Friday, January 04, 2019

DYLAN THOMAS


Los enemigos
Dylan Thomas

Ya había amanecido en los verdes acres del valle de Jarvis y el señor Owen arrancaba la mala hierba de su jardín. Un poderoso viento le tiraba de la barba y a sus pies parecía bramar el mundo vegetal. Un grajo perdido en el cielo graznaba en busca de compañía. Al fin, su vuelo enfiló solitario el Oeste con un lamento en el pico. El señor Owen, irguiendo los hombros descansadamente, levantó la vista al cielo y contempló aquel oscuro batir de alas contra un rojo Sol. En su fría cocina, la señora Owen suspiraba ante un puchero de sopa. Tiempo atrás, el valle era tan solo un albergue del ganado. Solo los vaqueros bajaban de la colina para guiar con sus voces a las vacas y ordeñarlas después. Ningún extraño había pisado jamás el valle. El señor Owen había llegado hasta allí un atardecer de verano después de vagar solitario por toda la comarca. Aquel día y a aquella hora las vacas yacían plácidamente tumbadas y el arroyo saltaba cantando entre las guijas. «Aquí -pensó el señor Owen-, en medio de este valle, edificaré una casita pequeña con un jardín.» Y volviendo a trazar la misma ruta que lo había llevado hasta el valle por las ventosas colinas, regresó a su pueblo y contó a su mujer lo que había visto. Y así fue como acabó por levantarse entre los verdes campos una humilde casita. Plantaron en torno a ella un huerto y en torno al huerto se alzó un cercado que impedía el paso de las vacas.
Todo eso sucedió a principios de año. Ahora habían pasado otoño y verano. El jardín ya había florecido y desflorecido. La escarcha cubría la hierba. El señor Owen volvió a inclinarse sobre la Tierra para arrancar hierbajos y el viento retorcía las testas próximas del gramaje y arrancaba una oración de sus verdes fauces. Pacientemente iba arrancando y estrangulando los hierbajos, provocando en la Tierra un combate: entre sus dedos morían los insectos que habían excavado galerías allí donde había brotado la mala hierba. Y se iba cansando de matarlos y cansándose aún más de arrancar raíces y tallos podridos y verdes.
La señora Owen, asomada a las profundidades del puchero, había dejado a la sopa hervir con libertad. Bullía oscura y espesa hasta que vino a iluminarla el reflejo de un arco iris. Relucía, fulgente como el Sol y gélida como la estrella polar, entre los pliegues de su vestido donde ella tenía puesto el puchero con todo candor. Los posos del té del desayuno le habían anunciado la llegada de un extraño. La señora Owen se preguntaba qué le diría el puchero.
Por las raíces descuajadas culebreaba un gusano retorciéndose al tacto de los dedos y ciego en la luz. De pronto se había llenado la hondonada entera de viento, del gemir de las raíces, de alientos del bajo cielo. No solo las mandrágoras chillan: las retorcidas raíces chillan también. Todos los hierbajos que el señor Owen arrancaba del suelo chillaban como niños de pecho. En el pueblecito del otro lado del monte, al compás del colérico viento, las ropas tendidas en los jardines se mecían en extrañas danzas. Y mujeres de inflados vientres sentían un golpe nuevo en las entrañas al inclinarse sobre artesas de agua hirviendo. La vida les corría por las venas, los huesos y la carne que los envolvía, carne que tenía su estación y su clima mientras el valle envolvía las casas con la carne de su verde hierba.
Como una tumba profanada, la bola de cristal del puchero iba rindiendo su cadáver a los ojos de la señora Owen. Esta contemplaba los labios de las mujeres y los cabellos de los hombres que iban cobrando forma en la superficie de aquel mundo transparente. Pero de repente desaparecieron las formas como por ensalmo y ya solo distinguía los perfiles de las colinas de Jarvis. Por el valle invisible que se abría bajo aquella superficie venía caminando un hombre con un sombrero negro. Si seguía su marcha acabaría por caerle en el regazo.
-Por las colinas viene caminando un hombre con un sombrero negro -exclamó dirigiendo la voz al otro lado de la ventana.
