UN KILATE DE CAFÉ
ANDREA VICTORIA ÁLVAREZ ÁLVAREZ
(Caracas, Venezuela, 1956)
Los primeros días de
febrero tienen todavía esa grata frescura del cielo decembrino que usualmente se prolongan
más allá del principio de año. Yo
afianzo la mano de Rafaelito entre la
mía mientras cruzamos la avenida. Al entrar al gran supermercado chino el niño busca el carrito y rápidamente veo su intención de lanzarse a correr por los pasillos. No es de extrañar, siempre hace la misma
maniobra y yo debo ir tras él hasta alcanzarlo.
— ¡Espera Rafa! —lo
detengo en seco— déjame colocar las
cosas dentro.
Comienzo a escoger los
alimentos, luego los artículos de limpieza
y más tarde estamos frente al gran mostrador de carnes. Rafa ya no puede empujar el carrito, éste se ha vuelto pesado para sus frágiles impulsos.
Lo ayudo con la carga y llegamos a una de las cajas. La hilera de clientes es larga; pero tres
puestos antes de llegar nuestro turno, un hombre joven y corpulento discute algo con
la cajera. Uno de los chinos se
acerca “quizás sea el encargado” — pienso.
— ¿Qué sucede joven? —pregunta
con su entonación asiática característica.
— ¡Qué sucede! —responde el
hombre visiblemente indignado—, sucede que
hace dos días compré un kilo de café a
seis bolívares y ahora
esta señora me está cobrando doce.
Le digo que corroboré el
precio; pero me dice que es ese.
— Déjeme ver —el hombre
tomó el paquete para buscar en la lista de precios— éste es el precio del paquete, doce bolívares —aseguró.
— ¡No puede ser, esto es
un atraco!
—Lo siento, éste es precio — respondió el chino, ya en
actitud defensiva— Si no
quiere, no lleve.
— ¡Ah, así son las cosas!
—añade el hombre por toda respuesta. Acto seguido, con ambas manos desgarra el envoltorio de café, se abalanza sobre el asiático y
vuelca todo contenido
sobre su cabeza. El oscuro polvillo se desliza
por su humanidad cual cascada. Le
entra por los ojos, la boca, el pabellón de las orejas, le allana los bolsillos
hasta llegar al piso donde forma un
círculo que se dispersa rápidamente. Las
violentas pisadas de otros clientes la disuelven, han comenzado a correr por todo el establecimiento, a llenar
los carros con diferentes productos para luego salir, cual proyectil
hambriento, despedidos por la puerta. Los que se quedan, tratan de acarrear todo lo que pueden y lo que no pueden llevar, lo destruyen. A quienes somos
espectadores del incidente las latas, envoltorios
y toda clase de objetos, nos sobrevuelan
por encima de la cabeza. Quedamos paralizados
y sin saber que hacer.
Aún atemorizada logro
reaccionar, abandono el carro con todo
adentro y me alejo lo más que puedo
hacia el fondo del local. En mi
angustia, llevo a Rafa casi arrastras
conmigo. Descubro unas escaleras y, temblando aún, subimos por ellas. En la
cúspide de estas una pesada puerta cede ante mi empellón. Hemos entrado y me doy cuenta que es un gran depósito. Aquí hay muchas cajas, cosas sueltas y esparcidas por
el piso, paquetes de alimentos a medio consumir y un penetrante olor a ratas
sustituye el delicioso aroma del café desparramado un rato antes. El griterío que viene de abajo es
ensordecedor. “Me esconderé con el niño hasta que cesen esos gritos y estruendos”— pienso. Estamos ocultos tras un montón cajas.
—Mami, tengo miedo —Rafa
está apretujado contra mi pecho. Tiritando.
No sé cuánto tiempo ha
pasado desde que estamos aquí. Los
gritos y ruidos de objetos que caen han
disminuido. A lo lejos se escuchan
detonaciones pero siento que quizás ya no hay peligro y decido salir de mi escondite con Rafa
fuertemente abrazado. Bajamos por las
escaleras con mucha precaución. Los asiáticos
que quedan dentro del local se asustan al vernos. También nosotros nos asustamos.
Sus caras, tanto como las nuestras, reflejan terror.
Uno de ellos se apresura, abre la puerta del establecimiento y nosotros salimos presurosos. Rafa continúa
aferrado a mi mano.
La calle que
cruzáramos hace, no sé cuánto tiempo,
ahora nos muestra los estragos del saqueo.
Desde todos los ángulos los
negocios destrozados y militares apostados
frente a ellos.
Algunas ambulancias comienzan a recoger nuestros primeros muertos.
Los
Teques, 27 de Febrero del 1989
ANDREA VICTORIA ÁLVAREZ ÁLVAREZ
Escritora
venezolana, nace en Caracas en 1956.
Maestra normal. Formó parte del grupo cultural “Pie de
Página”, auspiciado por la Casa de la Cultura del estado Aragua.
Publica en diversas páginas Web
(Mis Poetas Contemporáneos de Gustavo Tisocco, La Casa de Asterión, Sane Society).
Algunos de sus escritos han sido publicados en la revista digital
literaria “Letralia”. En papel, en las
antologías “Poesía iberoamericana del siglo XXI, tomos I y II”; editadas en México por la Sociedad internacional de poetas y
escritores “SIPEA” y en "Buena Letra" antología bilingüe de Commisso Editore (Italia) . Resonancias.Org 146 02 04 2007
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