teoría semiótica, que permita interpretar
cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos y,
por lo tanto, al margen de cualquier interpretación idealista o metafísica.
Teniendo
en cuenta este planteamiento, se puede comprender el porqué de la variedad de
los aspectos analizados por Umberto Eco, que abarcan desde la producción
artística de vanguardia, como en Obra
abierta (1962), hasta la cultura de masas, como en Apocalípticos e integrados (1964) o en El superhombre de masas (1976).
A
la sistematización de la teoría semiótica dedicó, sobre todo, el Tratado de semiótica general (1975),
publicado casi al mismo tiempo en Estados Unidos con el título de A Theory of Semiotics, obra en la que el
autor elabora una teoría de los códigos y una tipología de los modos de
producción sígnica.
Durante
los años del auge del estructuralismo, Eco escribió, enfrentándose a una
concepción ontológica de la estructura de los fenómenos naturales y culturales,
La estructura ausente (1968), que
alcanza su óptima continuación en Lector
in fabula (1979). En esta última obra, efectivamente, se afirma que la
comprensión y el análisis de un texto dependen de la cooperación interpretativa
entre el autor y el lector, y no de la preparación y de la determinación de
unas estructuras subyacentes, fijadas de una vez por todas.
Algunos
conceptos básicos del Tratado, en cambio, fueron estudiados nuevamente,
discutidos y, en ocasiones, modificados por el propio autor en una serie de
artículos escritos para la Enciclopedia Einaudi y recogidos después en Semiótica y filosofía del lenguaje (1984).
El concepto de signo, especialmente, abandonando el modelo propio "de
diccionario" por un modelo "de enciclopedia", ya no aparece como
el resultado de una equivalencia fija, establecida por el código, entre
expresión y contenido, sino fruto de la inferencia, es decir, de la dinámica de
las semiosis.
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