El señor Owen se sonrió y siguió desherbando. Fue en aquel tiempo cuando el reverendo Davies, perdido desde por la mañana, se apostó contra un árbol plantado en la divisoria de las colinas de Jarvis. Un ventarrón removía las ramas y la magnífica Tierra verdosa trepidaba incierta a sus pies. Dondequiera que dirigiese la vista, las lomas del monte se alzaban erizadas contra el cielo y dondequiera que buscase refugio de la tormenta, hallaba una atemorizada oscuridad. Cuanto más caminaba, más extraño se volvía el paisaje en torno suyo. Ora se remontaba hasta altitudes impensables, ora descendía vertiginoso por un valle no mayor que la palma de su mano. Los árboles se movían como seres humanos. Fue coincidencia providencial alcanzar la divisoria de los montes cuando el Sol llegaba a su cenit. El mundo se deslizaba entre dos horizontes y él se quedó junto a un árbol y contempló el valle. Había en la campiña una casita rodeada por un huerto. En torno a ella, bramaba el valle, como un boxeador se había plantado ante ella el viento, pero la casa permanecía impasible. Le pareció al reverendo que la casa había sido arrancada del caserío del pueblo por un ave gigantesca que la había depositado en medio de un tumultuario Universo.
Pero al compás que sorteaba los peñascosos riscos del monte se iba difuminando de la bola de la señora Owen. Una nube le arrebató el sombrero negro y ahora vagaba bajo la nube la sombra anciana de un fantasma con heladas estrellas en la barba y sonrisa de media luna. Nada sabía de esto el reverendo Davies, que se iba arañando las manos entre las peñas. Era viejo, se había emborrachado con el vino del oficio matinal y aquello que le brotaba de los cortes no era sino sangre humana.
Nada sabía tampoco de las transformaciones del globo el buen señor Owen que, con el rostro junto a la tierra, seguía arrancando los cuellos de los escandalosos hierbajos. Había oído la profecía del sombrero negro de boca de la señora Owen, y se había sonreído pues siempre sonreía ante la fe de aquella en los poderes del misterio. Había levantado la cabeza al oír sus voces, pero con una sonrisa había preferido la llamada más clara de la Tierra.
-Multiplíquense, multiplíquense -había dicho a los gusanos sorprendidos en las galerías y había hecho de ellos mitades pardas para que se alimentasen y creciesen por todo el huerto, para que salieran hasta los campos y llegaran a los vientres del ganado.
Nada de aquello sabía el señor Davies. Vio la figura de un hombre con barba industriosamente reclinado sobre el suelo. Vio que la casa era una hermosa imagen con el pálido rostro de una mujer apretado a la cristalera de una ventana. Y quitándose el sombrero negro, se presentó como párroco de un pueblo que estaba a unas diez millas de allí.
-Está usted sangrando -dijo el señor Owen.
Las manos del señor Davies estaban en verdad inundadas de sangre. Cuando la señora Owen observó las heridas del párroco, le hizo sentar en un sillón que había junto a la ventana y le preparó una taza de té.
-Le he visto a usted por el monte -dijo ella, y él le preguntó entonces que cómo había podido verle si las alturas estaban a tanta distancia.
-Tengo buena vista -respondió aquella.
Y él no lo puso en duda. Aquella mujer tenía los ojos más extraños que él había visto nunca.
-Esto es muy tranquilo -dijo el reverendo.
-No tenemos reloj -dijo la mujer poniendo mesa para tres.
-Es usted muy amable.
-Somos amables con cuantos llegan hasta aquí.
El reverendo se preguntaba cuántos vendrían a parar a casa tan solitaria en medio del valle, pero decidió no hacer ninguna pregunta por miedo a que la mujer hallara una respuesta. Se dijo que la mujer tenía cierto misterio, que debía amar la oscuridad, pues todo estaba muy oscuro. Era ya demasiado mayor como para inquirir los secretos de la oscuridad, y ahora se sentía aún mayor con el traje talar deshecho en jirones y empapado y con las manos frígidas liadas entre las vendas que le había puesto aquella extraña mujer. Los vientos de la mañana podían ya con él, ya podía cegarle el repentino advenimiento de la oscuridad. La lluvia podía pasar a través suyo como pasa a través de los fantasmas. Viejo, canoso y cansado, se había sentado junto a la ventana y casi se hacía invisible perfilado contra las estanterías y el lienzo blanco del sillón.
Pronto estuvo lista la comida y el señor Owen entró desde el jardín sin lavarse.
-¿Bendecimos la mesa? -preguntó el señor Davies cuando los tres estuvieron sentados a la mesa.
La señora Owen cabeceó asintiendo.
-Oh, Dios Todopoderoso, bendice estos alimentos -dijo el señor Davies; levantó la vista mientras seguía la oración y observó que los Owen habían cerrado los ojos-. Gracias te damos, Señor, por los dones que Tú nos deparas -y notó que los labios de los Owen se movían imperceptiblemente.
No oía lo que decían pero supo que no pronunciaban la misma oración.
-Amén -dijeron los tres juntos.
El señor Owen, orgulloso en el comer, se inclinaba sobre el plato igual que se había inclinado sobre la Tierra. Afuera se distinguían el pardo cuerpo de la Tierra, el verde pellejo de la hierba y el pecho de las colinas de Jarvis. Un viento atería la Tierra animal y el Sol absorbía el rocío de los campos. En las orillas del mar, los granos de arena se estarían multiplicando mientras el mar rodaba por ellos. Sintió en la garganta la aspereza de los alimentos: le parecía que la corteza de la carne tenía un sentido y que también lo tenía el llevarse la comida a la boca. Observó, con repentina satisfacción, que la señora Owen tenía la garganta desnuda.
También ella estaba inclinada sobre su plato, pero jugueteaba por los bordes de este con los dientes del tenedor. No comía porque se habían posado sobre ella los viejos poderes y no se atrevía siquiera a levantar la cabeza y a alumbrar el verdor de su mirada. Sabía decir por el sonido la dirección del viento en el valle. Sabía, por las formas de las sombras en el mantel, la situación del Sol. Oh, si pudiera volver a coger el globo y contemplar la extensión de oscuridad que cubría aquella luz invernal. Pero le rondaba por la cabeza una oscuridad que iba arrumbando la luz a su alrededor. Tenía a la izquierda un fantasma. Con todas sus fuerzas convocó a la luz intangible que halaba al fantasma y la mezcló con la oscuridad de su propia cabeza.
El señor Davies, como si un pájaro le estuviera chupando la sangre, sintió una desolación en las venas y, en un dulce delirio, contó sus aventuras por los montes, el frío y el viento que había pasado y cómo aquellos habían subido y bajado ante sus ojos. Había estado perdido, dijo, y había encontrado un oscuro retiro en que refugiarse del intimidante viento. La oscuridad lo había asustado y había vagado por el monte zarandeado por la mañana como un barco sin rumbo. Por todas partes se había sentido sacudido en el vacío o aterrorizado por las acuciantes tinieblas. No había lugar en que pudiera ir a parar un viejo, dijo apiadándose de sí. Por amor a su parroquia, amaba también las tierras que la rodeaban, pero el monte se había vencido a su paso o lo había levantado por los aires. Y porque amaba a Dios, amaba también la oscuridad donde los hombres de edad rendían culto al oscuro invisible. Pero ahora las cuevas de los montes se habían poblado de formas y voces que se burlaban de él porque era viejo.
«Tiene miedo de la oscuridad -pensó la señora Owen-, de la maravillosa oscuridad.»
El señor Owen pensó sonriente: «Tiene miedo del gusano de la tierra, de la copulación del árbol, del sebo viviente de las entrañas del mundo.»
Contemplaron al viejo y pareció más que nunca un fantasma. La ventana le dibujaba en torno a la cabeza un círculo difuso de luz.
De repente el señor Davies se arrodilló y se puso a rezar. No comprendía el frío de su corazón ni el miedo que lo paralizaba al arrodillarse, pero mientras decía la oración que había de salvarlo, contempló los ojos sombríos de la señora Owen y la mirada risueña de su marido. De rodillas en la alfombra, a la cabecera de la mesa, miraba fijamente a la oscura mente y al burdo cuerpo oscuro. Los miraba y rezaba como un viejo dios acosado por sus enemigos.

Do not go gentle into that good night. (Subtitulado en español)


Dylan Marlais Thomas (Swansea, Gales, 27 de octubre de 1914-Nueva York, Estados Unidos; 9 de noviembre de 1953) fue un poeta, escritor de cuentos y dramaturgo británico.
Famoso por ser un bohemio y famoso también por su vozarrón cautivante, que atraía, cual cantante juvenil, a cientos de personas a sus recitales poéticos, o a pegarse al receptor cuando hablaba en la BBC. Poeta precoz y repentinamente fallecido, el caos y el exceso fueron su camino a la genialidad.

Biografía

Dylan Marlais Thomas nació en Swansea, Gales, en 1914. Su precocidad se nota ya desde su infancia, a los 4 años es capaz de recitar de memoria Ricardo II de Shakespeare, preconfigurando no solamente su singularidad, sino también sus dotes histriónicas. Su padre, David John Thomas (1876–1952), un escritor frustrado, graduado con honores de la Universidad de Aberystwyth y profesor de una escuela primaria (la Swansea Grammar School, donde estudió Dylan) vio en su hijo el enorme talento que estaba germinando e impulsó su formación.
A los 16 años Thomas abandonó la escuela para convertirse, a instancias de su padre, en periodista del South Wales Evening Post. Es en esta publicación donde se desatan las dotes de escritor de Thomas. Redactó obituarios poéticamente, y críticas de cine y teatro donde no dejó títere con cabeza, despedazando a lo más granado de las tablas galesas de por aquel entonces (ya muestra su propensión al escándalo). Después de una ardua jornada de trabajo solía apagar su sed insaciable en el bar del Antelope Hotel o en el bar del Mermaid Hotel, donde escuchaba las historias de los marineros ingleses, mientras se embriagaba hasta la médula. Tras 18 meses de labor en el South Wales Evening Post abandonó el trabajo bajo mucha presión. Se unió a un grupo teatral en Mumbles llamado Little Theatre, aunque prosiguió con su labor periodística de manera independiente.
Sin embargo, el periodismo no resultaría ser la meta de su destino, la poesía —su “oficio u hosco arte”— lo arrastraría definitivamente hacia sus dominios.

Obras

La obra de Thomas no es copiosa, pero es de una calidad y una frescura inusitadas. Fueron cuatro los ámbitos literarios en los que incursionó: el cuento corto, el guion teatral, el guion para radio y cine, y, finalmente, la poesía. Es este último ámbito en el que más se le ha reconocido. En mayo de 1933, tras partir de Swansea hacia Londres el año anterior, Thomas publicó en el New English Weekly varios de los poemas por los que es más reconocido: “And death shall have no dominion”, “Before I Knocked” and “The Force That Through the Green Fuse Drives the Flower” (poema supuestamente dedicado a su primera novia e hija, que murieron ahogadas en 1931). En 1934 comenzó a publicar sus poemas en The Listener y para el 18 de diciembre de ese mismo año publicó su primer libro: Eighteen Poems (1934), por el que ganó el concurso organizado por The Sunday Referee. Ya había ganado renombre con publicaciones de los poemas que se reunirían en sus primeros libros en diversas revistas, tales como New Stories, New Verse, Life and Letters Today, The Criterion (donde era director el escritor T. S. Eliot).
El lirismo apasionado y la musicalidad de la poesía de Thomas contrastan con el resto de la poesía de su tiempo, más preocupada por cuestiones sociales o por la mera experimentación modernista de la forma. Thomas evidencia en estos poemas la influencia del surrealismo inglés, y también recoge influencias de la tradición celta, bíblicas o bien símbolos sexuales. Para Thomas “la poesía debe ser tan orgiástica y orgánica como la cópula, divisoria y unificadora, personal pero no privada, propagando al individuo en la masa y a la masa en el individuo”.
La actividad de Thomas no cesa. Ya se había afincado en la capital inglesa, además de procurarse, mediante su poesía, un círculo de lectores y de amistades literarias. En 1936 contrae matrimonio con Caitlin MacNamara, al tiempo que publica su segundo libro Twenty-Five Poems, que no hace sino consolidar su reputación entre la crítica y los lectores. Con todo, las cosas no van bien económicamente. Sumido en una pobreza exasperante, el alcoholismo lo ha tomado por completo y es mediante la bebida como encuentra la lucidez que le permite crear las imágenes oscuras y delirantes que hicieron famosa su poesía.

Hacia 1939, Europa empieza a vivir el horror de la Segunda Guerra Mundial. Dylan Thomas quiere alistarse, pero se le declara no apto para el combate (bajo el estatuto C3, que lo coloca en el último grupo susceptible de ser llamado a la guerra). Entonces empieza su carrera radiofónica, para la cual demostró un particular talento, especialmente como guionista y locutor. Realizó alrededor de 200 grabaciones para la BBC y escribió el guion de al menos cinco películas en 1942 auspiciadas por Strand Films (e.g.This Is Colour, New Towns For Old, These Are The Men and Our Country). En la radio de la BBC su labor es el comentario de documentales cinematográficos, pero también tendría reservados otros proyectos, como el poema dramático Under Milk Wood (Bajo el bosque lácteo, póstumo, 1954). Aparecen sus libros The World I Breath y The Map of Love (El mapa del amor).
En 1946 aparece la que es considerada su obra cumbre Deaths and Entrances (Muertes y entradas). Viaja a Estados Unidos donde incursiona en el guion de cine, que no llegará a ver en pantalla.
En 1952 se publica una recopilación de sus poemas entre 1934 y 1952 (Collected Poems. 1934-1952), por la que le otorgan el premio Foyle de poesía. En la compilación está incluido uno de sus más reconocidos poemas, Do not go gentle into that good night, escrito como una elegía heterodoxa ante la muerte de su padre.
Mientras redactaba el guion de una obra de Ígor Stravinski, el 9 de noviembre de 1953 a las 12.40 horas, en el Hospital St. Vincent de Nueva York Thomas murió. Los primeros rumores sobre la causa de muerte de Thomas privilegiaron la versión de una hemorragia cerebral provocada por un supuesto suicidio, algunos dijeron que se había tratado de un asalto violento en las vías de la estación Van Cortlandt Park en la ciudad de Nueva York y otros sostuvieron que finalmente había logrado beber hasta morir ya que una joven danesa afirmó que un hombre bastante borracho le habló sobre la pérdida de su primer amor y le obsequió un libro antes de caer a las vías. Se ha creído por mucho tiempo que Thomas arrastraba una fuerte Depresión Endógena debido a una trágica historia de amor que vivió en su juventud en Gales, pese a esto familiares y amigos nunca corroboraron la veracidad de la historia ni la existencia de la supuesta novia de Dylan, Rose Souther ni de su hija Esther Thomas Souther. En el análisis post-mortem, el patólogo encontró que la causa inmediata de muerte había sido una inflamación del cerebro causada por la carencia de oxígeno que acompaña a la neumonía.
Sus últimas palabras fueron "he bebido 18 vasos de whisky, creo que es todo un récord".

Influencia

Se dice que Robert Zimmerman tomó su nombre, Bob Dylan, por la profunda admiración que sentía por el poeta.
Durante una entrevista de comienzos de 1999, el cantautor norteamericano Elliott Smith demostraba una actitud introvertida y habló sobre su supuesto intento de suicidio. Más allá de los múltiples problemas que arrastraba el artista desde su ascenso a la fama, Elliott aseguraba que esto se originó cuando su padre, el Dr. Gary Smith, le contó la supuesta historia de Dylan Thomas, un poeta borracho que después de recordar la muerte de su primera amada de juventud Rose Souther y la hija de esta, se lanzó a las vías del tren en Van Cortlandt Park (Nueva York), no sin antes regalar uno de los ejemplares del libro Do not go gentle into that good night a una joven que transitaba por la estación.

Bibliografía

Dieciocho poemas 1934
Veinticinco poemas 1936
El mapa del amor (The Map of Love) 1939
Retrato del artista cachorro (Portrait of the Artist as a Young Dog— Autobiográfico) 1940
Nuevos poemas (New Poems) 1943
Muertes y entradas (Death and Entrances) 1946
Veintiséis poemas 1950
En el sueño campestre (In Country Sleep) 1952
Aventuras en el tráfico de pieles (Adventures In The Skin Trade— Póstuma) 1953
Bajo el bosque lácteo (Under Milk Wood— Obra radiofónica) 1954
Una mañana muy temprano (Quite Early One Morning— Preparado por Thomas y publicado póstumamente) 1954
El Doctor y los demonios (The Doctor and the Devils and Other Scripts) 1954
La Navidad de un niño en Gales (A Child's Christmas in Wales— Publicado póstumamente) 1954—1955

Discografía

Dylan Thomas: Volume I — A Child's Christmas in Wales and Five Poems (Caedmon TC 1002–1952)
Under Milk Wood (Caedmon TC 2005–1953)
Dylan Thomas: Volume II — Selections from the Writings of Dylan Thomas (Caedmon TC 1018–1954)
Dylan Thomas: Volume III — Selections from the Writings of Dylan Thomas (Caedmon TC 1043)
Dylan Thomas: Volume IV — Selections from the Writings of Dylan Thomas (Caedmon TC 1061)
Dylan Thomas: Quite early one morning and other memories (Caedmon TC 1132–1960)
Dylan Thomas: Under Milk Wood and other plays (Naxos Audiobooks NA288712 – 2008) (originally BBC – 1954)

Adaptaciones fílmicas

Todas las adaptaciones fílmicas de los guiones de Thomas se realizaron póstumamente
1972 Under Milk Wood protagonizada por Richard Burton, Elizabeth Taylor y Peter O'Toole
1985 The Doctor and the Devils protagonizada por Timothy Dalton, Jonathan Pryce y Twiggy (basada en el guion de Thomas, pero alterada considerablemente por Ronald Harwood)
1987 A Child's Christmas in Wales. Dirigida por Don McBrearty
1992 Rebecca's Daughters protagonizada por Peter O'Toole y Joely Richardson
2007 Dylan Thomas: A War Films Anthology (DDHE/IWM D23702 – 2006)
2009 Nadolig Plentyn yng Nghymru/A Child's Christmas in Wales, ganador de mejor corto en BAFTA (2009), animación, banda sonora en galés e inglés, Director: Dave Unwin. 5-016886-088457.

Traducciones al castellano

Poemas, Revista Cuadernos Hispanoamericanos nº 476. Traducción de Xoán Abeleira. Incluye poemas y comentarios sobre estos.
Dylan Thomas: Amparado por la gracia, biografía escrita por George Tremlett, Circe, Barcelona, 1996, traducción de Xoán Abeleira. Incluye poemas y comentarios sobre estos.
El visitante y otras historias, Barcelona: Bruguera, 1981. Traducción de Ignacio Álvarez.
Muertes y entradas, Huerga y Fierro editores, 2003. Traducción y prólogo de Vanesa Pérez-Sauquillo y Niall Binns.
Poesía completa, Colección Visor de Poesía, nº498, Madrid, 2004 (Edición bilingüe).
Retrato del Artista Cachorro, Seix Barral, Col. Literatura Contemporánea nº39, Barcelona, 1985.



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